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miércoles, 18 de diciembre de 2024

Balbuceos

BALBUCEOS

Hugo Betancur

 

Podemos utilizar el verbo balbucear como analogía para describir fenómenos de comunicación verbal o escrita de multitudinaria ocurrencia en nuestro mundo actual, caracterizados por la desidia, la poquedad y el simplismo en la elección de las palabras. Los políticos y los compositores de música para consumo de las masas humanas son prototipos de estos pauperizadores de ideas y de léxico.

Bajo este contexto, podemos definir el balbuceo como la acción de expresarse con pocas palabras y pocas ideas, o expresarse con reiteración de palabras de uso común y opiniones colectivas de pobre contenido conceptual.

Los idiomas tienen un filón de palabras abundantísimo, y de estas algunas poseen una utilidad descriptiva muy excepcional y muy precisa que sus sinónimos no tienen, para definir aspectos o rasgos de algo o de alguien a los lectores o a los oyentes.  Muchas palabras tienen el efecto o la propiedad de sugerir o evocar imágenes instantáneas, lo que las cualifica como las más significativas y elocuentes -sucede algo parecido con los colores óptimos e irremplazables que requiere un pintor para caracterizar sus paisajes y sus retratos.

Hay juegos de palabras que tienen un particular encanto y provecho para  los personajes representativos que mencioné arriba; las repiten hasta la saciedad en sus composiciones y en sus discursos: “te prometo un futuro mejor, les prometo un futuro mejor” –que siempre es inalcanzable y distante, tanto en la línea del tiempo como en su significado práctico-, “alcanzaremos nuestros sueños, nuestras ilusiones” –una promesa de realización etérea y borrosa-, “siempre te amare”, “estaré siempre a tu lado”, “siempre estaré al lado de mi comunidad” -enfoques de un compromiso de permanencia y fidelidad basado en las emociones e intereses del momento, este término “siempre” transgrede los vaivenes inestables de nuestros egos, salvo que la ‘necesidad’ imponga los nexos duraderos. Estas pocas frases hechas con palabras dulzonas y promisorias son solo un ejemplo de un amañado empleo del lenguaje verbal y escrito.

El uso de las palabras nos permite elaborar un perfil de quien las emite -"muéstrame que lenguaje utilizas y te diré cómo eres”. Sin embargo, la evaluación definitiva de cada uno la hacemos basándonos en sus acciones, todas recopiladas del pasado, que nos permiten elaborar un semblante de los personajes, de la seriedad de sus discursos y de la coherencia de sus mentes.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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