ADULTECER Y ADULTESER
Hugo Betancur
Nuestro crecimiento es un proceso de maduración, de
aprendizaje y de adaptación –la adaptación no es la incorporación a un nicho
estático donde imitemos comportamientos sino la integración en nuestras
relaciones con el entorno y con los seres vivos: nos planteamos cómo fluir
inteligentemente en nuestros ambientes, qué podemos aportar, como conciliar
nuestras diferencias y divergencias.
Adultecer podría ser también el proceso de
asumirnos a nosotros mismos, de adulteser, asumiendo virtudes o atributos
positivos y optimistas –aceptación plena de nuestros destinos, de nuestras
tareas y nuestros cambios solucionadores, de nuestros personajes a representar
con sus complejidades sombrías y sus virtudes, de nuestras relaciones
familiares, sociales y culturales en que desplegamos nuestros talentos, nuestra
ignorancia y nuestros emprendimientos. Adultecer también nos confronta con la
resolución de nuestras crisis, nuestros duelos y nuestras rupturas.
Si adultecemos llenándonos de asuntos pendientes y
de tormentos que esperamos que otros atiendan o gestionen, nuestra perspectiva
se torna pesimista -¿cuál es nuestro ánimo a medida que acumulamos tareas de
nuestras mentes y cuál es nuestro ánimo cuando las
resolvemos? Hagamos una metáfora doméstica: imaginemos la cocina de
nuestra casa atiborrada de trastos sucios que apilamos solo durante unos pocos
días y nuestra flojera para lavarlos y recuperar el aspecto acogedor de esta
sección del hogar -¿Cuál es nuestro ánimo antes y después de asear los
utensilios y los estantes?
Adultecemos sanamente apropiándonos de la
comprensión, de la tolerancia, de la paciencia, de la superación de nuestro
traumas mentales –nuestros guiones de infelicidad y de “heridos” por otros que
nos llevan a auto victimizarnos-, (seguramente fuimos mal tratados, desdeñados,
marginados de alguna situación o privilegio, desqueridos porque otros no podían
expresar sentimientos acogedores y protectores hacia nosotros, y todo esto ha
ocurrido porque tanto ellos como nosotros obramos según las circunstancias de
nuestras mentes y según las alternativas asequibles para cada uno.
Adultecer nos lleva al entendimiento de que muchos
seres humanos que nos afectaron hostilmente seguían el impulso de su
personalidad y de su ego y no el propósito de hacernos daño.
Probablemente al adultecer vayamos declinando,
desemocionalizando nuestros apreciaciones sobre lo que otros hacen o dejan de
hacer, perdiendo nuestras tendencias hacia la discordia y la
grandiosidad, atenuando los inútiles dramas que representamos para
medir fuerzas con aquellos que estigmatizamos como nuestros adversarios.
Tal vez en el empeño de preservar nuestra paz
logremos identificar un patrón de comportamiento propio de muchos seres
humanos: la mentalidad de depredadores que los arrastra a las conquistas y a la
pretensión de someter y vencer a otros en una enfermiza obsesión de poderío:
con esa ambición despliegan ataques y cavan trincheras para amenazar e
intimidar -se vanaglorian de sus luchas externas, de sus
idiosincrasias egocentradas y de la información discordante de sus mentes, y se
privan a sí mismos de las acciones y relaciones cordiales.
Desde niños elaboramos nuestras ideas sobre el
mundo, sobre los otros, sobre nosotros mismos. Conformamos nuestro repertorio
de creencias y nuestra filosofía particular de la vida y nos ubicamos en los
espacios disponibles.
A medida que escalamos la categoría de adultos
también vamos declinando, no volvemos más calmados, menos adictos a los
sobresaltos emocionales y a las discrepancias -un poco más tolerantes o
indiferentes-, vamos dejando las amarguras afuera como quien se refugia de la
lluvia en su casa y mira desde su ventana como arrecia el ventarrón y como el
agua se precipita contra las cosas y los transeúntes.
Solo dejan huellas los hechos, la semilla plantada
y abonada, que se eleva hacia el cielo con su tronco y sus tallos para verdecer
y dar frutos. Lo que no sucedió no deja evidencias o queda como una omisión que
nos podrá afectar o favorecer según su trascendencia y nuestra participación.
Hugo Betancur (Colombia)
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