Los sentimientos que pasan
y autónomas porque no son motivadas por alguna retribución que esperemos o que podamos ofrecer.
En este blog promuevo aprendizajes y cambios basados en la comprensión de nuestras relaciones, nuestras acciones de vida y nuestras creencias. La sabiduría de nuestras vidas está fundamentada en relaciones respetuosas y solidarias que podemos experimentar consciente y ecuánimemente, considerando las crisis y los conflictos como eventos pasajeros que podemos resolver y trascender, si es que hemos decidido hacerlo. Hugo Betancur (Colombia).
CONFLICTOS,
HÁBITOS ADVERSOS
Y CAMBIOS
POSIBLES
Hugo
Betancur
Nuestras
acciones tienen trascendencia si tenemos una disposición a aprender –lo que
significa cambiar: dejar de alguna manera lo rutinario, la vida estancada con
sus conflictos que se repiten por causas conocidas, o identificables si ponemos
nuestra atención en ellas, y asumir otras opciones de aplicación de nuestras
energías y propósitos.
En este
Universo todo es expansión o continuidad de algo o alguien que ya existe: los
seres humanos nos manifestamos con la sustancia de la Vida y con los cuerpos
que nuestros ascendientes propiciaron.
Los
cuerpos, entonces, son los protagonistas de la historia. Las condiciones para
creer en algo como requisito cultural en el mundo son “que se pueda ver y
tocar”, lo que significa que los sentidos del cuerpo y la percepción de los
datos que pueden proporcionar son el fundamento insuperado de confiabilidad y
demostración.
Nos
expresamos a través del cuerpo. Nuestros sentimientos y las emociones
asociadas, nuestros saberes y los sistemas de creencias que incorporamos
(ponemos a disposición del cuerpo) son nuestros contenidos, y lo que hacemos
deriva de ese conjunto de informaciones –in_formar: dar forma a algo-. Es
posible que en cada instante de nuestras vidas la combinación de todos esos
elementos determine cómo nuestras personalidades se expresan en las relaciones
en que participamos.
Y en
nuestros densos cuerpos, formamos nuestras percepciones de los datos de los
sentidos, interpretándolos además desde el estado actual de nuestras
personalidades.
Si hemos
crecido armoniosamente, con un grupo familiar y social que haya tenido
interacciones solidarias y cooperadoras, además de una asistencia afectiva
positiva –y posiblemente un intercambio afectivo positivo también-, hemos sido
impregnados por esos generosos aportes de comunicación e integración, lo que
nos permite apropiarnos de lo recibido y/o trasmitirlo. Probablemente tengamos
actitudes o comportamientos derivados de satisfacción y apropiación y no de
carencia e inconformidad.
Si por el
contrario, hemos vivido en escenarios de conflicto, de interacciones no
cooperadoras y personalidades en pugna, nuestra memoria o historias están
contaminadas por los eventos negativos y por las relaciones tortuosas en que
estuvimos comprometidos. Siempre alguna carencia aparecerá como reiterativa y
pendiente de reparación o solución en nuestras mentes. Podemos sentirnos
cargados por esas vivencias y experiencias que debemos liberar y resolver para
alcanzar nuestra paz.
Muchos
eventos y comportamientos que atraemos son extremos: nos mostramos muy flojos o
muy planos afectivamente –fingiendo o posando de indiferentes mientras nos
consumimos interiormente-, o exageramos la intensidad de nuestras actuaciones
–sobreactuamos en los papeles de “víctimas o verdugos”-, lo que es una
distorsión de nuestros impulsos vitales. Y todo esto debido a los estados de
carencia que hemos adoptado.
De alguna
manera pretendemos compensar lo que sentimos o creemos que nos falta realizando
sustituciones –la adicción sustituta, la distracción sustituta, la evasión
hacia actividades y relaciones en que nos mimetizamos para acallar nuestro
inconformismo, nuestras rabias, lo que consideramos como “nuestras heridas”.
Bajo esas
condiciones de dependencia nos relacionamos desde la necesidad o desde la
carencia: algo a alguien debe reemplazar lo que no tuvimos o al menos ayudarnos
a manifestar una ilusión que parezca compensar eso que nuestras mentes buscan.
Fácilmente entramos en conflicto porque tenemos expectativas actuales que
queremos aplicar a eventos del pasado: ya los atravesamos y no podemos
repetirlos ni rearmarlos para modificarlos. Y quienes nos rodean sólo pueden
actuar en el ahora y con sus propios atributos, no con los que exigimos como
ideales.
Cuando no
obtenemos esa correspondencia cómplice y permisiva tendemos a reaccionar con
hostilidad, con “desencanto” o imponiendo una corriente forzante a otras
personas. Es como si les dijéramos “si no haces lo que espero que hagas no voy
a poder amarte”. Entonces expresamos plenamente el conflicto latente y nos
comportamos como adversarios sordos y vociferantes.
Podemos
también acudir a soportes externos o sustitutos buscando reemplazar esos
recuerdos ingratos y las frustraciones de nuestro pasado con personas, hábitos
o elementos tangibles y les asignamos una función de darnos placer y
distracción.
Volcamos
nuestra ansiedad o expectativa hacia otros y esperamos que nos brinden una
estabilidad que no hemos logrado porque creímos que la vida fue injusta con
nosotros. Nos explayamos en los sentidos para conquistar esa felicidad o esa
plenitud que “nos fue negada”.
Las
elecciones que hacemos pueden tener una apariencia de pasividad: nos volvemos
espectadores que miramos ávidamente o que escuchamos codiciosamente.
O pueden
tener una apariencia de actividad: nos engullimos la vida y pretendemos
saciarnos con los alimentos, ojalá dulces, abundantes y de gustos muy
agradables para nuestro apetito que parece desmesurado en algunas etapas de
nuestras vidas, o elegimos objetos y cosas que podamos llevar a la boca:
golosinas, tabaco, bebidas, hasta compuestos químicos formulados con una
asignación de tratamiento médico. En otras ocasiones, nuestras tendencias son
táctiles: expresamos un gusto desaforado por lo que podamos tocar, abrazar, y
tal vez sentir como propio transitoriamente al tenerlo en nuestras manos.
Bajo esas
intenciones y obsesiones de sustitución podemos comportarnos como maniáticos o
insaciables. Nos mostramos desequilibrados o frenéticos y expresamos síntomas
de enfermedad que afectan nuestras vidas.
Cuando esto
escapa a nuestro control nos damos cuenta que hacemos parte de una crisis
inevitable y que debemos volvernos hacia nosotros mismos, reflexivos,
introvertidos, en busca de una definición o un término a nuestra conmoción no
resuelta.
Muchos
cambios en nuestras vidas llegan al cabo de procesos adversos que
experimentamos.
Los
conflictos, crisis, enfermedades, frustraciones, nos confrontan con rutinas o
limitaciones que empezamos a rechazar o a querer dejar.
La
percepción de esas situaciones nos parece dolorosa, o nos causa sufrimiento, o
nos lleva a sentir malestar.
En esa
secuencia:
1. Nos
relacionamos con algo o alguien que nos revela nuestra propia inestabilidad -o
nosotros la percibimos en la interacción, en la relación.
2. A
través de las dificultades, relaciones, culpas, baja autoestima, yugos o cargas
que reconocemos, identificamos lo que está sucediendo.
3. Establecemos
un propósito de cambio al ser conscientes de ese malestar o pérdida de paz que
nos abruma.
4. Liberamos
o ejercemos la voluntad de cambio hacia las acciones que nos permiten modificar
nuestras actitudes, comportamientos y hábitos.
Uno de esos
hábitos adversos que adoptamos es el consumo de alimentos. Relaciono los
alimentos dulces con sabores gratificantes. Al alimentarnos nos relacionamos
con los frutos o productos de la vida.
A los niños
que lloran o expresan inconformismo o inquietud los consolamos con algo dulce
para que acallen sus quejas.
La ansiedad
la saciamos con alimentos que nos gustan.
El alimento
excesivo o las adicciones relacionadas con la boca son recompensas o
sustituciones de otras cosas o relaciones que no tenemos o que no logramos
alcanzar aún.
Sin
embargo, nos damos cuenta que no podemos engañarnos con esos desplazamientos o
transferencias o sustituciones, y que nuestra afectividad nos dice que estamos
fluyendo en un sistema cerrado de monotonía y rutinas.
Si tenemos
disposición y energía, podemos elegir esos cambios necesarios y nos impulsamos
hacia la espiral que nos permita liberarnos de nuestros yugos.
Y no
precisaremos depender de justificaciones, ni excusas, ni vanos sentimientos de
culpa o de reproche.
El
autoconocimiento y la comprensión de los fenómenos y relaciones de nuestras
vidas nos llevan a un estado de expansión y progreso mental.
Todos los
cambios provienen de estados de consciencia que alcanzamos tras el agotamiento
de las relaciones conflictivas, de las crisis, o de una gran soledad que nos
impulsa hacia el autoconocimiento y la aceptación sin resistencia. Lo que nos
permite ascender a un estado de vida dinámico más allá del umbral de la ilusión
y del estancamiento (aletargamiento).
Hugo
Betancur (Colombia)
_______________________________________________
Otras ideas
de vida en:
http://ideas-de-vida.blogspot.com/
http://pazenlasmentes.blogspot.com/
http://es.scribd.com/hugo_betancur_2
http://es.scribd.com/hugo_betancur_3
Este Blog: