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lunes, 25 de septiembre de 2023

El perdón a lo que fue: la restauración de la paz.

 La "BACHUÉ", escultura del maestro José Horacio Betancur, en Medellín, Colombia. Fotografía por Hugo Betancur.

EL PERDON A LO QUE FUE:   

LA RESTAURACIÓN DE LA PAZ.

Hugo Betancur

 

El perdón es una restauración de la mentalidad comprensiva. Cuando  lo asumimos, entramos en una dimensión de entendimiento o de consciencia en que nos liberamos de nuestros juicios negativos y de las culpas decretadas.

El perdón es un retorno a la mentalidad recta: nos damos cuenta que las manifestaciones de cada uno corresponden a las actitudes y comportamientos que su personalidad puede emprender y que sus elecciones provienen de sus condiciones particulares.

La comprensión nos lleva a la paz.

Cuando decidimos “perdonar” a otros simplemente estamos aceptando las limitaciones de sus personalidades, su vulnerabilidad, su susceptibilidad a errar.

Asumimos que cada uno actúa según sus condiciones particulares y según las circunstancias de tiempo y espacio que atraviesa. Nuestras acciones y comportamientos son manifestaciones de nuestra personalidad; nuestras decisiones posibles están subyugadas al estado de nuestras mentes y no al ideal que pretendamos aplicar, que es solamente un requisito forzoso y disociador.

El perdón es un cambio de mentalidad respecto a otros y un reconocimiento del libre albedrío.

El perdón nos libera del yugo de los juicios  negativos que impusimos contra otros y que es una proyección de nuestras mentes –experimentamos la vida relacionándonos con seres humanos y situaciones imprevisibles que nos permitirán conformar nuestras vivencias y nuestros aprendizajes, lo que habitualmente no coincide con nuestras expectativas.

El perdón es la percepción correcta que ajustamos a los ritmos y a las interacciones progresivas en que participamos.

Hay dos disposiciones humanas avasalladoramente conflictivas y egocéntricas: lo que llamamos orgullo y la tendencia a juzgar negativamente –lo que hacemos cuando nos plantamos ante otros como sus opuestos y adversarios.

Cuando elegimos subjetivamente esas dos alternativas,  psicológicamente adoptamos posiciones de ataque o defensa discriminando a los seres humanos que confrontamos desde la altivez retadora e impositiva del orgullo o desde la terquedad y dureza de nuestros juicios.

Desde niños escuchamos estas frases caóticas: “¡Está herido (o herida) en su orgullo!”, “¡Me hirió en mi amor propio!”, “¡Me siento herido (o herida) en lo más profundo de mi ser¡”. Esas son frases cargadas de dramatismo y de hostilidad: expresan que alguien hirió y que alguien fue herido (o herida).

En otra vertiente, los juicios negativos contra las acciones de otros o contra ellos por lo que hicieron, son una reacción de rechazo y de discriminación que adopta quien juzga.

¿Quién o qué fue herido o afectado por las acciones de otros?

Hay un “yo” o ego que se atribuye o se asigna la función de exponer su orgullo lastimado y de juzgar a otros.

El orgullo es una idea o un conjunto de ideas que exaltan atributos o creencias que exhibimos como superiores o como dignos de culto y reconocimiento –el orgullo por apellidos o ancestros, por alguna condición de grupo o de territorialidad, por alguna jerarquía o posición competitiva y socialmente alcanzada, por algunas posesiones materiales privilegiadas que hemos recibido y que otros no tienen.

Habiendo asumido que algo representa un motivo de orgullo adherimos a ello confiriéndole una valoración o rango de exclusividad que debemos defender y ostentar (tal vez como nuestro trofeo o nuestra condición particular que nos eleva sobre otros).

El “orgullo herido” y los juicios negativos que proferimos nos impulsan a protagonizar nuestros papeles de ofendidos y de víctimas (los desvalidos en la vivencia común) y a señalar a otros como ofensores, victimarios y culpables.

Cuando asumimos que “nuestro orgullo ha sido herido” o que otros “actuaron mal” les atribuimos la culpa.

La culpa es sinónimo de pecado, la transgresión de una norma moral que dictamina los comportamientos y las acciones humanas.

Otros pueden determinar nuestras culpas y acusarnos públicamente. También nosotros podemos sentirnos culpables de algo (percibimos la culpa como un estado de malestar ante los hechos).

Las culpas provienen de los juicios negativos sobre acciones y comportamientos.

Los culpables deben ser castigados por sus culpas según esas normas morales que sirven como patrón de juicio. Los castigos deben ser ejemplares y contundentes contra quien transgredió las normas, y servirán como escarmiento de otros en lo sucesivo.

El orgullo herido debe ser reparado según las exigencias del ego: el culpable identificado deberá ser doblegado y castigado también para vengar la afrenta padecida.

En el elemental razonamiento del ego todos los conceptos están definidos muy rígida y mecánicamente –la ofensa, la culpa, el resentimiento, el juicio, el castigo, la venganza.

En la dimensión del ser –la psiquis de cada uno-, la vida es un escenario de interacción, de relaciones donde expresamos nuestras personalidades en nuestras acciones y comportamientos. Podemos actuar allí acogedores, solidarios y constructivos, o podemos actuar hostiles, codiciosos y destructivos. Alternamos nuestros roles en la dualidad, como pacíficos asociados o como fanaticos oponentes.

Cada personalidad tiene sus rasgos propios que la retratan como diferente. En algunos períodos de nuestras historias podemos demostrar nuestras cualidades de altruismo, afecto, hospitalidad, consideración hacia los demás; en otros períodos podemos ser disociadores, ambiciosos, caprichosos y agresivos.

Las características de nuestras personalidades podemos expresarlas en las relaciones y bajo las condiciones de las situaciones que atravesamos.

Lo más deplorable y oscuro de esa personalidad en evolución puede aparecer  allí, y también lo más amable y luminoso.

Cuando predominan las características negativas o adversas de la personalidad, las manifestaciones externas pueden ser marcadamente violentas y destructivas.

Cuando predominan las características positivas o armoniosas de la personalidad, las manifestaciones externas pueden ser acogedoramente apacibles y constructivas.

Bajo las condiciones  ineludibles cambiantes de cada momento –personalidad y circunstancias-,  el ser humano sensato y ecuánime actúa respetuosamente con los demás; el ser humano tonto y perturbado actúa despectivamente respecto a los demás -posiblemente en su mente ofuscada no tenga la capacidad temporal de evaluar qué tan violentas son sus acciones ni qué consecuencias atrae contra sí como represalia (puede representar el papel de un tonto reducido a su restringido ambiente hogareño que solo afecta a sus allegados o el de un tonto con una posición de gran influencia, por lo que sus elecciones pueden afectar a un  gran número de seres humanos).

Llegados al término de su jornada, el rey y el mendigo son solo dos caminantes fatigados y tristes que han experimentado sus papeles afanosamente: uno se creyó elegido por la providencia para  doblegar a otros y ser servido y el otro se creyó víctima de un destino injusto y cruel que lo condenó al sufrimiento y al hambre. 

Esperando el instante en que deberán partir, ambos están preocupados y abatidos porque no lograron comprender cuál era su aprendizaje y la relación armoniosa que pudieron cumplir. Sin embargo, el viejo rey conserva aún algún fulgor desafiante de soberbia en la mirada y el viejo pordiosero algún gesto mezcla de impotencia y de aflicción.

Cuando dejamos de juzgar negativamente, nos liberamos de las culpas propias y ajenas y empezamos a reconocer nuestra paz.

Ese perdón que decidimos también nos libera de nuestras corrientes forzantes, de nuestros duelos por los seres humanos allegados que murieron, de nuestra pesadumbre por las relaciones rotas o por lo que rotulamos como pérdidas -estamos enganchados a los sucesos de nuestros destinos convergentes y volver atrás el tiempo para rehacerlos según nuestra mentalidad actual es una ilusión que solo hacen posible los realizadores de películas y los literatos en los ambientes y escenarios que imaginan.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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jueves, 7 de septiembre de 2023

Nuestras relaciones

                                                                                                            Ilustración por Elízabeth  Betancur.

Nuestras relaciones,

¿son como fogatas o son como semillas?

 

Hugo Betancur

 

 

Nuestras relaciones pueden ser una hoguera fugaz o pueden ser semillas que plantamos para asistirlas y cuidarlas mientras crecen.

 

Todo lo que agregamos para alimentar el fuego se va consumiendo –pasiones, deseos expresados en la avidez de los sentidos, promesas que seducen, o fascinan, o convencen, compromisos hechos bajo el arrebato de nuestras ilusiones o de nuestros intereses particulares. Como principiantes de actuación en esos montajes psicológicos derrochamos nuestros artificiosos sentimientos que arden fugaces como hojarasca seca, chisporroteando débilmente –no como leños de madera de roble con su llama alta y sostenida y con su calidez.

 

Esas relaciones se agotan –tizones humeantes que luego serán ceniza menuda dispersada por el viento-, y también se agota alguna expectativa de enamoramiento que imaginabamos como real y segura en nuestras ávidas mentes (a veces ese fuego fue apagado por leves lloviznas cuando apenas empezaba a arder inciertamente).

 

La frase común aplicable para el desenlace de esas situaciones aventuradas podrá ser: "¡Qué poco duró!

 

Las relaciones que empiezan como semillas son discretas. Brotan sin prisa, sin ruidos, sin exaltadas declaraciones, fuertes en su vulnerabilidad. Se extienden y se ramifican exuberantes bajo las caricias de la vida. Y estamos presentes mientras observamos sus manifestaciones, atentos a su bienestar, incansables, constantes, protectores.

 

De pronto nos damos cuenta que han crecido y muestran sus frutos y sentimos algún aliento de gratitud y de alegría en nuestro corazón.

 

Son como un hermoso árbol, de raíces profundas y de robusta solidez que puede sobrevivir por sí mismo a pesar de la inclemencia de las estaciones.

 

Podemos preguntarnos: ¿Cuáles de nuestras relaciones son una fogata donde crepita y se consume la leña que no podrá retoñar? ¿Y cuáles son semillas que crecen con tallos vigorosos, reverdeciendo y llenándose de hojas y frutos mientras la vida se expresa en sus incontenibles y prodigioso cambios?

 

Hugo Betancur (Colombia)

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miércoles, 6 de septiembre de 2023

Retratos psicológicos

                                     El flautista, escultura de Rodrigo Arenas Betancur, en Itagüí, Colombia.

LOS RETRATOS PSICOLOGICOS 

QUE HACEMOS

Hugo Betancur

 

Mientras corre la línea del tiempo de nuestras existencias, a cada instante miramos afuera y captamos fragmentos de la vida que va pasando ante nosotros como un espectáculo sorprendente, variado, imprevisible o predecible. Juzgamos caprichosamente las actuaciones de los personajes y los episodios que ocurren en los escenarios cambiantes que nos congregan. Percibimos todas esas aparentes evidencias interpretando los roles, los ademanes, los gestos, las palabras con sus acentos dispares y con las intenciones que les atribuimos.

Pasamos de espectadores a protagonistas; debutamos, algunas veces recitando nuestras líneas monótonas y fosilizadas y en otras ocasiones desplegando ingenio, acierto y gracia -como otros también lo hacen a su modo.

Hacemos retratos de los hechos y de los protagonistas y los guardamos en nuestra memoria. Esos retratos son instantáneas que elaboramos en un contexto de tiempo y espacio concurrentes. Están ambientados con el juego de luces y los colores del momento, con los sonidos y las imágenes que percibimos, y están impregnados por los sentimientos y las emociones que nos han suscitado.

Sin embargo, en el transcurso de ese mismo tiempo que los sitúa en el pasado, esos retratos que hicimos van perdiendo nitidez como las vetustas fotografías en papel y nuestra memoria que declina los va extraviando

También puede suceder que conservemos algunos de esos retratos muy enfocados y persistentes, especialmente aquellos que elaboramos dándole a los personajes atributos extremos en las expresiones de su identidad -amables o repulsivos, honestos o farsantes, positivos o negativos. De unos tendremos impresiones motivadoras y acogedoras; hacia los otros tendremos actitudes antagonistas, conflictivas, disociadoras.

¿Qué tan ciertos fueron o son nuestros relatos psicológicos? ¿Qué tan ajustados estaban o están a la idiosincrasia de aquellos que caracterizamos? ¿Qué realidad les seguimos dando y que tanto bienestar traen a nuestras mentes?  

 

Hugo Betancur (Colombia)

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martes, 5 de septiembre de 2023

Distorsiones del ego: nuestros altares.

                                                                            Fotografía por Elízabeth Betancur.

Las distorsiones del ego

LOS ALTARES DE NUESTRAS MENTES

Hugo Betancur

 

Un altar puede ser una estructura de tres dimensiones, palpable y visible, o puede ser un sitial etéreo y alegórico de cada uno, erigido para realizar nuestros rituales mentales.

Según las religiones, los altares fueron dispuestos para colocar allí las ofrendas y sacrificios ofrecidos a aquello que adoramos o veneramos -la deidad o deidades de nuestro credo personal o de la colectividad a la que adherimos.

Esperamos que con esas ofrendas y sacrificios, nuestras divinidades manifiesten su presencia en nuestras vidas al concedernos la satisfacción de nuestras peticiones como retribución. Si no ocurre así, nuestros altares y nuestros rituales no tendrán sentido y quedan sólo como tarimas y ceremoniales vanos e infructuosos.

Por extensión conceptual, nuestros altares particulares son propios del personaje que representamos y de sus creencias

Estos altares pueden ser luminosos o sombríos, alegres o tristes, armoniosos o discordantes. En ellos rendimos culto a los ideales e imágenes de nuestras mentes.

Muchas veces, en la confusión de nuestras mentes y obedeciendo las fantasías o distorsiones de nuestros egos, elegimos imágenes o situaciones conflictivas del pasado, las traemos al presente y las hacemos el centro de nuestra atención. Las depositamos como ofrendas o cuotas de sacrificio en altares tristes y desolados que erigimos en reemplazo de los benignos altares de oración que nos dispensan esperanzas y consuelo.  

Elaboramos una trama psicológica, y ponemos en esos altares sustitutos a unos personajes representativos que señalamos como villanos útiles a nuestro propósito de declararnos sus víctimas, o víctimas de la vida, o víctimas de un destino despiadado. Escogemos eventos y acciones aisladas de esos personajes y nos declaramos afectados por algunos de sus comportamientos (aunque desdeñamos los capítulos predominantes y mayoritarios de la historia compartida que les favorecen).

Todo esto define los “traumas psicológicos” o las “heridas psicológicas” que posiblemente hayan surgido como argumentos del ego. Parten de una idealización frustrada de nuestras relaciones -con las figuras de los padres, de las parejas, de los hijos, de otros seres humanos que hayamos conocido o tratado-. Con el paso del tiempo, esos libretos de desdicha adquieren características de realidad para quienes se declaran agobiados o deprimidos por los episodios que sus mentes han reconstruido como eventos adversos adaptados a cada momento actual y extraídos o modificados caprichosamente según los intereses y percepciones de cada uno.

Hay ideales posibles e ideales irrealizables. Las corrientes forzantes de nuestras mentes no logran modificar eso -como los fenómenos de la naturaleza, los posibles ocurren inexorablemente y los imposibles  se quedan estancados sólo como expectativas inertes.

Escogemos nuestras visiones de la vida y nuestra propia manera de reconformar el pasado, a la distancia y con las imprecisiones de la memoria.

Nuestros juicios sobre los demás y sobre nosotros mismos nos definen. Si son juicios benévolos y sensatos fluimos con las circunstancias y los personajes y trascendemos las dificultades. Si son juicios de culpabilización y frustración quedamos atrapados en los conflictos de nuestros egos como siervos fanáticos y pesimistas.

Solo con una cuidadosa y constante observación de los procesos de nuestras mentes y de las maquinaciones de nuestros egos, alcanzamos un auto conocimiento y una conciencia suficientes que nos permitan liberarnos de nuestros yugos y de las distorsiones que nos llevan al caos y a la negatividad.

 

Hugo Betancur (Colombia) 

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