Las
distorsiones del ego
LOS ALTARES
DE NUESTRAS MENTES
Hugo
Betancur
Un altar puede ser una estructura de tres dimensiones, palpable y
visible, o puede ser un sitial etéreo y alegórico de cada uno, erigido para
realizar nuestros rituales mentales.
Según las religiones, los altares fueron dispuestos para colocar allí
las ofrendas y sacrificios ofrecidos a aquello que adoramos o veneramos -la
deidad o deidades de nuestro credo personal o de la colectividad a la que
adherimos.
Esperamos que con esas ofrendas y sacrificios, nuestras divinidades
manifiesten su presencia en nuestras vidas al concedernos la satisfacción de
nuestras peticiones como retribución. Si no ocurre así, nuestros altares y
nuestros rituales no tendrán sentido y quedan sólo como tarimas y ceremoniales
vanos e infructuosos.
Por extensión conceptual, nuestros altares particulares son propios del
personaje que representamos y de sus creencias
Estos altares pueden ser luminosos o sombríos, alegres o tristes,
armoniosos o discordantes. En ellos rendimos culto a los ideales e imágenes de
nuestras mentes.
Muchas veces, en la confusión de nuestras mentes y obedeciendo las
fantasías o distorsiones de nuestros egos, elegimos imágenes o situaciones
conflictivas del pasado, las traemos al presente y las hacemos el centro de
nuestra atención. Las depositamos como ofrendas o cuotas de sacrificio en
altares tristes y desolados que erigimos en reemplazo de los benignos altares
de oración que nos dispensan esperanzas y consuelo.
Elaboramos una trama psicológica, y ponemos en esos altares sustitutos a
unos personajes representativos que señalamos como villanos útiles a nuestro
propósito de declararnos sus víctimas, o víctimas de la vida, o víctimas de un
destino despiadado. Escogemos eventos y acciones aisladas de esos personajes y
nos declaramos afectados por algunos de sus comportamientos (aunque desdeñamos
los capítulos predominantes y mayoritarios de la historia compartida que les
favorecen).
Todo esto define los “traumas psicológicos” o las “heridas psicológicas”
que posiblemente hayan surgido como argumentos del ego. Parten de una
idealización frustrada de nuestras relaciones -con las figuras de los padres,
de las parejas, de los hijos, de otros seres humanos que hayamos conocido o
tratado-. Con el paso del tiempo, esos libretos de desdicha adquieren
características de realidad para quienes se declaran agobiados o deprimidos por
los episodios que sus mentes han reconstruido como eventos adversos adaptados a
cada momento actual y extraídos o modificados caprichosamente según los
intereses y percepciones de cada uno.
Hay ideales posibles e ideales irrealizables. Las corrientes forzantes
de nuestras mentes no logran modificar eso -como los fenómenos de la
naturaleza, los posibles ocurren inexorablemente y los imposibles se
quedan estancados sólo como expectativas inertes.
Escogemos nuestras visiones de la vida y nuestra propia manera de
reconformar el pasado, a la distancia y con las imprecisiones de la memoria.
Nuestros juicios sobre los demás y sobre nosotros mismos nos definen. Si
son juicios benévolos y sensatos fluimos con las circunstancias y los
personajes y trascendemos las dificultades. Si son juicios de culpabilización y
frustración quedamos atrapados en los conflictos de nuestros egos como siervos
fanáticos y pesimistas.
Solo con una cuidadosa y constante observación de los procesos de
nuestras mentes y de las maquinaciones de nuestros egos, alcanzamos un auto
conocimiento y una conciencia suficientes que nos permitan liberarnos de
nuestros yugos y de las distorsiones que nos llevan al caos y a la negatividad.
Hugo
Betancur (Colombia)
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