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domingo, 22 de noviembre de 2020

El tesoro de la felicidad

                                                                                                                               Catedral La Sagrada Familia. Barcelona.

EL TESORO DE LA FELICIDAD

Hugo Betancur

 

Desde el momento en que empezamos a tener “uso de consciencia*”, dedicamos muchos momentos de nuestras vidas a reflexionar sobre algunas de las frases más recitadas por la gente que nos rodea: “Busca la felicidad” y “Encuentra la felicidad”, que resuenan en nuestras mentes como órdenes o mantras, inquietantes y recurrentes.

Nos preguntamos: ¿Qué es la felicidad?, ¿Dónde se encuentra la felicidad?, ¿Cómo podemos ser felices? Las respuestas son esquivas, proyectadas como asuntos pendientes porque predominan en nuestras vidas los vaivenes entre la calma y el desasosiego, entre el pasado que no cesa y el futuro incierto.

Asociamos la posibilidad de ser felices con relaciones afectivas, con logros profesionales o laborales, con posesión de cosas; sin embargo, cuando vemos realizados esos designios solo expresamos ostentación o satisfacción ante otros y no un sentimiento exaltado comparable a la promisoria felicidad. (Quitémosle a cualquiera aquello del exterior en lo que fundamenta su aparente felicidad; y podemos preguntarle después qué tesoro queda en su mente. ¿Qué pondrá en reemplazo de lo que ha dejado de tener?)

Tal vez no haya un sendero directo y llano que nos lleve a la felicidad, ni una formula milagrosa que venga de afuera que nos permita realizarla. Como en los relatos literarios, existen los obstáculos y los retos que debemos superar y que nos permitirán resolver los enigmas que ocultan esa joya tan recóndita para la mayoría de los mortales.

No nos basta asumir la condición de buscadores para lograr acceder a la felicidad -porque cada buscador está más enfocado en el objetivo que ha fijado que en los cambios que debe realizar en su mente.  El requisito esencial es la manifestación de una mente atenta, dispuesta a descubrir y utilizar los recursos propicios para modelar esa exótica felicidad -como en los espectáculos de los prestidigitadores, el resultado de cada función depende de la maestría de los ejecutantes y de los instrumentos que usan para representar la realidad que imaginaron.

No hay una ruta visible a los ojos hacia la felicidad. Es una ruta que nuestras mentes intuyen y que nuestros corazones* presienten como la más certera; atraviesa por terrenos abruptos: reconciliarnos con los personajes que nos afectaron –aquellos a quienes calificamos como los egoístas, los engreídos, los soberbios, los utilizadores, los mentirosos, los confundidos, los ignorantes, los estúpidos, los parásitos, los necesitados, los equivocados, los flojos, los farsantes, los depredadores...-. Cuando rebasamos esos senderos escarpados, emprendemos las acciones liberadoras: los abrazos imaginarios en nuestras mentes a los seres que nos amaron con sus actos y sus cuidados -aunque hayan sido muy torpes, o muy discretos, o poco ruidosos-, la gratitud hacia quienes fueron junto a nosotros por los trechos oscuros o tormentosos, las expresiones en soledad de nuestras risas silenciosas por los momentos alegres y de nuestro llanto por los momentos tristes...

Todas estas acciones nos conducen, primero a la satisfacción, luego a la serenidad, luego a la fortaleza, luego a la paz...

Hay dos pesquisas sinceras que nos dan respuestas ecuánimes: qué es lo cierto y qué es lo engañoso. Y lo que mejor nos aclara eso es cuánto bienestar o cuánto malestar nos traen nuestros actos.

Todas nuestras vivencias y relaciones suceden imperativamente: cuando entendemos y aceptamos esto, dejamos de vernos como extraños a nosotros mismos y a lo que nos rodea y asumimos plenamente nuestro personaje; sólo entonces nos damos cuenta que los otros también tienen sus propios roles, sus talentos, sus limitaciones, sus motivaciones, sus cargas -como nosotros.

Desde esa perspectiva, podemos ver la complejidad de la vida y de los seres humanos -cada uno resguardando su idiosincrasia, sus creencias y su vulnerabilidad, y sintiéndose libre en su esclavizante e incomprendido papel. Tal vez la mejor manera de minimizar nuestros temores sea la comprensión de la magnitud de los temores de los demás y de su confusión. 

Nuestra comprensión remueve el obstáculo mayor hacia la felicidad -la separación-, y nos confronta con la tarea intransferible de la disolución del propio ego.

Nuestra historia es una rama del árbol humano común, con las mismas raíces, con la misma savia nutriendo su verdecimiento y su floración y bajo la influencia y ambientación de las mismas estaciones cambiantes y alternadas.

(Los otros obstáculos son la endeble y falsa convicción de la importancia personal, la falta de gratitud por las circunstancias amables del pasado, las distracciones rutinarias, los juicios implacables sobre los comportamientos de otros).

Quien haya vencido esos obstáculos representativos, es posible que tenga los méritos suficientes para descubrir la felicidad. Sin embargo, en ese punto de su viaje, el tesoro de la felicidad no es significativo porque ya la posee: ahora su mente habita en el presente y sabe que la felicidad no es un destino sino un modo de percibir y experimentar el prodigio de la vida.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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*Consciencia. Sustantivo. Proviene de la palabra latina “conscientia”.  'darse cuenta de algo, percibir su aparente realidad').

*Corazón y palabras derivadas: “…término griego καρδια y …latino cor. Cuando el latín vulgar evolucionó hacia las diferentes lenguas romances, casi todas ellas denominaron al corazón con esta última palabra (cor) o con vocablos derivados de ella. Del latín cor derivan, directa o indirectamente, numerosas palabras del lenguaje corriente que a primera vista parecen tener poco que ver con el corazón: acordar y su forma reflexiva acordarse, acorde, acuerdo y desacuerdo; concordar, concordancia, concordante, concordato, concordatario, concorde y concordia; discordar, discordancia, discordante, discorde y discordia; corada; coraje, corajudo y corajina; coral; cordial y cordialidad, cuerdo, cordura y cordal; cordíaco; precordio y precordial; y recordar, recordación, recordatorio, recuerdo y trascordarse.)

https://www.revespcardiol.org/es-etimologia-del-corazon-articulo-13059725

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lunes, 2 de noviembre de 2020

La atención

LA ATENCION*

 

Hugo Betancur

 

La atención es un proceso posible en tiempo presente para nuestras mentes que observan, contemplan, analizan.

 

La atención es una acción voluntaria. Enfocamos selectivamente nuestra mente en algo con el propósito de examinarlo, definirlo, interpretarlo, alcanzar una comprensión que nos permita trascender su apariencia.

 

La atención es un estado de alerta de nuestras mentes en el ahora sobre eventos que suceden, o sobre seres vivos, o sobre fenómenos y cosas. Nuestra atención sobre lo que ocurre en tiempo actual nos permite captar sus características con una definición más evidente.

 

Cuando reflexionamos sobre circunstancias y relaciones del pasado, nuestra atención está limitada por la incertidumbre de la memoria o por las huellas de las imágenes que conformamos según la impresión o afectación que los hechos dejaron en nuestras mentes.

 

Podemos equiparar un estado de atención plena con la meditación: como un acuarelista frente al paisaje, elaboramos un retrato según las formas y colores que percibimos, y plasmamos en nuestras mentes versiones fragmentadas de la vida según lo que somos y según lo que experimentamos en nuestras relaciones.

 

Cuando adoptamos una actitud atenta nos ubicamos como observadores en un umbral de realidad más coherente y eficiente. 

 

Hugo Betancur (Colombia)

 

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*[El  sustantivo atención procede del latín attentio, -ōnis, y el verbo atender proviene del latín attendĕre. En la palabra latina attentio se encuentra el origen etimológico del término atención, vocablo compuesto de tres partes: el prefijo “ad”– que es sinónimo de “hacia”, el verbo” tendere” que podemos traducir como “estirar” y el sufijo –ción que es equivalente a “acción y efecto”.]

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