Mujer con espejo. Escultura de Fernando Botero en Plaza Botero, en Medellín, Colombia.
PASMADOS
Hugo
Betancur
No actuamos con sensatez cuando nos quedamos pasmados mientras la vida
sucede ante nosotros. Debemos avanzar y progresar asimilando las situaciones
imprevisibles en que participamos.
El transeúnte que camina afuera y ve que la lluvia se desata tempestuosa
sobre él debe correr a buscar refugio.
El espectador que observa un paisaje tras un largo invierno y de pronto
se da cuenta que la montaña enfrente de él se derrumba debe alejarse para no
ser sepultado por la tierra.
Quien ve que en el lugar donde se halla se prende un incendio creciente
que lo amenaza debe también alejarse. (Lo mismo debe hacer quien observa de cerca
de un loco furioso en la calle agrediendo con un garrote a los presentes).
Quien se queda pasmado sin reaccionar resolutivamente ante las
circunstancias, va a sufrir por lo que está experimentando, y debe liberarse
para recuperar su equilibrio y su centro.
Un buen observador que analice detalladamente nuestros comportamientos
claudicantes ante los incidentes que afrontamos (y ante eventos psicológicos de
mayor gravedad que nos conmocionan) nos aconsejará de inmediato: "¡Quítate
de ahí! ¡Abandona ese escenario y ese rol que estás representando! ¡Recupera tu
libre albedrío y tu calma!".
Somos certeros y lógicos cuando contemplamos nuestras relaciones y
vivencias con mentes indulgentes que acatan las manifestaciones de la vida y
las atraviesan con fortaleza y optimismo -todo lo que ocurre es incontenible y
actuamos según nuestras opciones (lo que somos en cada secuencia realizable y
lo que podemos o decidimos hacer).
La vida requiere nuestras acciones de restauración y de ajustamiento al
presente. Cuando escapamos hacia la pasividad y la autocompasión somos
atrapados por el pasado y la maraña de acontecimientos que reciclamos con su
lastre de culpas, resentimiento, tristeza, arrepentimientos, nostalgia y
sufrimiento –cuando nos sometemos a ese martirio desvaloramos los episodios
alegres y gratamente memorables de nuestras biografías que son nuestros reales
tesoros.
El sufrimiento es nuestro maestro provisional y no una flagelación*
vitalicia que debamos auto infligirnos día a día imitando a los penitentes que
durante varios siglos han practicado el azote con los flagelos o flagrum**
esperando que el Cielo les conceda la redención y el perdón de sus
pecados como premio.
Hugo
Betancur (Colombia)
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[*La autoflagelación psicológica
podemos definirla como el sufrimiento que nos causamos nosotros mismos al
interpretar como penosos e insuperables los sucesos de nuestras existencias].
[**Un
flagelo o flagrum es un accesorio utilizado para azotar, compuesto de varias
cuerdas anudadas y atadas a un mango de madera].
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