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lunes, 16 de abril de 2012

Ritmos de la vida: acciones y pautas de interacción.





RITMOS  DE  LA  VIDA

Por Hugo Betancur M.D.


Los ritmos de la vida y la vida misma son manifestaciones convergentes de lo existente, ocurren simultáneamente.

La vida y sus ritmos son eventos relacionados: una y otros son sucesos progresivos, son secuencias de acciones y conformaciones.

La naturaleza y los seres vivos expresamos en todo momento atributos y condiciones que propician nuestros ritmos, rápidos o lentos, sutiles o estruendosos, apagados o imponentes.

Las causas producen efectos y los efectos producen otras causas porque todo es movimiento. Aunque los observadores solo fijemos nuestras miradas en la aparente inercia exterior, el movimiento interno prosigue.

Los ritmos parecen suceder como cascadas de eventos diferentes que hemos llamado acciones y retribuciones, contracción y expansión, causas y efectos, estímulos y respuestas, anterior y posterior, crecimiento y decrecimiento, acciones y reacciones, claridad y oscuridad.

Si nos acogemos a los ritmos de la vida, podemos ajustarnos a la transitoriedad de las circunstancias y las relaciones; podemos seguir sus acordes y cumplir sus requisitos –ningún apego, ninguna resistencia, acogernos a sus ciclos y cambios.

Los ritmos de la vida nos anuncian cuándo nuestras relaciones entran en crisis; cuándo las dificultades acumuladas y no resueltas nos ponen en pugna con aquellas personas que nos han acompañado; cuándo todo aquello que consideramos –o que otros consideran- como  negatividades intolerablesse se ha convertido en una barrera de separación. Nos dan indicios, o nos muestran panoramas, muy completos sobre la actualidad de lo que llamamos nuestras relaciones afectivas o de pareja, y nos revelan cuándo llegamos al más alarmante estado de divergencia y de disociación y cuándo los participantes mostramos nuestra mayor indiferencia, o hastío, o agotamiento, o rechazo.

Esos ritmos nos advierten también cuan lejanos estamos de los miembros de nuestra familia y de nuestros amigos –o cuan lejanos están ellos de nosotros-. Nos ponen enfrente como extraños que no reconocemos los nexos de construcción, mutualismo e integración, ni unos propósitos de progreso y fortaleza compartida para las etapas de éxito y para las de aflicción, para las de abundancia y de carencia (donde los roles son alternados: alguien asiste y alguien es asistido, alguien provee y alguien recibe, alguien se muestra confundido y alguien lo acoge y lo guía). O nos ponen enfrente como reconocidos amigos y parientes que valoramos mutuamente nuestra presencia en el cordial encuentro temporal en que coincidimos y en que nos acogemos regocijados y hospitalarios.

Los ritmos de sus vidas –y de nuestras vidas-, nos muestran perentoriamente que muchas personas han cambiado y que lo que son en el presente no corresponde ya a las imágenes que tenemos de ellas. Y nos muestran las respuestas y las soluciones que requerimos sobre nuestros procesos particulares, que hemos dejado pasar de largo porque estamos desatentos, o distraídos, o indiferentes, o simplemente conformes y resignados con los esquemas que aplicamos a nuestra existencia.

Los ritmos de la vida nos colocan insatisfechos y retadores frente a situaciones y relaciones en que no vemos progreso ni compensaciones motivadoras y en las que nos sentimos menospreciados o excluidos. 

Psicológicamente, no es adecuado que nos quedemos estancados o rezagados, rechazando lo que sucede o resintiéndonos contra ello. Como actores, estamos involucrados en las situaciones y debemos representar nuestros papeles dinámicamente; como espectadores, podemos observar atentamente todo lo que pasa en el escenario con un propósito de entendimiento. Con sus fenómenos  variables de prodigalidad y escasez, de expansión y contracción, la vida nos empuja constantemente hacia los cambios.

Estamos envueltos en la trama de la vida: en sus escenarios improvisamos nuestras relaciones y acciones y ensamblamos nuestros personajes con agregados de tradiciones, creencias, cultura y experiencias.

La naturaleza, y todos los seres que habitamos sus espacios ejecutamos los ritmos de la vida.

Esos ritmos son pautas de acción, fenómenos que guían, o propician, o inducen, otros fenómenos, y que proceden de antecedentes conformadores.

Quienes realizan un baile mientras escuchan una pieza musical, siguen la cadencia establecida acomodando sus movimientos a los sonidos cambiantes. Saben que deben “seguir el ritmo” o “adaptarse al ritmo”, tan armoniosamente como les sea posible. Otros  produjeron previamente la melodía  que ellos ejecutan.

Los ritmos de la vida   son acciones y fuerzas desplegadas para producir cambios. Esos ritmos son información activa que fluye a través de los seres vivos y del entorno natural en sus procesos y relaciones.

Los ritmos y los eventos,  comportamientos o acciones tienen un momento* de representación coincidente (el presente de las causas y los efectos).  Ese momento* es un movimiento fugaz en el tiempo y el espacio, es un movimiento incesante, que no puede ser congelado porque ya fue desatado su ímpetu.

Los ritmos de la vida pulsan como evidencias que nos parecen contrastantes a quienes observamos lo que va sucediendo.

Como la vida, esos ritmos son cambiantes. Como cada pieza musical tiene sus ritmos, así  las circunstancias y elementos de la vida tienen los suyos.

Si como seres humanos nos acogemos a los ritmos del ahora, fluimos a corriente con el curso de la vida.

Llamamos acciones pertinentes a nuestras acciones más coherentes con las situaciones y relaciones que atravesamos. Hay momentos óptimos para sembrar las semillas, para que las plantas puedan crecer vigorosas y sanas, para producir y madurar los frutos, para recoger las cosechas. Son los ritmos de vida de las plantas y de la vida en resonancia.

Influimos en los ritmos de la vida y los ritmos de la vida influyen en nosotros. Algunos ritmos son avasalladores y nos subyugan con la energía desplegada; otros ritmos se ajustan a nuestras cadencias momentáneas.

Según nuestras actitudes y comportamientos, algunos ritmos se tornan recurrentes: condiciones y acciones semejantes a las que precipitaron eventos conflictivos, vuelven a producir un efecto parecido si se repiten. Por eso los ritmos de la vida son señales que nos indican qué transformaciones y modificaciones son apremiantes para  restablecer nuestro equilibrio y nuestra paz.

Cuando están presentes los miembros de la familia que han sido convocados, es el momento de tomar la fotografía para nuestro álbum de recuerdos. La reunión familiar dispone el ritmo justo para ese registro gráfico de la celebración. No antes, no después: en el justo momento del encuentro.

Ubicamos los ritmos de la vida en una línea simbólica de tiempo y en unos espacios de ocurrencia, que son referencias para describirlos.

Muchas veces, representando nuestros dramas y nuestros intereses, nos quedamos atascados en situaciones amargas que consumen nuestra energía y nos mostramos desvalidos y recelosos. La vida nos revela entonces sus ritmos incontenibles de cambio y sus inevitables fluctuaciones y nos impulsa a renunciar a nuestra pasividad y nuestro marginamiento. Salimos de nuestro retiro auto impuesto -estado de contracción- y entramos en la comunicación con otros –estado de expansión-.

Volvemos a integrarnos al movimiento de la vida y aceptamos la dualidad como su insustituible premisa de aprendizaje mientras  compartimos las experiencias de nuestras efímeras jornadas.

Hugo Betancur (Colombia)

*Momento o momentum: el instante de tiempo en que ocurre un evento.
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