El amor no reconoce yugos
Por Hugo Betancur M.D
El amor nos retribuye satisfacciones y alegrías duraderas; el
egoísmo nos trae amarguras y pesares también duraderos.
El amor nos impulsa en su movimiento por el sendero de la
unidad; el egoísmo nos estanca en algún punto del camino donde nos separamos de
los otros viajeros porque damos más prioridad a nuestra avaricia que al
privilegio de compartir.
El amor nos permite acoger los valores de la amistad; el egoísmo
nos llena de adversarios resentidos o de cómplices exigentes que nos acompañan
mientras reciben las dádivas que sus intereses han establecido.
El amor hace de nuestro hogar un oasis de paz y de cálida
generosidad; el egoísmo nos ofrece solo una vivienda donde guarecernos: allí la
competencia y las pugnas agotan las relaciones familiares y las parejas
languidecen desesperanzadas.
El amor nos permite perdonar y olvidar lo que consideramos como
ofensas recibidas; el egoísmo nos lleva a hacer inventarios de errores, culpas
y deficiencias que achacamos a otros y nos demanda venganza y castigo contra
ellos.
El amor nos integra en la comunicación sincera y espontánea; el
egoísmo nos condiciona a la comunicación ambiciosa y restringida, haciéndonos
esclavos de las utilidades, de las jerarquías y de la influencia de las cosas
–el valor de cada uno es tasado según su capacidad adquisitiva o según lo que
pueda ofrecer.
El amor nos une y nos permite relacionarnos como iguales en
nuestros aprendizajes compartidos, nos lleva a sentirnos integrados
progresivamente mientras la vida transcurre; el egoísmo nos aísla y nos
mantiene confundidos acerca de las funciones y relaciones que podemos realizar
para disponer nuestra paz y nuestra consciencia de cambio.
El amor es nuestro tesoro de alegría y armonía; el egoísmo nos
somete a sus ínfimas contiendas subjetivas o dirigidas contra otros, el temor
es su trofeo y su más caro recurso de subyugamiento.
El amor nos libera; el egoísmo nos vuelve esclavos auto
justificados y truculentos.
Uno –el amor- es un don, con la libertad como su joya más
emblemática; el otro –el temor- es un estigma, con la soledad como su más
escabroso botín.
Cuando nuestra visión examina el oscuro sistema de creencias que
rige las supuestas leyes del ego, puede mostrarnos las incongruencias y trampas
que ha urdido ese tan endeble amo para aprisionar a sus súbditos.
Solo afirmando nuestra consciencia podemos desarmar los más
intrincados montajes de melodrama preparados por el ego para sus esclavizados
sirvientes -que parecen divertirse con el sufrimiento y sentirse conformes con
el abatimiento creciente que los acosa después de cada función.
Para el ego, la psicología funciona al revés y sus recompensas
también: la melancolía debe ser tomada como sinónimo de alegría y las
relaciones rotas como sinónimo de triunfo y exaltación que deberán ser
mostradas con arrogancia.
Sin embargo, la vida con su sol incontenible y sus paisajes
magnificentes nos muestra la perspectiva equilibrada y protectora de la paz:
bajo sus cálidos colores y sentimientos, lo sombrío desaparece o es relegado
como un contraste fatigoso para los sentidos, mientras representamos con
nuestras voces y nuestros actos fusionados la coreografía de seres congregados
que contribuimos a evolucionar la creación.
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