RITMOS DE LA VIDA
Hugo Betancur
Los ritmos de la vida y la
vida misma son manifestaciones convergentes de lo existente, ocurren
simultáneamente.
La vida y sus ritmos son
eventos relacionados: una y otros son sucesos progresivos, son secuencias de
acciones y conformaciones.
La naturaleza y los seres
vivos expresamos en todo momento atributos y condiciones que propician nuestros
ritmos, rápidos o lentos, sutiles o estruendosos, apagados o imponentes.
Las causas producen efectos
y los efectos producen otras causas porque todo es movimiento. Aunque los
observadores solo fijemos nuestras miradas en la aparente inercia exterior, el
movimiento interno prosigue.
Los ritmos parecen suceder
como cascadas de eventos diferentes que hemos llamado acciones y retribuciones,
contracción y expansión, causas y efectos, estímulos y respuestas, anterior y
posterior, crecimiento y decrecimiento, acciones y reacciones, claridad y
oscuridad.
Si nos acogemos a los ritmos
de la vida, podemos ajustarnos a la transitoriedad de las circunstancias y las
relaciones; podemos seguir sus acordes y cumplir sus requisitos –ningún apego,
ninguna resistencia, acogernos a sus ciclos y cambios.
Los ritmos de la vida nos
anuncian cuándo nuestras relaciones entran en crisis; cuándo las dificultades
acumuladas y no resueltas nos ponen en pugna con aquellas personas que nos han
acompañado; cuándo todo aquello que consideramos –o que otros consideran- como
negatividades intolerables se ha convertido en una barrera de separación. Nos
dan indicios, o nos muestran panoramas, muy completos sobre la actualidad de lo
que llamamos nuestras relaciones afectivas o de pareja, y nos revelan cuándo
llegamos al más alarmante estado de divergencia y de disociación y cuándo los
participantes mostramos nuestra mayor indiferencia, o hastío, o agotamiento, o
rechazo.
Esos ritmos nos advierten
también cuan lejanos estamos de los miembros de nuestra familia y de nuestros
amigos –o cuan lejanos están ellos de nosotros-. Nos ponen enfrente como
extraños que no reconocemos los nexos de construcción, mutualismo e integración,
ni unos propósitos de progreso y fortaleza compartida para las etapas de éxito
y para las de aflicción, para las de abundancia y de carencia (donde los roles
son alternados: alguien asiste y alguien es asistido, alguien provee y alguien
recibe, alguien se muestra confundido y alguien lo acoge y lo guía). O nos
ponen enfrente como reconocidos amigos y parientes que valoramos mutuamente
nuestra presencia en el cordial encuentro temporal en que coincidimos y en que
nos acogemos regocijados y hospitalarios.
Los ritmos de sus vidas –y
de nuestras vidas-, nos muestran perentoriamente que muchas personas han
cambiado y que lo que son en el presente no corresponde ya a las imágenes que
tenemos de ellas. Y nos muestran las respuestas y las soluciones que requerimos
sobre nuestros procesos particulares, que hemos dejado pasar de largo porque
estamos desatentos, o distraídos, o indiferentes, o simplemente conformes y
resignados con los esquemas que aplicamos a nuestra existencia.
Los ritmos de la vida nos
colocan insatisfechos y retadores frente a situaciones y relaciones en que no
vemos progreso ni compensaciones motivadoras y en las que nos sentimos
menospreciados o excluidos.
Psicológicamente, no es
adecuado que nos quedemos estancados o rezagados, rechazando lo que sucede o
resintiéndonos contra ello. Como actores, estamos involucrados en las
situaciones y debemos representar nuestros papeles dinámicamente; como
espectadores, podemos observar atentamente todo lo que pasa en el escenario con
un propósito de entendimiento. Con sus fenómenos variables de prodigalidad y
escasez, de expansión y contracción, la vida nos empuja constantemente hacia
los cambios.
Estamos envueltos en la
trama de la vida: en sus escenarios improvisamos nuestras relaciones y acciones
y ensamblamos nuestros personajes con agregados de tradiciones, creencias,
cultura y experiencias.
La naturaleza, y todos los
seres que habitamos sus espacios ejecutamos los ritmos de la vida.
Esos ritmos son pautas de
acción, fenómenos que guían, o propician, o inducen, otros fenómenos, y que
proceden de antecedentes conformadores.
Quienes realizan un baile
mientras escuchan una pieza musical, siguen la cadencia establecida acomodando
sus movimientos a los sonidos cambiantes. Saben que deben “seguir el ritmo” o
“adaptarse al ritmo”, tan armoniosamente como les sea posible. Otros produjeron
previamente la melodía que ellos ejecutan.
Los ritmos de la vida
son acciones y fuerzas desplegadas para producir cambios. Esos
ritmos son información activa que fluye a través de los seres vivos y del
entorno natural en sus procesos y relaciones.
Los ritmos y los eventos,
comportamientos o acciones tienen un momento* de representación coincidente (el
presente de las causas y los efectos). Ese momento* es un movimiento
fugaz en el tiempo y el espacio, es un movimiento incesante, que no puede ser
congelado porque ya fue desatado su ímpetu.
Los ritmos de la vida pulsan
como evidencias que nos parecen contrastantes a quienes observamos lo que va
sucediendo.
Como la vida, esos ritmos
son cambiantes. Como cada pieza musical tiene sus ritmos, así las
circunstancias y elementos de la vida tienen los suyos.
Si como seres humanos nos
acogemos a los ritmos del ahora, fluimos a corriente con el curso de la vida.
Llamamos acciones
pertinentes a nuestras acciones más coherentes con las situaciones y relaciones
que atravesamos. Hay momentos óptimos para sembrar las semillas, para que las
plantas puedan crecer vigorosas y sanas, para producir y madurar los frutos, para
recoger las cosechas. Son los ritmos de vida de las plantas y de la vida en
resonancia.
Influimos en los ritmos de
la vida y los ritmos de la vida influyen en nosotros. Algunos ritmos son
avasalladores y nos subyugan con la energía desplegada; otros ritmos se ajustan
a nuestras cadencias momentáneas.
Según nuestras actitudes y
comportamientos, algunos ritmos se tornan recurrentes: condiciones y acciones
semejantes a las que precipitaron eventos conflictivos, vuelven a producir un
efecto parecido si se repiten. Por eso los ritmos de la vida son señales que
nos indican qué transformaciones y modificaciones son apremiantes para
restablecer nuestro equilibrio y nuestra paz.
Cuando están presentes los
miembros de la familia que han sido convocados, es el momento de tomar la
fotografía para nuestro álbum de recuerdos. La reunión familiar dispone el
ritmo justo para ese registro gráfico de la celebración. No antes, no después:
en el justo momento del encuentro.
Ubicamos los ritmos de la
vida en una línea simbólica de tiempo y en unos espacios de ocurrencia, que son
referencias para describirlos.
Muchas veces, representando
nuestros dramas y nuestros intereses, nos quedamos atascados en situaciones
amargas que consumen nuestra energía y nos mostramos desvalidos y recelosos. La
vida nos revela entonces sus ritmos incontenibles de cambio y sus inevitables
fluctuaciones y nos impulsa a renunciar a nuestra pasividad y nuestro
marginamiento. Salimos de nuestro retiro auto impuesto -estado de contracción-
y entramos en la comunicación con otros –estado de expansión-.
Volvemos a integrarnos al
movimiento de la vida y aceptamos la dualidad como su insustituible premisa de
aprendizaje mientras compartimos las experiencias de nuestras efímeras
jornadas.
Hugo Betancur (Colombia)
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*Momento o momentum: el instante
de tiempo en que ocurre un evento.
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RITMOS DE LA VIDA. Videoclips
ilustrativos:
Grow Up, Cool Down:
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