SOLO SUEÑOS
Hugo
Betancur
Nuestros sueños son imágenes que forjamos en nuestras mentes. Son ideas
fantasiosas acerca de algo: metas por alcanzar, relaciones que pretendemos
establecer, cosas que queremos conseguir. No tenemos aquello que soñamos y
proyectamos apropiárnoslo en el tiempo por venir y en nuestras mentes:
esperamos que suceda como lo hemos concebido y en muchas ocasiones emprendemos
acciones encauzadas a realizarlo.
Habitualmente, los seres humanos elaboramos un libreto sobre nuestras
historias particulares. Lo iniciamos en la infancia y lo vamos llenando de
datos, de normas de comportamiento, de requisitos, de decepciones, de recuerdos
contrastantes, agradables o ingratos, de juicios y de justificaciones.
En ese libreto que se va volviendo voluminoso, pesado y complejo,
caracterizamos nuestro personaje: lo hacemos impetuoso o aplacado, sutil o
rudo, sincero o engañoso, acogedor o retraído, generoso o avaro.
Elegimos nuestros papeles: podemos representar personajes fanáticos y
presumidos, o personajes ecuánimes y solidarios. Podemos volvernos celebrantes
jubilosos del prodigio de la vida con su alternancia de ventura e infortunio; o
podemos volvernos hacedores de monumentos y altares a lo que nos causó desdicha
y sufrimiento.
Nuestros más preciados sueños tienen a otros seres humanos como
protagonistas en unas relaciones que rotulamos como especiales: deberán darnos
acompañamiento, cuidados, diversión, distracción, fidelidad, amor, exclusiva
entrega. En el plano de la realidad no sucede así.
Excepcionalmente, alguno de esos sueños de rutilante felicidad parece
cobrar vida por momentos y nos sorprende; sin embargo, su duración es limitada:
a medida que pasan los días, el encantamiento se deshace como un papel quemado
azotado por la lluvia, porque no era un amoroso sueño compartido sino un amorío
banal con argumento de pesadilla (la interacción resulta desastrosa y Cupido*
emprende su vuelo espantado).
Otros sueños cumplidos son apenas fragmentos de los sueños originales, y
sus endebles realizadores debutan apagados, monótonos, desprovistos de
optimismo, desesperanzados, languidecen tratando infructuosamente de
completarlos -tan desatinados como quien trata de introducir una pieza cuadrada en
una mortaja circular pretendiendo que sus lados encajen en la cavidad redondeada.
Solo los soñadores que han alcanzado algo de paz en sus mentes y en sus
corazones pueden crear sueños con desenlaces felices que alegren sus vidas y
les permitan trascender los límites de la rutina y de la soledad. Quizá
dispongan de un estado de armonía no egoísta que posibilite la conformación de
una relación mutua donde dos se hacen uno en sus propósitos y en su trato
afectuoso sin ceder su libertad a cambio.
Hugo Betancur (Colombia).
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*Según la
mitología romana, Cupido era el dios del deseo amoroso, hijo
de Venus, la diosa del amor, de la fertilidad y de la belleza), y de Marte,
dios de la guerra. Ha sido representado figurativamente como un niño alado
desnudo, que lleva una aljaba con flechas en la espalda y un pequeño arco en
las manos. Él elige si dispara flechas que al dar en su blanco produzcan
enamoramiento o flechas que produzcan rechazo. Es un dios que asigna alguno de
esos sentimientos opuestos a quien elige, de atracción o de repulsión.
Cupido, del latin
“cupidus”, adjetivo: deseoso, ávido.
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