La dualidad es una de las
características distintivas e inevitables de nuestro mundo y de la personalidad
de cada uno.
La sombra, lo
sombrío, lo velado, es una parte de esa dualidad. Su contraste o complemento es
lo luminoso, lo claro, lo que puede ser conocido de cada ser humano.
Con la expresión
“la sombra” nos referimos a rasgos y actitudes que nos crean conflictos
con nuestra integridad, con la imagen ideal que queremos mostrar a los demás y
con el modelo de ser humano que conformamos en nuestra mente.
La sombra tiene
dos componentes que salen a la luz en nuestras relaciones habituales.
Un componente es
superficial, conocido y definido, representado en las situaciones y actividades
que nos atraen porque nos parecen placenteras, vedadas, censuradas y muy
tentadoras para nuestras mentes, que a veces nos subyugan bajo la imagen de
aventura y complacencia que les hemos dado. En esas situaciones y actividades
somos tomadores de lo que otros nos prodigan, somos disfrutadores halagados y
acomodados que acaparamos sus dádivas y eso nos lleva a sentir
percepciones de culpa -en ocasiones calificamos públicamente comportamientos
similares de personas distintas a nosotros como repulsivos
y egoístas para dar una imagen de "decencia" que nuestros
actos contradicen y ocultamos nuestras intenciones e intereses utilitarios o
maquinadores para evitar el riesgo de ser rechazados y discriminados por los
demás.
El otro
componente es profundo, desconocido y enigmático, representado en lo inconsciente,
las tendencias o comportamientos imprevistos que no hemos definido como propias
y que manifestamos impulsivamente, provenientes de lo más recóndito
de la psiquis1 de cada uno.
Los dos
componentes son disociadores porque no corresponden a lo que somos. Nos
permiten mimetizarnos con el entorno en la apariencia y mantener en secreto
nuestra farsa.
Nuestra sombra
nos incita a realizar acciones o comportamientos “pecaminosos” que nos procuren
placer o satisfacción –y que, para nuestra desventura, no relacionamos con las
consecuencias ulteriores que atraerán sobre nosotros o sobre los demás. Para
disimularlos improvisamos la imagen ficticia de bondad que exhibimos a los
demás. Nos ponemos la careta o máscara social para convencerlos sobre la autenticidad
de nuestro rol de actuación afectuoso y solidario.
El pecado es un
juicio sobre las acciones humanas. Según unas leyes y normas provenientes de
líderes e instituciones religiosas, es considerado como una transgresión contra
los mandatos morales de comportamiento. Algunos personajes e instituciones se
han arrogado el papel de jueces y de sancionadores contra quienes se atreven a
infringirlos -siempre con la doble moral como fondo "lo que otros hagan es
condenable y lo que nosotros hacemos es justificable (aunque las acciones y los
resultados sean similares).
Nuestras
acciones sombrías se ajustan al listado y descripción de los siete pecados
capitales establecidos por la iglesia católica romana y fundamentados en la
tradición doctrinaria judeocristiana.
Esos siete
pecados capitales2 podemos considerarlos en nuestro ideario
actual como comportamientos egoístas disociadores, como errores en las
relaciones, porque cuando los experimentamos para nuestra complacencia
particular afectamos nuestras vidas y las de otros seres humanos.
Sin
embargo, en esa lista de pecados graves faltan los comportamientos más
destructivos: la violencia, el engaño y la esclavización –confrontados con esos
eventos, algunos seres humanos deberán someterse y sacrificarse para que otros
predominen y realicen sus proyectos de vida y sus fantasías.
Defino los pecados capitales:
-Lujuria: el
propósito o los deseos obsesivos relacionados con el placer, con los cuerpos o
las imágenes sensuales.
-Pereza: la
resistencia a la acción o la negligencia en lo que hacemos.
-Gula: el apetito
desmedido hacia la comida o la bebida.
-Ira: disposición
hacia comportamientos y reacciones hostiles contra otros por sus acciones o por
las características de sus personalidades.
-Envidia: la
ambición de poseer lo que pertenece a otros –lo material o los atributos
físicos y de sus personalidades.
-Avaricia: tendencia
a poseer y acumular las cosas materiales –a veces también cargos o jerarquías
de poder o control sobre los demás.
-Soberbia: la presunción de
superioridad sobre otros. Es una sobrevaloración subjetiva, una exaltación de
la importancia de sí mismo. Es sinónimo de arrogancia, de orgullo, de
egolatría, de vanidad.
Nuestros juicios
sobre otros o sobre nosotros mismos nos llevan a decretar o atribuir las
culpas.
Por esas culpas
determinamos la aplicación de un castigo.
Respecto a otros ese castigo no debe
ser postergado ni anulado.
Respecto a nosotros, la sombra
concluye que nuestras culpas deben ser diluidas en las justificaciones, o
atribuyendo nuestra responsabilidad a otros por medio de una proyección o un
desplazamiento, o, en casos extremos, ocultándolas por medio de una negación
tajante.
Todos estos
comportamientos son distorsiones de la realidad compartida que nos llevan a
mantener los conflictos y el malestar cuando la pelota lanzada rebota contra
nosotros –cerrando el círculo de acción y reacción, estímulo y respuesta, causa
y consecuencia.
La sombra no es
lo que somos, sino una parte de lo que somos. Podemos sacarla sin temor a la
luz para definir sus atributos y para liberarnos de nuestros yugos. Lo conocido
deja de ser inaccesible y temido cuando alcanzamos nuestra comprensión.
Hugo Betancur (Colombia)
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1. La psique o
psiquis, palabra proveniente del griego ψυχή, psyché, que significa «alma».
2. Los siete pecados capitales fueron
promulgados por el papa romano Gregorio Magno (540-604) en el siglo VI,
en este orden de notoriedad: lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y
soberbia.
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