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domingo, 5 de octubre de 2025

Matar lo que no amamos

 

“Linterna de los muertos. Aquí las cenizas de los deportados incinerados en el crematorio y desaparecidos fueron esparcidas por orden del líder nazi del campo de concentración de Natzweiller-Struthof".  (Natzweiller-Struthof, único campo de exterminio nazi sobre territorio francés, en Alsacia).


MATAR, DESTRUIR, ELIMINAR, ANIQUILAR…


Hugo Betancur


Tiene vida todo aquello que puede manifestar su existencia con formas físicas, acciones, movimientos, expresiones: lo que puede ser observado y evidenciado También tiene vida lo que podemos imaginar, lo que contamos a otros, lo que pensamos, lo que recordamos porque ocurrió -aunque nuestra memoria, por capricho o por incertidumbre pueda tergiversarlo o rehacerlo acomodándolo a nuestro guion ansiado-, y quizás tengan vida los relatos  que armamos como si hubieran sucedido para darle luminosidad y poesía a nuestras insuficientes vivencias.


Los seres vivos dotados de locomoción y de órganos de los sentidos, que tenemos la capacidad de movernos hacia otros escenarios y relaciones, podemos hacer elecciones cambiantes para nuestros destinos; los seres vivos anclados a sus nichos deberán consumir su existencia en los entornos en que nacen y donde manifiestan sus atributos y la finitud de su ser.


La idea de matar* surge en las mentes desprovistas de amor y de paz -o en las mentes confundidas por proyecciones de resentimiento, odio, venganza, culpa y adversidad- y está enfocada habitualmente contra seres vivos, cosas, culturas, colectivos religiosos y políticos o grupos étnicos, eventos psicológicos. Estas ideas de matar son incubadas por el ego altivo que clama por la muerte física, en ocasiones del mismo personaje o ser humano que lo tiene como una parte de su mente -a quien acosa con un mandato demente “mata al que sufre”, que si es cumplido culmina con el suicidio (aquí la muerte da fin a la asociación del personaje y su ego, perecen los dos); otras veces la orden macabra va enfilada contra otros** “mata a quienes te hacen sufrir”, lo que si es obedecido culmina con el homicidio.


Ese ego frustrado y retaliador decreta además unas muertes simbólicas de aquello que le causa malestar en el presente -aunque haya ocurrido en fechas muy lejanas-: relaciones deshechas, planes frustrados, desilusiones y desengaños (todo eso debe ser borrado de la memoria).


Como contraste, el personaje que es controlado por su ego, rehúsa las conciliaciones, ignora la gratitud, evade las responsabilidades y los cambios que le traerán progreso, persiste en mantener los conflictos con la obsesión de vencer a otros a medida que la línea del tiempo se extiende.


Los escenarios que ocupamos, las relaciones que cumplimos, las tareas y aprendizajes que debimos realizar o que evitamos hacer, los papeles que representamos, eran las opciones disponibles en cada momento. Si tomamos la decisión de absolvernos y absolver a los otros actores en esos episodios cargados de emotividad en que participamos, adoptamos una disposición de empatia que libera nuestros temores.


Hugo Betancur (Colombia)

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*Matar [RAE]: Del lat. mactāre 'inmolar', 'sacrificar'.

-tr. Quitar la vida a un ser vivo. U. t. en sent. fig.

-tr. Hacer que algo deje de estar presente. Matar el hambre, el aburrimiento.

**[Las personalidades autoerigidas como las más importantes y más inteligentes han protagonizado  la desmesura de sus egos y de sus planes de dominio en la historia humana: alcanzaron sus roles de depredadores como monarcas, generales, jerarcas de religiones y naciones, lideres de huestes armadas con objetivos de conquista -todos han utilizado el homicidio como su instrumento de aniquilación. Para implementar su poder y autoridad sobre los pueblos mandaron a sus tropas a guerras e invasiones donde sus sirvientes fungieron como asesinos, como combatientes inmolados, como lisiados que retornaban rotulados como héroes, como masas dóciles lanzadas al ejercicio de la violencia en los campos de batalla. Los promotores de todas esas tragedias tienen su puesto en el prontuario de la infamia como villanos y psicópatas de sombría recordación -en nuestro tiempo proliferan como parásitos de los países en las posiciones encumbradas que han usurpado].

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El placer y el sufrimiento, nuestras percepciones contrastantes.

                                                                                                            Fotografía por Hugo Betancur

EL PLACER  QUE  NO  PERDURA

Hugo Betancur

 

El placer alcanzado siempre es insuficiente. Cada uno de nosotros valoramos nuestras experiencias según la manera como las hemos percibido,  según el significado que le dimos o según las expectativas que tuvimos. La conformidad o inconformidad que expresemos dependerá de un resultado previsto.

El placer es una sensación y una percepción que nuestras mentes interpretan según nuestra subjetividad. Cada uno de nosotros aplicamos enfoques y archivos de memoria diferentes para evaluar nuestras vivencias. Como observadores vemos lo que podemos ver y lo juzgamos desde nuestras posiciones. No podemos ver más allá de lo que alcanza nuestra visión y nuestra comprensión.

El placer y el sufrimiento son afines. Cuando pretendemos conservar o mantener el placer encontramos la limitación para experimentarlo como lo concebimos inicialmente, con el esplendor con que lo imaginamos, con la emotividad exultante con que nos dispusimos a vivirlo. Es entonces cuando el sufrimiento empieza a manifestarse en nuestras mentes, porque los objetos de placer o los personajes a quienes dimos la función de proveérnoslo aparecen brevemente en el panorama que podemos tener ante nosotros para luego disiparse, como nuestras palabras de cada instante a pesar de nuestra elocuencia, etéreos, insustanciales, escurridizos.

Las vivencias de placer atrapan nuestras mentes mientras experimentamos las sensaciones pertinentes, para quedar solo como un recuerdo después, cada  vez que el movimiento de la vida nos impulsó hacia otras acciones y relaciones. Esas vivencias ocurren súbitamente y se hacen ineludibles para cada uno porque nos sentimos forzados a participar en su realización: estamos inmersos en el juego de la vida y nos toca replicar a nuestros semejantes para que las escenas tengan sentido y los actores hagamos nuestras representaciones según nuestros atributos y nuestra versatilidad.

A veces desempeñamos nuestros papeles con una teatralidad excesiva, tal vez memorable por el énfasis que ponemos; en otras ocasiones somos actores precarios con un discurso plano e insuficiente. Podemos quedar atrapados en la trampa del placer porque lo alcanzamos en alguna medida o porque sólo sigue siendo un objetivo de nuestras mentes. Se nos convierte en una obsesión, evidente o disimulada, que nos llena de avidez o de frustración.

Todo lo que puede proveernos de placer está sujeto a los cambios contundentes de la vida. Todas las filosofías humanistas han destacado la impermanencia como una ley de la existencia: la transformación del observador y de lo observado en todo momento. Y el placer es demasiado volátil, inconsistente, inestable. El placer que derivamos de nuestras relaciones con la vida es algo así como el néctar que toman los colibríes picoteando velozmente cada flor, sin saborearlo y llevándoselo consigo –tal vez puedan repetir una acción parecida miles de veces y quizá sea el néctar lo que los atraiga; sin embargo, el ritual es efímero y corresponde a la energía del momento y a los recursos disponibles que cambian continuamente.

“Sólo nos pertenece o permanece con nosotros aquello que no puede sernos arrebatado”. La experimentación exhaustiva de las situaciones placenteras nos lleva al agotamiento o a la monotonía, al hastío o al desdén, lo que significa sufrimiento para nosotros. También lo que consideramos la pérdida del objeto de placer o de la posibilidad de repetir los eventos placenteros nos produce sufrimiento: nos sentimos despojados de una pertenencia que asumíamos como permanente y nos mostramos desdichados volviendo a la condición de niños necesitados y dependientes.

En ocasiones, empeñados en obtener las experiencias de placer quizá nos comportamos como los animales que persiguen a su presa sin percatarse del cazador que los acecha desde su escondite con su arma preparada (porque a veces las circunstancias de placer parecen algo así como una trampa montada por quien corre tras el placer o por quien lo ofrece esperando una retribución –y a veces me parece que la misma naturaleza de la vida ha posibilitado la trampa del placer para lograr la perpetuación de la especie humana valiéndose de los acercamientos y contactos sexuales que culminan en la procreación.

Cuando entramos en conflicto, el placer –o, más explícitamente, la ilusión del placer- es lo que consideramos haber perdido, lo que se fue. El sufrimiento es lo que queda a cambio, lo que permanece como rezago o consecuencia del placer que ya no está más.

En nuestras mentes, entramos en choque y olvidamos agradecer las circunstancias y relaciones que nos han sido placenteras y amables. Como contraste, nos embelesamos en nuestros lamentos y nuestras crónicas tristonas y con eso le quitamos la calidez y el valor a las vivencias positivas que nos animaron y nos motivaron.

El juego de la vida nos invita a participar resueltamente apropiándonos de las situaciones y sintiéndonos parte de cada secuencia de la trama en ejecución. Cada uno de nosotros puede decidir qué impresión deja de su paso por esos ambientes donde recreamos los personajes que nos son permitidos y las historias que nos permitirán progresar en los aprendizajes de nuestro ser.

Hugo Betancur (Colombia)

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