Sin embargo, los conflictos
son reacciones de nuestros egos: somos parte del problema creado.
Hugo Betancur
Cada vez que reaccionamos conflictivamente, percibimos que algo o
alguien nos afectó. Nuestra reacción es subjetiva y corresponde a esta
interpretación: “Algo que viene de afuera me está causando esto que siento”.
¿Quién o qué siente o
experimenta esa emoción de afectación? ¿Quién o qué afecta? ¿Cómo somos
afectados?
Cuando nuestras expectativas o
planes son satisfechos, nos mostramos complacidos, exitosos y conformes –no
aparece ninguna manifestación de conflictividad. Nuestras personalidades fluyen
aparentemente armoniosas con los eventos o relaciones que nos han posibilitado
la experiencia placentera.
Cuando nuestras expectativas o planes no son satisfechos, nos mostramos
molestos, frustrados, inconformes –aparecen las manifestaciones de
conflictividad: hostilidad, mal humor, tristeza o rabia, malestar. Nuestras
personalidades entran en pugna con los eventos o relaciones que han propiciado
la experiencia que consideramos negativa. Otros no han cumplido la función de
agradarnos o de representar los papeles que les hemos asignado. En nuestras
mentes, volvemos a ser niños que dependen de las acciones de otros para ser
agradados y servidos y reaccionamos agresiva o rabiosamente contra quienes no
nos proporcionan ese trato que ansiamos.
Obviamente, nos relacionamos
como seres humanos con personas o situaciones que nos afectan en nuestras
mentes o en nuestros cuerpos. Vivimos en un mundo inequitativo donde
participamos de los problemas no resueltos y de las cargas culturales heredadas
de nuestros ancestros. Somos conmocionados por los fanatismos provenientes de
las religiones, las culturas y los sistemas políticos. Recibimos un legado de
creencias represadas, atiborrado de sentimientos de venganza, de odios, de
discriminación racial y de nacionalismos divisionistas. La violencia de otros
puede causarnos daños físicos o psicológicos; otros pueden afectar nuestras
existencias y podemos considerar legítimas nuestras reacciones o protestas
–nuestra economía, nuestros recursos materiales, nuestra supervivencia pueden
ser afectados por las acciones de otros (personajes aislados o colectivos
humanos, autoridades o instituciones).
En nuestras relaciones
afectivas particulares se refleja todo ese cúmulo de influencias del entorno y
del pasado. Muchas veces seguimos comportamientos de nuestros grupos sociales y
familiares que son habituales y considerados como correctos aunque nos atraigan
disociación y pugnas cuando interactuamos con nuestros allegados y nuestras
parejas.
Al actuar guiados por nuestros
egos ventajosos, o ambiciosos, o con una mentalidad infantil de ganancia y
dependencia o condicionamiento respecto a otros, entramos fácilmente en
terrenos de conflicto y agresividad. Nos declaramos conquistadores y amos de
las mentes y cuerpos de otros o en adversarios porque no logramos conciliar con
ellos y porque esperamos su sujeción y obediencia a nuestros proyectos y a la
programación que les hemos asignado.
La libertad de otros que
aceptamos es la libertad que establecemos en nuestras vidas, considerando que
ellos sólo se ajustarán a nuestros planes si lo sienten como adecuado o como
espontáneamente factible y que todos tenemos la opción de ejercer la autonomía
como una responsabilidad y como un pilar del libre albedrío.
Y es lógico que entendamos que
la paz y el equilibrio de nuestras mentes proviene de relaciones cordiales y
constructivas, y que nuestro bienestar y nuestra tranquilidad reflejan lo que
obtenemos en esa interacción. Y por contraste, igualmente podemos deducir que,
si experimentamos estados de malestar y desasosiego, eso evidencia que nuestra
relación con eventos y seres humanos no es gratificante y que los nexos
transitorios parecen desiguales y ambiguos.
Hugo Betancur (Colombia)
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UNAS REFLEXIONES
SOBRE LA HISTORIA DE BUDDHA*
Podemos imaginar la existencia de Buda. Primero como el príncipe Siddharta Gautama, habitando en un palacio, bajo la protección de su padre. En la tercera década de su vida mostró una notable tendencia a apartarse de los mandatos tradicionales y a emprender su propio aprendizaje. Las historias relatan que salía furtivamente hacia las afueras de la ciudad acompañado por un cochero con el propósito de enterarse cómo era la vida de los demás. En esas incursiones tuvo cuatro encuentros que lo conmovieron como espectador: al salir por la puerta oriental del palacio pudo observar a un anciano, decrepito y frágil; al salir por la puerta meridional vio a un enfermo grave; al salir por la puerta occidental vio un cadáver; al salir por la puerta septentrional vio a un religioso mendicante.
El
príncipe Siddharta Gautama se dio cuenta que la vejez, la enfermedad y la
muerte eran los símbolos más evidentes del sufrimiento humano, y que la
inclinación religiosa representaba un emprendimiento particular de pesquisa
sobre la vida y sobre sí mismo que cada uno podía asumir o dejar de lado según
el estado de su consciencia.
Siddharta
abandonó el palacio de su padre y se desligó de toda la parafernalia inherente
a su condición de príncipe. Incursionó en lo que llamamos “la búsqueda de la
verdad”, su inquisición esencial sobre cómo establecer la armonía y la paz como
un ser humano autónomo.
Una
vez alcanzado el estado de consciencia plena sobre sí y sobre la vida, el
principe Siddharta fue llamado Buddha -"el Iluminado".
Desde
esa condición de su mente, descubrió las “Cuatro Nobles Verdades”:
1. La noble verdad de la manifestación de “duhkha”** (el sufrimiento): la desilusión
o sufrimiento representados en el nacimiento, la vejez, la tristeza, los lamentos, el dolor,
la pena y el desespero, la desesperanza, la asociación con lo que no amamos o
la separación de lo que lo que amamos o decimos amar, no conseguir lo que
deseamos.
2. El origen de “duhkha” (el sufrimiento): el
apego hacia aquello con lo que nos relacionamos y las pasiones que nos sacuden
pretendiendo obtener placer a través de los sentidos: la obsesión porque algo suceda o la obsesión porque algo
no suceda.
3. La noble verdad del cese de “duhkha” (el
sufrimiento): atenuar y des-hacer el apego, la renuncia, el abandono y la
liberación de su yugo, liberar ese apego y esas expectativas porque algo
aparezca o porque algo no aparezca.
4. La noble verdad de las acciones o
comportamientos que nos permiten el cese de “duhkha” (el sufrimiento) por medio
de la práctica del “Óctuple noble sendero”:
El
Óctuple Sendero
contemplaba realizar estos atributos:
-Comprensión correcta
-Pensamiento correcto
-Palabra correcta
-Acción correcta
-Ocupación correcta
-Esfuerzo correcto
-Atención correcta
-Concentración correcta
*En
idioma sánscrito, el término buddha (बुद्ध) significa ‘despierto,
iluminado, inteligente’.
**Duhkha.
En lengua pāḷi, Dukkha,
significa: Descontento. Desilusión. Insatisfacción. Sufrimiento. Incomodidad. Dolor. Intranquilidad.
Imperfección. Malestar. Fricción. Pesar. Frustración. Irritación, Presión. Ir contra corriente. Agonía. Vacío. Tensión. Angustia existencial, "la carga o peso
existencial inherente a la condición samsárica (humana)".
Duḥkha es un término de difícil traducción. No existe un término equivalente exacto en las lenguas europeas ya
que Duḥkha tiene un
significado muy amplio y abierto en el idioma original, que engloba diversos
significados. Un ejemplo de Duḥkha dado por Buda es el estar
con alguien que no te gusta y el no-estar con alguien que te gusta. Históricamente, la traducción más común en occidente ha sido sufrimiento, lo que ha
generado una visión pesimista del Budismo. Sin
embargo, descontento o insatisfactorio están más cerca al sentido de esta palabra en los
textos originales.
https://es.wikipedia.org/wiki/Buda_Gautama
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