EDUCACION, AUTOCONCIENCIA, AUTONOMIA DE LA MENTE
El texto que sigue se publicó
originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada
(París. UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXXI, n° 2, junio
2001, págs. 273-286 ©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 2001.
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siempre que se haga referencia a la fuente:
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J. KRISHNAMURTI (1895–1986)
Meenakshi Tapan*
La influencia del filósofo J.
Krishnamurti en la idiosincrasia de la educación alternativa india ha sido
inconmensurable, aunque muchas veces no se deje sentir en la educación
secundaria formal.
Krishnamurti no era un educador en el sentido
estricto o formal de la palabra, ya que carecía de títulos oficiales que lo
autorizaran a divulgar o promover objetivos de la educación o a fundar centros
educativos. A todas luces, su preocupación por lo que él entendía como “buena
educación” no obedecía al deseo de ofrecer soluciones temporales a los
problemas de la sociedad, ni a un intento de paliarlos enseñando simplemente a
la población a leer y escribir.
Se ha descrito a Krishnamurti
como “un maestro revolucionario […] que trabajaba incansablemente para
despertar a la gente, despertar su inteligencia, su sentido de la
responsabilidad, despertar una chispa de descontento”, y su compromiso con este
despertar de las conciencias se basaba indudablemente en una “fuerte pasión
moral” (Herzberger y Herzberger, 1998), que fue el fundamento de su búsqueda
incesante de una “buena sociedad”, fundamentada a su vez en los “valores
correctos” y las “relaciones correctas”.
Krishnamurti fue un filósofo cuya apasionada
búsqueda de la “buena sociedad” no se basaba en ninguna tradición religiosa o política
concretas. No pretendía seguir una vía determinada para infundir la “bondad” en
los individuos y en la sociedad. Para ello no se apoyaba en ningún instrumento
o medio externos, sino en un descubrimiento interior que debía trascender la
materialidad del cuerpo y originar una “mutación” en la mente humana.1 Así
pues, el cambio no podía venir por medios externos, ya fueran éstos
revoluciones políticas o movimientos sociales, sino solamente a través de una
transformación total de la conciencia humana que no requería prácticas de tipo
mecánico, como ciertos ritos religiosos, ni la adhesión a ningún dogma.
Krishnamurti fomenta, por el
contrario, la “mirada crítica” o el “conocimiento sin elección” como forma de
autodescubrimiento (Martin, 1997, pág. xi), en lugar del “pensamiento crítico”,
procedimiento más conocido. [79499 2]
La filosofía de Krishnamurti,
que rechazaba todo apoyo espiritual o emotivo y que no admitía ningún apego
psicológico o intelectual a la persona del maestro, no podía ser vista con buenos
ojos en la India. Además, su tarea resultaba bastante difícil, sobre todo
teniendo en cuenta que la tradición hindú de la India se basa en una fe
inquebrantable al maestro y una devoción incondicional a su persona como medios
para alcanzar el bienestar psicológico, espiritual y social.
La ruptura de Krishnamurti con
la tradición y con toda forma de autoridad demuestra su gran fuerza como
filósofo, pues de hecho fue como una bocanada de aire fresco para cuantos
pugnaban por penetrar en las profundidades de la conciencia y la existencia por
las vías tradicionales del entendimiento.
La “buena sociedad”
En sus aspiraciones a una
“buena sociedad”, Krishnamurti daba gran importancia a la relación del
individuo con la sociedad y a la responsabilidad de cada cual en el
advenimiento de esa “buena sociedad”: “Eres depositario de toda la humanidad.
Tú eres el mundo y el mundo eres tú. Y si se produce un cambio radical en la
estructura misma de la psique de un individuo, ese cambio afectará a toda la
conciencia de la humanidad” (Krishnamurti, 1993, págs. 133-134).
En su afán de propiciarlo,
Krishnamurti dio prueba a lo largo de toda su vida de una constante
preocupación moral por la “buena” sociedad: Nos interesa una forma de vida
diferente [...] una sociedad buena. El que os habla se interesa por lograr una
sociedad buena, en la que reinen el orden, la paz, la seguridad, alguna forma
de felicidad, y que sobrepase todo ello en su búsqueda de algo que es
inconmensurable. Tenemos que conseguir [...] una sociedad que sea esencialmente
buena [...] sin violencia, sin las contradicciones de tantos dogmas, creencias,
ritos, dioses, sin divisiones económicas nacionales (Krishnamurti, Ojai, 1979,
citado por Herzberger y Herzberger, 1998).
Está claro que en este tipo de
sociedad no tendrían cabida las divisiones por castas, clases, lenguas ni
regiones.
La importancia que Krishnamurti
otorga a la “bondad” como piedra angular de esa nueva sociedad es su punto de
partida para reclamar una sociedad sin contradicciones ni dicotomías de ningún
tipo.
Una sociedad sin “divisiones
económicas nacionales” implica indudablemente una sociedad sin clases y este
aspecto del pensamiento de Krishnamurti pone de manifiesto su obvio interés por
poner fin a las desigualdades económicas y sociales derivadas del poder
material. Ahora bien, según Krishnamurti, nada de esto sería posible sin una
renovación o transformación internas.
El descontento de Krishnamurti
con el orden mundial vigente procedía de su entendimiento de la condición
humana, que no permite al individuo ser realmente feliz, [79499 3] atrapado
como está en un universo psicológico de penas, celos, dolor, ira, envidia y
relaciones problemáticas.
Este torbellino interno, según
Krishnamurti, no podía conducir a unas relaciones armoniosas, es decir, a una
sociedad buena. Sólo podía ser fuente de conflictos y contradicciones,
generadoras de división y caos, que daban lugar su vez a la explotación, la
opresión y la guerra.
Este era el planteamiento de la
búsqueda de Krishnamurti de un tipo de sociedad nueva y diferente que haría
surgir la armonía y el bienestar entre personas y grupos.
La “sociedad buena”, tal y como
Krishnamurti la veía, suponía ciertamente una forma de “ser” y “actuar” en este
mundo y no un sueño lejano o un ideal utópico al que tratara de llegar por
medio de un proceso gradual de cambio.
A menudo se le ha considerado,
en su búsqueda de la “sociedad buena”, un idealista utópico en medio del
torbellino social y el caos psicológico de nuestros tiempos.
Sin embargo, insistía mucho en
afirmar que “en teoría podemos diseñar el modelo de una espléndida utopía, un
mundo nuevo y feliz, pero [...] nuestros problemas existen en el momento
presente y sólo se pueden resolver en el presente” (citado en Martin, 1997,
pág. 11).
Se trata, pues, de una tarea
urgente que hay que entender y acometer de inmediato.
La “urgencia del cambio” era un
estribillo constante en las conferencias públicas de Krishnamurti y en sus
charlas con los maestros y alumnos de las escuelas que fundó en la India, en
Inglaterra y en los Estados Unidos.
No había en el anhelo de
Krishnamurti de una buena sociedad el menor afán de conseguir ningún tipo de
poder, autoridad o legitimidad por medio de la fundación de escuelas para la
transformación del ser humano. De hecho, en 1929 abandonó las organizaciones
oficiales y se abstuvo de todo intento de institucionalizar o formalizar la
búsqueda de la buena sociedad, que sólo consideraba posible por medio de una
renovación interna.
Entonces, ¿por qué creía Krishnamurti que la
clave del verdadero cambio, tanto para la revolución interior como para la
sociedad, residía en la educación? O, cosa aún más curiosa, ¿por qué se
empeñaba en fundar escuelas entendidas como comunidades de personas que
trabajaban en colaboración, como un avance hacia la “iluminación” del ser
humano?
La cuestión no es tan
contradictoria como parece, porque el enfoque de Krishnamurti de una educación
holística es esencial para una renovación interna capaz de llevar a cabo la
transformación social y de culminar en el cambio social.
Datos biográficos de
Krishnamurti
Jidhu Krishnamurti nació el 11 de mayo de 1895
en Madanapalle, en el estado de Andhra Pradesh, en la India del sur, cerca del
Centro de Educación de Rishi Valley, la institución que [79499 4] fundó en
1928. Su padre, funcionario en el Departamento Fiscal de la administración
colonial, tenía otros cuatro hijos. Una vez jubilado de la administración
pública, ofreció sus servicios a la Sociedad Teosófica de Chennai (entonces
llamada Madrás) a cambio de alojamiento para él y para sus hijos.2
En 1909, la familia se trasladó
a Adyar, Chennai (Lutyens, 1975, pág. 8).
En sus primeros años,
Krishnamurti y su hermano Nityananda fueron adoptados por la Dra. Annie Besant,
presidente de la Sociedad Teosófica, que vio en el muchacho algunas cualidades
espirituales que lo distinguían de los demás y en las que más tarde se basarían
Mrs. Besant y otros teosofistas para proclamar a Krishnamurti vehículo del
Maestro Mundial que tenía que llegar, según decían, para salvar a la humanidad.
Con objeto de preparar al mundo
para su advenimiento, en 1911 se fundó una organización llamada Orden de la
Estrella de Oriente, dirigida por Krishnamurti. La función de Maestro Mundial y
dirigente espiritual recayó sobre él a una edad relativamente temprana, y esta
tremenda responsabilidad tuvo por fuerza que influir en su propia evolución
psicológica. Sin embargo, este proceso no culminó con la llegada del Mesías
Mundial ni llevó a Krishnamurti a anunciar o proclamar su superioridad sobre
los demás. De hecho, tuvo el efecto contrario.
Aunque Krishnamurti recibió
toda la formación y las enseñanzas propias de un futuro Maestro Mundial,
desarrolló una visión independiente tanto sobre la naturaleza de la búsqueda
como sobre el papel que a él mismo le correspondía en la constitución de la
buena sociedad.
El 3 de agosto de 1929, en un
discurso histórico y lleno de energía, Krishnamurti disolvió la Orden de la
Estrella: Afirmo que la Verdad es una tierra sin caminos y no podéis alcanzarla
por camino alguno, ni religión, ni secta [...] Como la Verdad no tiene límites
y es incondicional e inalcanzable por ningún camino, no se puede organizar ni
se debe fundar ninguna organización que lleve o fuerce a la gente por ningún
camino concreto [...] Mi único interés es lograr que el hombre sea absoluta e
incondicionalmente libre (Krishnamurti, 1929).
Krishnamurti, al romper con la
Sociedad Teosófica y todo el aparato correspondiente, reafirmaba su
independencia y sus “enseñanzas” se desplegaron, por así decirlo, por el resto
de sus días. Krishnamurti no se autoproclamaba un Maestro de la Verdad cuyas
enseñanzas había que seguir para alcanzar el Nirvana o el autoconocimiento. No
creía que esa autoridad pudiera realmente ser el principio de la percepción y
el cambio del individuo.
Así pues, el “viaje del
entendimiento” tenía que hacerlo cada cual, lo que implica descartar toda forma
de autoridad: “para ser una luz para nosotros mismos, hemos de liberarnos de
toda tradición, de toda autoridad, comprendida la de quien habla, de manera que
nuestras propias mentes puedan mirar, observar y aprender” (Krishnamurti, 1972,
pág. 52). [79499 5]
Krishnamurti rechazaba la idea
de que “la enseñanza” consiste en aprender primero algo para después ponerlo en
práctica. Cuando se le preguntaba cuál era su enseñanza, respondía que se
trataba de compartir, de participar, más que de dar o recibir algo. También
hacía hincapié en lo instantáneo de la transformación: “no es algo que se vaya
realizando gradualmente a base de esforzarse, buscar o ir adaptando
paulatinamente la propia vida, la propia conducta y la forma de pensar a algún
ideal” (Holroyd, 1980, pág. 35).
“Hacerse” o “ser” no tienen sentido para
Krishnamurti, pues se trata de un estado intemporal. La búsqueda de
Krishnamurti del autoconocimiento o autodescubrimiento no aleja mucho al sujeto
de sí mismo. En este sentido hay que entender la máxima que solía repetir
Krishnamurti: “la enseñanza eres tú mismo”. Tampoco hay una culminación de este
proceso de autodescubrimiento: “sólo existe el viaje. No hay un conocimiento
total de uno mismo, sino más bien un proceso de conocerse a sí mismo que no
termina nunca” (Jayakar, 1982, pág. 82).
La buena educación
La educación constituye el
núcleo central de la visión del mundo de Krishnamurti. De hecho, dedicó toda su
vida a proclamar que la educación era el agente no sólo de la renovación
interna, sino también del cambio social. Por lo tanto, la educación representa
los cimientos sobre los que habrá de edificarse la buena sociedad. Krishnamurti
insistió siempre en la responsabilidad que incumbe al individuo en el orden
social: “Tú eres el mundo”. Así pues, todo acto de un individuo afecta a los
demás, porque “ser es ser en relación” (Krishnamurti, 1970, pág. 22) y, en este
sentido, no hay conciencia individual, sino sólo una conciencia humana
colectiva, lo que implica que el mundo no es algo independiente del sujeto. Su
aspiración es el desarrollo armonioso del mundo interior y el mundo exterior de
la persona: “lo que uno es interiormente dará lugar a la larga a una sociedad
buena o al deterioro progresivo de las relaciones humanas”. Sin embargo, esta
armonía “es posible que no llegue a producirse si nuestros ojos miran tan sólo
el mundo exterior”.
El mundo interior es la “fuente
y la continuación del desorden”, y para Krishnamurti corresponde a la educación
transformar la fuente que es la persona, porque “son los seres humanos los que
crean la sociedad, no los dioses del cielo” (Krishnamurti, 1981, págs. 93-94).
Krishnamurti afirmaba que las escuelas que
funcionaban bajo los auspicios de la Fundación India Krishnamurti (FKI),
algunas de las cuales se fundaron durante su vida, no eran organizaciones
dedicadas a adoctrinar a los niños, sino lugares “en los que alumnos y [79499 6]
maestros pueden florecer, y en los que se puede preparar a la futura
generación, porque las escuelas se fundaron para eso” (ibíd.).3
El concepto de “florecer”
implica una apertura progresiva de la conciencia de los individuos en su
interrelación en la praxis educativa. El desarrollo psicológico individual es
tan importante como la adquisición de competencias y conocimientos académicos.
Las escuelas de la FKI no
pretenden “ser excelentes desde el punto de vista académico, sino [...]
fomentar el cultivo de la persona en su integridad” (ibíd., pág. 7), y “existen
fundamentalmente para ayudar, tanto al alumno como al maestro, a florecer en la
bondad, lo que requiere excelencia en la conducta, en la acción y en la
relación. Este es nuestro objetivo y la razón de ser de nuestras escuelas; no
producir meros profesionales, sino lograr la excelencia espiritual ” (ibíd.,
pág. 14-15).
En las charlas que daba en sus
visitas anuales a los alumnos y maestros de las dos escuelas de la FKI en la
India (la escuela Rishi Valley en Andhra Pradesh y el Centro de Educación
Rajghat en Benarés), Krishnamurti solía hacer preguntas a los alumnos acerca
del significado de la educación, la calidad de la educación que recibían, las
funciones y actitudes de los maestros, y su propia contribución al proceso de
aprendizaje. Debatía con ellos las finalidades de la educación – no sólo la de
aprobar unos exámenes tras haber memorizado unos cuantos hechos y adquirido
algunas competencias, sino la de entender la complejidad de la vida. Animaba a
los alumnos a darse cuenta de la función que les correspondía en la creación de
un mundo “nuevo”, sin temores, conflictos ni contradicciones. Esto sólo era
posible si existía una “buena educación” en un ambiente de libertad, sin
autoridad ni miedo, en el que pudieran cultivarse la inteligencia y la bondad.
En sus charlas con los alumnos,
Krishnamurti repetía que lo que hace la educación normalmente es preparar a los
alumnos para su adaptación a un “determinado modelo, es decir, un movimiento en
una dirección predeterminada”, y esto es lo que la sociedad llama “entrar en la
vida” (Krishnamurti, 1993, pág. 33).
Con una educación de este tipo,
el alumno se encuentra con la vida, lo que viene a ser como “un riachuelo que
se encuentra con el ancho mar” (ibíd., pág. 34). Sin embargo, esta educación no
prepara necesariamente al alumno para afrontar las dificultades psicológicas ni
las vicisitudes materiales de la existencia.
Misión fundamental de la
educación es “despertar la inteligencia” y no limitarse a reproducir una
máquina programada o un mono amaestrado, como decía Krishnamurti. Así pues, la
educación no se puede reducir a aprender a leer y aprender después de los
libros, sino que hay que aprender de la vida, y debe preparar a los alumnos a
afrontar los problemas de la existencia en un mundo social complejo. Pero las
ideas de Krishnamurti sobre cómo lograr este propósito son extraordinarias por
su simplicidad. Respondiendo, por ejemplo, a la [79499 7] pregunta de un alumno
sobre cómo ser feliz en un mundo competitivo, Krishnamurti afirma, “Sólo podrás
ser feliz en un mundo competitivo no siendo competitivo tú mismo” (ibíd.). Esta
respuesta puede ser discutible, ya que puede parecer poco realista dada la
complejidad de la sociedad, en la que alguien no competitivo sólo puede, en el
mejor de los casos, sobrevivir, pero no realmente existir.
Ahora bien, el argumento de
Krishnamurti es que “en la competencia radica la verdadera esencia de la
violencia [...] Toda nuestra estructura social está basada en la competencia y
lo aceptamos como algo inevitable” (ibíd.).
Como alternativa a la
competencia de la vida diaria, Krishnamurti resalta el valor de la confianza,
pero no la confianza en uno mismo, sino “un tipo de confianza totalmente
distinto, en la que no exista el sentimiento de la propia importancia [...] una
confianza sin más” (citado por Shirali, 1998).
La comparación entre los niños
cobra importancia cuando continuamente se está juzgando y evaluando su
rendimiento, y esta comparación provoca en ellos conflictos, temores y un
sentimiento de inseguridad. Los maestros de las escuelas de la FKI tratan de
poner fin a estas comparaciones en la escuela y en el aula, y de favorecer el
desarrollo del talento sin caer en la trampa del ego.4
Krishnamurti analiza también la
índole de los sentimientos humanos y afirma que, en realidad, no sabemos
“sentir” nada. Y es importante experimentar sentimientos pues éstos son, de
hecho, la “sustancia de la vida”, de modo que la función de la “buena
educación” es lograr que el individuo sea `muy sensible a todo – no sólo a las matemáticas
o a la geografía [...] porque la forma más elevada de sensibilidad es la forma
más elevada de inteligencia” (ibíd., pág. 70).
Así pues, para Krishnamurti, la
buena educación no se limita a producir ingenieros, médicos o científicos, sino
“seres humanos vivos, vigorosos, inquietos [...] Si se es una persona no se es
un especialista, sino una entidad completa” (ibíd., pág. 75).
Una “mente educada” es aquella
que “piensa, es activa, está viva; es una mente que mira, observa, escucha y
siente” (ibíd., pág. 76).
Las charlas de Krishnamurti en los centros
educativos gestionados por la FKI también iban dirigidas a los maestros, a los
que consideraba elementos primordiales de la praxis de la educación. En ellas,
Krishnamurti abordaba en realidad la cuestión más amplia de la dificultad
humana para transformar la conciencia psicológica que, sin embargo, no es un
acto aislado o individual. Este cambio no se basa tampoco en una especie de
“abracadabra” psicológico o espiritual, como él solía destacar, sino en el
importante elemento de “relación” entre los seres humanos, por el cual estamos
comprometidos con la comunidad, así como con el entorno que nos rodea. Esta es
la razón por la que las escuelas de la FKI se interesan mucho por los problemas
relacionados con la ecología y las comunidades a las que afectan.
Continua en…:
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