LOS ¿POR QUÉ?
Hugo
Betancur
Tradicionalmente
utilizamos las expresiones por qué, quién/quiénes, qué, cuándo, dónde, cómo,
-son pronombres interrogativos- para requerir respuestas respecto a personajes
y circunstancias de cada historia en que participamos o enfocamos nuestro
interés.
En
todo los eventos y relaciones en que participamos, cuando consideramos que
fuimos afectados adversamente por las acciones de otros, queremos saber los
“¿por qué?”: “¿por qué sucedió así?”, “¿por
qué me pasó esto a mí?
Inmediatamente
después de experimentar nuestras vivencias, hemos lanzado nuestros juicios de
valoración que provienen de nuestra mentalidad y nuestras creencias.
Calificamos los hechos como buenos o agradables cuando nos favorecen o nos
convienen, cuando asumimos que obtenemos alguna ganancia o ventaja; entonces
nos mostramos alegres, optimistas, complacidos. Cuando los hechos no satisfacen
nuestras expectativas o nuestros intereses, cuando nos parecen “negativos”, nos
mostramos amargados, nos rotulamos psicológicamente como lastimados,
perjudicados o agraviados.
En
nuestras relaciones con los seres vivos y el mundo, estamos expuestos
continuamente a ser afectados en nuestros cuerpos y en nuestras mentes, somos
vulnerables en esa interacción con el entorno y con otros. Sin embargo, como
trasfondo de cada suceso está presente la consideración de la causa y el
efecto: toda circunstancia tiene un antecedente que la hizo posible: las
plantas adultas provienen de las semillas y estas de los frutos y estos de
otras plantas adultas; los fetos en gestación provienen de la fecundación de
los óvulos por los espermatozoides, que provienen de un hombre y una
mujer, que provienen de generaciones humanas que son una multitud; los
conflictos familiares y de las parejas provienen de personalidades en pugna,
que provienen de árboles genealógicos plagados de relaciones disgregadas y de
frustración; las guerras, los homicidios, las acciones destructivas provienen
de guiones mentales de aniquilación, dominio, rapiña, retaliación, restitución,
castigo, intimidación…
Las
acciones del pasado se vuelcan sobre el presente desplegando un repertorio de
relaciones abarrotadas de bondad y entendimiento o de iniquidad y violencia. En
muchas ocasiones, las causas aparentes de los acontecimientos se remontan al
pasado cercano o al pasado remoto.
Podemos
imaginarnos algunas genealogías familiares con millones de ascendientes,
ubicados en lugares geográficos diversos, con personajes distintos que van
entrecruzando sus historias caducas e irrecuperables a lo largo de la línea del
tiempo, realizando acciones bondadosas o escabrosas, honrando la vida de otros
o segándola, construyendo escenarios apacibles de bienestar o escenarios
luctuosos de guerra y destrucción.
En
las terapias de hipnosis con mis pacientes he podido evidenciar la existencia
de un plano sutil atemporal al que ellos acceden en sus estados de trance.
Cuando hacemos indagación sobre las posibles causas de sus enfermedades físicas
o de sus trastornos psicológicos o psiquiátricos, sus mentes logran acceder a
una dimensión donde recrean episodios de vida distintos a los actuales y
anteriores: nos describen con detalles pletóricos de realidad unos ambientes,
sucesos y actuaciones en que aparecen involucrados; y relacionan esos
acontecimientos como propiciadores de lo que experimentan en el presente.
La
ley de causa y efecto o de acción y consecuencia, promulgada por algunas
corrientes religiosas y filosóficas es plausible como explicación de lo que
padecemos o vivenciamos. Los conceptos budistas de karma y dharma son
apropiados para descifrar la procedencia de nuestras desventuras o de nuestro
bienestar: los karmas representarían las compensaciones de sufrimiento y
enfermedad por los daños que causamos y los dharmas representarían las
retribuciones de recompensa por las acciones benévolas que realizamos.
Los
eventos de la vida no son manifestaciones aisladas de un destino caprichoso y
absurdo sino secuelas de un entramado de relaciones y hechos que protagonizamos
en la colosal e inacabada crónica humana.
Accediendo
a ese archivo etéreo de lo que llamamos pasado podemos desvirtuar nuestros
roles de víctimas, observando las acciones de los personajes que fuimos en esas
historias perdidas que fueron el germen del infortunio que nos agobia. Tal vez
podamos ver como verosímil esa "rueda de la vida" que nos lleva a
protagonizar padecimientos equiparables a los que causamos antes.
A
través de la meditación y las terapias de la mente como la hipnosis o la
psicoterapia es probable que podamos sanar nuestros cuerpos y mentes para lo
que requerimos propósitos y acciones sinceras que nos liberen del yugo
lastimero y quejumbroso de nuestros egos, sustentado en las enfermedades, en
las desgracias que nos abaten y en la inercia de nuestros hábitos.
Hugo Betancur (Colombia)
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