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martes, 17 de marzo de 2020

DISTORSIONES DEL EGO: LA SUPLANTACION

Fotografia por Hugo Betancur

DISTORSIONES DEL EGO:

LA SUPLANTACION

 

Hugo Betancur

 

En la vida humana cada actor representa su personaje. En las relaciones de los seres humanos hemos asignado o nos han asignado unas funciones según los papeles que atribuimos o que asumimos. Hay disponibles unos roles familiares y unos roles sociales según las culturas (etnias, religiones, colectividades). 

Establecemos o adoptamos para   nuestros progenitores, nuestros hijos, nuestras parejas, nuestros allegados, unas pautas de comportamiento que consideramos adecuadas y presumimos que   deberán cumplirlas, (muchas de ellas posiblemente heredades del ancestro familiar o del nicho social local o del ancho mundo).

Esas pautas son códigos en nuestra memoria. Nos han repetido hasta la saciedad, por ejemplo, que la realeza* y los ricos deberán vivir en ambientes de lujo y derroche alternando con sus semejantes en alcurnia y fortuna material y que las masas mendicantes deben vivir en espacios pobres, sucios y malolientes. Nos han instruido sobre obedecer a las jerarquías nacionales o planetarias sin  objetar sus mandatos. Nos han inculcado un montón de tradiciones -algunas integradoras y pintorescas y otras disociadores y excluyentes. Desde la cuna estamos siendo domesticados con abundantes patrones de comportamiento y adaptación que, a veces, parecen alambradas simbólicas llenas de púas para aislarnos de los demás.

Vemos el mundo desde nuestros puntos de observación y percibimos la apariencia de realidad que tiene para nosotros. 

Mientras crecemos, podemos observar la forma como se relacionan nuestros padres. Si los vimos armoniosos y cooperadores entre sí, es posible que nos formáramos una imagen agradable de ellos y de su convivencia y queramos seguir su ejemplo. Por el contrario, si los vimos conflictivos y agresivos entre sí, pudimos formarnos una imagen ingrata de ellos y de su convivencia. 

En nuestras mentes de niños pudimos tomar partido a favor de uno y en contra del otro. Pudimos establecer el propósito de recomponer una relación comparable a la de ellos en nuestra vida de adultos escogiendo como cónyuge a alguien con una idiosincrasia y negatividad similares a las de quien rechazamos. Siguiendo ese plan, tan pronto consolidamos nuestro vínculo de pareja elaboramos una suplantación: nos damos entonces a la tarea de confrontar al cónyuge como si fuera el padre atormentador y de vencerlo en la relación que tratamos de restituir. Esto es una imitación de la convivencia de nuestros padres porque nuestro nexo de pareja no es el de ellos. Sin embargo, distorsionamos la realidad para pretender reacomodarla a nuestro antojo, lo que es imposible porque la historia y las circunstancias son diferentes.

Podemos también elaborar una suplantación donde exigimos a nuestro cónyuge que represente un personaje ideal dadivoso y complaciente que supere al progenitor que reprobamos, con la esperanza de recrear una imagen hogareña hospitalaria y benévola. 

Otras variantes de suplantación: la exigencia a nuestro cónyuge de reemplazar a nuestro progenitor aclamado de su mismo sexo cumpliendo sus funciones y reavivando sus atributos. 

Una cuarta variante de distorsión es la decisión de representarnos como una simulación de padre o madre ante nuestra pareja tergiversando las funciones que nos competen en la realidad compartida. 

En resumen, son cuatro distorsiones posibles creadas por nuestros egos en su fantasía de justicia o de felicidad:

1. Relacionarnos con un sustituto de un padre o madre con características similares de negatividad y perversidad, con el propósito de vencerlo y obtener una venganza.

2. Relacionarnos con un sustituto que trascienda con benevolencia  al padre hostil que hizo sombrío el hogar en nuestra infancia, para reparar y expiar el maltrato padecido.

3. Relacionarnos con un sustituto que reemplace al progenitor afable desempeñando roles equivalentes.

4. Relacionarnos como madre o padre de nuestra pareja superando la condición de cónyuge y magnificándola con un papel paternal protector u opresor según las circunstancias de convivencia. 

En el espejo de las relaciones adultas, es posible que carguemos con nuestros estigmas de la infancia y que estos afecten los nexos afectivos que pretendamos establecer. Si forjamos condiciones de víctimas, es posible que nuestras mentes mantengan vigentes los conflictos que no pudimos resolver en las vivencias con nuestros padres. Algún comportamiento o acción de nuestra pareja puede ocasionar una reacción airada y desapacible de parte nuestra. 

Cada hecho, cada relación experimentada, tuvo sus matices del momento y la singularidad de los personajes involucrados. Podemos trascender sus efectos dañinos a través de la comprensión y siendo conscientes que no podemos deshacer las tramas de esas historias que ya sucedieron. 

Hugo Betancur (Colombia)

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