Vistas de página en total

domingo, 1 de septiembre de 2013

Mentes de niños en cuerpos de adultos, la disposición egoista.


Foto por Hugo Betancur

MENTES CONFLICTIVAS DE NIÑOS

O MENTES CREATIVAS DE ADULTOS,

¿CÓMO ELEGIMOS VIVIR?


Hugo Betancur


La vida está hecha de contrastes, dualidades, polaridades -niebla y cielo despejado, invierno y verano con sus lluvias y fríos y con sus brisas cálidas y su sol; lágrimas de alegría o de tristeza velando nuestros ojos pasajeramente; momentos de expansión y de contracción; situaciones en que estamos aislados, encerrados en nuestro mutismo y situaciones de integración y comunicación plena.

Actuamos como comediantes jocosos y relajados en algunos períodos a lo largo de los años y como trágicos y tensos personajes en otros períodos. Nos las damos de trascendentes o de marginales; nos mostramos como seguidores confundidos y sin iniciativa o como líderes lucidos y carismáticos.

Como un rasgo global de la mente humana, tenemos la imagen de los primeros años de los niños como seres tiernos, frágiles, necesitados de cuidados y protección. Hemos incorporado estas consideraciones a nuestro sistema de creencias como premisas a las que adherimos espontáneamente –y con mayor énfasis de prioridad  cuando esas pequeñas criaturas hacen parte de nuestro grupo familiar o de nuestros grupos raciales y culturales. 

En la mente de la mayoría de los niños que se acogen a esos tratamientos, posiblemente se vaya conformando una interpretación de importancia personal y unas expectativas de atención rigurosas y demandantes. En su apreciación elemental infantil, ellos deben ser servidos y llenados de satisfacción por los mayores; si no sucede así, sus respuestas pueden consistir en reacciones rabiosas o manifestaciones de malestar explosivas   y dramáticas que pueden obligar a quienes están cerca a darles lo que piden o a suministrar aquello que los lleva a la tranquilidad psicológica o a la aprobación. 

Es posible que estos comportamientos de los niños sean pautas de supervivencia. Ellos dependen de los cuidados y provisiones que les brindan los adultos y sus conductas airadas son un aviso para que estos resuelvan prontamente sus requisitos. 

El ego infantil impone estas condiciones a los adultos. El mandato implícito es algo así como “Debes hacer lo posible por proporcionarme todo lo que me de bienestar y complacencia para evitar mi enojo y mi llanto”. 

Pienso que muchos niños establecen este patrón de conducta como una estrategia de dominación y manipulación a lo largo de sus vidas. Se van tornando adultos y van envejeciendo con egos infantiles. No asumen la tarea de socializar y compartir equitativamente –retribuyendo a medida que reciben, contribuyendo al confort y progreso de otros. Van creciendo caprichosos y centrados en sí mismos: son tomadores y no dadores, son consumidores y no proveedores. En sus mentes mantienen una actitud distorsionada y distorsionante hacia la existencia, empeñados en  que otros sean sus sirvientes mientras ellos siguen siendo niños, a la manera de Peter Pan en su “País de nunca jamás” y representando historias absurdas que inevitablemente los llevan al conflicto y a la disociación.

La convivencia coherente es una interacción en la que ejecutamos acciones responsables  y solidarias y nos adaptamos a las etapas de la vida sin resistencia y sin evasividad, actuando como niños cuando tenemos edades tempranas y actuando como adultos a medida que crecemos y nos confrontamos con roles sociales que nos permiten trabajar, producir y dejar de depender de otros para nuestra supervivencia. 

Cuando persistimos en nuestras tácticas de niños atenidos a los recursos y aportes de nuestros padres y parientes, nuestras vidas se estancan y dejan de tener sentido progresivo: se vuelven rutinarias y avasalladoras –el yugo que ponemos a otros nos lo ponemos nosotros mismos, las limitaciones que establecemos para nosotros se vuelven una carga para quienes nos sustentan-. 

Si nos empecinamos en ejercer papeles de niños desvalidos –que no nos damos valor a nosotros mismos ni expresamos fortaleza ni autonomía-, es probable que los demás nos vean como ineptos y frágiles; tal vez sientan compasión por nosotros mezclada con algo parecido a menosprecio o animadversión.

Bajo esa dinámica de comportamiento, nuestras historias se vuelven rutinarias y previsibles: la misma repetición de acciones y comportamientos día tras día en un acomodamiento de supervivencia y pasividad esclavizante y agobiador.

Se vuelven tediosas nuestras vidas cuando conservamos esa mentalidad de niños volubles y tercos, recorriendo nuestros escenarios como actores pasmados y fatigados que no logran representar sus papeles con propiedad e independencia.

 Quizá de esa compulsión por comportarnos como niños egoístas surjan también tendencias a juzgar eventos y personajes atribuyéndoles características e intenciones que no les son propias, y tal vez de allí deriven apreciaciones equivocadas que nos lleven a sentir que somos afectados negativamente por otros y que somos víctimas de un cruel destino, lo que nos lleva a creer que la infelicidad y el malestar  son asuntos inevitables que provienen del exterior o de un azar caprichoso.

Si esa es la mentalidad que nos guía no lograremos relacionarnos respetuosamente con otros: nuestras pretensiones serán ventajosas o nos manifestaremos como acomplejados y necesitados de afecto y de condescendencia –llevando nuestros cuerpos físicos de adultos con nuestras mentes inapropiadamente infantiles. Como pareja, seremos reclamadores y controladores, irascibles y reactivos cuando nuestros cónyuges o relacionados no se ajusten a las funciones que les asignemos.

Se vuelven sombrías nuestras vidas cuando nos sometemos a relaciones y situaciones que ahuyentan nuestra paz y nuestra alegría -cuando nos empecinamos en que otros sigan los guiones que les hemos elaborado o cuando desempeñamos los que ellos nos fijaron a nosotros.

Cuando afrontamos lo que es, podemos entender que vivimos en un Universo que proviene de causas y propósitos.

Podemos fluir en armonía cuando comprendemos  que todo tiene su razón de ser y que podemos cambiar nuestras vidas a través de los aprendizajes  propiciados por nuestras experiencias y relaciones y a través de las modificaciones que realizamos desde nuestras mentes y nuestros corazones, cuando nos adaptamos a las secuencias de movimiento y manifestación de cada etapa de la vida.

Podemos entonces desprendernos de todo aquello que nos causa conflictos y amargura; podemos soltarnos de las personas disociadoras y podemos alcanzar y apreciar nuestra libertad y el libre albedrío de quienes nos rodean sin acogernos a sus yugos ni a sus mandatos; y podemos compartir nuestras experiencias recíprocamente sin oprimir a otros con chantajes ni condicionamientos.

Todo lo que fue ya está cumplido; todo lo que es puede ser transformado porque es la matriz donde gestamos lo que vendrá: todo lo que será proviene de lo que somos.

 

Hugo Betancur (Colombia)

___________________________________________


No hay comentarios: