LOS REINOS
DE UTOPÍA
Y SUS
PERSONAJES
Por Hugo Betancur
Imaginemos
la existencia de un “Mundo de
realidades relativas y variables”. Todo lo que sucede en su espacio depende de
los estados de conciencia, de las intenciones, de las acciones y de la
comprensión. Imaginemos en ese Mundo unos “Reinos de Utopía”, que parecen
funcionar con sus propias leyes y que desdeñan o desconocen las consecuencias
de los actos y comportamientos humanos. Son reinos habitados y hechos posibles
por personajes diversos que viven sus existencias con sus planes y fantasías
particulares y con creencias colectivas que consideran factibles –alcanzar
fortuna, cultura y posiciones de autoridad que les permitan imponerse sobre los
demás (someterlos, subyugarlos, hacerlos sus instrumentos de placer y sus
sirvientes)-.
Sin embargo, esos Reinos de Utopía han sido precariamente establecidos en el “Mundo de las realidades relativas” que tiene condiciones restrictivas y condiciones permisivas: solo podemos alcanzar lo que nos corresponda según la aprendizajes y méritos que hayamos alcanzado, según los propósitos que nos animen, según las características de nuestra personalidad y según las opciones plausibles en la interacción con los demás seres vivos y con la naturaleza que nos rodea.
Los instrumentos de los “Reinos de Utopía” son muy variados, en
algunas ocasiones muy efectivos en su transitoriedad y en otras de dudosa
utilidad. En todo momento –en el Mundo de las realidades y en los Reinos de
Utopía- estamos bajo la influencia de los fenómenos ocurridos previamente
–todos los sucesos anteriores tienen sus consecuencias: lo acontecido ha
evolucionado y se manifiesta en los ahora fugaces que conforman el pasado y el
porvenir.
Los habitantes de Utopía avizoran el mundo según las condiciones
de sus mentes y según sus creencias. Lo juzgan o lo interpretan desde sus
perspectivas particulares. Cada observador pinta un cuadro con apreciaciones de
su mente y le pone las imágenes y los colores que puede plasmar. Cada uno puede
evaluar el mundo que percibe, o evaluar a los demás, o evaluarse a sí mismos
según sus consideraciones subjetivas sobre si han sido exitosos o no, si han
sido triunfadores o vencidos, si han
sido ganadores o perdedores, si han alcanzado lo que ellos llaman felicidad o
si son infelices.
Pueden también, si quieren hacer esa pesquisa, preguntarse si
han servido como soportes o colaboradores para que otros triunfen o sean
vencidos, para que otros ganen o pierdan respecto a lo que se hayan propuesto
como objetivo, para que otros hayan sido exitosos o fracasados, para que otros
hayan obtenido la esquiva felicidad o la turbulenta infelicidad.
En los Reinos de Utopía, los resultados ocasionales dependen de
los ideales trazados y de la coincidencia entre lo previsto y lo alcanzado -qué
fue conseguido o consumado; qué no pudo ser alcanzado o adquirido. El
triunfador solo lo es mientras dura su éxito: cuando deja de cumplir los
requisitos exigidos para esa distinción queda relegado y otros ocupan su solio.
Los territorios del ego no son dominios porque sus ejecutores no
logran que sus jerarquías y sus prebendas perduren: son solo campos de lucha
para obtener trofeos o derrotas, prestigio o degradación, y están subordinados a
las coordenadas temporales. Sus glorias son breves y sus períodos de abatimiento
muy extensos y reincidentes.
En los territorios del ego, los estados de ánimo según esos
guiones, o argumentos, o proyectos precedentes, estarán determinados por los
beneficios o apreciaciones de cada uno sobre sus pretensiones cumplidas o no y
sobre sus inventarios particulares en cada instante, no teniendo en cuenta la
energía gastada -propia o ajena-, ni las compensaciones con que deberemos restituir
lo recibido.
Allí, lo que llamamos victoria o éxito es simplemente aquello
que nos da satisfacción o lo que asumimos como algo conquistado. Y llamamos
fracaso o pérdida a aquello que no fue posible lograr o poseer y que nos causa
insatisfacción, tristeza, pesimismo, malhumor, incertidumbre.
Aunque podamos no aceptarlo o entenderlo, en la dimensión que
llamamos “la realidad” todo sucede como parte de un todo mayor, como una serie de secuencias de un proceso dinámico
de contracciones y expansiones, de relaciones y efectos, de integración o
desintegración, de intercambios equilibrados y parejos o desequilibrados y
tortuosos. En esta dimensión realística, lo que acaece es una retribución o una
secuela de eventos precursores.
Lo que llamamos realidad va teniendo conformaciones cambiables a
medida que transcurre la historia común. Y posiblemente nosotros cambiamos
también –o cambia nuestra manera de percibir el mundo porque quizá madura o
evoluciona nuestra personalidad-, o nos
resistimos a cambiar y tal vez nos quedamos estancados y confusos mientras la
vida cambia y los seres vivos cambian (o terminan sus ciclos de existencia y
dejan de estar bajo la forma y la apariencia que los hacía tangibles y capaces
de interactuar).
En los Reinos de Utopía existen los soberanos alternos –ocupando
distintos niveles en la jerarquía mundana- y los soberanos alternativos –lo que
ocupan los tronos o posiciones dejados por otros que ya no prevalecen. Un
programa parásito llamado ego cualifica a cada uno de esos soberbios personajes
en categorías de celebridad o importancia. Ellos ocupan los sitiales de poder y
se jactan de su superioridad –que tiene siempre un rango limitado (habitualmente
hay alguien más arriba). Compiten por conservar sus privilegios y exclusividades,
lo que representa una gran tensión psicológica que los vuelve vulnerables a
trastornos afectivos severos y que los
lleva hacia el ámbito de la enfermedad. Muchos de estos aclamados talentos
llegan a un estado de desgaste en que pasan de una desmedida exaltación a una
incontenible depresión -merman su
rendimiento y su vigor y se ven obligados a abandonar sus azarosos tronos.
¿Qué poseemos al término de esta jornada llamada existencia?
¡Sólo aquello que no pueda sernos arrebatado!
¿Quiénes permanecen a nuestro lado cuando arrecia la tormenta,
cuando las dificultades están presentes y nos hacen tambalear, cuando nuestros
sentimientos y emociones nos conmueven y somos sacudidos por algo impredecible
llamado soledad? La respuesta es simple: ¡Solo aquellos que nos tienden su mano amiga o que nos
acompañan incondicionales y pacientes hasta que recuperamos nuestro equilibrio
y nuestra paz!
En Los Reinos de Utopía, el caos es la condición predominante;
los personajes pasan del extremo de la confrontación hostil al extremo de la
paz aparente y las farsas de cordialidad mantenidas precariamente. Allí los
monarcas y sus reinos atraviesan los contrastes desde la máxima opulencia hasta
la más sórdida decadencia. Lo que llamamos realidad termina imponiendo sus
ritmos y su fuerza y los episodios de grandiosidad y dominio pasan a ser sólo
breves crónicas de mentes extraviadas e inestables.
Finalmente, las crisis aparecen en la naturaleza o en las sociedades
humanas y conmocionan todos los cimientos de las estructuras montadas. Las
crisis inducen al restablecimiento del equilibrio perdido y sacan a los
personajes ególatras a la luz, con sus facetas disociadoras y utilitarias, sus
trucos y sus estrategias de manipulación. Las revoluciones detonan
intempestivas e imperativas y exhortan los cambios para que la vida sea más
amable y los seres humanos podamos integrarnos respetuosa, creativa y solidariamente. Los
Reinos de Utopía se van derrumbando para que la realidad prevalezca, a pesar de
las fantasías, las resistencias, las sustituciones y los escapes de sus
personajes y a pesar de la servidumbre de quienes mantenían la grandiosidad de otros.
Hugo Betancur
(Colombia)
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