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domingo, 29 de septiembre de 2013

Los yugos mentales. 2. Los reinos de utopía y sus personajes.

                                                                                       Una noche con sus colores. Foto por Eluizabeth Betancur

LOS REINOS DE UTOPÍA Y SUS PERSONAJES

Hugo Betancur

 

Imaginemos la existencia de un “Mundo  de realidades relativas y variables”. Todo lo que sucede en su espacio depende de los estados de  conciencia, de las  intenciones, de las acciones y de la comprensión que cada uno pueda alcanzar. Imaginemos en ese Mundo unos “Reinos de Utopía”, que parecen funcionar con sus propias leyes y que desdeñan o desconocen las consecuencias de los actos y comportamientos humanos. Son reinos habitados y hechos posibles por personajes diversos que viven sus existencias con sus planes y fantasías particulares y con creencias colectivas que consideran factibles –alcanzar fortuna, cultura y posiciones de autoridad que les permitan imponerse sobre los demás (someterlos, subyugarlos, hacerlos sus instrumentos de placer y sus sirvientes)-. 

Sin embargo, esos Reinos de Utopía han sido precariamente establecidos en el “Mundo de las realidades relativas” que tiene condiciones restrictivas y condiciones permisivas: solo podemos alcanzar lo que nos corresponda según la aprendizajes y méritos que hayamos logrado, según los propósitos que nos animen, según las características de nuestra personalidad y según las opciones plausibles en la interacción con los demás seres vivos y con la naturaleza que nos rodea.

Los instrumentos de los “Reinos de Utopía” son muy variados, en algunas ocasiones muy efectivos en su transitoriedad y en otras de dudosa utilidad. En todo momento –en el Mundo de las realidades y en los Reinos de Utopía- estamos bajo la influencia de los fenómenos ocurridos previamente –todos los sucesos anteriores tienen sus consecuencias: lo acontecido ha evolucionado y se manifiesta en los ahora fugaces que conforman el presente progresivo. 

Los habitantes de Utopía avizoran el mundo según las condiciones de sus mentes y según sus creencias. Lo juzgan o lo interpretan desde sus perspectivas particulares. Cada observador pinta un cuadro con apreciaciones de su mente y le pone las imágenes y los colores que puede plasmar. Cada uno puede evaluar el mundo que percibe, o evaluar a los demás, o evaluarse a sí mismos según sus consideraciones subjetivas sobre si han sido exitosos o no, si han sido triunfadores o vencidos,  si han sido ganadores o perdedores, si han alcanzado lo que ellos llaman felicidad o si son infelices. 

Pueden también, si quieren hacer esa pesquisa, preguntarse si han servido como soportes o colaboradores para que otros triunfen o sean vencidos, para que otros ganen o pierdan respecto a lo que se hayan propuesto como objetivo, para que otros hayan sido exitosos o fracasados, para que otros hayan obtenido la esquiva felicidad o la turbulenta infelicidad. 

En los Reinos de Utopía, los resultados ocasionales dependen de los ideales trazados y de la coincidencia entre lo previsto y lo alcanzado -qué fue conseguido o consumado; qué no pudo ser alcanzado o adquirido. El triunfador solo lo es mientras dura su éxito: cuando deja de cumplir los requisitos exigidos para esa distinción queda relegado y  otros ocupan su solio. 

Los territorios del ego no son dominios porque sus ejecutores no logran que sus jerarquías y sus prebendas perduren: son solo campos de lucha para obtener trofeos o derrotas, prestigio o degradación, y están subordinados a las coordenadas temporales. Sus glorias son breves y sus períodos de abatimiento muy extensos y reincidentes.

En los territorios del ego, los estados de ánimo según esos guiones, o argumentos, o proyectos precedentes, estarán determinados por los beneficios o apreciaciones de cada uno sobre sus pretensiones cumplidas o no y sobre sus inventarios particulares en cada instante, no teniendo en cuenta la energía gastada -propia o ajena-, ni las compensaciones con que deberemos restituir lo recibido. 

Allí, lo que llamamos victoria o éxito es simplemente aquello que nos da satisfacción o lo que asumimos como algo conquistado. Y llamamos fracaso o pérdida a aquello que no fue posible lograr o poseer y que nos causa insatisfacción, tristeza, pesimismo, malhumor, incertidumbre. 

Aunque podamos no aceptarlo o entenderlo, en la dimensión que llamamos “la realidad” todo sucede como parte de un todo mayor,  como una serie de secuencias de un proceso dinámico de contracciones y expansiones, de relaciones y efectos, de integración o desintegración, de intercambios equilibrados y parejos o desequilibrados y tortuosos. En esta dimensión realística, lo que acaece es una retribución o una secuela de eventos precursores. 

Lo que llamamos realidad va teniendo conformaciones cambiables a medida que transcurre la historia común. Y posiblemente nosotros cambiamos también –o cambia nuestra manera de percibir el mundo porque quizá madura o evoluciona nuestra personalidad-,  o nos resistimos a cambiar y tal vez nos quedamos estancados y confusos mientras la vida cambia y los seres vivos cambian (o terminan sus ciclos de existencia y dejan de estar bajo la forma y la apariencia que los hacía tangibles y capaces de interactuar). 

En los Reinos de Utopía existen los soberanos alternos –ocupando distintos niveles en la jerarquía mundana- y los soberanos alternativos –lo que ocupan los tronos o posiciones dejados por otros que ya no prevalecen. Un programa parásito llamado ego cualifica a cada uno de esos soberbios personajes en categorías de celebridad o importancia. Ellos ocupan los sitiales de poder y se jactan de su superioridad –que tiene siempre un rango limitado (habitualmente hay alguien más arriba). Compiten por conservar sus privilegios y exclusividades, lo que representa una gran tensión psicológica que los vuelve vulnerables a trastornos  afectivos severos y que los lleva hacia el ámbito de la enfermedad. Muchos de estos aclamados talentos llegan a un estado de desgaste en que pasan de una desmedida exaltación a una incontenible depresión  -merman su rendimiento y su vigor y se ven obligados a abandonar sus azarosos tronos.

¿Qué poseemos al término de esta jornada llamada existencia? ¡Sólo aquello que no pueda sernos arrebatado!

¿Quiénes permanecen a nuestro lado cuando arrecia la tormenta, cuando las dificultades están presentes y nos hacen tambalear, cuando nuestros sentimientos y emociones nos conmueven y somos sacudidos por algo impredecible llamado soledad? La respuesta es simple: ¡Solo aquellos que nos tienden su mano amiga o que nos acompañan incondicionales y pacientes hasta que recuperamos nuestro equilibrio y nuestra paz! 

En Los Reinos de Utopía, el caos es la condición predominante; los personajes pasan del extremo de la confrontación hostil al extremo de la paz aparente y las farsas de cordialidad mantenidas precariamente. Allí los monarcas y sus reinos atraviesan los contrastes desde la máxima opulencia hasta la más sórdida decadencia. Lo que llamamos realidad termina imponiendo sus ritmos y su fuerza y los episodios de grandiosidad y dominio pasan a ser sólo breves crónicas de mentes extraviadas e inestables.

Finalmente, las crisis aparecen en la naturaleza o en las sociedades humanas y conmocionan todos los cimientos de las estructuras montadas. Las crisis inducen al restablecimiento del equilibrio perdido y sacan a los personajes ególatras a la luz, con sus facetas disociadoras y utilitarias, sus trucos y sus estrategias de manipulación. Las revoluciones detonan intempestivas e imperativas y exhortan los cambios para que la vida sea más amable y los seres humanos podamos integrarnos respetuosa, creativa y solidariamente. Los Reinos de Utopía se van derrumbando para que la realidad prevalezca, a pesar de las fantasías, las resistencias, las sustituciones y los escapes de sus personajes y a pesar de la servidumbre de quienes mantenían la grandiosidad de otros.

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 8 de septiembre de 2013

Sobre sucesos y personajes que ya pasaron y sobre nuestras existencias que van pasando.

                                                                                                                                                                            Fotografia por Elizabeth Betancur

DIAS QUE PASAN Y ACOMPAÑANTES  QUE SE VAN

 

Hugo Betancur

         En un momento de uno de estos días que van pasando, me encontré con un médico amigo a quien hacía muchos años no veía. Me relató que inusitadamente se habían reunido algunos exalumnos de la universidad en un restaurante con el propósito de dialogar y compartir recuerdos. Revisé la escasa información disponible en mi mente: algunos de los asistentes habían alcanzado posiciones de renombre y otros cumplían roles anónimos y de bajo perfil; algunos habían acumulado jugosos recursos económicos y habían acrecentado su soberbia; otros subsistían modestamente y eso les excusaba de vanas presunciones y exhibiciones inapropiadas.

Me contó que habían repasado nombres y anécdotas, celebrando lo que tenía tintes humorísticos y también los eventos que para ellos tenían alguna relevancia. Habían hecho un recuento sobre los colegas médicos de nuestra promoción que habían muerto ya y de las causas de ello.

Reflexioné y pensé que efectivamente esos seres humanos ya habían cumplido su ciclo de vida. Se me ocurrió también que así como ellos se habían ido ya, posiblemente muchos de nosotros apenas estábamos viviendo, o sobreviviendo, quizá con las cargas de nuestros hábitos o de nuestras tradiciones y rutinas.

¿Qué podía faltar para que no fuera así?

Dentro de nuestras relaciones y actividades sociales o de trabajo, muchas veces nuestras acciones y representaciones siguen una secuencia monótona y previsible, una reiteración de circunstancias y rituales cumplidos en los mismos escenarios. Son la manifestación de nuestras historias particulares, de nuestros nexos laborales y familiares, a veces intrincados y a veces simples.

De todo este archivo de situaciones recordamos aquello que tuvo una gran intensidad en alguno de los extremos de la dualidad: lo que nos pareció muy triste o lo que nos pareció muy alegre; lo que nos pareció grato o ingrato, lo que nos sacudió felizmente o lo que nos conmovió con su sombrío significado –que simplemente dependió de nuestra percepción y de nuestras creencias subjetivas.

¿En cuáles momentos de ese viaje hicimos nuestro mejor acto, aquel por el que seremos recordados como personas excepcionales? ¿En cuáles momentos fuimos llevados por nuestros egos irascibles y conflictivos y dejamos una imagen deplorable y dolida en otros?

Todo lo que fue dejó sus huellas, las evidencias para otros que permiten reconstruir lo sucedido de una manera precaria y siempre subjetiva –según sea la mentalidad y según sean los enfoques de quien se dedique a rearmar o narrar ese pasado inamovible-.

¿Que recuerdo queremos dejar en otros? ¿Cuál es el mejor relato que podemos obtener de nuestro paso por este mundo controversial y avasallante? ¿Nos sentimos unidos a otros y a sus procesos vivenciales en esa aventura compartida, en su afán de trascender y de aprender? ¿O solo fuimos hambrientos comensales de paso por sus mesas servidas generosamente, por sus espacios dispuestos amablemente, buscando calmar nuestros apetitos fugazmente para luego partir con un apagado agradecimiento verbal, sin dejar a cambio nada más que nuestra prisa y nuestra ambición.  

Como viajeros en movimiento, quizá seamos recordados por alguna acción que haya impresionado las mentes y los corazones de otros. Esa acción, ¿tuvo rasgos de humanidad y bondad?, ¿tuvo rasgos de egoísmo y jactancia? ¿Nos creímos mejores que otros o superiores a ellos? ¿O nos sentimos sus semejantes y solidarios en las tareas comunes?

Cuando la vida apaga sus ímpetus en la ancianidad, el viejo rey ya no puede mantener erguido el cuello para retar o someter a quienes le sirvieron en sus roles de cortesanos a él y a su decadente reino: se ha consumido su otrora vigoroso corazón y falla su memoria -ha olvidado muchas de las cosas que hizo contra otros mientras quienes le rodean recuerdan minuciosamente cada detalle de su ominosa biografía-; ya no le es posible cambiar los acontecimientos y faltan la alegría y la satisfacción en su rostro. Habrá de despedirse cansado y enfermo y será recordado sin nostalgia.

¿Tenemos paz en nuestras mentes a medida que descontamos los días de nuestra fugaz existencia como seres humanos? ¿Han sido óptimas las semillas que sembramos; ha sido exuberante la cosecha después de tanto esfuerzo y de tantas dificultades afrontadas?

A medida que reconocemos los tramos recorridos y resumimos las características de nuestros acompañantes y de las interacciones realizadas podemos saber qué importancia tuvo lo vivido, si actuamos espontánea y fluidamente o si fuimos arrastrados azarosamente por lo que consideramos un cruel destino. Podemos des-cubrir la trama de los acontecimientos y evaluar nuestros comportamientos. Tal vez fungimos como víctimas pesarosas y auto limitadas; quizá debutamos como pequeños y temibles villanos causando desgracia a otros -lo que al cabo del tiempo se convertiría en nuestra propia desgracia, una vez que la invisible rueda de la justicia diera la vuelta para equilibrar todo el drama humano en que estábamos involucrados.

Podemos darnos cuentas sobre como tratamos a otros y cómo nos tratamos en esos episodios en que la vida nos congregó. Podemos definir si actuamos desde la posición demandante y absorbente de nuestros egos desbordados o desde la considerada y ecuánime sabiduría de nuestro ser.


Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 1 de septiembre de 2013

Mentes de niños en cuerpos de adultos, la disposición egoista.


Foto por Hugo Betancur

MENTES CONFLICTIVAS DE NIÑOS

O MENTES CREATIVAS DE ADULTOS,

¿CÓMO ELEGIMOS VIVIR?


Hugo Betancur


La vida está hecha de contrastes, dualidades, polaridades -niebla y cielo despejado, invierno y verano con sus lluvias y fríos y con sus brisas cálidas y su sol; lágrimas de alegría o de tristeza velando nuestros ojos pasajeramente; momentos de expansión y de contracción; situaciones en que estamos aislados, encerrados en nuestro mutismo y situaciones de integración y comunicación plena.

Actuamos como comediantes jocosos y relajados en algunos períodos a lo largo de los años y como trágicos y tensos personajes en otros períodos. Nos las damos de trascendentes o de marginales; nos mostramos como seguidores confundidos y sin iniciativa o como líderes lucidos y carismáticos.

Como un rasgo global de la mente humana, tenemos la imagen de los primeros años de los niños como seres tiernos, frágiles, necesitados de cuidados y protección. Hemos incorporado estas consideraciones a nuestro sistema de creencias como premisas a las que adherimos espontáneamente –y con mayor énfasis de prioridad  cuando esas pequeñas criaturas hacen parte de nuestro grupo familiar o de nuestros grupos raciales y culturales. 

En la mente de la mayoría de los niños que se acogen a esos tratamientos, posiblemente se vaya conformando una interpretación de importancia personal y unas expectativas de atención rigurosas y demandantes. En su apreciación elemental infantil, ellos deben ser servidos y llenados de satisfacción por los mayores; si no sucede así, sus respuestas pueden consistir en reacciones rabiosas o manifestaciones de malestar explosivas   y dramáticas que pueden obligar a quienes están cerca a darles lo que piden o a suministrar aquello que los lleva a la tranquilidad psicológica o a la aprobación. 

Es posible que estos comportamientos de los niños sean pautas de supervivencia. Ellos dependen de los cuidados y provisiones que les brindan los adultos y sus conductas airadas son un aviso para que estos resuelvan prontamente sus requisitos. 

El ego infantil impone estas condiciones a los adultos. El mandato implícito es algo así como “Debes hacer lo posible por proporcionarme todo lo que me de bienestar y complacencia para evitar mi enojo y mi llanto”. 

Pienso que muchos niños establecen este patrón de conducta como una estrategia de dominación y manipulación a lo largo de sus vidas. Se van tornando adultos y van envejeciendo con egos infantiles. No asumen la tarea de socializar y compartir equitativamente –retribuyendo a medida que reciben, contribuyendo al confort y progreso de otros. Van creciendo caprichosos y centrados en sí mismos: son tomadores y no dadores, son consumidores y no proveedores. En sus mentes mantienen una actitud distorsionada y distorsionante hacia la existencia, empeñados en  que otros sean sus sirvientes mientras ellos siguen siendo niños, a la manera de Peter Pan en su “País de nunca jamás” y representando historias absurdas que inevitablemente los llevan al conflicto y a la disociación.

La convivencia coherente es una interacción en la que ejecutamos acciones responsables  y solidarias y nos adaptamos a las etapas de la vida sin resistencia y sin evasividad, actuando como niños cuando tenemos edades tempranas y actuando como adultos a medida que crecemos y nos confrontamos con roles sociales que nos permiten trabajar, producir y dejar de depender de otros para nuestra supervivencia. 

Cuando persistimos en nuestras tácticas de niños atenidos a los recursos y aportes de nuestros padres y parientes, nuestras vidas se estancan y dejan de tener sentido progresivo: se vuelven rutinarias y avasalladoras –el yugo que ponemos a otros nos lo ponemos nosotros mismos, las limitaciones que establecemos para nosotros se vuelven una carga para quienes nos sustentan-. 

Si nos empecinamos en ejercer papeles de niños desvalidos –que no nos damos valor a nosotros mismos ni expresamos fortaleza ni autonomía-, es probable que los demás nos vean como ineptos y frágiles; tal vez sientan compasión por nosotros mezclada con algo parecido a menosprecio o animadversión.

Bajo esa dinámica de comportamiento, nuestras historias se vuelven rutinarias y previsibles: la misma repetición de acciones y comportamientos día tras día en un acomodamiento de supervivencia y pasividad esclavizante y agobiador.

Se vuelven tediosas nuestras vidas cuando conservamos esa mentalidad de niños volubles y tercos, recorriendo nuestros escenarios como actores pasmados y fatigados que no logran representar sus papeles con propiedad e independencia.

 Quizá de esa compulsión por comportarnos como niños egoístas surjan también tendencias a juzgar eventos y personajes atribuyéndoles características e intenciones que no les son propias, y tal vez de allí deriven apreciaciones equivocadas que nos lleven a sentir que somos afectados negativamente por otros y que somos víctimas de un cruel destino, lo que nos lleva a creer que la infelicidad y el malestar  son asuntos inevitables que provienen del exterior o de un azar caprichoso.

Si esa es la mentalidad que nos guía no lograremos relacionarnos respetuosamente con otros: nuestras pretensiones serán ventajosas o nos manifestaremos como acomplejados y necesitados de afecto y de condescendencia –llevando nuestros cuerpos físicos de adultos con nuestras mentes inapropiadamente infantiles. Como pareja, seremos reclamadores y controladores, irascibles y reactivos cuando nuestros cónyuges o relacionados no se ajusten a las funciones que les asignemos.

Se vuelven sombrías nuestras vidas cuando nos sometemos a relaciones y situaciones que ahuyentan nuestra paz y nuestra alegría -cuando nos empecinamos en que otros sigan los guiones que les hemos elaborado o cuando desempeñamos los que ellos nos fijaron a nosotros.

Cuando afrontamos lo que es, podemos entender que vivimos en un Universo que proviene de causas y propósitos.

Podemos fluir en armonía cuando comprendemos  que todo tiene su razón de ser y que podemos cambiar nuestras vidas a través de los aprendizajes  propiciados por nuestras experiencias y relaciones y a través de las modificaciones que realizamos desde nuestras mentes y nuestros corazones, cuando nos adaptamos a las secuencias de movimiento y manifestación de cada etapa de la vida.

Podemos entonces desprendernos de todo aquello que nos causa conflictos y amargura; podemos soltarnos de las personas disociadoras y podemos alcanzar y apreciar nuestra libertad y el libre albedrío de quienes nos rodean sin acogernos a sus yugos ni a sus mandatos; y podemos compartir nuestras experiencias recíprocamente sin oprimir a otros con chantajes ni condicionamientos.

Todo lo que fue ya está cumplido; todo lo que es puede ser transformado porque es la matriz donde gestamos lo que vendrá: todo lo que será proviene de lo que somos.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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