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domingo, 24 de noviembre de 2024

Los cantos de sirena del ego



LOS CANTOS DE SIRENA DEL EGO

Hugo Betancur


Nuestra relación de simbiosis con los fenómenos y criaturas de la existencia probablemente empieza a manifestarse desde la semana doce de la gestación en el vientre materno cuando el feto ha completado la formación de la estructura del cuerpo y aparece un ser humano en miniatura de unos 6 centímetros de longitud desde la coronilla hasta el coxis (lo que en medicina llamamos medida o longitud céfalo caudal).

Tal vez en esa semana doce, el diminuto personaje empieza a percibir su entorno sumergido en el líquido amniótico y unido a la placenta de la madre por el cordón umbilical, y empieza también a reaccionar a los estímulos que capta su sistema nervioso que va madurando: mueve sus extremidades, se encorva y se estira, alterna sus periodos de sueño y vigilia.

Desde el primer mes de vida empiezan a manifestarse la personalidad y el ego de cada uno. Nuestros comportamientos van revelando un ego desbordado que demanda cuidados, atenciones, acompañamiento y satisfacciones, o van revelando una personalidad que interactúa empáticamente con quienes le rodean, con actitudes de calma y apertura al aprendizaje y a la comunicación.

Decimos que un ser humano es egocéntrico cuando pretende imponer el cumplimiento de sus demandas y sus intereses en sus relaciones con otros y con los hechos, y cuando asume que su realidad mental es superior a la realidad que otros conciben: se empeña en reclamar un culto a su personalidad y a la importancia personal que ostenta.

El ególatra se exalta a si mismo o exalta lo que hizo, lo que hace, lo que dice que hará; sirve a otros si eso le reporta ganancias.

Azuzado por su ego, cada personaje actúa según las ambiciones, los proyectos, las obsesiones de ese programa de su personalidad que domina su mente.

Asumamos que una personalidad equilibrada actúa según las circunstancias y correspondiendo a las acciones de sus interlocutores con actitud de respeto y seriedad; en sus encuentros, las dos partes pueden obtener un beneficio mutuo -o por lo menos no estarán expuestas a ser engañadas a costa de su confianza en la otra.

Imaginemos una metáfora donde el ego maneja la trama: alguno de nosotros interpretando un papel en un escenario cualquiera donde parloteamos creencias, afirmaciones, consignas, juicios sobre otros; donde manoteamos y gesticulamos -como los políticos o los pastores y predicadores de las religiones-; donde enfatizamos algunas frases o callamos momentáneamente observando como los otros reaccionan. Representamos ese papel ajustándonos al guión de nuestro ego que nos mueve como un avezado titiritero mueve a sus muñecos, y que además se ejercita como ventrílocuo, poniendo sus palabras en nuestra boca para que seamos sus emisarios. Nos hacemos sus sirvientes y obedecemos sus argumentos que son su hechizante cantico de sirena*, modulado habilidosamente para dominar nuestras mentes y suprimir nuestro libre albedrío.

Nuestra obediencia a los caprichos y planes del ego nos hace parecer altivos, desdeñosos, tal vez prepotentes, indiferentes al sufrimiento de otros, o simplemente inconscientes y apocados, negándonos a asumir los riesgos y retos de nuestro destino a expensas de nuestra sumisión.

En la jerarquía  psicológica sana el progreso de la personalidad debe ser asistido por el ego, que a su vez progresa también con los aprendizajes y cambios que el personaje principal va agregando a la madeja de su destino.

La supervivencia y primacía del ego contrasta con el doblegamiento de la personalidad que suplanta. Cuando su canto de sirena* logra hechizar al personaje, este se ajusta a las elecciones y decisiones del ego y le cede el ejercicio de su voluntad.

Las acciones de las mentes egocéntricas son imprevisibles, habitualmente codiciosas y disociadoras, desdeñosas de las leyes y de los contratos sociales, causantes de desastres, de crisis, de violencia y destrucción, y en muchos periodos de la historia humana instigadoras de guerras y homicidios.

Los seres humanos que no han alcanzado la paz -y como consecuencia la disposición a comprender y conciliar en sus relaciones con otros-, plagan el mundo de sufrimiento e incertidumbre y posiblemente tiendan a creerse elegidos por la providencia para oprimir a otros y depredar sus posesiones y sus vidas.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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 *CANTO DE SIRENAS

En la mitología clásica, las sirenas son descritas como seres con cuerpo de pájaro y rostro o torso de mujer, con voces hermosas y cantos prodigiosos que atraían a los navegantes que pasaban cerca a las costas de su isla y los conducían a la locura o a la muerte al nadar en su busca.

A su regreso a su patria Ítaca y gracias a las advertencias de la maga Circe, Ulises se hace atar al mástil de su barco y ordena a sus marineros taparse los oídos con cera para escapar al hechizo de las sirenas. Al ser vencidas por Ulises y su tripulación, que no sucumbieron a sus encantos, las sirenas perdieron su don y se precipitaron al fondo del océano.

Odiseo o Ulises (en griego clásico: δυσσεύς; en griego moderno: Οδυσσέας; Ulixes en latín) fue uno de los héroes legendarios de la mitología griega.

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El ego y sus obsesiones de grandiosidad


EL EGO Y SU GRANDIOSIDAD

Hugo Betancur

 

Si nuestras acciones no son amables,

nuestras palabras amables no son ciertas.

 

[Premisas del ego: “Dime lo que quiero oír”, “Has lo que quiero que hagas”, “Dame lo que quiero recibir”.]

 

De mis experiencias y aprendizajes con mis pacientes en sesiones de hipnosis, de mis privilegiadas relaciones con médiums y de mis diálogos con otros terapeutas, he sacado las conclusiones que expongo seguidamente.

 

Cada ser humano tiene una mente que dirige sus acciones en cada episodio pasajero de su existencia. Esta mente está asociada a una personalidad, y ambas progresan a través de la experiencia –la relación con la vida- y del aprendizaje. La mente con su registro de los hechos sobrevive a la muerte del cuerpo físico. Muere la mente neuronal o cerebro que hace parte del cuerpo físico, instrumento de representación en el drama planetario.

 

En cada proceso de vida, lo que denominamos yo es la percepción de cada existencia humana como particular, con rasgos y condiciones propias que la caracterizan como diferente. Decimos “yo pienso”, “yo considero”, “a mí me parece”, cuando queremos expresar las impresiones que ese yo ha elaborado.

Desde la conformación del feto en el vientre materno, se va conformando un ego que hace parte de la personalidad o que se incorpora a la personalidad. Ese ego o pequeño yo es algo así como una entidad o un programa de la personalidad que establece la individualidad o la separación respecto a los demás: “a mí me gusta”, “a mí no me gusta”, “yo quiero esto o aquello”. 

El ego o pequeño yo es competitivo, absorbente, selectivo. Considera la vida como como una lucha en la que hay que enfrentar adversarios y adversidades; en esa confrontación, ese ego separacionista y exigente debe ganar, poseer, conquistar, sin medir el costo ni las consecuencias que haya que asumir en el empeño de superar o aniquilar a otros.


El pasado del ego está lleno de afrentas y de batallas. En algunas le pareció vencer y en otras le pareció ser vencido: se siente orgulloso y jactancioso por la primera ilusión y resentido y con deseos de venganza por la segunda.

 

El ego está lleno de temores, de discriminaciones, de tergiversaciones, según sus presunciones, respecto a quienes no se acomodan a sus demandas y requisitos. Desde la estructura del ego y de sus fines e intereses son promovidas las guerras y la destrucción, las enfermedades incurables propias de cada uno, las pugnas interminables que atraviesan generaciones y culturas.

 

Desde esa condición egoica predominante, cuando interactuamos por primera vez con otros seres humanos, los sopesamos, los calibramos: ¿Qué representa esta persona para mí? ¿Qué utilidad tiene esta persona para mi vida? ¿Debo aceptar a esta persona cordialmente o debo prevenirme contra ella? El comportamiento egoico es una mezcla de recelo y cautela en esos encuentros iniciales (aunque a veces esos comportamientos persisten y se vuelven sistemáticos).

 

Según esas evaluaciones tácticas iniciales, el ego decide como actuar: amistosa y abiertamente, o despectiva y evasivamente.

 

En nuestras relaciones, cada vez que nos involucramos destructivamente en un conflicto hemos sido “enganchados” en las tramas de disociación del ego, que decide que alguien no cumplió una función o funciones que le fueron asignadas o que realizó unas funciones que no le fueron permitidas ni aceptadas, y en consecuencia debe pagar por ello.

 

El ego reacciona ante estas situaciones con hostilidad esgrimiendo sus armas o activando sus defensas. El ego establece la culpabilidad y también la sanción o castigo que debe recibir quien transgredió sus normas, y persiste en el conflicto hasta que sus requisitos sean satisfechos o hasta que sea obedecido y resarcido. El ego personifica las tendencias de cada uno a disfrutar la vida, a dominar, a obtener y poseer, a alcanzar un envidiable estado de grandeza y de éxito. El ego nace con el cuerpo físico y muere con él.

 

Lo que llamamos ego sano es el pequeño ego contenido y dirigido por la personalidad hacia unas relaciones equitativas y respetuosas donde reconocemos el libre albedrío de otros, sus cualidades, sus limitaciones, su idiosincrasia1*. Al reconocer lo que otros son en sus vivencias temporales, reconocemos también lo que nosotros somos.

 

Cuando nos replegamos hacia la dimensión de nuestro ser -el portal del alma-, la personalidad y el ego son relegados a un segundo plano. Desde esa dimensión mental vemos claramente que cada uno se representa a sí mismo en este plano de vida y nos damos cuenta de la vulnerabilidad o de la fortaleza, de la inteligencia o de la ignorancia, de la confusión o de la certeza que le corresponden a cada vida.

 

Desde esa dimensión de nuestro ser sabemos que no hay seguridad para quienes se atacan en el campo de batalla. Para el ser, la condición de vencedores y vencidos significa lo mismo, la misma deuda por saldar, los yugos comunes que debemos resolver a través del tiempo en relaciones de expiación y reparación, el mismo sufrimiento causado que debemos sanar.

 

Cuando experimentamos lo que otros experimentan podemos comprender cómo son sus vidas y que tan inminentes y únicas han debido ser sus decisiones y acciones de acuerdo a las circunstancias de momento y personalidad que atravesaron (aunque los observadores incidentales hubieran juzgado y asumido que hubo muchas opciones posibles, los observados sólo pudieron actuar desde las condiciones de sus mentes).

 

Al ubicarnos en la situación de los otros (lo que alude la frase “ponerse en los zapatos de otro”) podemos conocer sus percepciones y acomodarnos a la sentencia de Dante en la ‘Divina Comedia’: “Probarás cómo sabe a sal el pan ajeno y que duro trance es el subir y bajar por las escaleras del prójimo”2*.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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1*IDIOSINCRASIA. F. Del griego διοσυγκρασία -'temperamento particular'. Esta palabra define el conjunto de rasgos, temperamento, carácter, creencias y mentalidad que pueden ser distintivos y propios de un individuo o de una colectividad o de una cultura.

2*Dante Alighieri, en la “Divina Comedia”, en el Canto XVII.

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lunes, 4 de noviembre de 2024

Los Reinos de Utopía y sus personajes.


LOS REINOS DE UTOPIA Y SUS PERSONAJES

 

Hugo Betancur

 

 

Imaginemos unos Reinos, que podemos llamar “de Utopía”, habitados y hechos posibles por personajes diversos que viven sus existencias con sus planes y fantasías particulares y ostentando creencias colectivas que consideran factibles –alcanzar riqueza material, cultura y posiciones de autoridad que les permitan imponerse sobre los demás (someterlos, subyugarlos, hacerlos sus instrumentos de placer y sus sirvientes).

 

Sin embargo, todos los Reinos de Utopía son establecidos sobre una dimensión particular llamada realidad que tiene condiciones restrictivas y condiciones permisivas: solo podemos alcanzar lo que nos corresponda según los aprendizajes y logros que hayamos alcanzado, según los propósitos que nos animen, según las características de nuestra personalidad y según las opciones plausibles en la interacción con los demás seres vivos y con la naturaleza que nos rodea.

 

Los instrumentos mentales y externos utilizables para erigir esos Reinos de Utopía son muy variados, en algunas ocasiones muy efectivos y en otras de dudoso aprovechamiento. En todo momento estamos bajo la influencia de los fenómenos ocurridos previamente –todos los sucesos anteriores tienen sus consecuencias para los habitantes de los Reinos de Utopía: lo acontecido ha evolucionado y se manifiesta en los “ahora” transitorios que conforman el pasado y el porvenir.

 

Según las condiciones de sus mentes y según sus creencias, los perseguidores de sus Reinos de Utopía pueden avizorar el mundo y juzgarlo o interpretarlo. Y pueden evaluarlo, o evaluar a sus contemporáneos, o evaluarse a sí mismos según los resultados obtenidos -pueden darse cuenta si van logrando ser exitosos o no, si alcanzan el rotulo de triunfadores o de vencidos, si llegan a la ansiada meta como ganadores o perdedores, si alcanzan lo que ellos llaman felicidad o si constatan que son infelices al termino de sus campañas.

 

Pueden también, si quieren hacer esa pesquisa, preguntarse si han servido como soportes o colaboradores para que otros triunfen o sean vencidos, para que otros ganen o pierdan respecto a lo que se hayan propuesto como objetivo, para que otros hayan sido exitosos o fracasados, para que otros hayan obtenido la esquiva felicidad o la turbulenta infelicidad.

 

En los Reinos de Utopía, los adelantos ocasionales dependen de los ideales trazados y de la coincidencia entre lo previsto y lo alcanzado -qué fue conseguido o consumado; qué no pudo ser alcanzado o adquirido-; y también depende de los peones que han se desempeñaron como sirvientes de los gestores de esos dominios inciertos.

 

Los estados de ánimo según esos guiones, o argumentos, o proyectos precedentes, estarán determinados por los beneficios o apreciaciones de cada uno sobre sus pretensiones cumplidas o no y sobre sus inventarios particulares en cada instante.

 

Lo que llamamos victoria o éxito es simplemente aquello que nos da satisfacción o lo que asumimos como algo conquistado. Y llamamos fracaso o pérdida a aquello que no fue posible lograr o poseer y que nos causa insatisfacción, tristeza, pesimismo, malhumor, incertidumbre.

 

Como apreciación cierta, en la dimensión que llamamos “la realidad” todo sucede como parte de un todo mayor, manifestado en secuencias de un proceso dinámico de contracciones y expansiones, de relaciones y efectos, de integración o desintegración, de intercambios equilibrados y parejos o desequilibrados y tortuosos.

 

Lo que llamamos realidad va teniendo conformaciones cambiables a medida que transcurre la historia común. Y posiblemente nosotros cambiamos también –o cambia nuestra manera de percibir el mundo: quizá madura o evoluciona nuestra personalidad; o talvez nos quedamos estancados y confusos mientras la vida cambia y los demás cambian o terminan sus ciclos de existencia.

 

Todo los Reinos de Utopía son arrasados a medida que el tiempo transcurre -los amoríos sublimes, las dictaduras y los gobernantes que esclavizan a los pueblos, las religiones que sojuzgan a nombre de dioses inventados, los sistemas políticos y  las culturas que preconizan sus dogmas y mandatos atropellando el libre albedrío de sus masas de seguidores, todos son relegados a las galerías de la historia común.

 

¿Qué poseemos al término de esta jornada llamada existencia? ¡Sólo aquello que no nos fue arrebatado!

 

¿Quiénes permanecen a nuestro lado cuando arrecia la tormenta, cuando las dificultades están presentes y nos hacen tambalear, cuando nuestros sentimientos y emociones nos conmueven y somos sacudidos por algo impredecible llamado soledad? ¡Solo aquellos que nos tienden su mano amiga o que nos acompañan incondicionales y pacientes hasta que recuperamos o instauramos nuestro equilibrio y nuestra paz!

 

En los Reinos de Utopía, el caos es la condición predominante; los personajes pasan del extremo de la confrontación hostil al extremo de la paz aparente y las farsas de cordialidad mantenidas precariamente. Allí los arrogantes reyes con sus inestables feudos atraviesan los contrastes desde la máxima opulencia hasta la más sórdida decadencia. Lo que llamamos realidad objetiva termina imponiendo sus ritmos y su fuerza y los episodios de grandiosidad y triunfo pasan a ser sólo breves crónicas de mentes extraviadas y vanas.

 

Los Reinos de Utopías están poblados por personajes sofisticados y por personajes comunes que imaginan sus conquistas, su fama, y sus idilios como algo que podrán hacer suyos.

 

Sin embargo, el desenlace de sus épicas ficciones tendrá para los que traman estos reinos el mismo simbólico valor, tanto si acaban en desastre y frustración como si consiguen algún viso de gloria cuando finalmente comprueban que su realización es imposible.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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sábado, 2 de noviembre de 2024

Sin saber qué hacer, tanteando.



SIN SABER QUÈ HACER, TANTEANDO.

 

Hugo Betancur

 

La existencia de cada uno de nosotros es una progresión en la evolución planeada por las almas.

 

Avanzamos en nuestro itinerario particular sin que podamos prever lo que sucederá, como quien participa en una carrera de obstáculos sin saber cuáles deberá afrontar ni en que ubicación del trayecto.

 

Muchas veces encontramos escollos, dificultades, relaciones conflictivas que no logramos resolver y nos quedamos pasmados; faltan en nuestras mentes las consideraciones que nos guíen acertadamente a la elección más justa en el momento.

 

Podemos establecer dos circunstancias que afrontamos habitualmente: los asuntos del mundo -cómo no relacionamos con los seres vivos, los eventos y las cosas materiales, qué autonomía podemos asumir o qué tanta dependencia nos condiciona-  y los asuntos de nuestra mente -los instrumentos psicológicos de nuestro personaje: creencias, percepciones, procesos de pensamiento e informaciones que aplicamos, sentimientos, emociones, motivaciones y propósitos, la actuación de un ego avasallador que nos mueve como marionetas o la de un ego aplacado que nos obedece).

 

En esa relación con otros tenemos dos alternativas: adoptamos un comportamiento ventajoso y utilitario, o asumimos actitudes solidarias y afectuosas que sean beneficiosas para ellos y nosotros.

 

Cuando coincidimos con otros en algún momento en que afrontan dificultades o procuran establecer un nexo afectivo, es lícito que dejemos de  lado nuestro ego truculento y despleguemos acciones acogedoras.

 

Asumimos un papel de villanos y depredadores guiados por nuestros intereses y ambiciones, o nos asociamos con los demás con generosidad y respeto.

 

¿Establecemos un puente de gratitud y simpatía con nuestros actos o establecemos una barrera de resentimiento y hostilidad? 

 

Cuando no tenemos una visión clara sobre qué elección hacer podemos seguir la máxima de convivencia del Maestro Jesús: “No hagas con los demás lo que no quieres que hagan contigo”.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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