LOS CANTOS DE SIRENA DEL EGO
Hugo Betancur
Nuestra relación de simbiosis con los fenómenos y
criaturas de la existencia probablemente empieza a manifestarse desde la semana
doce de la gestación en el vientre materno cuando el feto ha completado la
formación de la estructura del cuerpo y aparece un ser humano en miniatura de
unos 6 centímetros de longitud desde la coronilla hasta el coxis (lo que en
medicina llamamos medida o longitud céfalo caudal).
Tal vez en esa semana doce, el diminuto personaje
empieza a percibir su entorno sumergido en el líquido amniótico y unido a la
placenta de la madre por el cordón umbilical, y empieza también a reaccionar a
los estímulos que capta su sistema nervioso que va madurando: mueve sus
extremidades, se encorva y se estira, alterna sus periodos de sueño y vigilia.
Desde el primer mes de vida empiezan a manifestarse
la personalidad y el ego de cada uno. Nuestros comportamientos van revelando un
ego desbordado que demanda cuidados, atenciones, acompañamiento y
satisfacciones, o van revelando una personalidad que interactúa empáticamente
con quienes le rodean, con actitudes de calma y apertura al aprendizaje y a la
comunicación.
Decimos que un ser humano es egocéntrico cuando
pretende imponer el cumplimiento de sus demandas y sus intereses en sus relaciones
con otros y con los hechos, y cuando asume que su realidad mental es superior a
la realidad que otros conciben: se empeña en reclamar un culto a su
personalidad y a la importancia personal que ostenta.
El ególatra se exalta a si mismo o exalta lo que
hizo, lo que hace, lo que dice que hará; sirve a otros si eso le reporta
ganancias.
Azuzado por su ego, cada personaje actúa según las
ambiciones, los proyectos, las obsesiones de ese programa de su personalidad
que domina su mente.
Asumamos que una personalidad equilibrada actúa
según las circunstancias y correspondiendo a las acciones de sus interlocutores
con actitud de respeto y seriedad; en sus encuentros, las dos partes pueden
obtener un beneficio mutuo -o por lo menos no estarán expuestas a ser engañadas
a costa de su confianza en la otra.
Imaginemos una metáfora donde el ego maneja la
trama: alguno de nosotros interpretando un papel en un escenario cualquiera
donde parloteamos creencias, afirmaciones, consignas, juicios sobre otros;
donde manoteamos y gesticulamos -como los políticos o los pastores y
predicadores de las religiones-; donde enfatizamos algunas frases o callamos
momentáneamente observando como los otros reaccionan. Representamos ese papel
ajustándonos al guión de nuestro ego que nos mueve como un avezado titiritero
mueve a sus muñecos, y que además se ejercita como ventrílocuo, poniendo sus
palabras en nuestra boca para que seamos sus emisarios. Nos hacemos sus
sirvientes y obedecemos sus argumentos que son su hechizante cantico de sirena*,
modulado habilidosamente para dominar nuestras mentes y suprimir nuestro libre albedrío.
Nuestra obediencia a los caprichos y planes del ego
nos hace parecer altivos, desdeñosos, tal vez prepotentes, indiferentes al
sufrimiento de otros, o simplemente inconscientes y apocados, negándonos a
asumir los riesgos y retos de nuestro destino a expensas de nuestra sumisión.
En la jerarquía psicológica sana el progreso
de la personalidad debe ser asistido por el ego, que a su vez progresa también
con los aprendizajes y cambios que el personaje principal va agregando a la madeja
de su destino.
La supervivencia y primacía del ego contrasta con
el doblegamiento de la personalidad que suplanta. Cuando su canto de sirena* logra
hechizar al personaje, este se ajusta a las elecciones y decisiones del ego y le
cede el ejercicio de su voluntad.
Las acciones de las mentes egocéntricas son
imprevisibles, habitualmente codiciosas y disociadoras, desdeñosas de las leyes
y de los contratos sociales, causantes de desastres, de crisis, de violencia y destrucción,
y en muchos periodos de la historia humana instigadoras de guerras y homicidios.
Los seres humanos que no han alcanzado la paz -y
como consecuencia la disposición a comprender y conciliar en sus relaciones con
otros-, plagan el mundo de sufrimiento e incertidumbre y posiblemente tiendan a
creerse elegidos por la providencia para oprimir a otros y depredar sus posesiones
y sus vidas.
Hugo Betancur (Colombia)
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En la
mitología clásica, las sirenas son descritas como seres con cuerpo de pájaro y
rostro o torso de mujer, con voces hermosas y cantos prodigiosos que atraían a
los navegantes que pasaban cerca a las costas de su isla y los conducían a la
locura o a la muerte al nadar en su busca.
A su regreso a
su patria Ítaca y gracias a las advertencias de la maga Circe, Ulises se hace atar
al mástil de su barco y ordena a sus marineros taparse los oídos con cera para
escapar al hechizo de las sirenas. Al ser vencidas por Ulises y su tripulación,
que no sucumbieron a sus encantos, las sirenas perdieron su don y se
precipitaron al fondo del océano.
Odiseo o
Ulises (en griego clásico: Ὀδυσσεύς; en griego moderno: Οδυσσέας; Ulixes en latín) fue uno
de los héroes legendarios de la mitología griega.
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1 comentario:
Gracias Hugo. Sumamente "nutritivo" este aporte. En sintonía total. Mar, desde el Foro
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