EN LAS
PELICULAS DE LA VIDA
Hugo
Betancur
En las
películas de la vida, los actores coincidimos en las situaciones y relaciones
que hemos propiciado con nuestras acciones previas y con nuestros propósitos -a
veces quizá también con nuestros temores, obsesiones, ilusiones, ideales. El
axioma clásico “Todos nuestros actos tienen consecuencias” podríamos ajustarlo
en la línea del tiempo a lo vivido a través de las existencias y a cómo esos
antecedentes afectan o posibilitan sucesos posteriores.
Los
libretos y las relaciones provienen de la dimensión etérea de las almas, y la
acción va sucediendo novedosa y desconocida, sin un desenlace establecido.
En las
historias del cine, los eventos y desenlaces han sido decididos antes del
rodaje, son conocidos en los guiones iniciales. Los actores interpretan sus
roles dirigidos por los realizadores; van aprendiendo y afianzando sus
caracteres psicológicos mientras avanza la filmación, vistiendo la indumentaria
apropiada, simulando con sus acciones y voces un artificio de vida que los
espectadores percibimos después como parecido a la realidad desde los espejos
de nuestras mentes.
En las
películas de la vida, sin director visible, sin cámaras, sin locaciones
predispuestas, ingresamos a los escenarios dispuestos a protagonizar nuestros
papeles. Hacemos ademanes, gestos, movimientos, inflexiones de la voz.
Recitamos nuestros diálogos a nuestro modo, con nuestro particular estilo.
Exageramos nuestro discurso y audiciones o nos mostramos parcos representando
las eventuales entradas de nuestros personajes. Nos engrandecemos
innecesariamente en los ambientes o nos empequeñecemos estratégica o
tímidamente. Utilizamos los recursos de actuación que nos parecen más
impactantes o demoledores o permanecemos pasivamente mudos y estáticos mientras
otros expresan sus líneas con presunción y retórica.
Muchas
veces la trama de la vida reúne a los mismos actores en repetidas ocasiones,
congregándolos en los mismos sitios estacionarios, o los obliga a recorrer los
mismos caminos acompañándose mutuamente, conformes y solidarios o reacios y
discordantes.
Las
películas de nuestras vidas suceden en múltiples escenarios. Realizamos
acciones y relaciones y cumplimos nuestras personificaciones participando en
las historias progresivas. Nuestras actuaciones son eventuales -determinadas
por las circunstancias y por nuestras idiosincrasias. Somos actores perpetuos
protagonizando nuestros personajes y sus historias efímeras en escenarios
efímeros.
Ante los
hechos de la vida respondemos con las emociones y sentimientos posibles para
nuestras mentes según los personajes que asumimos. Nuestros estados de ánimo
son contrastantes según la ocasión y según los acompañantes incidentales: nos
mostramos sombríos o deslumbrantes, confundidos o certeros, locuaces o
solemnes, perplejos o indiferentes, hostiles o acogedores, tontos o sabios.
Decidimos qué actitud tomar y cómo afrontar nuestras vivencias: si nos
declaramos víctimas quejumbrosas dispuestas a cargar con nuestras tragedias y
sufrimientos -y tal vez cargar a otros-; o si entendemos que simplemente fuimos
afectados en la interacción inevitable y obligatoria que suscitaron los
acontecimientos de lo que llamamos pasado. Las deducciones y las imágenes que
conformemos nos definirán como personajes adaptados y dinámicos o como
personajes marginados y estancados.
En la
filosofía oriental hemos encontrado reiteradamente este axioma: “El destino de
un hombre es su destino, la vida es una ilusión”. Podemos preguntarnos:
¿Estamos dispuestos a integrarnos como actores consecuentes a las películas de
la vida aceptando cada situación que ha ocurrido, o elegimos quedarnos como
espectadores pasmados y dolidos dando vueltas y vueltas, contemplando y
magnificando las heridas que hemos formado en nuestras mentes? ¿Seguimos en la
misma película o cambiamos de película, de escenarios y de relaciones?
Hugo
Betancur (Colombia)
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