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viernes, 5 de octubre de 2012

Amor, cuando trascendemos los guiones y los yugos.





EL AMOR, EL FUEGO QUE ARDE 

EN LA LLUVIA Y EN LA OSCURIDAD.


No llames amor a aquello que no lo es;

ni llames realidad

a los deseos caprichosos de tu mente,

a lo que solo es un espejismo exclusivo

conformado ambiciosamente por el ego.

Una semilla estéril

no tiene condiciones para germinar

y no podrá crecer

para convertirse alguna vez

en un árbol vigoroso

que pueda reverdecer y dar sus frutos,

estación tras estación.

No podemos acceder

a experiencias ni a recursos de la vida

que no merecemos o que no nos corresponden.

Cada sembrador cosecha los frutos

de lo que ha plantado y cosechado

en su esforzado trabajo, día tras día.

 

Aquello que amamos

nos revela sus secretos

y aquellos que nos aman

pueden comprendernos sin esfuerzo.

  

Hugo Betancur (Colombia)

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jueves, 3 de mayo de 2012

Subjetividad versus objetividad


VISIONES SUBJETIVAS

Por Hugo Betancur M.D.


Nuestra visión de la vida y de los seres vivos es siempre un fenómeno subjetivo, lo que percibimos o interpretamos desde nuestras mentes.

Lo que llamamos objetivo es simplemente aquello que puede ser acomodado a un patrón de observación, o de definición, o a unas leyes de comportamiento derivadas de la experiencia –leyes aplicables a seres humanos, a seres animales, a las manifestaciones de conformación de la energía (desde lo más etéreo y sutil velado a los sentidos hasta lo más denso y concreto perceptible con estos).
Llamamos objetivo a todo aquello que nosotros consideramos real y que sigue las condiciones impuestas por nuestras mentes: observadores diferentes pueden expresar percepciones y conceptos diferentes sobre el mismo evento o fenomeno contemplado.

Varios observadores pueden relatarnos las acciones y eventos que contemplan. Pueden ser muy minuciosos o muy precarios en la descripción. Según sus datos y según nuestras mentes, podemos imaginarnos o representarnos lo que ellos nos cuentan verbalmente. Los cuadros que ellos pintan con sus palabras pueden parecernos confusos o muy ricos en detalles, según sus condiciones o según nuestras condiciones.

Como seres humanos, nuestra percepción corresponde al estado de evolución de nuestras mentes y al conocimiento que tengamos de lo que vemos. Nuestras personalidades nos limitan o nos permiten una comprensión adecuada de las manifestaciones de la vida y de nuestras relaciones. Somos seres subjetivos en nuestras expresiones y en nuestro entendimiento; lo que hacemos procede de lo que somos.

Una triada clásica nos plantea tres enfoques sobre nuestras vidas particulares:

1. Como nos mostramos a los demás o como nos ven ellos.
2. Como nos vemos nosotros.
3. Como somos.

Las dos primeras opciones consideran lo que aparentamos. La tercera considera lo que somos –el ser de cada uno.

La disciplina de la psicología ha identificado patrones comunes de comportamiento que tenemos como especie humana (muchos de estos compatibles con las respuestas y conductas de los mamíferos) lo que nos induce a pensar que tenemos hábitos y reacciones particulares que nos asocian y nos identifican como colectividad (los miembros de ese conjunto actuamos con pautas comunes en eventos y relaciones sucedidos en tiempo y espacios diferentes, como si la información utilizada para representar nuestros papeles proviniera de una mentalidad masiva).

Existe también comportamientos paralelos muy particulares y conflictivos que nos muestran el predominio de egos muy absorbentes y caprichosos en seres humanos arrogantes y utilitaristas o ignorantes -lo subjetivo resalta en sus relaciones con otros a quienes desdeñan y discriminan pretendiendo obtener de ellos un culto a sus personalidades competitivas y disociadas.

Bajo la dualidad del mundo podemos vivir como seres integrados, conscientes de que el daño que causemos a los demás nos lo causamos a nosotros mismos y que el beneficio que aportamos a los demás nos lo aportamos a nosotros mismos; o podemos vivir como seres separados que perseguimos nuestros propios intereses y ambiciones, que ignoramos las consecuencias de nuestras acciones y negamos nuestra responsabilidad cuando afectamos destructivamente las vidas de otros.

La integración nos congrega en la dimensión del ser, con sus atributos de respeto y valoración ; la separación pertenece a la dimensión del ego, con sus mañas peculiares y sus estrategias de manipulación y menosprecio.

Mientras más sabemos acerca de algo o de alguien, nuestro entendimiento es mayor. Ese saber debe estar ajustado a los rasgos y características de la situación o de la persona que evaluamos o pretendemos juzgar.

Nuestras opiniones proceden de suposiciones o presunciones, por lo que podemos caer bajo los espejismos de la apariencia o de lo posible; nuestros conceptos proceden de evidencias y están más acoplados a los sucesos y al ámbito de lo probable.

Sin embargo, estamos siempre limitados por los contenidos de nuestras memorias e intelectos y por nuestras creencias cuando intentamos definir o entender el movimiento de la vida. Vemos desde lo que somos y desde las posiciones que ocupamos transitoriamente -y muchas de las situaciones y acciones que nos permitirían una sabia comprensión del conjunto están fuera del campo de visión de nuestras mentes.

Hugo Betancur (Colombia)
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jueves, 26 de abril de 2012

Perdonar o no perdonar, he ahí el dilema.




RESTAURAR NUESTRA PAZ

Por Hugo Betancur

Cuando enfocamos nuestra disposición a “perdonar” a otros y liberarnos del conflicto que mantenemos vigente contra ellos, podemos des-cubrir todo el proceso de conformación de la culpa que hemos establecido inconscientemente y que proviene de nuestro sistema de creencias. De nuestra base de datos particular, nuestro archivo mental, provienen las interpretaciones que hacemos: cotejamos los eventos que consideramos externos con la información que tenemos y expresamos nuestros juicios, tal como los jueces y los abogados lo hacen examinando las conductas y acciones de los reos para evaluarlas según las normas contempladas por las leyes que regulan las relaciones de su sociedad.

Si no vemos la culpa como un obstáculo que nos separa de otros y nos vuelve conflictivos, no podemos hacer nada para resolver la situación en que nos hemos involucrado.

Sin embargo, en algún momento identificamos el yugo que representa para nosotros la elección que hicimos al discriminar a otros y rechazarlos: al observar nuestra  molestia y rechazo contra ellos, empezamos a verlos y a vernos a nosotros mismos (que somos quienes albergamos las culpas y las condenas).

Podemos contemplar las situaciones conformadas como un cuadro vivo en que interactuamos: hemos juzgado acerca de las acciones y comportamientos  de otros y nos hemos atado a ellos a través de la trama que hemos armado en nuestras mentes.

Esencialmente, la atribución de la culpa, la retaliación y la exigencia de reparación son actividades propiciadas por nuestros egos: otros nos han “afectado” y nos han “herido” y deben ser castigados y reprendidos.

El perdón es una acción de restablecimiento de la cordura. Al soltar nuestras condenas y alcanzar una comprensión sobre los actos y rasgos de otras personalidades nos excluimos voluntariamente de la pugna instaurada y entramos en la dimensión de la paz donde entendemos que todo lo sucedido es consecuencia de circunstancias previas que lo hicieron posible y que corresponden a la dinámica de la vida y de los dramas humanos –acción y retribución, causa y efecto, la representación de los actores sobre el escenario.

lunes, 16 de abril de 2012

Ritmos de la vida: acciones y pautas de interacción.





RITMOS  DE  LA  VIDA

Por Hugo Betancur M.D.


Los ritmos de la vida y la vida misma son manifestaciones convergentes de lo existente, ocurren simultáneamente.

La vida y sus ritmos son eventos relacionados: una y otros son sucesos progresivos, son secuencias de acciones y conformaciones.

La naturaleza y los seres vivos expresamos en todo momento atributos y condiciones que propician nuestros ritmos, rápidos o lentos, sutiles o estruendosos, apagados o imponentes.

Las causas producen efectos y los efectos producen otras causas porque todo es movimiento. Aunque los observadores solo fijemos nuestras miradas en la aparente inercia exterior, el movimiento interno prosigue.

Los ritmos parecen suceder como cascadas de eventos diferentes que hemos llamado acciones y retribuciones, contracción y expansión, causas y efectos, estímulos y respuestas, anterior y posterior, crecimiento y decrecimiento, acciones y reacciones, claridad y oscuridad.

Si nos acogemos a los ritmos de la vida, podemos ajustarnos a la transitoriedad de las circunstancias y las relaciones; podemos seguir sus acordes y cumplir sus requisitos –ningún apego, ninguna resistencia, acogernos a sus ciclos y cambios.

Los ritmos de la vida nos anuncian cuándo nuestras relaciones entran en crisis; cuándo las dificultades acumuladas y no resueltas nos ponen en pugna con aquellas personas que nos han acompañado; cuándo todo aquello que consideramos –o que otros consideran- como  negatividades intolerablesse se ha convertido en una barrera de separación. Nos dan indicios, o nos muestran panoramas, muy completos sobre la actualidad de lo que llamamos nuestras relaciones afectivas o de pareja, y nos revelan cuándo llegamos al más alarmante estado de divergencia y de disociación y cuándo los participantes mostramos nuestra mayor indiferencia, o hastío, o agotamiento, o rechazo.

Esos ritmos nos advierten también cuan lejanos estamos de los miembros de nuestra familia y de nuestros amigos –o cuan lejanos están ellos de nosotros-. Nos ponen enfrente como extraños que no reconocemos los nexos de construcción, mutualismo e integración, ni unos propósitos de progreso y fortaleza compartida para las etapas de éxito y para las de aflicción, para las de abundancia y de carencia (donde los roles son alternados: alguien asiste y alguien es asistido, alguien provee y alguien recibe, alguien se muestra confundido y alguien lo acoge y lo guía). O nos ponen enfrente como reconocidos amigos y parientes que valoramos mutuamente nuestra presencia en el cordial encuentro temporal en que coincidimos y en que nos acogemos regocijados y hospitalarios.

Los ritmos de sus vidas –y de nuestras vidas-, nos muestran perentoriamente que muchas personas han cambiado y que lo que son en el presente no corresponde ya a las imágenes que tenemos de ellas. Y nos muestran las respuestas y las soluciones que requerimos sobre nuestros procesos particulares, que hemos dejado pasar de largo porque estamos desatentos, o distraídos, o indiferentes, o simplemente conformes y resignados con los esquemas que aplicamos a nuestra existencia.

Los ritmos de la vida nos colocan insatisfechos y retadores frente a situaciones y relaciones en que no vemos progreso ni compensaciones motivadoras y en las que nos sentimos menospreciados o excluidos. 

Psicológicamente, no es adecuado que nos quedemos estancados o rezagados, rechazando lo que sucede o resintiéndonos contra ello. Como actores, estamos involucrados en las situaciones y debemos representar nuestros papeles dinámicamente; como espectadores, podemos observar atentamente todo lo que pasa en el escenario con un propósito de entendimiento. Con sus fenómenos  variables de prodigalidad y escasez, de expansión y contracción, la vida nos empuja constantemente hacia los cambios.

Estamos envueltos en la trama de la vida: en sus escenarios improvisamos nuestras relaciones y acciones y ensamblamos nuestros personajes con agregados de tradiciones, creencias, cultura y experiencias.

La naturaleza, y todos los seres que habitamos sus espacios ejecutamos los ritmos de la vida.

Esos ritmos son pautas de acción, fenómenos que guían, o propician, o inducen, otros fenómenos, y que proceden de antecedentes conformadores.

Quienes realizan un baile mientras escuchan una pieza musical, siguen la cadencia establecida acomodando sus movimientos a los sonidos cambiantes. Saben que deben “seguir el ritmo” o “adaptarse al ritmo”, tan armoniosamente como les sea posible. Otros  produjeron previamente la melodía  que ellos ejecutan.

Los ritmos de la vida   son acciones y fuerzas desplegadas para producir cambios. Esos ritmos son información activa que fluye a través de los seres vivos y del entorno natural en sus procesos y relaciones.

Los ritmos y los eventos,  comportamientos o acciones tienen un momento* de representación coincidente (el presente de las causas y los efectos).  Ese momento* es un movimiento fugaz en el tiempo y el espacio, es un movimiento incesante, que no puede ser congelado porque ya fue desatado su ímpetu.

Los ritmos de la vida pulsan como evidencias que nos parecen contrastantes a quienes observamos lo que va sucediendo.

Como la vida, esos ritmos son cambiantes. Como cada pieza musical tiene sus ritmos, así  las circunstancias y elementos de la vida tienen los suyos.

Si como seres humanos nos acogemos a los ritmos del ahora, fluimos a corriente con el curso de la vida.

Llamamos acciones pertinentes a nuestras acciones más coherentes con las situaciones y relaciones que atravesamos. Hay momentos óptimos para sembrar las semillas, para que las plantas puedan crecer vigorosas y sanas, para producir y madurar los frutos, para recoger las cosechas. Son los ritmos de vida de las plantas y de la vida en resonancia.

Influimos en los ritmos de la vida y los ritmos de la vida influyen en nosotros. Algunos ritmos son avasalladores y nos subyugan con la energía desplegada; otros ritmos se ajustan a nuestras cadencias momentáneas.

Según nuestras actitudes y comportamientos, algunos ritmos se tornan recurrentes: condiciones y acciones semejantes a las que precipitaron eventos conflictivos, vuelven a producir un efecto parecido si se repiten. Por eso los ritmos de la vida son señales que nos indican qué transformaciones y modificaciones son apremiantes para  restablecer nuestro equilibrio y nuestra paz.

Cuando están presentes los miembros de la familia que han sido convocados, es el momento de tomar la fotografía para nuestro álbum de recuerdos. La reunión familiar dispone el ritmo justo para ese registro gráfico de la celebración. No antes, no después: en el justo momento del encuentro.

Ubicamos los ritmos de la vida en una línea simbólica de tiempo y en unos espacios de ocurrencia, que son referencias para describirlos.

Muchas veces, representando nuestros dramas y nuestros intereses, nos quedamos atascados en situaciones amargas que consumen nuestra energía y nos mostramos desvalidos y recelosos. La vida nos revela entonces sus ritmos incontenibles de cambio y sus inevitables fluctuaciones y nos impulsa a renunciar a nuestra pasividad y nuestro marginamiento. Salimos de nuestro retiro auto impuesto -estado de contracción- y entramos en la comunicación con otros –estado de expansión-.

Volvemos a integrarnos al movimiento de la vida y aceptamos la dualidad como su insustituible premisa de aprendizaje mientras  compartimos las experiencias de nuestras efímeras jornadas.

Hugo Betancur (Colombia)

*Momento o momentum: el instante de tiempo en que ocurre un evento.
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Videoclips ilustrativos:
Breathe in, breathe out:

Grow Up, Cool Down:

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