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domingo, 21 de septiembre de 2025

Permitamos que todo suceda como corresponde.

                                                                                                                                       LA ESPERA. Juan Castillo.

PERMITAMOS  QUE  TODO  SUCEDA

 

Hugo Betancur

 

Cuando alcanzamos el entendimiento sobre las condiciones de lo que percibimos como real, nos damos cuenta que los eventos suceden por una concordancia de causas y efectos -acciones desencadenantes y consecuencias- lo que ha sido definido con el término causalidad.

En tiempo presente podemos abarcar los hechos como “lo que es” con sus condiciones y su conformación eventuales que cada uno de nosotros interpretamos según las posibilidades de racionalización y comprensión de nuestras mentes.

Si nuestra actitud es “permitir que todo suceda”, posiblemente logremos contemplar y percibir lo que ocurre con una mente estoica -aplacada y flexible ante los acontecimientos.    

Las culturas y filosofías orientales nos instruyeron sobre la sensatez de fluir con las situaciones y relaciones de nuestras vidas sin resistirnos, sin entrar en conflicto, sin protagonizar dramas o tragedias personales de apego-posesión, inculpación o victimización, sin aferrarnos a nuestras manifestaciones psicológicas reactivas de ataque o defensa.

Se propusieron enseñarnos sobre la violencia y negatividad que representan para cada ser humano todos esos comportamientos egocéntricos basados en nuestros planes particulares y en resultados que favorecieran nuestras expectativas o que fueran convenientes a nuestros proyectos de éxito.

 

Nos aleccionaron sobre nuestra aceptación de lo sucedido dándonos la imagen de fluir como las aguas de los ríos o como el viento bordeando obstáculos y avanzando hasta agotar su ímpetu. Nos exhortaron a que afrontáramos confiadamente nuestros destinos deshaciendo pacientemente las relaciones y el tiempo de nuestras existencias, sin quedarnos represados ni en situaciones ni en guiones de sufrientes.

 

En la cultura occidental nos advirtieron reiteradamente que “cada día trae su afán” y que era insensato que nos desveláramos por las dificultades de ayer y las conjeturas sobre un mañana inexplorable y evanescente.

 

Es justo y pertinente que realicemos las acciones que nos corresponden para evitar que muchos sucesos en que podemos intervenir se tornen destructivos contra nosotros y los demás. Todo lo que hacemos se proyecta sobre el conjunto de la vida.

 

Nuestro sufrimiento por lo que pasó o por lo que no pudo pasar es una disposición inútil, es un error, es un estancamiento. Esa actitud tristona y patética nos atrae incertidumbre, nos desgasta y consume nuestra energía. Es una carga psicológica para quien asume el sufrimiento como su guion a interpretar y es una carga para sus allegados.

 

Nuestro sufrimiento no revive a los que cumplieron ya sus ciclos de existencias, no deshace nuestras culpas ni nuestros desaciertos, no trae de nuevo a los que se fueron abruptamente, no nos lleva de vuelta a las experiencias de complacencia que ya pasaron. Nuestro sufrimiento es una obsesión demente, un capricho de nuestros egos enganchándonos tercamente a seres humanos que ya no están o que percibimos conflictivamente o a circunstancias consumadas.

 

Solo nuestra aceptación de lo que fue nos puede liberar del sufrimiento y anclarnos en el presente.

 

Cuando nos hacemos uno con otros seres humanos o con las situaciones que vivimos, nos manifestamos en la sabiduría del amor.

 

Nos hacemos uno sin perder nuestra identidad ni nuestra autonomía, no fragmentándonos sino integrándonos, sin apegos, sin apropiaciones, afirmando nuestra libertad y no condicionándola a la vigilancia de quienes se pudieran considerar con una mentalidad distorsionada nuestros amos o nuestros dueños.

 

Aunque sólo sea por un momento, acogemos a esos seres humanos, o los eventos en que participamos, con una disposición indulgente de aceptación y conciliación.

 

En esa acción amorosa somos serios, sinceros, cordiales, respetuosos, protectores, confiables.

 

Nos comunicamos y honramos lo que otros representan para nosotros. Y nos honramos a nosotros mismos. Participamos con una mentalidad desinteresada y ecuánime.

 

Nuestras creencias pierden importancia porque predominan nuestros sentimientos de integración y de comprensión-compasión, intensos, vitales, espontáneos.

 

Nos movemos en un paisaje de lleno de luz y de colores fulgurantes, poblado por plantas fértiles, por árboles vigorosos con sus follajes densos y sus frutos abundantes, por seres vivos expresando su magnificencia recíproca y prodigiosa. Todos los actos de amor son un presente en esa coreografía ejecutada.

 

Cuando no logramos hacernos uno con aquello que percibimos como externo a nosotros, solo establecemos relaciones fundamentadas en intereses, en sensaciones o placeres ocasionales que se repiten previsiblemente, en planes de vida, en intercambios afectivos o de acompañamiento mutuo, muchas veces desganado y competitivo, en carencias propias que esperamos sean suplidas por otros y que toleramos pasivamente con una mentalidad resignada de pobreza y desvalimiento. Otros gobiernan, o dirigen, o condicionan nuestras vidas –o nosotros nos condicionamos a lo que satisface o conforma a otros-, y entramos en la dimensión del control recíproco, lo que es habitual en la dimensión del ego, con sus axiomas predilectos y contradictorios “Busca, pero no halles; acércate, pero permanece lejos; intenta cambiar pero permanece en la rutina; busca la felicidad pero evita alcanzarla…”

 

Algo que distingue esas relaciones no amorosas es la alternatividad en los sentimientos de los implicados -altibajos de la alegría a la tristeza, de la conformidad a la pugna, de la risa a los gestos de desagrado, de la cordialidad a la hostilidad-, y el señalamiento de culpas –“soy infeliz por lo que haces o por lo que no haces; no te preocupas por mí sino por ti; sólo me satisfaces cuando te conviene...” y otra serie profusa de reclamos y quejas verbalizadas o actuadas 

 

Posiblemente el amor permanezca ausente en esos nexos -muy efímeros o extendidos precariamente a lo largo del tiempo-, y quizá algo llamado afecto, o cariño agradecido, o complacencia, o dependencia, o necesidad, mantenga a los relacionados en una cercanía obligada parecida a rutina o compromiso, donde la alegría y la satisfacción aparecen de cuando en cuando para dar la ilusión de integración y trascendencia, mientras la existencia va pasando…

 

Allí nos movemos en un paisaje gris y brumoso, de árboles secos solo avivados por el canto de pájaros solitarios que revolotean o se posan sobre sus ramas desnudas, y poblado por seres vivos lánguidos y taciturnos que ambulan desorientados. En ese espacio podemos inquirir para nuestro autoconocimiento: ¿Cómo son las relaciones que tenemos? ¿Qué sentimientos y emociones constantes nos inspiran? ¿Qué predomina en nuestras interacciones utilitarias -pasajeras o sostenidas a través de un largo tiempo? ¿Qué aportamos a otros en las experiencias compartidas? ¿Son nuestra rutina obligada o nuestra libre asociación esas relaciones en que participamos?

 

Hugo Betancur (Colombia)

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jueves, 11 de septiembre de 2025

LAS CARGAS Y LOS LASTRES MENTALES

                                                                               EQUILIBRIO. Fotografía por Diana Valderrama B.

LAS  CARGAS  Y  LOS  LASTRES  MENTALES

 

Hugo Betancur


En nuestras vidas, vamos paulatinamente amontonando datos de todo lo que experimentamos: son nuestras memorias del pasado, una asociación de episodios históricos particulares emparentados con los sentimientos, emociones, recuerdos, anhelos y deseos con que los hemos revestido… Todas esas memorias o archivos imaginarios crean un lastre mental que con los años se va tornando muy pesado y que nos estanca morbosamente mientras observamos, paradójicamente, que otros progresan.

Soltar esos lastres o cargas significa liberarnos de todas esas memorias, para poder manifestarnos sanos y fortalecidos en el “ahora”. Esta es la única opción que tenemos para alcanzar la madurez fluidamente, avanzando a través de los años con nuestras mentes y nuestras emociones renovadas y no fosilizadas, no empeñados terca y erróneamente en actuar como los eternos adolescentes que no evolucionan hacia etapas de crecimiento emocional y que sacan mil disculpas ante sus parientes y allegados para no adoptar sus roles de adultos y los cambios requeridos.

Muchos seres humanos que han ido envejeciendo más allá de los 21 –la edad aceptada como límite de la adolescencia- se empecinan en comportarse como niños que apenas empiezan a experimentar sus cambios hormonales de los 10 a los 15 años, manifestándose con sus mentes conflictivas y reacias  a los aprendizajes y al comportamiento serio y negándose a asumir la responsabilidad sobre sus acciones. 

Estos adultos no hacen caso a las señales de alerta que sus familiares y relacionados les dan repetidamente “deja de actuar como un niño y asume la autonomía sobre tu vida”. Ellos –y ellas- se justifican astutamente para omitir sus acciones de cambio –como recurso de manipulación, simplemente argumentan que los demás son muy intolerantes y que no los apoyan. 

Todo adulto que se niega a crecer es una carga para sí mismo y una carga para quienes le rodean. Sus emociones trastornadas y problemáticas se desbordan continuamente para dramatizar choques psicológicos en que se auto-rotulan como víctimas o como incomprendidos. En sus mentes y en sus emociones  se empeñan en contradecir o polemizar cuando otros les requieren temperancia –moderación, temperamento calmado y prudente.  Han estado respondiendo con rabietas o con enojo y engañan o ahuyentan a quienes los aleccionan refugiándose en los pretextos de la mentalidad infantil irreflexiva y explosiva, con las mismas evasivas y argumentos propios de esa temprana edad. Para ellos y para quienes los sustentan, sus patrones mentales se vuelven un lastre, cada día más pesado.  

En la actualidad podemos reciclar la mayoría de las cosas que ya no nos sirven o los residuos orgánicos; sin embargo, no hemos inventado los recursos psicológicos ni los instrumentos externos que nos permitan reciclar la basura recogida por nuestras mentes –comprobamos, además, que las numerosas drogas que nos prescriben y que tomamos a diarios no producen cambios significativos en nuestra comprensión de la vida ni en nuestras relaciones insatisfactorias subordinadas a necesidades.

Nos corresponde desechar lo acumulado, lo que ya no nos es útil, lo inservible, lo perturbador, para poder seguir avanzando con nuestras mentes despejadas, livianas y renovadas.

Muchas de las enfermedades que padecemos, mentales, emocionales y físicas –anímicas, en general-, tienen que ver con la acumulación de basura psíquica (interacciones conflictivas, situaciones que fueron o son dolorosas para nosotros, celos, envidia, resentimientos, odios o frustraciones, temores, incertidumbre, adicciones, manías).  Lo considerado culturalmente como normal es que las mentes humanas apilan toda esa información sin resolverla, lo que interpretamos como la naturaleza de lo colectivo, de lo masivo. Lo que podemos instaurar como excepcional es la liberación de todas esas cargas. Sólo requerimos inconformidad con nuestros hábitos de vida, y luego consciencia sobre el malestar y las dificultades que aquellos nos atraen, y finalmente acciones de cambio y de aprendizaje que nos lleven a la autonomía y a la tranquilidad. 

Muchas personas aseguran tajante y desafiantemente que son felices y que sus vidas son muy armoniosas. Nos enteramos que no son reales sus afirmaciones porque dependen habitualmente de sustancias farmacológicas para aliviar o suprimir los síntomas de sus enfermedades y porque se ven obligadas a acudir regularmente a la consulta médica para reforzar sus diagnósticos y tratamientos.

Lo esencial para que podamos soltar nuestros lastres es “darnos cuenta” de lo que nos ocurre, observar cómo experimentamos nuestras relaciones y nuestros procesos de vida. Si no nos “damos cuenta”, no podemos ejecutar las acciones de “soltar lastres”, porque nos falta la consciencia, porque no logramos razonar sobre nuestro desequilibrio y nuestra falta de paz.

Para “darnos cuenta” debemos enfocarnos en la auto observación de nuestros estados de ánimo y de nuestras vivencias.  Podemos aplicar el axioma antiguo socrático de “Conocernos a nosotros mismos”, pues lo que vemos es un espejo de lo que somos –recuerdo el dicho popular “Cuando Juan habla de Pedro, sabemos más sobre Juan que sobre Pedro”. 

Nos corresponde hacer una pesquisa sobre nuestra personalidad y nuestros archivos mentales: qué vemos, qué sentimientos suscitan en nosotros los eventos en que participamos, qué recuerdos guardamos de lo vivido, qué fantasías hemos armado que nos limitan, qué culpas atribuimos a otras personas o qué resentimientos esgrimimos contra ellas. 

Creemos que la lectura de los libros del momento o la recitación de ciertas frases con que nos describimos o la pertenencia a ciertos grupos nos permitirá conquistar posiciones respetables o de aceptación social –lo externo: el prestigio, la funcionalidad, el reconocimiento como exitosos o superados-. 

La auto-indagación como un proceso mental constante nos permite descubrirnos y descubrir nuestros resguardos, las barreras que ponemos para no afrontar nuestros cambios. 

La meditación es un instrumento de reflexión, de superación, de transformación. En esa quietud voluntaria de nuestras mentes, podemos conformar o desconformar imágenes, podemos definir la realidad transitoria que estamos percibiendo o experimentando.

En la meditación “nos damos cuenta” y podemos suspender nuestros juicios, nuestras resistencias, nuestras ataduras. Podemos elaborar ideas que nos permitan modificar los hábitos y programaciones de nuestras mentes.

Recordemos la llamada 

“Oración de la Gestalt”

de Fritz Perls:

“Yo soy Yo. Tú eres Tú.

“Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas.

“Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.

“Tú eres Tú. Yo soy Yo.

“Si en algún momento o en algún punto nos encontramos, será maravilloso, si no, no puede remediarse.

“Falto de amor a Mí mismo cuando en el intento de complacerte me traiciono.

“Falto de amor a Ti, Cuando intento que seas como yo quiero, en vez de aceptarte como realmente eres.

“Tú eres Tú y Yo soy Yo.”

Las enfermedades son señales de nuestros cuerpos que nos informan sobre los desajustes y distorsiones de nuestras mentes. Cuando persisten o muestran indicios de agravamiento en nuestro estado físico nos advierten que nuestras acciones cotidianas no son adecuadas y que no hemos logrado afianzar nuestra autonomía.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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