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domingo, 4 de mayo de 2025

Celebraciones y omisiones en nuestras vidas


QUÉ PODEMOS CELEBRAR 

Hugo Betancur


Una celebración es un evento grato, ubicado en un momento del tiempo que consideramos memorable, o al menos significativo. 

Nuestros sentimientos y nuestras emociones para la ocasión se proyectan hacia afuera –seres humanos, situaciones y realizaciones que valoramos y acogemos-, y hacia nuestro interior –un regocijo particular o una satisfacción súbita que nos reconcilia con la vida. 

Sin embargo, dejamos pasar de largo muchas celebraciones adecuadas y merecidas porque quizá estamos distraídos con nuestras rutinas o con las imágenes de nuestras mentes, aferradas obsesivamente al pasado, tratando de extender una actualidad que ya no es posible. 

Nuestros juicios y nuestras expectativas nos aíslan de los demás y del instante fugaz en que permanecemos junto a ellos –cuando es posible mirar el brillo de la vida en sus ojos y escuchar sus palabras. 

Muchas celebraciones a las que asistimos han sido programadas desde el pasado, desde la tradición, como un mandato que debe ser cumplido para traer de vuelta acontecimientos representativos de historias ajenas: allí somos solo espectadores solemnes que nos aburrimos esperando que las ceremonias pasen rápidamente. 

Hay tantas relaciones y recuerdos tormentosos que consumen la energía de nuestras vidas y que no son placenteros, ni gratos, ni conmovedores; sin embargo, los llevamos con nosotros adónde vamos y motivan reiteradamente nuestros relatos e inventarios tortuosos. No merecen ni una fecha ni una reunión para celebrar y no han sido trascendentales en nuestra biografía personal. 

Imagino tres cuadros que definan comportamientos o modos de asumir nuestros procesos de vida: 

1. Un museo de antigüedades, donde guardamos nuestras vivencias y las cosas materiales inertes, sin cambios, interpretadas según la percepción que tuvimos cuando las experimentamos; allí todo lo conservamos tal y como lo recibimos. Nos movemos pesadamente en ese ambiente letárgico. 

2. Un lugar en ruinas, con las construcciones deterioradas por la acción de la naturaleza. Fuimos sus habitantes y recorrimos sus espacios manifestando allí nuestros ímpetus y nuestra avidez. Nuestro vigor ha sido vencido y reposamos fatigados como sobrevivientes que consumen lánguidamente sus días. 

3. Un gran parque con avenidas, con una vegetación fértil, esmeradamente cuidada y protegida, y una gran variedad de seres humanos y animales en movimiento, con expresiones de alegría y vivacidad. Hay allí bancos para descansar, para detenerse sin prisa a contemplar lo que aparece en el exterior o lo que discurre en las mentes de los transitorios visitantes. 

Y podemos hacer alguna de dos elecciones según la vida va pasando: como viajeros optimistas que recorremos confiadamente nuestra jornada por caminos que reconocemos como propios, o como fugitivos y desterrados que atraviesan pesimistas y desconfiados un territorio que les parece extraño y amenazante. 

Cada viajero alcanza el destino que su visión ha trazado como punto de llegada o como límite. Y cada uno de nosotros celebra o lamenta lo sucedido según la comprensión o según la confusión que le muestra su mente.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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