Observatorio en Paris. Carlos Andres Betancur.
MIRANDO HACIA LEJOS
Hugo
Betancur
Nuestras mentes proyectan hacia el futuro
nuestras ilusiones -lo que no ha sucedido y que imaginamos con la ambición de lograrlo
o alcanzarlo para nuestra complacencia y fortuna. Tanto nuestras ilusiones como
el futuro en que deberán ocurrir son figuraciones. Solo los profetas de la
Biblia conjeturaron algunos hechos que acaecerían y solo los astrónomos ven algo
del pasado en el brillo lejano de algunas estrellas que ya se extinguieron.
En nuestro ahora, las ilusiones son
espejismos, intangibles e inciertas, y las convertimos en valores y
motivaciones esenciales.
Muchos de nuestros ideales sobre otros seres humanos,
no alcanzados, o por alcanzar –y probablemente inalcanzables-, en ocasiones se convierten en obsesiones persistentes y frustrantes para nosotros y en yugos para ellos, son algo parecido
a una camisa de fuerza que nos ajustamos o que ponemos a nuestros relacionados,
son la barrera que nos separa y no el vínculo que nos une.
Escuchamos o presenciamos con frecuencia
los reproches o reclamaciones de las parejas, de los padres, de los hijos,
porque lo que llamamos realidad no les ha traído a esos otros con las
cualidades y condiciones que ellos les fijaron como ideales.
Bajo un análisis estricto, no disponemos de
esos seres humanos anhelados que puedan servirnos como robots funcionales y que
tengan además virtudes humanas excelsas y cálidas (esos padres, hijos y parejas
idealizados no existen).
Todos los seres vivos nos movemos con
nuestras sombras que la luz del día destaca y que la noche encubre.
A veces pretendemos modelar a otros como lo
podemos hacer con una masa de plastilina, lo que no es posible porque ellos
tienen sus propias mentes y personalidades a diferencia de la sustancia plástica colorida y blanda en
nuestras manos que no tiene esos atributos.
Recordemos que la porción de felicidad que podamos atesorar está
fundamentada en nuestras relaciones armoniosas y en la apropiación de nuestros
destinos, en la provisión de asistencia,
cuidados y presentes a otros, en agradecer y entender que cada quien tiene sus
dones y sus taras a pesar de sí mismo: estas acciones nos vinculan
afectivamente.
Cada uno es lo que es y no puede ser otro
porque se lo exijamos o porque lo configuremos como “un ser especial” o como nuestro
rescatador y sustentador. Lo de seres especiales es una fantasía de las mentes
y siempre hay que tirarlo al río de lo imposible.
Los humanos perfectos no existen ni en los
novelones de masas de televisión.
Recordemos que no tenemos la autoridad para
ordenar a otros que nos den felicidad y recordemos que cuando asignamos a otros
la tarea de hacernos felices creamos un conflicto duradero, por el imperativo
en nuestras mentes y por la carga que les ponemos.
La felicidad es una construcción y siempre
está fundamentada en la autonomía de cada uno, en el respeto a sí mismo y a los
otros, en la valoración de todas las acciones y realizaciones nuestras y de
otros que nos favorecen a todos, en la libertad de cada uno que no puede ser
negada ni omitida en nuestras relaciones.
Las relaciones que establezcamos con otros
basadas en “nuestras necesidades” son relaciones con un proveedor a quien le
exigimos unos comportamientos y funciones que debe realizar para satisfacernos,
agradarnos, obedecernos, lo que es una distorsión y un desconocimiento de su
libertad.
Cuando alguien expresa “te necesito”,
“debes hacerme feliz”, “te reprocho que no me das felicidad” está haciéndose
una imposición a sí y a otros y esto no conduce al bienestar sino al
establecimiento de un vínculo de sumisión y obligatoriedad que no es posible.
Dios nos dio el libre albedrio que es un
don de vida y cada uno puede y debe acogerse a esa condición.
Podemos construir lo que llamamos felicidad
con los que están y celebrando y homenajeando a los que se han ido: todos en
sus almas siguen y seguirán presentes por los siglos de los siglos.
Hugo
Betancur (Colombia)
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[La palabra ilusión viene del latín illusio, -ionis 'engaño'.
Cuando no se manifiesta aquello que fantaseamos como realizable, afirmamos con
lucidez que nos sentimos desilusionados o desengañados -nos liberamos de la
ilusión y sufrimos la frustración concerniente que nosotros mismos hemos
causado].
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