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domingo, 22 de enero de 2023

Las ilusiones de nuestras mentes

                                                                       Observatorio en Paris. Carlos Andres Betancur.

MIRANDO HACIA LEJOS 

Hugo Betancur

 

Nuestras mentes proyectan hacia el futuro nuestras ilusiones -lo que no ha sucedido y que imaginamos con la ambición de lograrlo o alcanzarlo para nuestra complacencia y fortuna. Tanto nuestras ilusiones como el futuro en que deberán ocurrir son figuraciones. Solo los profetas de la Biblia conjeturaron algunos hechos que acaecerían y solo los astrónomos ven algo del pasado en el brillo lejano de algunas estrellas que ya se extinguieron.

 

En nuestro ahora, las ilusiones son espejismos, intangibles e inciertas, y las convertimos en valores y motivaciones esenciales.

 

Muchos de nuestros ideales sobre otros seres humanos, no alcanzados, o por alcanzar –y probablemente inalcanzables-, en ocasiones se convierten en obsesiones persistentes y frustrantes para nosotros y en yugos para ellos, son algo parecido a una camisa de fuerza que nos ajustamos o que ponemos a nuestros relacionados, son la barrera que nos separa y no el vínculo que nos une.

 

Escuchamos o presenciamos con frecuencia los reproches o reclamaciones de las parejas, de los padres, de los hijos, porque lo que llamamos realidad no les ha traído a esos otros con las cualidades y condiciones que ellos les fijaron como ideales.

 

Bajo un análisis estricto, no disponemos de esos seres humanos anhelados que puedan servirnos como robots funcionales y que tengan además virtudes humanas excelsas y cálidas (esos padres, hijos y parejas idealizados no existen).  

 

Todos los seres vivos nos movemos con nuestras sombras que la luz del día destaca y que la noche encubre.

 

A veces pretendemos modelar a otros como lo podemos hacer con una masa de plastilina, lo que no es posible porque ellos tienen sus propias mentes y personalidades a diferencia de la sustancia plástica colorida y blanda en nuestras manos que no tiene esos atributos.

 

Recordemos que la porción de  felicidad que podamos atesorar está fundamentada en nuestras relaciones armoniosas y en la apropiación de nuestros destinos, en la provisión de  asistencia, cuidados y presentes a otros, en agradecer y entender que cada quien tiene sus dones y sus taras a pesar de sí mismo: estas acciones nos vinculan afectivamente.

 

Cada uno es lo que es y no puede ser otro porque se lo exijamos o porque lo configuremos como “un ser especial” o como nuestro rescatador y sustentador. Lo de seres especiales es una fantasía de las mentes y siempre hay que tirarlo al río de lo imposible.

 

Los humanos perfectos no existen ni en los novelones de masas de televisión.

 

Recordemos que no tenemos la autoridad para ordenar a otros que nos den felicidad y recordemos que cuando asignamos a otros la tarea de hacernos felices creamos un conflicto duradero, por el imperativo en nuestras mentes y por la carga que les ponemos.

 

La felicidad es una construcción y siempre está fundamentada en la autonomía de cada uno, en el respeto a sí mismo y a los otros, en la valoración de todas las acciones y realizaciones nuestras y de otros que nos favorecen a todos, en la libertad de cada uno que no puede ser negada ni omitida en nuestras relaciones.

 

Las relaciones que establezcamos con otros basadas en “nuestras necesidades” son relaciones con un proveedor a quien le exigimos unos comportamientos y funciones que debe realizar para satisfacernos, agradarnos, obedecernos, lo que es una distorsión y un desconocimiento de su libertad.

 

Cuando alguien expresa “te necesito”, “debes hacerme feliz”, “te reprocho que no me das felicidad” está haciéndose una imposición a sí y a otros y esto no conduce al bienestar sino al establecimiento de un vínculo de sumisión y obligatoriedad que no es posible.

 

Dios nos dio el libre albedrio que es un don de vida y cada uno puede y debe acogerse a esa condición.

 

Podemos construir lo que llamamos felicidad con los que están y celebrando y homenajeando a los que se han ido: todos en sus almas siguen y seguirán presentes por los siglos de los siglos.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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[La palabra ilusión viene del latín illusio, -ionis 'engaño'. Cuando no se manifiesta aquello que fantaseamos como realizable, afirmamos con lucidez que nos sentimos desilusionados o desengañados -nos liberamos de la ilusión y sufrimos la frustración concerniente que nosotros mismos hemos causado].

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