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miércoles, 23 de marzo de 2022

Historias clausuradas.

                                                                                                                                       Fotografía por Diana Valderrama.

HISTORIAS CLAUSURADAS

Hugo Betancur

 

Podemos evidenciar nuestras vidas como seres humanos con nuestra presencia y nuestro desempeño en el mundo, protagonizando historias que van sucediendo. Y podemos definir la muerte como seres humanos como el ausentamiento del mundo, con la clausura de nuestro personaje y el cierre de la historia respectiva.

Deshacemos día a día el tiempo disponible para nuestras vidas estableciendo relaciones, experimentando situaciones, haciendo aprendizajes.

La felicidad es una ilusión que imaginamos y mantenemos esperanzados, a pesar de los obstáculos y las frustraciones. La felicidad es una proyección de nuestras mentes hacia el tiempo presente y hacia el tiempo por venir resumida en una frase ideal “quiero ser feliz” -hay un “yo” que representamos que traza ese objetivo o plan que deberemos realizar y que muchas veces parece excluyente porque no contempla el pronombre nosotros, más generoso y solidario.

La vida de cada uno de nosotros es intransferible, obligatoria, inevitable, perecedera.

La vida es movimiento, acción, integración, participación, expansión.

La muerte es quietud, inacción, desintegración, contracción.

El cuerpo humano es un compuesto de materia y energía; también es un conjunto de órganos y sistemas que producen un estado de salud y bienestar cuando funcionan armónicamente.

La energía del cuerpo proviene de los nutrientes y del entorno. La energía de la vida es más sutil e inclasificable, permanente e indestructible en su esencia, invisible a los ojos y omnipresente.

Cuando ocurre la muerte del cuerpo, la energía sutil del alma -que moldeó y conformó el cuerpo desde el vientre materno- se repliega hacia el plano sublime del Espíritu, llevándose los conocimientos aprendidos y las vivencias cumplidas -que son parte de la memoria atemporal. El cuerpo muerto pierde su identidad y la memoria neuronal se deshace.

Por mis experiencias en terapias de hipnosis y como asistente a las sesiones espontaneas de médiums diferentes, concluyo que una vez terminada cada una de nuestras existencias planeadas para evolucionar, nuestras almas deshabitan los cuerpos que utilizamos para representar y caracterizar nuestros personajes.

Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra suiza, estudiosa del fenómeno de la muerte humana, propuso una elaboración de duelo por los supervivientes en cinco etapas: negación y aislamiento, ira, conciliación, depresión y, finalmente, aceptación.

La muerte humana es una transición como lo es el nacimiento, ambos eventos propician cambios y ajustes.

Cuando acaece la muerte del cuerpo, cesan las dos fases de la respiración y el corazón deja de latir; las sensaciones y las percepciones cesan también. Los sentimientos y emociones que son manifestaciones de nuestros personajes mientras actuamos nuestros papeles en los escenarios, se extinguen con ellos cuando mueren los cuerpos.

Ese cuerpo que fue el instrumento de las vivencias y de la comunicación con otros pierde su hálito de vida y su conciencia y se disgrega. 

Cada vida tiene su idiosincrasia, su subjetividad, su manera de ser y de expresarse. Cada vida que culmina deja su historia, provechosa, útil y admirable, o estéril, opaca y trivial.

Es posible que la muerte sea una liberación para quienes experimentan sufrimiento, insatisfacción, conflictos.  Tal vez la muerte no sea bienvenida para quienes viven sus existencias con agrado y motivación y realizando acciones constructivas para si mismos y para los demás.

La vida es siempre la manifestación cambiante de esplendor y aventura, plena de contrastes y paradojas. Como viajeros, recorremos su geografía y establecemos nuestras relaciones con avidez y curiosidad con el propósito de conocer, comprender y progresar según nuestros méritos y nuestras mentes.

Cuando los personajes conocidos por nosotros clausuran sus biografías con la muerte del cuerpo, habitualmente hacemos nuestras reflexiones, nuestros juicios y nuestros inventarios particulares; nos preguntamos: ¿cuáles fueron sus obras y sus acciones? ¿qué trascendencia tuvieron sus vidas para ellos y para los demás?

La huella de los que se han ido queda grabada en nuestras mentes con imágenes persistentes resumidas en una frase simple, como interrogante o como exclamación: ¿cómo los recordamos?, ¡cómo los recordamos! 

 

Hugo Betancur (Colombia)

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