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domingo, 20 de diciembre de 2020

La compasión

     
               “Oficios callejeros”, escultura de Olga Inés Arango Posada. Plazoleta la Alpujarra de Medellín.

LA COMPASION

Hugo Betancur

 

La compasión es una actitud de empatía respecto a los demás y respecto a nosotros mismos. Si hemos alcanzado una visión apacible y condescendiente de nuestras propias vidas, es posible que podamos ver las de nuestros semejantes indulgentemente -dejamos nuestros puestos de observadores descomprometidos y nos acercamos a la confusión y complejidad de sus roles y relaciones, lo que nos permite conocer sus vicisitudes y tal vez participar en los cambios y retos que requieren realizar.

Si consideramos que debemos ser duros con nosotros mismos, extenderemos hacia los demás nuestros juicios rigurosos y nuestra disposición discriminatoria -entonces actuamos como jueces severos dando nuestros veredictos desde un estrado mental inaccesible y arrogante.

Nuestras actitudes compasivas expresan nuestra comprensión y un inteligente entendimiento de las dificultades y crisis que afrontamos -nosotros y los otros- y que es común a todos, en espacios y momentos distintos.

También somos vulnerables a los padecimientos y sufrimientos de otros -aunque los ignoremos o los desconozcamos por nuestro alejamiento-; sin embargo, la existencia despliega para todo el repertorio de sus bondades y sus adversidades que habremos de experimentar si corresponde a la progresión y a la causalidad ligadas a nuestras historias personales.

Los periodos de sufrimiento y bienestar de los seres humanos son inherentes a nuestro tránsito por el mundo.

Nuestros sufrimientos son la representación mental que hacemos de lo que sucede en nuestras vidas, los manifestamos con los sentimientos negativos que enturbian nuestro ánimo y que pueden ser breves y pasajeros o extensos y duraderos en la línea del tiempo, y los revestimos con nuestras emociones, que son nuestras reacciones psicológicas particulares.

La comprensión es nuestra percepción acogedora de los otros y nuestro acercamiento amigable a su soledad, a su aflicción, a su fragilidad.

La comprensión es un estado de consciencia que aviva nuestra empatía y nos torna compasivos con el sufrimiento de los otros, lo que nos impulsa a asistirlos espontánea y solidariamente y a contemplarlos en el espejo de la realidad que nos reflejan.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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Empatía. Adjetivo. Del griego  “empátheia”, de ν (en, "en") y πάθος (páthos, "sentimiento"). Significa “sentir con. Es equivalente a “ inteligencia interpersonal, término acuñado por el psicólogo Howard Gardner para definir la capacidad cognoscitiva de una persona para comprender las experiencias de otras.

 

"Lastima", sustantivo femenino, sinónimo de conmiseración tiene otro contexto: vemos a otros como  desvalidos e infelices desde nuestro observatorio de espectadores autosuficientes y pasivos, ajenos a su condición.

 

“Sufrir”. Verbo transitivo. Del Latín “sufferre”, sinónimo de padecer -experimentar una vivencia infortunada que mengua la calidad de vida.

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domingo, 22 de noviembre de 2020

El tesoro de la felicidad

                                                                                                                               Catedral La Sagrada Familia. Barcelona.

EL TESORO DE LA FELICIDAD

Hugo Betancur

 

Desde el momento en que empezamos a tener “uso de consciencia*”, dedicamos muchos momentos de nuestras vidas a reflexionar sobre algunas de las frases más recitadas por la gente que nos rodea: “Busca la felicidad” y “Encuentra la felicidad”, que resuenan en nuestras mentes como órdenes o mantras, inquietantes y recurrentes.

Nos preguntamos: ¿Qué es la felicidad?, ¿Dónde se encuentra la felicidad?, ¿Cómo podemos ser felices? Las respuestas son esquivas, proyectadas como asuntos pendientes porque predominan en nuestras vidas los vaivenes entre la calma y el desasosiego, entre el pasado que no cesa y el futuro incierto.

Asociamos la posibilidad de ser felices con relaciones afectivas, con logros profesionales o laborales, con posesión de cosas; sin embargo, cuando vemos realizados esos designios solo expresamos ostentación o satisfacción ante otros y no un sentimiento exaltado comparable a la promisoria felicidad. (Quitémosle a cualquiera aquello del exterior en lo que fundamenta su aparente felicidad; y podemos preguntarle después qué tesoro queda en su mente. ¿Qué pondrá en reemplazo de lo que ha dejado de tener?)

Tal vez no haya un sendero directo y llano que nos lleve a la felicidad, ni una formula milagrosa que venga de afuera que nos permita realizarla. Como en los relatos literarios, existen los obstáculos y los retos que debemos superar y que nos permitirán resolver los enigmas que ocultan esa joya tan recóndita para la mayoría de los mortales.

No nos basta asumir la condición de buscadores para lograr acceder a la felicidad -porque cada buscador está más enfocado en el objetivo que ha fijado que en los cambios que debe realizar en su mente.  El requisito esencial es la manifestación de una mente atenta, dispuesta a descubrir y utilizar los recursos propicios para modelar esa exótica felicidad -como en los espectáculos de los prestidigitadores, el resultado de cada función depende de la maestría de los ejecutantes y de los instrumentos que usan para representar la realidad que imaginaron.

No hay una ruta visible a los ojos hacia la felicidad. Es una ruta que nuestras mentes intuyen y que nuestros corazones* presienten como la más certera; atraviesa por terrenos abruptos: reconciliarnos con los personajes que nos afectaron –aquellos a quienes calificamos como los egoístas, los engreídos, los soberbios, los utilizadores, los mentirosos, los confundidos, los ignorantes, los estúpidos, los parásitos, los necesitados, los equivocados, los flojos, los farsantes, los depredadores...-. Cuando rebasamos esos senderos escarpados, emprendemos las acciones liberadoras: los abrazos imaginarios en nuestras mentes a los seres que nos amaron con sus actos y sus cuidados -aunque hayan sido muy torpes, o muy discretos, o poco ruidosos-, la gratitud hacia quienes fueron junto a nosotros por los trechos oscuros o tormentosos, las expresiones en soledad de nuestras risas silenciosas por los momentos alegres y de nuestro llanto por los momentos tristes...

Todas estas acciones nos conducen, primero a la satisfacción, luego a la serenidad, luego a la fortaleza, luego a la paz...

Hay dos pesquisas sinceras que nos dan respuestas ecuánimes: qué es lo cierto y qué es lo engañoso. Y lo que mejor nos aclara eso es cuánto bienestar o cuánto malestar nos traen nuestros actos.

Todas nuestras vivencias y relaciones suceden imperativamente: cuando entendemos y aceptamos esto, dejamos de vernos como extraños a nosotros mismos y a lo que nos rodea y asumimos plenamente nuestro personaje; sólo entonces nos damos cuenta que los otros también tienen sus propios roles, sus talentos, sus limitaciones, sus motivaciones, sus cargas -como nosotros.

Desde esa perspectiva, podemos ver la complejidad de la vida y de los seres humanos -cada uno resguardando su idiosincrasia, sus creencias y su vulnerabilidad, y sintiéndose libre en su esclavizante e incomprendido papel. Tal vez la mejor manera de minimizar nuestros temores sea la comprensión de la magnitud de los temores de los demás y de su confusión. 

Nuestra comprensión remueve el obstáculo mayor hacia la felicidad -la separación-, y nos confronta con la tarea intransferible de la disolución del propio ego.

Nuestra historia es una rama del árbol humano común, con las mismas raíces, con la misma savia nutriendo su verdecimiento y su floración y bajo la influencia y ambientación de las mismas estaciones cambiantes y alternadas.

(Los otros obstáculos son la endeble y falsa convicción de la importancia personal, la falta de gratitud por las circunstancias amables del pasado, las distracciones rutinarias, los juicios implacables sobre los comportamientos de otros).

Quien haya vencido esos obstáculos representativos, es posible que tenga los méritos suficientes para descubrir la felicidad. Sin embargo, en ese punto de su viaje, el tesoro de la felicidad no es significativo porque ya la posee: ahora su mente habita en el presente y sabe que la felicidad no es un destino sino un modo de percibir y experimentar el prodigio de la vida.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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*Consciencia. Sustantivo. Proviene de la palabra latina “conscientia”.  'darse cuenta de algo, percibir su aparente realidad').

*Corazón y palabras derivadas: “…término griego καρδια y …latino cor. Cuando el latín vulgar evolucionó hacia las diferentes lenguas romances, casi todas ellas denominaron al corazón con esta última palabra (cor) o con vocablos derivados de ella. Del latín cor derivan, directa o indirectamente, numerosas palabras del lenguaje corriente que a primera vista parecen tener poco que ver con el corazón: acordar y su forma reflexiva acordarse, acorde, acuerdo y desacuerdo; concordar, concordancia, concordante, concordato, concordatario, concorde y concordia; discordar, discordancia, discordante, discorde y discordia; corada; coraje, corajudo y corajina; coral; cordial y cordialidad, cuerdo, cordura y cordal; cordíaco; precordio y precordial; y recordar, recordación, recordatorio, recuerdo y trascordarse.)

https://www.revespcardiol.org/es-etimologia-del-corazon-articulo-13059725

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domingo, 18 de octubre de 2020

La seriedad

                                                                                                TRANSPARENCIA. Fotografía por Hugo Betancur 

LA SERIEDAD *

Hugo Betancur

 

La seriedad es la cualidad de veracidad en las palabras y acciones de los personajes.

Decimos de un ser humano que es “serio” cuando su comportamiento y sus acciones son creíbles, confiables y coherentes con su discurso.

Decimos que un ser humano carece de seriedad cuando su comportamiento y sus acciones son engañosas o turbias y contradicen su discurso.

Podemos considerar la seriedad como un valor ético cuando su propósito va dirigido a promover el bienestar de otros o el bienestar propio sin causar daño a los demás. 

Seriedad es sinónimo de responsabilidad e integridad -la capacidad de asumir las consecuencias de nuestros actos.

Nos congraciamos con los demás cuando apreciamos la seriedad en sus palabras y acciones. Nos distanciamos de ellos cuando juzgamos sus acciones y sus palabras desprovistas de seriedad y congruencia.

Alguna vez, uno de mis pacientes añosos me definió su carácter con estas palabras: “A mi edad, soy un hombre transparente en mis actos y mis palabras, mi vida no tendría sentido si no fuera así”.

Tal vez los fundamentos mayores de nuestra paz sean la seriedad con que asumimos nuestras relaciones y el trato justo y respetuoso que damos a los demás.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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[Etimología: *Seriedad, del latín seriĕtas, sustantivo femenino, denota el atributo de serio, del latín “serius”, adjetivo que designa la condición de verdadero y cierto de algo o de alguien.]

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sábado, 5 de septiembre de 2020

Mentes robóticas versus mentes autónomas.

                                                                         Fotografía por Diana Valderrama

MENTES ROBÓTICAS 

VERSUS MENTES AUTÓNOMAS

Hugo Betancur

 

Es posible que los grupos humanos estemos más congregados bajo los temores comunes o bajo los sistemas de creencias colectivas que bajo una inteligente relación donde sea lícito que cada uno de los integrantes exprese las ideas que ha derivado de su experiencia o de su conocimiento.

Los gobiernos y las elites han pretendido que todos sus subordinados tengan opiniones y comportamientos estandarizados y que obedezcan e idolatren a los dirigentes sin ninguna réplica ni manifestación de inconformidad. Las elites parasitan a sus masas que les dan sus vidas y su libertad como ofrenda. Es un intercambio desigual, inequitativo, vandálico.

Las mentes robóticas solo almacenan información masiva que las elites de control con sus programadores depredadores eligen -opiniones, historias, juicios-, todo lo que sea útil para someterlas, intimidarlas, mantenerlas en la ignorancia de su potencial poder autoliberador. Las mentes autónomas observan el mundo y deciden cómo interpretarlo, ese es su privilegio. Sin embargo, las mentes robóticas parecen carecer de la consciencia, la voluntad y los recursos requeridos para descubrirse a sí mismas y descubrir las claves de su progreso.  

Es probable que las mayores colectividades estén compuestas por mentes robóticas, por personalidades gregarias que alardean de tener ideas propias y que solo siguen a quienes fungen como sus mesías sin tener méritos ni acciones que los avalen.

Estas mentes robóticas son condicionadas por culturas y sistemas educativos que les imponen veladamente  las tradiciones y creencias que deben tener para hacerlas maleables, utilizables, sumisas. Estas mentes robóticas generan hogares, empresas y relaciones embrolladas, rutinas de vida fatigantes y desesperanzadoras, monotonía. Cualquiera de nosotros pudo tener en algún periodo de su existencia esa mente robótica que lo hizo parte de una inmensa maquinaria de piezas acopladas por algún astuto colocador que la aprovechó hasta el momento en que el movimiento de la piñonería social la expulsó de su obligado nicho –entonces esa mente robótica logró verse y realizarse como independiente.

Con un entendimiento comprensivo, podemos darnos cuenta que esas mentes robóticas están atadas a sus yugos y a sus presunciones de inteligencia que la realidad desdice en todo momento. Quizá nos aproximemos a una mentalidad de sabios si inquirimos sobre los hechos cotidianos y elaboramos nuestras deducciones y conclusiones por nosotros mismos sin acogernos a la aparente seguridad de la manada y de lo conocido.

Hugo Betancur (Colombia)

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