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jueves, 26 de abril de 2012

Perdonar o no perdonar, he ahí el dilema.




RESTAURAR NUESTRA PAZ

Por Hugo Betancur

Cuando enfocamos nuestra disposición a “perdonar” a otros y liberarnos del conflicto que mantenemos vigente contra ellos, podemos des-cubrir todo el proceso de conformación de la culpa que hemos establecido inconscientemente y que proviene de nuestro sistema de creencias. De nuestra base de datos particular, nuestro archivo mental, provienen las interpretaciones que hacemos: cotejamos los eventos que consideramos externos con la información que tenemos y expresamos nuestros juicios, tal como los jueces y los abogados lo hacen examinando las conductas y acciones de los reos para evaluarlas según las normas contempladas por las leyes que regulan las relaciones de su sociedad.

Si no vemos la culpa como un obstáculo que nos separa de otros y nos vuelve conflictivos, no podemos hacer nada para resolver la situación en que nos hemos involucrado.

Sin embargo, en algún momento identificamos el yugo que representa para nosotros la elección que hicimos al discriminar a otros y rechazarlos: al observar nuestra  molestia y rechazo contra ellos, empezamos a verlos y a vernos a nosotros mismos (que somos quienes albergamos las culpas y las condenas).

Podemos contemplar las situaciones conformadas como un cuadro vivo en que interactuamos: hemos juzgado acerca de las acciones y comportamientos  de otros y nos hemos atado a ellos a través de la trama que hemos armado en nuestras mentes.

Esencialmente, la atribución de la culpa, la retaliación y la exigencia de reparación son actividades propiciadas por nuestros egos: otros nos han “afectado” y nos han “herido” y deben ser castigados y reprendidos.

El perdón es una acción de restablecimiento de la cordura. Al soltar nuestras condenas y alcanzar una comprensión sobre los actos y rasgos de otras personalidades nos excluimos voluntariamente de la pugna instaurada y entramos en la dimensión de la paz donde entendemos que todo lo sucedido es consecuencia de circunstancias previas que lo hicieron posible y que corresponden a la dinámica de la vida y de los dramas humanos –acción y retribución, causa y efecto, la representación de los actores sobre el escenario.

jueves, 12 de abril de 2012

Nuestra mentalidad elabora nuestros pensamientos.





PENSAMIENTO:
Elaboración subjetiva de nuestras mentes

Por Hugo Betancur M.D.

El pensamiento es sólo una elaboración subjetiva de nuestras mentes con ideas e imágenes, propias o ajenas. Es una conformación que realizamos en el presente utilizando como recursos los contenidos de nuestra mente.

Esos contenidos son datos recogidos y procesados por cada personalidad a lo largo de su particular existencia y guardados según sus condiciones peculiares y según la trascendencia que han tenido para cada uno; provienen de eventos y relaciones en que participamos –vivencias de cada instante convertidas luego en experiencias y recuerdos- y que hemos incorporado a nuestra memoria e identidad.

A través de esas relaciones asumimos, adoptamos o establecemos unos sistemas de creencias que determinan nuestra perspectiva o panorama de la vida.

Estos sistemas pueden ser abiertos -reciben y aportan, por lo que pueden adaptarse al movimiento constante de la vida e integrarse a su ritmo progresivo-; o pueden ser cerrados –reciclan y repiten sus monótonos procedimientos sin mostrar disposición al cambio y al aprendizaje. Quienes adhieren a sistemas de creencias cerrados se comportan de manera excluyente y marginal y tienden a discriminar a otros que no parecen compatibles con ellos. Y pueden ser discriminados como contrapartida.

Cada ser humano tiene los sistemas de creencias que puede tener, algunos muy limitados y exiguos, ajenos y muy anticuados; otros muy amplios y ricos en opciones, apropiados y actuales.

Si nuestros sistemas de creencias no son armoniosos con los escenarios donde representamos nuestros dramas, y con los demás actores, nos sentiremos insatisfechos y confundidos.
Los sistemas de creencias que son compartidos por masas de seres humanos probablemente son derivados de grupos sociales o de manifestaciones culturales de influencia u origen común.

Nuestros pensamientos son ideas que elaboramos, relacionadas con atributos que aplicamos a algo o a alguien. Los movimientos de la vida y los movimientos de nuestros pensamientos son relaciones.

Habitualmente interpretamos pensamientos, ideas e imágenes como conceptos afines. Podemos definir los pensamientos como vagos o como concretos –estos últimos nos permiten conformar las ideas concisamente y comunicarlas sin ambigüedad.

Los procesos de pensamiento son subjetivos. El pensamiento y el pensador son uno. Algunos investigadores de la física cuántica concluyen que “la presencia del observador hace posible que lo observado aparezca en su mente”. Algo así como que si el disco duro central o cerebro del computador no tiene grabados programas que puedan leer la información que viene de afuera, la maquina no está en capacidad de transcribir los códigos magnéticos a datos visibles, audibles o táctiles.

Objetivamente podemos considerar que el pensador y su pensamiento son divergentes o contradictorios si percibimos que el discurso de aquel no es coherente con sus acciones.

Escuchamos a veces mandatos insistentes dirigidos a seres humanos apabullados o deprimidos, o que son calificados por otros o por ellos mismos como ‘fracasados’ para pedirles que modifiquen el curso de sus vidas: “Piensa positivamente”, “Cambia tu manera de pensar”, “Deja tus pensamientos negativos”.

Algunos autores de libros de circulación millonaria enfocaron sus argumentos y narraciones en lo que denominaron “técnicas de pensamiento positivo”. Considero que la aplicabilidad de los resultados o prodigios de sus métodos está supeditada a la disposición de sus adeptos a desprenderse de los lastres de sus mentes y a emprender otras pesquisas que les lleven a opciones constructivas que no habían elegido antes. Los cambios que ellos logren en su entendimiento y en los sistemas de creencias subordinados o estancados e insuficientes que habían mantenido, son su liberación y los ponen en el umbral de unas relaciones cooperativas y mutualistas con los demás que impulsan su evolución.

Podremos darnos cuenta que no es posible cambiar nuestros pensamientos de negativos y gregarios a positivos y autonomos si no logramos cambiar nuestra mentalidad -la base de datos o información con que nos relacionamos con la vida.

Agregando otros conocimientos a nuestras mentes podremos interactuar con el entorno y con los seres vivos más eficientemente, lo que no logramos con lo conocido –nuestro intelecto o racionalidad o nuestro archivo de memoria, rumiando los viejos saberes -lo que nos deja estancados, apagados, sin iniciativa.

Mientras rendimos culto a la tradición y al pasado, podemos ver largos y sombríos períodos de retraso en nuestra historia humana porque grandes colectividades fueron mantenidas en la ignorancia y en la pobreza, conformes, lentas y controladas por élites que si accedieron a un entrenamiento de sus mentes en disciplinas y profesiones u oficios que les permitieron progresar y superar competitivamente a aquellos que rendían sus vidas bajo sus yugos.
Pensar positivamente, o con sabiduría, o con inteligencia –adaptación más aprendizaje más creatividad- requiere que hagamos cambios constantes en nuestras mentes y que fluyamos dinámicamente con los ritmos de la vida.

Si el pensador no cambia, los procesos de su mente siguen siendo monótonos, reiterados, alimentados por la misma base de datos que los hace imperativos y mecánicos. Tal como adaptarse a una sociedad que fluye en torno a las enfermedades nos hace vulnerables a enfermarnos, así mismo, conservar intactos los sistemas de creencias destructivos, disociadores y precarios nos predispone a mantener nuestras mentes en la confusión y en la distorsión y a fluir bajo una creatividad restringida y pobre aunque la vida ponga a nuestra disposición sus manifestaciones exuberantes  y de progreso natural, que desdeñamos por seguir nuestros guiones y procesos de acción habituales y lánguidos.

La indagación sobre lo externo y sobre nosotros mismos puede llevarnos a identificar actitudes, comportamientos y nexos inconvenientes que tenemos con lo que nos rodea y con los seres vivos. Podemos alcanzar una visión o consciencia propia que nos permita decidir propósitos de cambio y ejercer la voluntad en acciones de transformación.

Sin ese propósito constructivo y sin un estado de consciencia que libere nuestra energía, seguiremos siendo espectadores de lo que va pasando; ningún pensamiento positivo constante y renovador puede surgir de esas ruinas donde envejecemos y nos consumimos irremisiblemente.

Hugo Betancur (Colombia)




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jueves, 5 de abril de 2012

Frases punzantes: nuestro lenguaje ofensivo y discordante..



FRASES DESTRUCTIVAS
Por Hugo Betancur M.D.


Respecto a nuestras expresiones verbales, podemos considerar como consejo prudente y protector la frase clásica "¡Mejor no lo digas!, que nos previene sobre los riesgos de hablar impulsivamente y sin sopesar las consecuencias de nuestras palabras.

Los mensajes que usamos a diario establecen unos propósitos, unas expectativas y unos moldes para nuestras vidas; pueden ser provechosos para contribuir a nuestro bienestar y al de otras personas o pueden atraernos dificultades.

Las palabras y las frases que utilizamos proceden de nuestros pensamientos. Nuestros pensamientos provienen de las creencias que fuimos conformando o asimilando mientras crecíamos.

Pongo como ejemplo algunas frases que escuchamos con frecuencia:

“A mí todo me sale mal”.
“Nunca logro lo que quiero”.
“La vida es muy dura” ó “La vida es muy difícil”.
“No debemos confiar en nadie”.
“La vejez es sinónimo de enfermedad y decadencia”.
“Estoy muy viejo (o estoy muy vieja) para aprender otra cosa”.
“Usted me conoció así”.
“Loro viejo no aprende a hablar”. (Tiene algo de verdad esta afirmación aplicada a los loros y a su capacidad de elaborar aproximadamente 20 palabras o imitación de palabras, mas no es adecuada para los humanos que tenemos una mentalidad susceptible a los cambios, si los emprendemos.)

¿Qué pueden atraer las personas que repiten continuamente esas frases?

Seguramente en nuestro medio escuchamos muchas frases más de contenido pesimista o adverso. A veces identificamos a quienes las dicen y los asociamos con sus mensajes conflictivos. Con tales frases parecen querer justificar sus comportamientos o excusarse de participar en acciones de cambio.

En la mayoría de las ocasiones esas frases negativas son innecesarias e inútiles porque predisponen al malestar o a la pasividad subyugada.

Expongo un ejemplo para analizar el efecto de las palabras y las frases. Si alguien dice con frecuencia “¡Todo me sale mal!”, con certeza podemos deducir que efectivamente cada actividad o relación que emprenda esa persona estará contaminada con esa pauta de pensamiento predominante y opresora. Mentalmente, ella está predispuesta a fracasar en lo que proyecta o en lo que hace.

En todo momento podemos cambiar estas tendencias y elecciones negativas. Es una decisión inteligente y práctica que nos permite liberarnos de todas esas frases sombrías y nefastas y de sus efectos.

Como hacer esos cambios

Debemos identificar esas frases derrotistas que decimos o que dicen otros: son mensajes limitantes y perturbadores que predisponen a la frustración y causan desasosiego; no hacen gratas ni reconfortantes nuestras vidas. Podemos desecharlas y liberarnos de las imágenes que suscitan en nosotros y en los demás.

Y podemos acoger como convenientes las ideas y los mensajes optimistas, constructivos, agradables, conciliadores.

Sólo podemos expresar pensamientos positivos si tenemos en nuestras mentes esa disposición entusiasta y de confianza. Si nos damos cuenta que no está y queremos instaurarla, encontremos los motivos que debemos remover; si tenemos la intención de resolverlos nos corresponde actuar –en un proceso de aprender y desaprender, de modificar y deconstruir-.

Es muy contradictorio que nos propongamos hacer o decir algo que interpretamos o percibimos como inaceptable o inadecuado según nuestros subjetivos sistemas de creencias.

Podemos contemplar la vida con dos enfoques: uno tristón y claudicante, que nos lleve a sentirnos víctimas propiciatorias; otro alentador y esperanzado, que nos lleve a la satisfacción y a la integración en nuestras relaciones.

Aquello que valoremos y practiquemos será nuestro presente, flexible y optimista, o escabroso y  tirante, según sea nuestra elección.

Hugo Betancur (Colombia)


 
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