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jueves, 26 de abril de 2012

Perdonar o no perdonar, he ahí el dilema.




RESTAURAR NUESTRA PAZ

Por Hugo Betancur

Cuando enfocamos nuestra disposición a “perdonar” a otros y liberarnos del conflicto que mantenemos vigente contra ellos, podemos des-cubrir todo el proceso de conformación de la culpa que hemos establecido inconscientemente y que proviene de nuestro sistema de creencias. De nuestra base de datos particular, nuestro archivo mental, provienen las interpretaciones que hacemos: cotejamos los eventos que consideramos externos con la información que tenemos y expresamos nuestros juicios, tal como los jueces y los abogados lo hacen examinando las conductas y acciones de los reos para evaluarlas según las normas contempladas por las leyes que regulan las relaciones de su sociedad.

Si no vemos la culpa como un obstáculo que nos separa de otros y nos vuelve conflictivos, no podemos hacer nada para resolver la situación en que nos hemos involucrado.

Sin embargo, en algún momento identificamos el yugo que representa para nosotros la elección que hicimos al discriminar a otros y rechazarlos: al observar nuestra  molestia y rechazo contra ellos, empezamos a verlos y a vernos a nosotros mismos (que somos quienes albergamos las culpas y las condenas).

Podemos contemplar las situaciones conformadas como un cuadro vivo en que interactuamos: hemos juzgado acerca de las acciones y comportamientos  de otros y nos hemos atado a ellos a través de la trama que hemos armado en nuestras mentes.

Esencialmente, la atribución de la culpa, la retaliación y la exigencia de reparación son actividades propiciadas por nuestros egos: otros nos han “afectado” y nos han “herido” y deben ser castigados y reprendidos.

El perdón es una acción de restablecimiento de la cordura. Al soltar nuestras condenas y alcanzar una comprensión sobre los actos y rasgos de otras personalidades nos excluimos voluntariamente de la pugna instaurada y entramos en la dimensión de la paz donde entendemos que todo lo sucedido es consecuencia de circunstancias previas que lo hicieron posible y que corresponden a la dinámica de la vida y de los dramas humanos –acción y retribución, causa y efecto, la representación de los actores sobre el escenario.

miércoles, 25 de abril de 2012

Ego: La vida para mi complacencia y autoengrandecimiento (otros sólo son proveedores).



EL EGO:
“Dime lo que quiero oír”, “Has lo que quiero que hagas”, “Dame lo que quiero recibir”.
Texto por Hugo Betancur.


Si nuestras acciones no son amables,
nuestras palabras amables no son ciertas.


De mis experiencias y aprendizajes con mis pacientes en sesiones de hipnosis, y de mis diálogos con otros terapeutas, he sacado las conclusiones que expongo seguidamente.

Cada ser humano tiene una mente que dirige las acciones de cada pasajero proceso de vida humana. Esta mente está asociada a una personalidad, y ambas progresan a través de la experiencia –la relación con la vida- y del aprendizaje. La mente y la personalidad sobreviven a la muerte del cuerpo físico. Muere la mente neuronal o cerebro que hace parte del cuerpo físico, instrumento de representación en el drama planetario.

En cada proceso de vida, lo que denominamos yo es la percepción de cada existencia humana como particular, con rasgos y condiciones propias que la caracterizan como diferente. Decimos “yo pienso”, “yo considero”, “a mí me parece”, cuando queremos expresar las impresiones que ese yo ha elaborado.

Desde la fecundación del ser humano se va conformando un ego que hace parte de la personalidad o que se incorpora a la personalidad. Ese ego o pequeño yo es algo así como una entidad o un programa de la personalidad que establece la individualidad o la separación respecto a los demás: “a mí me gusta”, “a mí no me gusta”, “yo quiero esto o aquello”.

El ego o pequeño yo es competitivo, absorbente, selectivo. Considera la vida como como una lucha en la que hay que enfrentar adversarios y adversidades; en esa confrontación, ese ego separacionista y exigente debe ganar, poseer, conquistar, sin medir el costo ni las consecuencias que haya que asumir por superar o aniquilar a otros.

El pasado del ego está lleno de afrentas y de batallas. En algunas le pareció vencer y en otras le pareció ser vencido: se siente orgulloso y jactancioso por la primera ilusión y resentido y con deseos de venganza por la segunda.

El ego está lleno de temores, de discriminaciones, de tergiversaciones, según sus presunciones, respecto a quienes no se acomodan a sus demandas y requisitos. Desde la estructura del ego y de sus fines e intereses son promovidas las guerras y la destrucción, las enfermedades incurables, las pugnas interminables que atraviesan generaciones y culturas.

Desde esa condición egoica predominante, cuando interactuamos por primera vez con otros seres humanos, los sopesamos, los calibramos: ¿Qué representa esta persona para mí? ¿Qué utilidad tiene esta persona para mi vida? ¿Debo aceptar a esta persona cordialmente o debo prevenirme contra ella? El comportamiento egoico es una mezcla de recelo y cautela en esos encuentros iniciales (aunque a veces esos comportamientos persisten y se vuelven sistemáticos).

Según esas evaluaciones tácticas iniciales, el ego decide como actuar: amistosa y abiertamente o despectiva y evasivamente.

En nuestras relaciones, cada vez que nos involucramos destructivamente en un conflicto hemos sido “enganchados” en las tramas de disociación del ego, que decide que alguien no cumplió una función o funciones que le fueron asignadas o que realizó unas funciones que no le fueron permitidas ni aceptadas, y en consecuencia debe pagar por ello.

El ego reacciona ante estas situaciones con hostilidad esgrimiendo sus armas o activando sus defensas. El ego establece la culpabilidad y también la sanción o castigo que debe recibir quien transgredió sus normas, y persiste en el conflicto hasta que sus requisitos sean satisfechos o hasta que sea obedecido y resarcido. El ego personifica las tendencias de cada uno a disfrutar la vida, a dominar, a obtener y poseer, a alcanzar un envidiable estado de grandeza y de éxito. El ego nace con el cuerpo físico y muere con él.

Lo que llamamos ego sano es el pequeño ego contenido y dirigido por la personalidad hacia unas relaciones equitativas y respetuosas donde reconocemos el libre albedrío de otros, sus cualidades, sus limitaciones, su idiosincrasia1*. Al reconocer lo que otros son en sus vivencias temporales, reconocemos también lo que nosotros somos.

Cuando nos replegamos hacia la dimensión de nuestro ser -el portal del alma-, la personalidad y el ego son relegados a un segundo plano. Desde esa dimensión mental vemos claramente que cada uno se representa a sí mismo en este plano de vida y nos damos cuenta de la vulnerabilidad o de la fortaleza, de la inteligencia o de la ignorancia, de la confusión o de la certeza que le corresponden a cada vida.

Desde esa dimensión de nuestro ser sabemos que no hay seguridad para quienes se atacan en el campo de batalla. Para el ser, la condición de vencedores y vencidos significa lo mismo, la misma deuda por saldar, el yugo que debemos resolver a través del tiempo y las relaciones reparadoras, el mismo sufrimiento que nos causan o causamos y que debemos sanar.

Cuando experimentamos lo que otros experimentan podemos comprender cómo son sus vidas y que tan inminentes y únicas han debido ser sus decisiones y acciones de acuerdo a las circunstancias de momento y personalidad que atravesaron (aunque los observadores incidentales hubieran juzgado y asumido que hubo muchas opciones posibles, los observados sólo pudieron actuar desde las condiciones de sus mentes).

Al ubicarnos en la situación de los otros (lo que alude la frase “ponerse en los zapatos de otro”) podemos conocer sus percepciones y acomodarnos a la sentencia de Dante en la ‘Divina Comedia’: “Probarás cómo sabe a sal el pan ajeno y que duro trance es el subir y bajar por las escaleras del prójimo”2*.

Hugo Betancur M.D. (Colombia)

1*Idiosincrasia. F. Del griego διοσυγκρασία -'temperamento particular'. Esta palabra define el conjunto de rasgos, temperamento, carácter, creencias y mentalidad que pueden ser distintivos y propios de un individuo o de una colectividad o de una cultura.

2*Dante Alighieri, en la “Divina Comedia”, en el Canto XVII.

martes, 17 de abril de 2012

Disociados: dispuestos al ataque o a la defensa.



LA DISPOSICIÓN A ENOJARNOS
Y A MOSTRARNOS RESENTIDOS

Por Hugo Betancur M.D.

Cuando asumimos una posición defensiva, consideramos que otra u otras personas han desplegado un comportamiento ofensivo contra nosotros.

Nuestra posición defensiva es una reacción ante palabras y acciones de otros, que subjetivamente interpretamos como injuriosas en nuestras relaciones cotidianas. En ocasiones, esas manifestaciones de enojo pueden ser reacciones respecto a personajes que no tratamos y que están ubicados en espacios no confluentes con los nuestros -tal vez  ni siquiera hayamos interactuado con ellos; probablemente su acto no tenía una connotación denigrante. Sin embargo, lo que han hecho o han dicho -los cercanos y los lejanos- llega a nosotros como una ofensa o como un ataque.

La relación con los sucesos y los personajes implicados tiene características adversas en ese momento para nosotros. A veces nos sentimos tan conmocionados o “heridos” que replicamos iracundos y desafiantes o dolidos y autocompasivos.

Entonces aplicamos esas palabras y acciones de otros como enfiladas contra nosotros; las atrapamos al vuelo y las utilizamos tendenciosamente para sacar a relucir nuestros conflictos no resueltos. Esas manifestaciones verbales o conceptuales y esos hechos tocan hilos ocultos de nuestra historia y de nuestra personalidad, por lo que arremetemos con movimientos psicológicos de oposición desde nuestras mentes: con reacciones airadas explosivas y sentidas o con replegamientos resentidos y silenciosos que acumulan un potencial de respuesta violenta que vendrá después.

¿Qué o quién se siente herido o resentido?

Nuestra representación mental para la situación es desmesurada y no tiene coherencia con lo acaecido. Como dice ahora la gente joven, nos metemos en una película que nosotros mismos hemos creado. Y obviamente, es preciso arrancar las raíces profundas que nos han dejado plantados en ese terreno árido y seco de las vivencias turbias. Mientras persistan, volveremos una y otra vez a experimentar crisis parecidas, en un circuito reverberante, tan patéticos como los perros que dan vueltas –también una y otra vez- tratando sin éxito de morder su propia cola.

Decimos a veces refiriéndonos a una situación particular que “tocó las fibras más profundas de mi ser” para sugerir que algo fue muy conmovedor o muy emocionante. La locución “tocar hilos” es más amplia; puede ser un simbolismo para aludir a que la circunstancia llegó como una impresión a la memoria neuronal en el cerebro –las células nerviosas- donde guardamos lo vivido y el significado que le dimos (grato o ingrato, dañino o benéfico, útil o perjudicial). Inicialmente percibimos algo; luego conformamos una impresión de ese evento, que proviene de nuestra propia base de datos; después elaboramos una respuesta.

Quizá la locución mover los hilos sea un símil de la representación con marionetas en un retablo: el titiritero permanece oculto en la penumbra o tras bambalinas mientras mueve los hilos de sus muñecos que cobran vida por la acción de sus manos y de su voz falseada con tonos agudos o graves. Cuando él manipula la tablilla de comando, su movimiento es trasmitido a partes del muñeco a través de los hilos para correr la pantomima (a veces su artesanía es tan sofisticada que puede modificar las expresiones de los rostros).

En muchas circunstancias de la vida nos sentimos afectados por otros. Podemos adaptarnos a la condición de víctimas según las características de la relación experimentada porque las acciones de otros nos causan daños físicos o psicológicos y eso es evidente. Hay una causa y un efecto.

Una vez que pasó el suceso lo clasificamos o identificamos como una experiencia negativa que tendemos a evitar o a rechazar. Es un comportamiento humano normal.

Sin embargo, podemos realizar un aprendizaje basado en un entendimiento y comprensión de esas situaciones vividas que representan una carga de conflicto y sufrimiento para nosotros. Si no lo hacemos, seguimos atados al pasado y las escenas quedan fijadas, estancadas, en nuestra memoria.

La expresión “ponerse en los zapatos de otro” es una metáfora conveniente para disponernos a comprender lo que impulsó a otros a actuar como lo hicieron produciendo el resultado de afectarnos y causarnos daño. El momentum de su personalidad y el momentum de la relación con nosotros los impulsaron a obrar así. Podemos concluir, utilizando la frase lapidaria de los historiadores, que “todas las condiciones estaban dadas” y que lo sucedido era inevitable para ellos y nosotros.

Claro, me refiero al enfoque sobre lo que ya pasó.

Si somos serios y queremos establecer nuestra paz, podemos reparar la situación experimentada con una generosa comprensión liberadora. Si lo que queremos es mostrar al mundo nuestra desolación, podemos conservar la situación tan destructiva como lo fue para nosotros (y quizá más dramática). Lo primero nos permite fluir. Lo segundo nos limita y nos restringe a seguir representando el papel de víctimas -lo que antes fue una interpretación adecuada para la experiencia atravesada pero que ahora se nos vuelve una función subyugante y engorrosa.

Día a día podemos trascender esas circunstancias onerosas para poder integrarnos al curso de la vida con una mentalidad optimista. La sanación de nuestras heridas psicológicas responde a nuestros propósitos de superación y de cambio. Si no lo hacemos, la relación cumplida donde experimentamos ese amargo papel de víctimas se extiende en el tiempo y nos sigue causando desasosiego, y quienes nos confronten con las imágenes que mantenemos se verán abocados a nuestra furia o a nuestra reacción defensiva impetuosa e inapropiada.

Hugo Betancur (Colombia)

lunes, 16 de abril de 2012

Ritmos de la vida: acciones y pautas de interacción.





RITMOS  DE  LA  VIDA

Por Hugo Betancur M.D.


Los ritmos de la vida y la vida misma son manifestaciones convergentes de lo existente, ocurren simultáneamente.

La vida y sus ritmos son eventos relacionados: una y otros son sucesos progresivos, son secuencias de acciones y conformaciones.

La naturaleza y los seres vivos expresamos en todo momento atributos y condiciones que propician nuestros ritmos, rápidos o lentos, sutiles o estruendosos, apagados o imponentes.

Las causas producen efectos y los efectos producen otras causas porque todo es movimiento. Aunque los observadores solo fijemos nuestras miradas en la aparente inercia exterior, el movimiento interno prosigue.

Los ritmos parecen suceder como cascadas de eventos diferentes que hemos llamado acciones y retribuciones, contracción y expansión, causas y efectos, estímulos y respuestas, anterior y posterior, crecimiento y decrecimiento, acciones y reacciones, claridad y oscuridad.

Si nos acogemos a los ritmos de la vida, podemos ajustarnos a la transitoriedad de las circunstancias y las relaciones; podemos seguir sus acordes y cumplir sus requisitos –ningún apego, ninguna resistencia, acogernos a sus ciclos y cambios.

Los ritmos de la vida nos anuncian cuándo nuestras relaciones entran en crisis; cuándo las dificultades acumuladas y no resueltas nos ponen en pugna con aquellas personas que nos han acompañado; cuándo todo aquello que consideramos –o que otros consideran- como  negatividades intolerablesse se ha convertido en una barrera de separación. Nos dan indicios, o nos muestran panoramas, muy completos sobre la actualidad de lo que llamamos nuestras relaciones afectivas o de pareja, y nos revelan cuándo llegamos al más alarmante estado de divergencia y de disociación y cuándo los participantes mostramos nuestra mayor indiferencia, o hastío, o agotamiento, o rechazo.

Esos ritmos nos advierten también cuan lejanos estamos de los miembros de nuestra familia y de nuestros amigos –o cuan lejanos están ellos de nosotros-. Nos ponen enfrente como extraños que no reconocemos los nexos de construcción, mutualismo e integración, ni unos propósitos de progreso y fortaleza compartida para las etapas de éxito y para las de aflicción, para las de abundancia y de carencia (donde los roles son alternados: alguien asiste y alguien es asistido, alguien provee y alguien recibe, alguien se muestra confundido y alguien lo acoge y lo guía). O nos ponen enfrente como reconocidos amigos y parientes que valoramos mutuamente nuestra presencia en el cordial encuentro temporal en que coincidimos y en que nos acogemos regocijados y hospitalarios.

Los ritmos de sus vidas –y de nuestras vidas-, nos muestran perentoriamente que muchas personas han cambiado y que lo que son en el presente no corresponde ya a las imágenes que tenemos de ellas. Y nos muestran las respuestas y las soluciones que requerimos sobre nuestros procesos particulares, que hemos dejado pasar de largo porque estamos desatentos, o distraídos, o indiferentes, o simplemente conformes y resignados con los esquemas que aplicamos a nuestra existencia.

Los ritmos de la vida nos colocan insatisfechos y retadores frente a situaciones y relaciones en que no vemos progreso ni compensaciones motivadoras y en las que nos sentimos menospreciados o excluidos. 

Psicológicamente, no es adecuado que nos quedemos estancados o rezagados, rechazando lo que sucede o resintiéndonos contra ello. Como actores, estamos involucrados en las situaciones y debemos representar nuestros papeles dinámicamente; como espectadores, podemos observar atentamente todo lo que pasa en el escenario con un propósito de entendimiento. Con sus fenómenos  variables de prodigalidad y escasez, de expansión y contracción, la vida nos empuja constantemente hacia los cambios.

Estamos envueltos en la trama de la vida: en sus escenarios improvisamos nuestras relaciones y acciones y ensamblamos nuestros personajes con agregados de tradiciones, creencias, cultura y experiencias.

La naturaleza, y todos los seres que habitamos sus espacios ejecutamos los ritmos de la vida.

Esos ritmos son pautas de acción, fenómenos que guían, o propician, o inducen, otros fenómenos, y que proceden de antecedentes conformadores.

Quienes realizan un baile mientras escuchan una pieza musical, siguen la cadencia establecida acomodando sus movimientos a los sonidos cambiantes. Saben que deben “seguir el ritmo” o “adaptarse al ritmo”, tan armoniosamente como les sea posible. Otros  produjeron previamente la melodía  que ellos ejecutan.

Los ritmos de la vida   son acciones y fuerzas desplegadas para producir cambios. Esos ritmos son información activa que fluye a través de los seres vivos y del entorno natural en sus procesos y relaciones.

Los ritmos y los eventos,  comportamientos o acciones tienen un momento* de representación coincidente (el presente de las causas y los efectos).  Ese momento* es un movimiento fugaz en el tiempo y el espacio, es un movimiento incesante, que no puede ser congelado porque ya fue desatado su ímpetu.

Los ritmos de la vida pulsan como evidencias que nos parecen contrastantes a quienes observamos lo que va sucediendo.

Como la vida, esos ritmos son cambiantes. Como cada pieza musical tiene sus ritmos, así  las circunstancias y elementos de la vida tienen los suyos.

Si como seres humanos nos acogemos a los ritmos del ahora, fluimos a corriente con el curso de la vida.

Llamamos acciones pertinentes a nuestras acciones más coherentes con las situaciones y relaciones que atravesamos. Hay momentos óptimos para sembrar las semillas, para que las plantas puedan crecer vigorosas y sanas, para producir y madurar los frutos, para recoger las cosechas. Son los ritmos de vida de las plantas y de la vida en resonancia.

Influimos en los ritmos de la vida y los ritmos de la vida influyen en nosotros. Algunos ritmos son avasalladores y nos subyugan con la energía desplegada; otros ritmos se ajustan a nuestras cadencias momentáneas.

Según nuestras actitudes y comportamientos, algunos ritmos se tornan recurrentes: condiciones y acciones semejantes a las que precipitaron eventos conflictivos, vuelven a producir un efecto parecido si se repiten. Por eso los ritmos de la vida son señales que nos indican qué transformaciones y modificaciones son apremiantes para  restablecer nuestro equilibrio y nuestra paz.

Cuando están presentes los miembros de la familia que han sido convocados, es el momento de tomar la fotografía para nuestro álbum de recuerdos. La reunión familiar dispone el ritmo justo para ese registro gráfico de la celebración. No antes, no después: en el justo momento del encuentro.

Ubicamos los ritmos de la vida en una línea simbólica de tiempo y en unos espacios de ocurrencia, que son referencias para describirlos.

Muchas veces, representando nuestros dramas y nuestros intereses, nos quedamos atascados en situaciones amargas que consumen nuestra energía y nos mostramos desvalidos y recelosos. La vida nos revela entonces sus ritmos incontenibles de cambio y sus inevitables fluctuaciones y nos impulsa a renunciar a nuestra pasividad y nuestro marginamiento. Salimos de nuestro retiro auto impuesto -estado de contracción- y entramos en la comunicación con otros –estado de expansión-.

Volvemos a integrarnos al movimiento de la vida y aceptamos la dualidad como su insustituible premisa de aprendizaje mientras  compartimos las experiencias de nuestras efímeras jornadas.

Hugo Betancur (Colombia)

*Momento o momentum: el instante de tiempo en que ocurre un evento.
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Videoclips ilustrativos:
Breathe in, breathe out:

Grow Up, Cool Down:

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jueves, 12 de abril de 2012

Nuestra mentalidad elabora nuestros pensamientos.





PENSAMIENTO:
Elaboración subjetiva de nuestras mentes

Por Hugo Betancur M.D.

El pensamiento es sólo una elaboración subjetiva de nuestras mentes con ideas e imágenes, propias o ajenas. Es una conformación que realizamos en el presente utilizando como recursos los contenidos de nuestra mente.

Esos contenidos son datos recogidos y procesados por cada personalidad a lo largo de su particular existencia y guardados según sus condiciones peculiares y según la trascendencia que han tenido para cada uno; provienen de eventos y relaciones en que participamos –vivencias de cada instante convertidas luego en experiencias y recuerdos- y que hemos incorporado a nuestra memoria e identidad.

A través de esas relaciones asumimos, adoptamos o establecemos unos sistemas de creencias que determinan nuestra perspectiva o panorama de la vida.

Estos sistemas pueden ser abiertos -reciben y aportan, por lo que pueden adaptarse al movimiento constante de la vida e integrarse a su ritmo progresivo-; o pueden ser cerrados –reciclan y repiten sus monótonos procedimientos sin mostrar disposición al cambio y al aprendizaje. Quienes adhieren a sistemas de creencias cerrados se comportan de manera excluyente y marginal y tienden a discriminar a otros que no parecen compatibles con ellos. Y pueden ser discriminados como contrapartida.

Cada ser humano tiene los sistemas de creencias que puede tener, algunos muy limitados y exiguos, ajenos y muy anticuados; otros muy amplios y ricos en opciones, apropiados y actuales.

Si nuestros sistemas de creencias no son armoniosos con los escenarios donde representamos nuestros dramas, y con los demás actores, nos sentiremos insatisfechos y confundidos.
Los sistemas de creencias que son compartidos por masas de seres humanos probablemente son derivados de grupos sociales o de manifestaciones culturales de influencia u origen común.

Nuestros pensamientos son ideas que elaboramos, relacionadas con atributos que aplicamos a algo o a alguien. Los movimientos de la vida y los movimientos de nuestros pensamientos son relaciones.

Habitualmente interpretamos pensamientos, ideas e imágenes como conceptos afines. Podemos definir los pensamientos como vagos o como concretos –estos últimos nos permiten conformar las ideas concisamente y comunicarlas sin ambigüedad.

Los procesos de pensamiento son subjetivos. El pensamiento y el pensador son uno. Algunos investigadores de la física cuántica concluyen que “la presencia del observador hace posible que lo observado aparezca en su mente”. Algo así como que si el disco duro central o cerebro del computador no tiene grabados programas que puedan leer la información que viene de afuera, la maquina no está en capacidad de transcribir los códigos magnéticos a datos visibles, audibles o táctiles.

Objetivamente podemos considerar que el pensador y su pensamiento son divergentes o contradictorios si percibimos que el discurso de aquel no es coherente con sus acciones.

Escuchamos a veces mandatos insistentes dirigidos a seres humanos apabullados o deprimidos, o que son calificados por otros o por ellos mismos como ‘fracasados’ para pedirles que modifiquen el curso de sus vidas: “Piensa positivamente”, “Cambia tu manera de pensar”, “Deja tus pensamientos negativos”.

Algunos autores de libros de circulación millonaria enfocaron sus argumentos y narraciones en lo que denominaron “técnicas de pensamiento positivo”. Considero que la aplicabilidad de los resultados o prodigios de sus métodos está supeditada a la disposición de sus adeptos a desprenderse de los lastres de sus mentes y a emprender otras pesquisas que les lleven a opciones constructivas que no habían elegido antes. Los cambios que ellos logren en su entendimiento y en los sistemas de creencias subordinados o estancados e insuficientes que habían mantenido, son su liberación y los ponen en el umbral de unas relaciones cooperativas y mutualistas con los demás que impulsan su evolución.

Podremos darnos cuenta que no es posible cambiar nuestros pensamientos de negativos y gregarios a positivos y autonomos si no logramos cambiar nuestra mentalidad -la base de datos o información con que nos relacionamos con la vida.

Agregando otros conocimientos a nuestras mentes podremos interactuar con el entorno y con los seres vivos más eficientemente, lo que no logramos con lo conocido –nuestro intelecto o racionalidad o nuestro archivo de memoria, rumiando los viejos saberes -lo que nos deja estancados, apagados, sin iniciativa.

Mientras rendimos culto a la tradición y al pasado, podemos ver largos y sombríos períodos de retraso en nuestra historia humana porque grandes colectividades fueron mantenidas en la ignorancia y en la pobreza, conformes, lentas y controladas por élites que si accedieron a un entrenamiento de sus mentes en disciplinas y profesiones u oficios que les permitieron progresar y superar competitivamente a aquellos que rendían sus vidas bajo sus yugos.
Pensar positivamente, o con sabiduría, o con inteligencia –adaptación más aprendizaje más creatividad- requiere que hagamos cambios constantes en nuestras mentes y que fluyamos dinámicamente con los ritmos de la vida.

Si el pensador no cambia, los procesos de su mente siguen siendo monótonos, reiterados, alimentados por la misma base de datos que los hace imperativos y mecánicos. Tal como adaptarse a una sociedad que fluye en torno a las enfermedades nos hace vulnerables a enfermarnos, así mismo, conservar intactos los sistemas de creencias destructivos, disociadores y precarios nos predispone a mantener nuestras mentes en la confusión y en la distorsión y a fluir bajo una creatividad restringida y pobre aunque la vida ponga a nuestra disposición sus manifestaciones exuberantes  y de progreso natural, que desdeñamos por seguir nuestros guiones y procesos de acción habituales y lánguidos.

La indagación sobre lo externo y sobre nosotros mismos puede llevarnos a identificar actitudes, comportamientos y nexos inconvenientes que tenemos con lo que nos rodea y con los seres vivos. Podemos alcanzar una visión o consciencia propia que nos permita decidir propósitos de cambio y ejercer la voluntad en acciones de transformación.

Sin ese propósito constructivo y sin un estado de consciencia que libere nuestra energía, seguiremos siendo espectadores de lo que va pasando; ningún pensamiento positivo constante y renovador puede surgir de esas ruinas donde envejecemos y nos consumimos irremisiblemente.

Hugo Betancur (Colombia)




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jueves, 5 de abril de 2012

Frases punzantes: nuestro lenguaje ofensivo y discordante..



FRASES DESTRUCTIVAS
Por Hugo Betancur M.D.


Respecto a nuestras expresiones verbales, podemos considerar como consejo prudente y protector la frase clásica "¡Mejor no lo digas!, que nos previene sobre los riesgos de hablar impulsivamente y sin sopesar las consecuencias de nuestras palabras.

Los mensajes que usamos a diario establecen unos propósitos, unas expectativas y unos moldes para nuestras vidas; pueden ser provechosos para contribuir a nuestro bienestar y al de otras personas o pueden atraernos dificultades.

Las palabras y las frases que utilizamos proceden de nuestros pensamientos. Nuestros pensamientos provienen de las creencias que fuimos conformando o asimilando mientras crecíamos.

Pongo como ejemplo algunas frases que escuchamos con frecuencia:

“A mí todo me sale mal”.
“Nunca logro lo que quiero”.
“La vida es muy dura” ó “La vida es muy difícil”.
“No debemos confiar en nadie”.
“La vejez es sinónimo de enfermedad y decadencia”.
“Estoy muy viejo (o estoy muy vieja) para aprender otra cosa”.
“Usted me conoció así”.
“Loro viejo no aprende a hablar”. (Tiene algo de verdad esta afirmación aplicada a los loros y a su capacidad de elaborar aproximadamente 20 palabras o imitación de palabras, mas no es adecuada para los humanos que tenemos una mentalidad susceptible a los cambios, si los emprendemos.)

¿Qué pueden atraer las personas que repiten continuamente esas frases?

Seguramente en nuestro medio escuchamos muchas frases más de contenido pesimista o adverso. A veces identificamos a quienes las dicen y los asociamos con sus mensajes conflictivos. Con tales frases parecen querer justificar sus comportamientos o excusarse de participar en acciones de cambio.

En la mayoría de las ocasiones esas frases negativas son innecesarias e inútiles porque predisponen al malestar o a la pasividad subyugada.

Expongo un ejemplo para analizar el efecto de las palabras y las frases. Si alguien dice con frecuencia “¡Todo me sale mal!”, con certeza podemos deducir que efectivamente cada actividad o relación que emprenda esa persona estará contaminada con esa pauta de pensamiento predominante y opresora. Mentalmente, ella está predispuesta a fracasar en lo que proyecta o en lo que hace.

En todo momento podemos cambiar estas tendencias y elecciones negativas. Es una decisión inteligente y práctica que nos permite liberarnos de todas esas frases sombrías y nefastas y de sus efectos.

Como hacer esos cambios

Debemos identificar esas frases derrotistas que decimos o que dicen otros: son mensajes limitantes y perturbadores que predisponen a la frustración y causan desasosiego; no hacen gratas ni reconfortantes nuestras vidas. Podemos desecharlas y liberarnos de las imágenes que suscitan en nosotros y en los demás.

Y podemos acoger como convenientes las ideas y los mensajes optimistas, constructivos, agradables, conciliadores.

Sólo podemos expresar pensamientos positivos si tenemos en nuestras mentes esa disposición entusiasta y de confianza. Si nos damos cuenta que no está y queremos instaurarla, encontremos los motivos que debemos remover; si tenemos la intención de resolverlos nos corresponde actuar –en un proceso de aprender y desaprender, de modificar y deconstruir-.

Es muy contradictorio que nos propongamos hacer o decir algo que interpretamos o percibimos como inaceptable o inadecuado según nuestros subjetivos sistemas de creencias.

Podemos contemplar la vida con dos enfoques: uno tristón y claudicante, que nos lleve a sentirnos víctimas propiciatorias; otro alentador y esperanzado, que nos lleve a la satisfacción y a la integración en nuestras relaciones.

Aquello que valoremos y practiquemos será nuestro presente, flexible y optimista, o escabroso y  tirante, según sea nuestra elección.

Hugo Betancur (Colombia)


 
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