MATRIMONIO Y SEPARACIÓN
Hugo Betancur
El matrimonio es un nexo conyugal establecido con objetivos
ideales –asociarse, fundar un hogar, independizarse de los padres, escapar de
la soledad, convivir con una pareja, conformar una familia.
Cada uno de los miembros de la pareja va revelando
paulatinamente sus atributos y sus limitaciones en la relación con su
acompañante. Cuando sus acciones son constructivas, respetuosas, tolerantes,
afables, podemos considerar que quien se ajusta a estos adjetivos es un ser
humano maduro y ecuánime. Cuando sus acciones son incoherentes, desafiantes,
arrogantes, impositivas, consideramos que quien protagoniza estos comportamientos
es un ser humano conflictivo y desequilibrado.
Ese nexo de dos deberá ser confrontado con vivencias donde los
participantes experimentarán sus fortalezas y sus deficiencias. Exhibirán una interacción de
personalidades distintas habitando un mismo espacio donde no podrán imponer ni
exigir una territorialidad ventajosa. En la relación relucirán sus sistemas de
creencias particulares derivados de sus ámbitos familiares y sociales. Allí
cada uno es a la vez tanto espectador como actor, y las funciones asignadas son
claras: acoger, compartir, proveer, asistir.
Si los relacionados cumplen las funciones y se tratan como
iguales, el vínculo será exitoso y duradero.
Si los relacionados se retraen a sus precarios hábitos de
aislamiento e indiferencia, esa pequeña sociedad de pareja llega a un estado de
crisis. Las rutinas, las evasiones, las justificaciones, los comportamientos
hostiles, las frustraciones llegan a ser
demasiado evidentes y los cónyuges se dan cuenta que se han convertido en
adversarios o en competidores que se enfrentan para decidir quién impera en la
sociedad devastada.
Cuando las personalidades involucradas y sus sistemas de
creencias entran en choque, los conflictos se tornan repetitivos -como en las
telenovelas de audiencia masiva donde los señuelos o atractivos son
precisamente las situaciones tormentosas que le recuerdan a los seguidores el
sufrimiento y la frustración de sus propias historias domésticas.
Estos choques o confrontaciones tienen dos protagonistas. Alguno
de ellos querrá dominar o someter al otro, que posiblemente luchará defendiendo
su posición o atacando la de su pareja-oponente.
Lo que parecía un proyecto de unidad y progreso común va
derivando en un matrimonio que avanza hacia su inminente separación: los
intereses van pareciendo irreconciliables, los objetivos antagónicos y las
manifestaciones y actitudes de comprensión, respeto y tolerancia muy escasas y
desalentadoras.
De una forma velada o directa alguno de los dos empieza a
desdeñar al otro, a menospreciarlo, a exigirle roles que no puede cumplir, o a
fingir cordialidad que obviamente no es sincera -a veces el procedimiento es
recíproco.
Se torna arrollador el desajuste psicológico que los
participantes han conformado. Las evidencias de malestar reaparecen constantes
y la apatía aumenta como una barrera que les impide verse.
Cuando la crónica, inicialmente con pretensiones románticas,
exhibe características de drama destructivo, queda la opción de la ayuda
exterior, que puede provenir de las fuentes familiares que han contribuido a la
confusión -parientes con rígidos marcos conceptuales o asesores interesados que
han aconsejado hacia el desastre-; o que puede provenir de profesionales
entrenados en la identificación y resolución de conflictos o de allegados
solidarios y constructivos.
Aquí la pareja ha llegado a un momento de transición donde los
caminos se bifurcan: por un lado, amplia y extensa hacia el horizonte la ruta
de la separación con todas sus consecuencias de fracaso asumido y de
retaliación; por otro lado, estrecha e imprevisible la ruta de la
reconciliación y el entendimiento.
En este momento, todos los sistemas de creencias que la pareja
ha traído como resguardo son inútiles y vanos, pues han propiciado el
desbarajuste y la distorsión en sus relaciones. Los dos pueden decidir acceder
a la solución equitativa y dinámica aprendiendo sobre sí mismos –lo que
significa desaprender y desechar las tácticas egoístas aplicadas, dejando
también atrás lo conocido (porque aprender nos lleva necesariamente a cambiar).
O pueden reforzar la monotonía que los expuso al caos y rehusarse a aprender
sobre sí mismos y a cambiar.
Lo práctico se impone como imperativo: ¿los dos han decidido
reconformar una sociedad estable de respeto mutuo, de solidaridad, de
convivencia seria y responsable?, ¿o han decidido la ruptura y la
discriminación como estrategia de acción para liberarse y rechazarse
bilateralmente?
Sus propósitos predominantes decidirán la disyuntiva que se les
presenta.
Cuando iniciaron la sociedad conyugal se hicieron promesas de
fidelidad eterna con sus sentimientos y percepciones de la ocasión. A medida
que el tiempo transcurrió, sus prioridades y tendencias fueron quizá diferentes
y no les fue posible mantener la lejana ilusión de amor que parecía
congregarlos.
Nuestros ideales sobre las personas jamás se cumplen en la vida
porque las demandas y expectativas de nuestros egos son desmesuradas y espantan
a Cupido. La vida es inestable y nosotros también somos inestables, porque
hacemos parte de su movimiento y de sus acomodamientos constantes.
Bajo esa herencia de nuestros rígidos sistemas de creencias
defendidos ferozmente por sus instituciones tutelares –organizaciones religiosas
y gobiernos-estados- podemos preguntarnos: ¿esos conjuntos de normas e
interpretaciones hicieron felices a nuestros padres?, ¿fueron protectores y
benignos para sus relaciones?; ¿o, por contravía, confundieron sus trayectos y
restringieron su convivencia?
Si predominan en nuestra memoria sus retratos de infelicidad y
de pugna, ya sabemos qué pasará si aplicamos sus decretos y ejemplos a nuestras
relaciones de pareja.
Si los intereses son primordiales, deben ser satisfechos para
mantener la ilusión de amor como una meta realizada.
Si prevalece el afecto, podemos resolver las dificultades cuando
están en ebullición, aunar nuestras fuerzas y nuestros talentos para
integrarnos en la armonía común. En este mundo, los ensimismados no resuenan
con la sinfonía de la vida.
La leña que se ha consumido no puede volver a arder. Los
sentimientos que rescatamos de la voracidad del conflicto son semillas que
pueden reverdecer y dar sus frutos exuberantes mientras las estaciones y
nuestra presencia los animan.
Siempre los resultados de la travesía dependen de la visión del
viajero.
Hugo Betancur (Colombia)
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