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viernes, 23 de diciembre de 2011

Matrimonio y separación




MATRIMONIO Y SEPARACIÓN

 

Hugo Betancur

 

El matrimonio es un nexo conyugal establecido con objetivos ideales –asociarse, fundar un hogar, independizarse de los padres, escapar de la soledad, convivir con una pareja, conformar una familia.

 

Cada uno de los miembros de la pareja va revelando paulatinamente sus atributos y sus limitaciones en la relación con su acompañante. Cuando sus acciones son constructivas, respetuosas, tolerantes, afables, podemos considerar que quien se ajusta a estos adjetivos es un ser humano maduro y ecuánime. Cuando sus acciones son incoherentes, desafiantes, arrogantes, impositivas, consideramos que quien protagoniza estos comportamientos es un ser humano conflictivo y desequilibrado.

 

Ese nexo de dos deberá ser confrontado con vivencias donde los participantes experimentarán sus fortalezas y sus  deficiencias. Exhibirán una interacción de personalidades distintas habitando un mismo espacio donde no podrán imponer ni exigir una territorialidad ventajosa. En la relación relucirán sus sistemas de creencias particulares derivados de sus ámbitos familiares y sociales. Allí cada uno es a la vez tanto espectador como actor, y las funciones asignadas son claras: acoger, compartir, proveer, asistir.

 

Si los relacionados cumplen las funciones y se tratan como iguales, el vínculo será exitoso y duradero.

 

Si los relacionados se retraen a sus precarios hábitos de aislamiento e indiferencia, esa pequeña sociedad de pareja llega a un estado de crisis. Las rutinas, las evasiones, las justificaciones, los comportamientos hostiles, las frustraciones  llegan a ser demasiado evidentes y los cónyuges se dan cuenta que se han convertido en adversarios o en competidores que se enfrentan para decidir quién impera en la sociedad devastada.

 

Cuando las personalidades involucradas y sus sistemas de creencias entran en choque, los conflictos se tornan repetitivos -como en las telenovelas de audiencia masiva donde los señuelos o atractivos son precisamente las situaciones tormentosas que le recuerdan a los seguidores el sufrimiento y la frustración de sus propias historias domésticas.

 

Estos choques o confrontaciones tienen dos protagonistas. Alguno de ellos querrá dominar o someter al otro, que posiblemente luchará defendiendo su posición o atacando la de su pareja-oponente.

 

Lo que parecía un proyecto de unidad y progreso común va derivando en un matrimonio que avanza hacia su inminente separación: los intereses van pareciendo irreconciliables, los objetivos antagónicos y las manifestaciones y actitudes de comprensión, respeto y tolerancia muy escasas y desalentadoras.

 

De una forma velada o directa alguno de los dos empieza a desdeñar al otro, a menospreciarlo, a exigirle roles que no puede cumplir, o a fingir cordialidad que obviamente no es sincera -a veces el procedimiento es recíproco.

 

Se torna arrollador el desajuste psicológico que los participantes han conformado. Las evidencias de malestar reaparecen constantes y la apatía aumenta como una barrera que les impide verse.

 

Cuando la crónica, inicialmente con pretensiones románticas, exhibe características de drama destructivo, queda la opción de la ayuda exterior, que puede provenir de las fuentes familiares que han contribuido a la confusión -parientes con rígidos marcos conceptuales o asesores interesados que han aconsejado hacia el desastre-; o que puede provenir de profesionales entrenados en la identificación y resolución de conflictos o de allegados solidarios y constructivos.

 

Aquí la pareja ha llegado a un momento de transición donde los caminos se bifurcan: por un lado, amplia y extensa hacia el horizonte la ruta de la separación con todas sus consecuencias de fracaso asumido y de retaliación; por otro lado, estrecha e imprevisible la ruta de la reconciliación y el entendimiento.

 

En este momento, todos los sistemas de creencias que la pareja ha traído como resguardo son inútiles y vanos, pues han propiciado el desbarajuste y la distorsión en sus relaciones. Los dos pueden decidir acceder a la solución equitativa y dinámica aprendiendo sobre sí mismos –lo que significa desaprender y desechar las tácticas egoístas aplicadas, dejando también atrás lo conocido (porque aprender nos lleva necesariamente a cambiar). O pueden reforzar la monotonía que los expuso al caos y rehusarse a aprender sobre sí mismos y a cambiar.

 

Lo práctico se impone como imperativo: ¿los dos han decidido reconformar una sociedad estable de respeto mutuo, de solidaridad, de convivencia seria y responsable?, ¿o han decidido la ruptura y la discriminación como estrategia de acción para liberarse y rechazarse bilateralmente?

Sus propósitos predominantes decidirán la disyuntiva que se les presenta.

 

Cuando iniciaron la sociedad conyugal se hicieron promesas de fidelidad eterna con sus sentimientos y percepciones de la ocasión. A medida que el tiempo transcurrió, sus prioridades y tendencias fueron quizá diferentes y no les fue posible mantener la lejana ilusión de amor que parecía congregarlos.

Nuestros ideales sobre las personas jamás se cumplen en la vida porque las demandas y expectativas de nuestros egos son desmesuradas y espantan a Cupido. La vida es inestable y nosotros también somos inestables, porque hacemos parte de su movimiento y de sus acomodamientos constantes.

 

Bajo esa herencia de nuestros rígidos sistemas de creencias defendidos ferozmente por sus instituciones tutelares –organizaciones religiosas y gobiernos-estados- podemos preguntarnos: ¿esos conjuntos de normas e interpretaciones hicieron felices a nuestros padres?, ¿fueron protectores y benignos para sus relaciones?; ¿o, por contravía, confundieron sus trayectos y restringieron su convivencia?

 

Si predominan en nuestra memoria sus retratos de infelicidad y de pugna, ya sabemos qué pasará si aplicamos sus decretos y ejemplos a nuestras relaciones de pareja.

 

Si los intereses son primordiales, deben ser satisfechos para mantener la ilusión de amor como una meta realizada.

 

Si prevalece el afecto, podemos resolver las dificultades cuando están en ebullición, aunar nuestras fuerzas y nuestros talentos para integrarnos en la armonía común. En este mundo, los ensimismados no resuenan con la sinfonía de la vida.

 

La leña que se ha consumido no puede volver a arder. Los sentimientos que rescatamos de la voracidad del conflicto son semillas que pueden reverdecer y dar sus frutos exuberantes mientras las estaciones y nuestra presencia los animan.

 

Siempre los resultados de la travesía dependen de la visión del viajero.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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