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sábado, 26 de noviembre de 2011

El amor que crece

LA  SABIDURÍA  DEL  AMOR

 

Por Hugo Betancur

 

El amor sentido no necesita de palabras.

Puede ser expresado, viva y graciosamente, con las acciones acogedoras que son su riqueza. 

No requiere tampoco del tiempo, ni de las ceremonias, ni de los decorados fastuosos. 

No necesita ser explicado, ni justificado, ni defendido. 

El amor en sí es la fortaleza de quien lo acoge y el don que puede prodigar. 

El amor no se acaba, ni se pierde, ni se va porque es.

Y por ser permanece. 

Y por permanecer elude sabiamente los límites de las cronologías, de los espacios geográficos, de los cuerpos y de las creencias. 

Y no requiere los permisos del ego para existir y manifestarse.

El ego ha creado su propio sentimiento para imitar el sentimiento de amor que no puede sentir: lo llama el querer1

Ese amor ficticio que el ego ha improvisado  se nutre de palabras y embrollados conceptos que elabora esforzadamente, según lo requieran la ocasión y los comediantes  resguardados bajo el nexo frágil y funcional que él ha definido como encantador. Sin embargo, es muy pobre lo que el ego llama "su magia", deleznable ante el tiempo que debería hacerla crecer y ante el espacio que debería permitirle expandirse -es el efímero acto de ilusionismo que los asistentes creen percibir mientras el mago los distrae, y que luego desaparece porque él debió irse. 

Para su pantomima de amor, el ego exige los compromisos que no está dispuesto a cumplir. Intenta imitar la magnificencia propia del amor creando templos y ceremonias para sus rituales: sus ambientes deben sugerir una atmosfera misteriosa, con un fondo musical hechizante, de vagos olores aromáticos y sutiles que se evaporan una vez aplicados, de gestos elocuentes y artificiosos que son desplazados por los sentidos tan pronto los cuerpos desnudos se abrazan -y entonces todo es prisa en el tiempo, y avidez, y fatiga (y tal vez una explosión apagada de los genitales húmedos, sucedida por los roces flojos de las manos sobre la piel, porque el deseo ha sido precariamente saciado, pero faltan las palabras gentiles  de arrullo y las tiernas caricias de gratitud). 

Una vez ejecutados los rituales de ese amor sustituto, la llama de los cirios es sofocada por los oficiantes que el ego ha convocado ante sus altares. Un vapor como seda muy menuda agitándose al viento escapa de las mechas humeantes. El escenario queda sombrío y los sensuales amantes se ignoran en la penumbra, se mimetizan, menguan.

El ego exigirá después que se repitan los encuentros y los intercambios con la esperanza de que el resultado sea memorable siguiendo las mismas rutinas. 

Una característica del sentimiento de amor del ego que imita al amor, es su inestabilidad frente a sus más caros instrumentos de subyugación, el tiempo y las palabras. No logra mantener sólidas sus construcciones a medida que los días transcurren -se agrietan, son sacudidas por el más leve viento y finalmente se derrumban. Y lo que intenta decir con su tartamudeo ineludible no parece coherente, suena ficticio y carente de vigor, es incompleto porque no logra convencer a sus oyentes cuando la función avanza. Los aburre. La separación llega pronto. Los aprendices de amantes que fueron aleccionados por tan inexperto maestro se alejan rabiosos. Y califican lo vivido precisamente con los conceptos que su presumido instructor les ha dado: orgullo herido, culpas, resentimientos, reproches, justificaciones, condenas, quejas. 

En tanto madura, el amor que ha salido a la luz puede obrar tan impetuosamente como un niño que retoza y explora la vida. Puede sentirse avasallador, exigente, vehemente. Puede experimentar sus rabietas ocasionales. Sin embargo, su propia energía le hace crecer rápido, conocerse y reconocer lo que le rodea. Se revela prematuramente vigoroso y ansioso por crear afuera. Se ve a sí mismo, y eso le permite ver a los otros. Se autodefine y puede descubrir sus errores, sus omisiones, sus limitaciones. Y puede corregir y reparar todo eso porque su proyección es sincera y armoniosa. Sin dificultad, restablece el equilibrio en el momento presente porque es justo. 

El ego que emula al amor no puede hacer lo que su modelo, idealizado, pero no asumido, realiza espontáneamente. Se ve a sí mismo como el soberano que debe ser satisfecho, y eso le impide ser generoso con quienes le sirven. Se define según cualidades admirables que pretende mostrar como suyas y no según lo que hace. Encubre sus errores, sus omisiones y sus limitaciones. Él debe ser tolerado y no tolerar; él debe ser comprendido y no comprender; él debe recibir y no corresponder. La palabra reciprocidad ha sido excluida de su diccionario, excepto cuando su significado puede ser aplicado a la venganza por lo que considera las heridas que otros le han causado, a la indiferencia porque otros no se han sometido a sus condiciones, y a la expulsión porque otros no le han obedecido. Y no puede corregir ni reparar porque no es consciente del efecto que sus acciones avariciosas producen en los demás. 

Las relaciones de los seres vivos, en su escenario natural del planeta Tierra, rico en colores y formas, hacen posible las tramas de las historias representadas: una son gratas, sinceras y simples en su alegría que destella a lo largo de las escenas cambiantes; las otras son ingratas, fantasiosas y complejas en su amargura inevitable que persiste. Los actores eligen qué personajes pueden representar y cómo lograrán adecuarlos a sus talentos e inteligencia o cómo los sostendrán angustiados y confusos a medida que van cerrando cada capítulo. 

Las historias donde el ego es el protagonista tienen un desenlace conflictivo, con visos de violencia y de tragedia que él contribuyó a reforzar y que él mismo lamenta con muecas de sufrimiento atribuyéndoselas a otros. En las nuevas relaciones el libreto seguirá otra vez sus indicaciones hasta convertirlo en un engorroso compañero de travesía. Entonces es posible que se haga a un lado, abatido y condescendiente, y que deje expresarse al ser que le prestó su existencia para experimentar. Las mentes podrán dirigir las relaciones como una aventura entre iguales y los nichos secretos y privados de los cuerpos podrán ser clausurados para que el amor reúna de nuevo en el espacio del corazón a los viajeros que el ego había separado.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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*Quererv. tr.

1. Tener el deseo o la intención de hacer o conseguir algo: “quiero ir al centro de la ciudad”; “quiero confiar en ti, pero no es posible”.

2. Sentir afecto, cariño o deseo hacia un ser vivo o por alguna cosa.

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