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lunes, 17 de noviembre de 2025

Obsolescencia de las mentes


OBSOLESCENCIA, INSUFICIENCIA, VENCIMIENTO.

 

Hugo Betancur

 

La mente ignorante* permanece en un estado de carencia y de insuficiencia que es una barrera de aislamiento, con pobres recursos para bastarse a sí misma y sin destrezas que le permitan destacarse en los entornos públicos y familiares (podemos imaginarla como una casa estrecha atiborrada de objetos inservibles para su dueño -allí las ventanas permanecen cerradas, el aire se ha tornado enrarecido y sus estancias no son confortables para ocasionales visitantes).

Como seres humanos vivos tenemos la opción de aprender sobre nosotros mismos -los derroteros de nuestros egos y los rasgos de nuestra personalidad- y sobre los demás y lo que percibimos afuera. Si logramos definir y comprender estos dos escenarios podremos liberarnos de la conflictividad que surge de nuestras pugnas con su realidad.

Cuando pretendemos que lo externo se acomode a nuestro modelo mental o cuando pretendemos imponer ese modelo en nuestras relaciones, nuestras actitudes se tornan forzantes y disociadoras psicológicamente -nuestros enfoques son obsoletos y anacrónicos ante esas circunstancias.

En un extremo opuesto, nuestra disposición resolutiva nos permite trascender las crisis y las dificultades.

Podemos afirmarnos como el actor que se contempla a si mismo mientras interpreta sus papeles en los escenarios y también como un espectador que observa la actuación de los demás -uno y otro se hacen conscientes de sí mismos y de lo que perciben. Podemos traer después a la memoria los eventos representados para analizarlos. Todo lo anterior es el conjunto de cuadros psicológicos de comportamientos y de acciones que presenciamos o recordamos: ¿Qué propósitos guiaron nuestra participación, qué bienestar o malestar pudimos propiciar?, ¿Nos desempeñamos con acierto o solo improvisamos porque no nos acoplábamos a los requisitos del momento?

La utilidad y la funcionalidad de algo o de alguien define su actualidad. Lo obsoleto no cumple con la definición de esos sustantivos. ¿Nuestras relaciones son útiles y funcionales? ¿O nuestras relaciones son inútiles y disfuncionales y nos llevan a la frustración y al aburrimiento?

Podemos considerar lo obsoleto como algo anacrónico, que no corresponde al presente -tal vez en otra época pudo ser valorado y calificado como actual y quedó relegado a medida que el tiempo fue pasando. Nuestras creencias, nuestros hábitos conformistas y caducos, nuestras relaciones carentes de empatía nos hacen obsoletos. También nos hace obsoletos la indolencia con que evadimos nuestros aprendizajes y nuestro destino.

Desentonamos ante los otros actores cuando nos escabullimos porque nuestros egos desdeñan la trama de la historia común para conducirnos por sus escabrosos senderos.

Nos actualizamos cuando permitimos que nuestras mentes fluyan y resuenen con los ritmos de la vida.

Expandimos una capacidad de entendimiento y de acción si nuestras creencias encajan con una realidad coherente y razonable -si son veraces y aplicables a los eventos y a las condiciones de la existencia.

Podemos disipar nuestra obsolescencia y nuestro letargo mental cuando acogemos el tiempo presente con su complejidad, sus incongruencias e incertidumbres, cuando entendemos que haciendo los cambios aligeramos nuestras cargas -el agua de los estanques se enturbia cuando carece de afluentes y efluentes que remuevan el sedimento acumulado.

Si disponemos nuestras mentes a la adquisición de conocimientos y a la resolución de los conflictos y las confrontaciones, logramos una práctica conciliadora y pacífica.

Podemos liberarnos del yugo de nuestra obsolescencia emulando las actualizaciones de los sistemas operativos fundamentadas en procesos continuos que mejoran la funcionalidad, el rendimiento y la seguridad de los equipos electrónicos. Los programadores deben depurar los errores descubiertos y corregir las fallas constantemente para que los software sean confiables.

Las actualizaciones informáticas incorporan cambios y agregan recursos que permiten una óptima ejecución de tareas en los computadores.

El progreso de los seres humanos está fundamentado en el trabajo, en la ciencia, en la integración de las sociedades y las culturas, en la sincronía con la naturaleza, en el aprendizaje académico y de artes y oficios, en las experiencias particulares y colectivas aplicadas a los cambios requeridos para acoplarnos a relaciones armoniosas y provechosas.

Podemos hacer una metáfora de lo obsoleto comparándolo con un árbol seco y esqueléticos erguido sobre la tierra, que no reverdece porque la savia no circula desde las raíces; sus ramas, que no producen frutos, solo sirven  como soporte para los pájaros que se posan un momento antes de proseguir su vuelo).

 

Hugo Betancur (Colombia)

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[En nuestro mundo, los seres humanos ignorantes y carentes de autonomía son reclutados como tropas para los ejércitos de los siniestros tiranos, enrolados como peones por los astutos políticos, enlistados por los jerarcas de las religiones fundamentalistas como ejecutores de sus cruzadas violentas en nombre de sus dioses aniquiladores (a cambio les es prometido un cielo imaginario como recompensa por sus crímenes).

Desde sus cimas de poder, las mentes ignorantes con su megalomanía y su enfermizo autoritarismo, han promovido los genocidios y las guerras, mandando sus tropas a aniquilar a enemigos señalados o a ser inmoladas en los campos de batalla. En las crónicas del planeta, multitudes de seres humanos fueron masacradas por huestes  de los despiadados zares, -“Dios salve al zar”-, por hordas comandadas por los shogunes de los emperadores feudales de Asia Oriental -“soberanos celestiales”-, por las chusmas nazis genocidas de un führer demente que se creyó elegido por la Providencia para imperar sobre el mundo, por las hienas sanguinarias de los feroces conquistadores en sus campañas de rapiña y exterminio, por los dictadores y los lideres de las religiones fundamentalistas organizadas lanzando a sus funcionarios y a sus adeptos a causar homicidio y ruina contras sus adversarios].

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El placer y el sufrimiento, nuestras percepciones contrastantes.

                                                                                                                           Fotografía por Hugo Betancur

EL PLACER  QUE  NO  PERDURA

 

Hugo Betancur

 

El placer alcanzado siempre es insuficiente. Cada uno de nosotros valoramos nuestras experiencias según la manera como las hemos percibido,  según el significado que le dimos o según las expectativas que tuvimos. La conformidad o inconformidad que expresemos dependerá de un resultado previsto.

El placer es una sensación y una percepción que nuestras mentes interpretan según nuestra subjetividad. Cada uno de nosotros aplicamos enfoques y archivos de memoria diferentes para evaluar nuestras vivencias. Como observadores vemos lo que podemos ver y lo juzgamos desde nuestras posiciones. No podemos ver más allá de lo que alcanza nuestra visión y nuestra comprensión.

El placer y el sufrimiento son afines. Cuando pretendemos conservar o mantener el placer encontramos la limitación para experimentarlo como lo concebimos inicialmente, con el esplendor con que lo imaginamos, con la emotividad exultante con que nos dispusimos a vivirlo. Es entonces cuando el sufrimiento empieza a manifestarse en nuestras mentes, porque los objetos de placer o los personajes a quienes dimos la función de proveérnoslo aparecen brevemente en el panorama que podemos tener ante nosotros para luego disiparse, como nuestras palabras de cada instante a pesar de nuestra elocuencia, etéreos, insustanciales, escurridizos.

Las vivencias de placer atrapan nuestras mentes mientras experimentamos las sensaciones pertinentes, para quedar solo como un recuerdo después, cada  vez que el movimiento de la vida nos impulsó hacia otras acciones y relaciones. Esas vivencias ocurren súbitamente y se hacen ineludibles para cada uno porque nos sentimos forzados a participar en su realización: estamos inmersos en el juego de la vida y nos toca replicar a nuestros semejantes para que las escenas tengan sentido y los actores hagamos nuestras representaciones según nuestros atributos y nuestra versatilidad.

A veces desempeñamos nuestros papeles con una teatralidad excesiva, tal vez memorable por el énfasis que ponemos; en otras ocasiones somos actores precarios con un discurso plano e insuficiente. Podemos quedar atrapados en la trampa del placer porque lo alcanzamos en alguna medida o porque sólo sigue siendo un objetivo de nuestras mentes. Se nos convierte en una obsesión, evidente o disimulada, que nos llena de avidez o de frustración.

Todo lo que puede proveernos de placer está sujeto a los cambios contundentes de la vida. Todas las filosofías humanistas han destacado la impermanencia como una ley de la existencia: la transformación del observador y de lo observado en todo momento. Y el placer es demasiado volátil, inconsistente, inestable. El placer que derivamos de nuestras relaciones con la vida es algo así como el néctar que toman los colibríes picoteando velozmente cada flor, sin saborearlo y llevándoselo consigo –tal vez puedan repetir una acción parecida miles de veces y quizá sea el néctar lo que los atraiga; sin embargo, el ritual es efímero y corresponde a la energía del momento y a los recursos disponibles que cambian continuamente.

“Sólo nos pertenece o permanece con nosotros aquello que no puede sernos arrebatado”. La experimentación exhaustiva de las situaciones placenteras nos lleva al agotamiento o a la monotonía, al hastío o al desdén, lo que significa sufrimiento para nosotros. También lo que consideramos la pérdida del objeto de placer o de la posibilidad de repetir los eventos placenteros nos produce sufrimiento: nos sentimos despojados de una pertenencia que asumíamos como permanente y nos mostramos desdichados volviendo a la condición de niños necesitados y dependientes.

En ocasiones, empeñados en obtener las experiencias de placer quizá nos comportamos como los animales que persiguen a su presa sin percatarse del cazador que los acecha desde su escondite con su arma preparada (porque a veces las circunstancias de placer parecen algo así como una trampa montada por quien corre tras el placer o por quien lo ofrece esperando una retribución –y a veces me parece que la misma naturaleza de la vida ha posibilitado la trampa del placer para lograr la perpetuación de la especie humana valiéndose de los acercamientos y contactos sexuales que culminan en la procreación.

Cuando entramos en conflicto, el placer –o, más explícitamente, la ilusión del placer- es lo que consideramos haber perdido, lo que se fue. El sufrimiento es lo que queda a cambio, lo que permanece como rezago o consecuencia del placer que ya no está más.

En nuestras mentes, entramos en choque y olvidamos agradecer las circunstancias y relaciones que nos han sido placenteras y amables. Como contraste, nos embelesamos en nuestros lamentos y nuestras crónicas tristonas y con eso le quitamos la calidez y el valor a las vivencias positivas que nos animaron y nos motivaron.

El juego de la vida nos invita a participar resueltamente apropiándonos de las situaciones y sintiéndonos parte de cada secuencia de la trama en ejecución. Cada uno de nosotros puede decidir qué impresión deja de su paso por esos ambientes donde recreamos los personajes que nos son permitidos y las historias que nos permitirán progresar en los aprendizajes de nuestro ser.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 2 de noviembre de 2025

Cuando nuestros egos nos suplantan

 


Quién preside cada vida:

¿el personaje o su ego?

 

Hugo Betancur

 

 

La actualidad de nuestros estados mentales retrata nuestro desempeño y la eficiencia en nuestras relaciones y acciones. ¿Qué resultado o fruto hemos obtenido de nuestra interacción con otros en los procesos y tareas que realizamos? ¿Qué tanto bienestar, satisfacción y aciertos cosechamos de nuestros actos?


Lo que llamamos felicidad o armonía sería posiblemente la presea dispuesta como premio o recompensa a los méritos de nuestro destino o de nuestras acciones justas. Esa esquiva felicidad sería consumada como resultado de los usos inteligentes que hayamos puesto en práctica de recursos disponibles, modos, métodos y relaciones coherentes y provechosas.


Desde el primer año de vida fuera del útero materno, vamos asumiendo y apropiándonos de nuestro ego y nuestra personalidad -o establecemos una cooperación entre ambos o somos agobiados por nuestros egos.


La personalidad abarca los caracteres psicológicos subjetivos, la mentalidad, los comportamientos y el ego -estos elementos o rasgos se van manifestando progresivamente hasta conformar una idiosincrasia singular para cada uno.


Imaginemos el ego como un agregado o un apartado de la mente -un pequeño programa instalado en el enorme disco duro de la mente. Inicialmente es un auxiliar que reclama al mundo unas concesiones ventajosas de supervivencia y bienestar para su mentor asumiéndolas como propias -yo quiero”, “yo necesito”, “yo debo ser atendido”.


En un sentido práctico, podemos interpretar al ego como un funcionario vitalicio de rango mayor que deberá asistir a su empleador en el transcurso de su existencia. Si asume sus tareas armoniosamente, le servirá para el bien de los dos; si le suplanta o usurpa su autonomía, establecerá una confusión de niveles tratando de imponer exigencias y condiciones con el propósito de  vencer y someter a otros afirmándose  a sí mismo como líder  -obrando así, el ego instaura un yo espurio plantado ante el mundo como un depredador*, parasito de beneficios y ventajas que no retribuirá (metafóricamente, este ego desbordado se apropia de la mente del personaje y lo convierte en su vasallo).


También en sentido práctico podemos considerar al ego como un ayudante en el desarrollo de la personalidad, con voz y voto, mas no con autoridad resolutiva -no es licito que adopte una jerarquía de mando porque sus funciones son de subalterno y su hospedero es el actor principal de la película  en todo momento.


Un ego sano es un intermediario de conciliación y asociación; un ego intrigante es promotor de conflictos y de disociación.

 

         Hugo Betancur (Colombia).

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    *PSICOPATAS NEFASTOS: Autócratas, déspotas y                                          depredadores, prototipos de barbarie.


La historia humana está plagada de personajes que representaron sus cimas de mando y poder guiados por sus desenfrenados egos: incrustados como instigadores de guerras y conquistas y enarbolando sus banderas, sus dogmas, sus argumentos de control y exterminio, se resguardaron tras fachadas religiosas, políticas y militares  para convertir a sus subordinados y tropas en homicidas, inmolados, tullidos  -todos ellos condecorados después como héroes póstumos o sobrevivientes].

[La galería de la infamia humana abunda en especímenes psicópatas encumbrados que invocando  sus dioses, sus religiones y sus  ideologías volcaron a las masas de su servidumbre al aniquilamiento de grupos humanos y de culturas, o a morir pregonando consignas que les fueron impuestas].

Según el modelo triárquico de Christopher J. Patrick, psicólogo de la Universidad de Minnesota,y sus colaboradores  (2009), la psicopatía se compone de tres rasgos principales: atrevimiento, desinhibición y mezquindad -aducen estos estudiosos que los psicópatas sienten menos miedo que el resto de personas, que tienen más dificultades para controlar sus impulsos y que su falta de empatía los lleva a utilizar a los demás en su beneficio.

Perfil psicológico de los psicópatas. Sus rasgos distintivos, según las clasificaciones realizadas por Cleckley y Hare:

1. Falta de empatía: incapacidad de comprender el estado mental de otras personas o de ponerse en su lugar. (activan una empatía selectiva y ficticia según su propósito de agradar o hechizar a otros). pero la “activan” a voluntad; esto explicaría tanto la frialdad como las habilidades sociales que los caracterizan.

Simon Baron-Cohen acuñó el  concepto de la “teoría de la mente” -afirmaba que los psicópatas adoptan una empatía cognitiva mas no emocional, y que no experimentan malestar ante el sufrimiento de los demás.

2. Egocentrismo y narcisismo: son incapaces de asumir enfoques mentales distintos a los suyos por su falta de empatía. Usualmente  los psicópatas son también narcisistas y tienden a suponer que son superiores a los demás y más importantes que ellos.

3. Encanto superficial

El perfil típico del psicópata es el de un personaje encantador y sociable, lo que es solo un papel de actor y no un atributo demostrable.

4. Pobreza emocional

La idiosincrasia de los psicópatas los restringe a disponer de emociones limitadas y teatrales -sus emociones positivas son escasas y sus emociones negativas son controladas o reprimidas tras un velo de calma artificioso y táctico.

Los psicópatas mienten con mucho aplomo y suficiencia.

La carencia de sinceridad es una característica de los psicópatas, lo que los lleva a construir una realidad aparente que muestran a los demás como una imagen de simpatía y cercanía afectuosa elaborada ilusoriamente.

Los psicópatas mienten episódicamente según sus planes y maquinaciones para proyectar una imagen agradable y conveniente -identifican las vulnerabilidades de los demás para elaborar farsas que ellos interpreten como coherentes y loables. 

Impulsados por sus ambiciosos y desbordados egos, los psicópatas tienden a actuar impetuosamente sin considerar las consecuencias de sus acciones, lo que les lleva a tomar decisiones precipitadas y adversas. Esta impulsividad está ligada a su irresponsabilidad -raramente asumen las consecuencias de sus actos, y  tendenciosamente culpan a los demás por sucesos e eventos dañinos que ellos mismos promueven

Esta irresponsabilidad es otro aspecto de su comportamiento impulsivo: desdeñan las leyes, los acuerdos y las convenciones sociales, son individuos que siembran caos y crisis desde las posiciones y cargos que ostentan.

Lo que más frustra y desata la violencia de los psicópatas es el fracaso de sus expectativas y tramas y la pérdida del control de las situaciones y de sus agentes subordinados. Los psicópatas mantienen una obsesión enfermiza por el dominio y el control y se tornan agresivos y destructivos cuando las circunstancias no favorecen sus intrigas.

Otros enfoques publicados:

LA PSICOPATÍA SUBCLÍNICA Y LA TRIADA OSCURA DE LA PERSONALIDAD:

https://www.behavioralpsycho.com/wp-content/uploads/2019/08/03.Halty_19-2oa-1.pdf

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jueves, 30 de octubre de 2025

Los conflictos son reacciones de nuestros egos.


Sin embargo, los conflictos son reacciones de nuestros egos: somos parte del problema creado.


Hugo Betancur

 

Cada vez que reaccionamos conflictivamente, percibimos que algo o alguien nos afectó. Nuestra reacción es subjetiva y corresponde a esta interpretación: “Algo que viene de afuera me está causando esto que siento”.

¿Quién o qué siente o experimenta esa emoción de afectación? ¿Quién o qué afecta? ¿Cómo somos afectados?

Cuando nuestras expectativas o planes son satisfechos, nos mostramos complacidos, exitosos y conformes –no aparece ninguna manifestación de conflictividad. Nuestras personalidades fluyen aparentemente armoniosas con los eventos o relaciones que nos han posibilitado la experiencia placentera.

Cuando nuestras expectativas o planes no son satisfechos, nos mostramos molestos, frustrados, inconformes –aparecen las manifestaciones de conflictividad: hostilidad, mal humor, tristeza o rabia, malestar. Nuestras personalidades entran en pugna con los eventos o relaciones que han propiciado la experiencia que consideramos negativa. Otros no han cumplido la función de agradarnos o de representar los papeles que les hemos asignado. En nuestras mentes, volvemos a ser niños que dependen de las acciones de otros para ser agradados y servidos y reaccionamos agresiva o rabiosamente contra quienes no nos proporcionan ese trato que ansiamos.

Obviamente, nos relacionamos como seres humanos con personas o situaciones que nos afectan en nuestras mentes o en nuestros cuerpos. Vivimos en  un mundo inequitativo donde participamos de los problemas no resueltos y de las cargas culturales heredadas de nuestros ancestros. Somos conmocionados por los fanatismos provenientes de las religiones, las culturas y los sistemas políticos. Recibimos un legado de creencias represadas, atiborrado de sentimientos de venganza, de odios, de discriminación racial y de nacionalismos divisionistas. La violencia de otros puede causarnos daños físicos o psicológicos; otros pueden afectar nuestras existencias y podemos considerar legítimas nuestras reacciones o protestas –nuestra economía, nuestros recursos materiales, nuestra supervivencia pueden ser afectados por las acciones de otros (personajes aislados o colectivos humanos, autoridades o instituciones).

En nuestras relaciones afectivas particulares se refleja todo ese cúmulo de influencias del entorno y del pasado. Muchas veces seguimos comportamientos de nuestros grupos sociales y familiares que son habituales y considerados como correctos aunque nos atraigan disociación y pugnas cuando interactuamos con nuestros allegados y nuestras parejas.

Al actuar guiados por nuestros egos ventajosos, o ambiciosos, o con una mentalidad infantil de ganancia y dependencia o condicionamiento respecto a otros, entramos fácilmente en terrenos de conflicto y agresividad. Nos declaramos conquistadores y amos de las mentes y cuerpos de otros o en adversarios porque no logramos conciliar con ellos y porque esperamos su sujeción y obediencia a nuestros proyectos y a la programación que les hemos asignado.

La libertad de otros que aceptamos es la libertad que establecemos en nuestras vidas, considerando que ellos sólo se ajustarán a nuestros planes si lo sienten como adecuado o como espontáneamente factible y que todos tenemos la opción de ejercer la autonomía como una responsabilidad y como un pilar del libre albedrío.

Y es lógico que entendamos que la paz y el equilibrio de nuestras mentes proviene de relaciones cordiales y constructivas, y que nuestro bienestar y nuestra tranquilidad reflejan lo que obtenemos en esa interacción. Y por contraste, igualmente podemos deducir que, si experimentamos estados de malestar y desasosiego, eso evidencia que nuestra relación con eventos y seres humanos no es gratificante y que los nexos transitorios parecen desiguales y ambiguos.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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UNAS REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA DE BUDDHA*


Podemos imaginar la existencia de Buda. Primero como el príncipe Siddharta Gautama, habitando en un palacio, bajo la protección de su padre. En la tercera década de su vida mostró una notable tendencia a apartarse de los mandatos tradicionales y a emprender su propio aprendizaje. Las historias relatan que salía furtivamente hacia las afueras de la ciudad acompañado por un cochero con el propósito de  enterarse cómo era la vida de los demás. En esas incursiones tuvo cuatro encuentros que lo conmovieron como espectador: al salir por la puerta oriental del palacio pudo observar a un anciano, decrepito y frágil; al salir por la puerta meridional vio a un enfermo grave; al salir por la puerta occidental vio un cadáver; al salir por la puerta septentrional vio a un religioso mendicante.

El príncipe Siddharta Gautama se dio cuenta que la vejez, la enfermedad y la muerte eran los símbolos más evidentes del sufrimiento humano, y que la inclinación religiosa representaba un emprendimiento particular de pesquisa sobre la vida y sobre sí mismo que cada uno podía asumir o dejar de lado según el estado de su consciencia.

Siddharta abandonó el palacio de su padre y se desligó de toda la parafernalia inherente a su condición de príncipe. Incursionó en lo que llamamos “la búsqueda de la verdad”, su inquisición esencial sobre cómo establecer la armonía y la paz como un ser humano autónomo.

 

Una vez alcanzado el estado de consciencia plena sobre sí y sobre la vida, el principe Siddharta fue llamado Buddha -"el Iluminado".

Desde esa condición de su mente, descubrió las “Cuatro Nobles Verdades”:

1.    La noble verdad de la manifestación  de “duhkha”** (el sufrimiento): la desilusión o sufrimiento representados en el nacimiento, la  vejez, la tristeza, los lamentos, el dolor, la pena y el desespero, la desesperanza, la asociación con lo que no amamos o la separación de lo que lo que amamos o decimos amar, no conseguir lo que deseamos.

2.    El origen de “duhkha” (el sufrimiento): el apego hacia aquello con lo que nos relacionamos y las pasiones que nos sacuden pretendiendo obtener placer a través  de  los sentidos: la obsesión   porque algo suceda o la obsesión porque algo no suceda.

3.    La noble verdad del cese de “duhkha” (el sufrimiento): atenuar y des-hacer el apego, la renuncia, el abandono y la liberación de su yugo, liberar ese apego y esas expectativas porque algo aparezca o porque algo no aparezca.

4.    La noble verdad de las acciones o comportamientos que nos permiten el cese de “duhkha” (el sufrimiento) por medio de la práctica del “Óctuple noble sendero”:

El Óctuple Sendero contemplaba realizar estos atributos:

    -Comprensión correcta

    -Pensamiento correcto

    -Palabra correcta

    -Acción correcta

    -Ocupación correcta

    -Esfuerzo correcto

    -Atención correcta

    -Concentración correcta

*En idioma sánscrito, el término buddha (बुद्ध) significa ‘despierto, iluminado, inteligente’.

**Duhkha. En lengua pāi, Dukkha, significa: Descontento. Desilusión. Insatisfacción. Sufrimiento. Incomodidad. Dolor. Intranquilidad. Imperfección. Malestar. Fricción. Pesar. Frustración. Irritación, Presión. Ir contra corriente. Agonía. Vacío. Tensión. Angustia existencial, "la carga o peso existencial inherente a la condición samsárica (humana)".

Dukha es un término de difícil traducción. No existe un término equivalente exacto en las lenguas europeas ya que Dukha tiene un significado muy amplio y abierto en el idioma original, que engloba diversos significados. Un ejemplo de Dukha dado por Buda es el estar con alguien que no te gusta y el no-estar con alguien que te gusta. Históricamente, la traducción más común en occidente ha sido sufrimiento, lo que ha generado una visión pesimista del Budismo. Sin embargo, descontento o insatisfactorio están más cerca al sentido de esta palabra en los textos originales.

https://es.wikipedia.org/wiki/Buda_Gautama

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