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jueves, 11 de septiembre de 2025

LAS CARGAS Y LOS LASTRES MENTALES

                                                                               EQUILIBRIO. Fotografía por Diana Valderrama B.

LAS  CARGAS  Y  LOS  LASTRES  MENTALES

 

Hugo Betancur


En nuestras vidas, vamos paulatinamente amontonando datos de todo lo que experimentamos: son nuestras memorias del pasado, una asociación de episodios históricos particulares emparentados con los sentimientos, emociones, recuerdos, anhelos y deseos con que los hemos revestido… Todas esas memorias o archivos imaginarios crean un lastre mental que con los años se va tornando muy pesado y que nos estanca morbosamente mientras observamos, paradójicamente, que otros progresan.

Soltar esos lastres o cargas significa liberarnos de todas esas memorias, para poder manifestarnos sanos y fortalecidos en el “ahora”. Esta es la única opción que tenemos para alcanzar la madurez fluidamente, avanzando a través de los años con nuestras mentes y nuestras emociones renovadas y no fosilizadas, no empeñados terca y erróneamente en actuar como los eternos adolescentes que no evolucionan hacia etapas de crecimiento emocional y que sacan mil disculpas ante sus parientes y allegados para no adoptar sus roles de adultos y los cambios requeridos.

Muchos seres humanos que han ido envejeciendo más allá de los 21 –la edad aceptada como límite de la adolescencia- se empecinan en comportarse como niños que apenas empiezan a experimentar sus cambios hormonales de los 10 a los 15 años, manifestándose con sus mentes conflictivas y reacias  a los aprendizajes y al comportamiento serio y negándose a asumir la responsabilidad sobre sus acciones. 

Estos adultos no hacen caso a las señales de alerta que sus familiares y relacionados les dan repetidamente “deja de actuar como un niño y asume la autonomía sobre tu vida”. Ellos –y ellas- se justifican astutamente para omitir sus acciones de cambio –como recurso de manipulación, simplemente argumentan que los demás son muy intolerantes y que no los apoyan. 

Todo adulto que se niega a crecer es una carga para sí mismo y una carga para quienes le rodean. Sus emociones trastornadas y problemáticas se desbordan continuamente para dramatizar choques psicológicos en que se auto-rotulan como víctimas o como incomprendidos. En sus mentes y en sus emociones  se empeñan en contradecir o polemizar cuando otros les requieren temperancia –moderación, temperamento calmado y prudente.  Han estado respondiendo con rabietas o con enojo y engañan o ahuyentan a quienes los aleccionan refugiándose en los pretextos de la mentalidad infantil irreflexiva y explosiva, con las mismas evasivas y argumentos propios de esa temprana edad. Para ellos y para quienes los sustentan, sus patrones mentales se vuelven un lastre, cada día más pesado.  

En la actualidad podemos reciclar la mayoría de las cosas que ya no nos sirven o los residuos orgánicos; sin embargo, no hemos inventado los recursos psicológicos ni los instrumentos externos que nos permitan reciclar la basura recogida por nuestras mentes –comprobamos, además, que las numerosas drogas que nos prescriben y que tomamos a diarios no producen cambios significativos en nuestra comprensión de la vida ni en nuestras relaciones insatisfactorias subordinadas a necesidades.

Nos corresponde desechar lo acumulado, lo que ya no nos es útil, lo inservible, lo perturbador, para poder seguir avanzando con nuestras mentes despejadas, livianas y renovadas.

Muchas de las enfermedades que padecemos, mentales, emocionales y físicas –anímicas, en general-, tienen que ver con la acumulación de basura psíquica (interacciones conflictivas, situaciones que fueron o son dolorosas para nosotros, celos, envidia, resentimientos, odios o frustraciones, temores, incertidumbre, adicciones, manías).  Lo considerado culturalmente como normal es que las mentes humanas apilan toda esa información sin resolverla, lo que interpretamos como la naturaleza de lo colectivo, de lo masivo. Lo que podemos instaurar como excepcional es la liberación de todas esas cargas. Sólo requerimos inconformidad con nuestros hábitos de vida, y luego consciencia sobre el malestar y las dificultades que aquellos nos atraen, y finalmente acciones de cambio y de aprendizaje que nos lleven a la autonomía y a la tranquilidad. 

Muchas personas aseguran tajante y desafiantemente que son felices y que sus vidas son muy armoniosas. Nos enteramos que no son reales sus afirmaciones porque dependen habitualmente de sustancias farmacológicas para aliviar o suprimir los síntomas de sus enfermedades y porque se ven obligadas a acudir regularmente a la consulta médica para reforzar sus diagnósticos y tratamientos.

Lo esencial para que podamos soltar nuestros lastres es “darnos cuenta” de lo que nos ocurre, observar cómo experimentamos nuestras relaciones y nuestros procesos de vida. Si no nos “damos cuenta”, no podemos ejecutar las acciones de “soltar lastres”, porque nos falta la consciencia, porque no logramos razonar sobre nuestro desequilibrio y nuestra falta de paz.

Para “darnos cuenta” debemos enfocarnos en la auto observación de nuestros estados de ánimo y de nuestras vivencias.  Podemos aplicar el axioma antiguo socrático de “Conocernos a nosotros mismos”, pues lo que vemos es un espejo de lo que somos –recuerdo el dicho popular “Cuando Juan habla de Pedro, sabemos más sobre Juan que sobre Pedro”. 

Nos corresponde hacer una pesquisa sobre nuestra personalidad y nuestros archivos mentales: qué vemos, qué sentimientos suscitan en nosotros los eventos en que participamos, qué recuerdos guardamos de lo vivido, qué fantasías hemos armado que nos limitan, qué culpas atribuimos a otras personas o qué resentimientos esgrimimos contra ellas. 

Creemos que la lectura de los libros del momento o la recitación de ciertas frases con que nos describimos o la pertenencia a ciertos grupos nos permitirá conquistar posiciones respetables o de aceptación social –lo externo: el prestigio, la funcionalidad, el reconocimiento como exitosos o superados-. 

La auto-indagación como un proceso mental constante nos permite descubrirnos y descubrir nuestros resguardos, las barreras que ponemos para no afrontar nuestros cambios. 

La meditación es un instrumento de reflexión, de superación, de transformación. En esa quietud voluntaria de nuestras mentes, podemos conformar o desconformar imágenes, podemos definir la realidad transitoria que estamos percibiendo o experimentando.

En la meditación “nos damos cuenta” y podemos suspender nuestros juicios, nuestras resistencias, nuestras ataduras. Podemos elaborar ideas que nos permitan modificar los hábitos y programaciones de nuestras mentes.

Recordemos la llamada 

“Oración de la Gestalt”

de Fritz Perls:

“Yo soy Yo. Tú eres Tú.

“Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas.

“Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.

“Tú eres Tú. Yo soy Yo.

“Si en algún momento o en algún punto nos encontramos, será maravilloso, si no, no puede remediarse.

“Falto de amor a Mí mismo cuando en el intento de complacerte me traiciono.

“Falto de amor a Ti, Cuando intento que seas como yo quiero, en vez de aceptarte como realmente eres.

“Tú eres Tú y Yo soy Yo.”

Las enfermedades son señales de nuestros cuerpos que nos informan sobre los desajustes y distorsiones de nuestras mentes. Cuando persisten o muestran indicios de agravamiento en nuestro estado físico nos advierten que nuestras acciones cotidianas no son adecuadas y que no hemos logrado afianzar nuestra autonomía.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 31 de agosto de 2025

Víctimas psicológicas: las mentes "heridas".

 
                                                                                                                                                          Foto por Juan Castillo

LAS  VÍCTIMAS  PSICOLÓGICAS 

Hugo Betancur


Las personas que se comportan como víctimas habituales adoptan un papel o un rol que parece un montaje de actuación dirigido a un fin: mostrarse desvalidas, atropelladas por otros, abandonadas a su cruel destino. A cambio esperan recibir atenciones, compasión y solidaridad en los juicios que han establecido contra aquellos a quienes acusan. Ellas deben ganar en este juego y otros deben perder y ser culpados. 

Estas víctimas sicológicas tuercen la realidad hacia un extremo de la vida donde tienden a apropiarse de las situaciones experimentadas parcialmente en sus relaciones o adaptadas a su propósito de indefensión aumentándolas exageradamente o interpretándolas como dirigidas contra ellas por otros. 

Es fenómeno común en la convivencia humana que cometamos equivocaciones o que afectemos negativamente a otros en nuestras interrelaciones –por nuestra ignorancia, nuestras limitaciones y quizá por nuestro egoísmo inconsciente o nuestra irreflexividad frente a los requerimientos del momento o a las expectativas de quienes están cerca de nosotros-. Todos cometemos errores, algunos imperceptibles y otros enormes; a veces aprendemos las lecciones de inmediato y en otras ocasiones tardíamente, lo que nos confronta con opciones de cambio y nos permite enriquecer las existencias de otros una vez los trascendemos. 

He descubierto como una constante en mi trabajo con mis pacientes en su entorno, que la mayoría de los comportamientos o acciones que ellos perciben como dirigidos a causarles daño no tenían ese propósito de parte de quien acusan como victimario o como culpable.

He logrado dialogar con las dos partes involucradas y he encontrado que sus actos correspondieron a manifestaciones inevitables establecidas por las condiciones de sus personalidades y por las condiciones del momento –el ser humano y sus circunstancias temporales.  

Llueve y escampa en el tiempo propicio. La vida pocas veces se acomoda estrictamente a nuestros ideales, esperanzas o exigencias respecto las acciones y comportamientos de otros -si acaso, solo nos aproximamos a las expectativas imaginadas. 

Atribuir a otras culpas por lo que nos pasa en nuestras relaciones afectivas o repetir que somos víctimas de un azar desventurado parece un poco arbitrario y selectivo.

Somos parte de esa interacción que posibilita la asignación de roles distintos –víctima y victimario-, según las interpretaciones eventuales: quien afecta y quien es afectado, quien es el sujeto activo y quien el sujeto pasivo. 

Probablemente las personas que las víctimas identifican y rotulan como victimarios tienen también extraordinarias cualidades y logros positivos, no solo respecto a ellas sino también como atributos consistentes en su historia; quizá esos seres humanos estigmatizados como victimarios se hayan sentido también víctimas de otros en sus vidas. 

Las víctimas prefieren enfocarse en los rasgos negativos o en los defectos de sus relacionados, o destacan cómo fueron lastimadas y heridas para conformar ante sus allegados una imagen propia de martirizadas y ultrajadas mientras cargan a los inculpados la imagen de insensibles e injustos. 

Lo incómodo de este drama es que va adquiriendo dimensiones desproporcionadas.  Las personas que lo ejecutan escogen el lado oscuro de su emotividad y de su personalidad –y también de la de otros-, y se refugian en un sentimentalismo tendencioso y exagerado. Parecen decir a quienes las desaíran "ya que no haces lo que exijo de ti, me vengaré haciéndote quedar mal con todo el que quiera oírme". Ese supuesto sentimentalismo que expresan no es más que sensiblería o sentimentalismo retorcido, una distorsión de los eventos atravesados para utilizarlos a su amaño y sin contemplar los perjuicios que causan, algo tan desatinado como que alguien tire una colilla de cigarrillo prendida en un depósito de algodón, y que para colmo se quede allí esperando a ver qué pasará. 

Todos podemos ocasionalmente sentirnos víctimas de algo o de alguien, como un hecho aislado, no acumulativo, lo que siempre es una reacción normal en que nos desbordamos emocionalmente. Todos lo hemos experimentado en nuestras relaciones afectivas interrumpidas Lo normal es que superemos esa dolorosa percepción y que sigamos viendo la bondad de la existencia. 

Las personas que se enrolan como víctimas suelen ser rápidas y poco prudentes en sus juicios contra otros a quienes rechazan. Por lo común, no corrigen sus desaciertos ni reparan las injusticias que cometen con sus comentarios desmedidos; no parecen conscientes del poder esclavizante de sus palabras –ninguna expresión verbal deja de tener consecuencias-, por lo que no fluyen con el movimiento dinámico, creativo y acogedor de sus sentimientos y quedan en deuda.

Algunas personas pueden representar un "montón de imperfecciones y fallas" –así suelen describirlas quienes se proclaman como sus víctimas-, y la relación con ellas puede ser altamente caótica y violenta para quienes las estigmatizan o definen con esos adjetivos, lo que hace imposible que las partes involucradas interactúen en armonía. 

Si efectivamente predomina la expresión negativa, destructiva, opresora, ejercida por uno de los implicados y no por el otro –lo que nos lleva a considerarlo como antisocial-, las relaciones deben ser modificadas y las personas atropelladas pueden pedir intervención legal para resolver las situaciones con cambios, no evadiéndolas al refugiarse en sus lamentos y en las intrigas que buscan la compasión y la complicidad encubridora de quienes les rodean. 

Si no logran estos cambios, la relación se tornará cada vez más tormentosa y deberá ser disuelta. 

Las víctimas habitualmente rompen sus relaciones afectivas sin establecer las modificaciones necesarias y sin comprender que sus propias acciones fueron también conformadoras del conflicto y de la crisis: ellas hacen un juicio oportunista que las exime de responsabilidad y las hace aparecer como inocentes a los ojos de quienes han atendido ingenuamente sus relatos y sus quejas. 

Si inician nuevas relaciones, sus rasgos seguirán presentes y volverán a armar la misma trama; se involucrarán en un drama igualmente desolador, y muy fructífero para producir confusión –es algo así como que se convierten en un imán que atrae tanto dificultades como personalidades inmaduras con las que fácilmente recrean sus tragedias.

 

CÓMO IDENTIFICAR A LAS VÍCTIMAS:

 

De una manera constante, no son felices. Algo delata la acongojada posición que han elegido.

Son adictas a las quejas. Son disociadoras y llevan su malestar a los ambientes en que se desenvuelven. Algunas personas se refieren a ellas como "chismosos o chismosas" o "mártires" una vez que identifican sus modelos de manipulación y evasión. 

Han escogido algunos personajes allegados como representativos y se ensañan contra ellos. Les achacan fracasos de sus historias, y a veces las más destacadas o absurdas contrariedades para encubrir el contenido real de sus frustraciones. Una de mis pacientes le atribuía su preeclampsia y su cesárea muy  temprana a la forma de ser de su marido –como médico he dialogado con mujeres con el mismo diagnóstico que recibían de sus cónyuges un trato excelente y demostraciones amorosas privilegiadas, lo que no impidió una evolución clínica bastante agobiante-; otra paciente aseguraba que gracias a su esposo desconocía lo que era un orgasmo en sus casi veinte años de matrimonio; un hombre de la tercera edad se lamentaba de que por haberse casado con su monótona esposa actual había perdido el rastro de la mujer de sus sueños. Otros seres humanos, hombres o mujeres, acusan  o culpan a sus cónyuges de haberlos obligado -por abandono o insatisfacción- a programar astuta y ocultamente encuentros "románticos" que culminaron en actos de sexo consentidos y decepcionantes, y aseguran que con estos buscaban "definirse a sí mismos /o a sí mismas", con la evasión complaciente a través de la infidelidad o el adulterio (la mayoría sólo se echaron encima una carga más al no lograr, en los espejismos de la pasión, que su  confidente del momento les correspondiera o les ofreciera un compromiso de relación especial -los amantes o las amante que escogieron solo buscaban aventuras y placer, pues no querían  relaciones duraderas y sólidas con personas casadas -habitualmente son temidas por el riesgo de las reacciones violentas de sus consortes-). Cuando las parejas envejecen, acusan a sus cónyuges por la extinción de su virilidad, o de su feminidad, o por su desinterés sexual (para defender su ineficiencia o insuficiencia, el acusado o la acusada argumentan que la contraparte “seca un papayo a cantaleta" y que eso ha apagado su sensualidad). 

Las víctimas agregan ocasionalmente nuevos aportes a su retrato de una vida llena de pesares y amarguras, que parecen exhibir como su más preciado trofeo. Por contraste, pueden tener actividades que les permiten revestirse de algún aliciente o motivación compensadora, pero tan extremado en notoriedad positiva como el sacrificio amargo que ellas protagonizan ante el mundo: alcanzan éxito en sus profesiones y actividades mientras fingen una derrota tortuosa en sus nexos particulares.

 

TAMBIÉN EL LENGUAJE LAS DELATA

 

Las victimas utilizan un lenguaje demoledor contra sus imaginarios o probados torturadores: él/ella siempre…; él/ella nunca; se lo he reclamado cincuenta mil veces (y fue solo una decena); hace años que le vengo diciendo lo mismo ( y lo que aluden es reciente); yo contigo/con él/con ella no cuento para nada (y le han ocupado una buena parte de su vida)yo para ti soy un cero a la izquierda; en mi casa nadie me tiene en cuenta; esta casa se está cayendo del desorden ( o de la suciedad, o del mal olor, o de…); tú nunca me has querido (y los álbumes familiares muestran con abundancia de detalles los momentos compartidos con sincera satisfacción –al menos sus rostros lo recuerdan en las fotografías-); sólo me buscas el lado cuando quieres… (sexo, o comida, o dinero, o…); te he soportado toda la vida… (posiblemente quieren decir desde que se encontraron por primera vez, ¡qué sufrimiento!); a ti sólo te interesa… (cualquier cosa en particular y no todo lo que la otra persona realiza); el/ella no hace nada o no sirve para nada (comentarios fatales que retratan muy pobremente a quienes los lanzan)…

Y necesariamente las víctimas deben recurrir a médicos o a diversos terapeutas para pedir asistencia. Sus consultores preferidos son aquellos que les refuerzan sus condiciones de maltratadas, les advierten que están bajo un gran  estrés, les diagnostican trastornos depresivos (mayores, o menores, o no especificados) y les prescriben tratamientos o píldoras "mágicas" para mantenerlas en actividad, todas dirigidas al cuerpo que presumen que se enfermó solo, sin exigirles cambios en sus conductas y comportamientos –muchas veces estos profesionales ignoran sistemáticamente  el modo de vida de sus pacientes y los rasgos de sus personalidades (en ocasiones parecen no creer  que las relaciones hayan llegado a un grado de deterioro enfermizo que el paciente no logra superar debido a sus propias rutinas devastadoras y a su insistencia en sentirse infeliz). 

Los cambios son necesarios cuando la depresión nos acosa, lo que vemos en nuestros trastornos de apetito y de sueño, en la fatiga reiterada, en los altibajos de nuestro ánimo, en lo cargados que nos sentimos. A veces asoman la tristeza, el temor y la incertidumbre a nuestros rostros y decimos que no sabemos porque estamos decaídos. Observando nuestras relaciones y comportamientos podemos descubrir las causas. Provienen de nosotros mismos, de cómo asimilamos la interacción con los demás, y también de los patrones familiares recreadores de infelicidad que no hemos superado. 

Como víctimas, agotamos la energía de la vida en los conflictos, en la distorsión de nuestras relaciones, en la evasión. Y esa energía desperdiciada nos hace falta para afirmar nuestro equilibrio, nuestra satisfacción, nuestro bienestar. 

Algo que persiste debe ser removido para que decidamos perdonar las culpas que impusimos contra otros porque no pudieron actuar con sabiduría y generosidad en algunos momentos infortunados de su pasado. Libres de todas esas cadenas por voluntad propia, la naturaleza y los seres vivos nos recompensan una vez más con su exuberancia, su espontánea sensualidad y la alegría de su prodigioso, incontenible y sabio movimiento.

 

      Hugo Betancur (Colombia)

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lunes, 18 de agosto de 2025

El servicio a otros, la empatía.

 


    SERVIR, CUIDAR, RESPONSABILIZARNOS.

 

Hugo Betancur 

 

Cuando enfocamos nuestra existencia en servir y cuidar el bienestar y el progreso de otros, nos caracterizamos como seres humanos más sanos, ecuánimes y benévolos, y logramos liberarnos de la servidumbre a nuestros egos y a su fantasiosa entronización de la importancia personal. El servicio y la asistencia a otros nos trae satisfacción y alegría y nos aviva el sentimiento de serles útiles y de solidarizarnos con sus dificultades y sus carencias.

Que pueda asumir su destino con los eventos, relaciones, tareas, cambios y aprendizajes que le corresponden es el reto esencial en la historia de cada uno de nosotros.

Como personajes “destinados” a cumplir nuestros roles representamos una personalidad que expresara un ego modesto y conciliador o un ego explosivo y beligerante.

Si nos apropiamos conscientemente  de nuestro destino, despejamos el primer obstáculo de nuestra mente que es el rechazo al personaje que vamos a interpretar.

 Simbólicamente, cada uno de nosotros tiene ante si el sendero de su destino que deberá recorrer y que alguna vez se cruzará o convergerá con los destinos de otros.

No recorreremos una avenida lineal y plana sino un itinerario tortuoso, con altibajos, con trayectos escabrosos y tristes alternados con tramos de bienestar y alegría.

Sin embargo, nuestros destinos tienen solo un guión inacabado de lo que puede suceder -podemos alterar los libretos mientras avanzamos en nuestras vivencias y vamos descubriendo en nuestro campo de acción las opciones elegibles según nos apropiamos de nuestras circunstancias y según afirmamos nuestros propósitos. Si nos quedamos pasmados, la vida nos va llevando a su antojo -tal como el viento deshoja los árboles secos en el campo o como la tempestad va tumbando los arboles que no tienen raíces sólidas o como una ladera de montaña se derrumba por efecto de las aguas subterráneas que socavan el suelo.

 Solo cuando asumimos nuestros roles conscientemente y nos ajustamos a los cambios y aprendizajes por realizar, nuestros destinos dejan de ser una compleja maquinaria de reloj que funciona previsiblemente según giran los engranajes y las ruedas dentadas sobre sus ejes como los ingenieros las diseñaron: decidimos entonces por nosotros mismos los movimientos y relaciones compatibles con nuestras mentes y con las tareas por hacer que darán sentido y trascendencia a nuestras fugaces historias.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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"Tú significas todo para mí..."




LAS  PAREJAS  IDEALIZADAS

 

Hugo Betancur

 

Las relaciones especiales que planeamos con otros son nuestro proyecto personalizado de satisfacción y éxito.

 

Nos enfocamos inicialmente en las cualidades supuestas que deben tener según nuestros requerimientos -o según lo que llamamos nuestras necesidades- y les asignamos unos comportamientos ideales que deberán seguir para acceder a nuestra aceptación.

 

Les imponemos unas condiciones y tendemos un cerco alrededor de ellos: para halagarnos, es preciso que se ajusten a las pautas que hemos definido como propicias, y que representen  los papeles que les hemos dispuesto, su libertad, y las características de su personalidad deberán ceñirse a nuestras expectativas.

 

Cuando consideramos que pueden saciar nuestras demandas, les damos nuestro beneplácito y les retribuimos algunas compensaciones por su obediencia.

 

Aunque todo lo planeado parezca suceder tal como lo concebimos o proyectamos, la felicidad no llega.

 

La presa atrapada, se aburrirá en su  jaula y el cazador se cansará de mantener la guardia para ejercer su control.

 

Las relaciones especiales son solo programas del ego, ávido de posesiones y conquistas.

 

No es posible que pueda desempeñarse como nuestra pareja armoniosa alguien a quien hemos pretendido subyugar imponiéndole desde un principio una relación desigual.

 

De esas tramas armadas por el ego solo resultan a la larga conflictos interminables, frustración, desesperación y desesperanza, apegos dañinos y sufrimiento.

 

Si queremos compartir con otros como iguales, la consideración esencial es que nos relacionemos con lo que son y no con las imágenes ideales que les hemos configurado.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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