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viernes, 26 de diciembre de 2025

El amor soñado

           SalvadorDalí.Muchacha en la ventana. Les Baux-de-Provence, Francia.


EL AMOR SOÑADO

Hugo Betancur

 

El amor soñado es un objetivo por alcanzar imaginado en nuestras mentes. Otro ser humano de afuera deberá hacer real la imagen y las funciones que le hemos asignado para que podamos acogerlo como nuestro eficiente prodigador de felicidad y de emparejamiento -su aspecto físico, su voz, sus palabras, sus acciones tendrán que corresponder al modelo que ideamos; su presencia desvanecerá nuestra soledad y desvalidez de antes y llenará nuestros espacios de alegría y calidez.


Ese otro u otra soñado deberá ajustarse a nuestros requisitos: si los cumple, deberá hacerlos evidentes en la convivencia y asemejarlos al modelo que concebimos -que se hagan tan reales como la cosecha que recoge al cabo del tiempo el agricultor,  que procedió de sus planes y labores, abonando la tierra, sembrando las semillas y las plantas, cuidando su proceso de crecimiento y fructificación.


En el itinerario de la avenida de su destino que cada uno de nosotros va recorriendo y deshaciendo, aparecen hechos y relaciones posibles que nos parecen gratos, y hechos y relaciones experimentadas o no posibles que consideramos desafortunados.


Lo que llamamos el plano de la realidad desvirtúa nuestros anhelos de complacencia y placidez porque nosotros y los demás carecemos  de una personalidad maleable y de las capacidades de actuación convenientes para representar ese rol de servicio. Para solventar nuestras carencias, en muchas ocasiones perseguimos espejismos que solo están en nuestras mentes -como el viajero sediento perdido en el candente desierto, divisamos vanamente un oasis inexistente con su fuente de agua y su vegetación evanescentes.


Debemos madurar a convertirnos en seres humanos que se descubren a sí mismos en relaciones integradoras  y en aprendizajes crecientes. Debemos establecer hábitos de pesquisa exterior e interior para lograr el progreso de nuestras mentes y la manifestación de nuestros dones y talentos en los escenarios compartidos.


Aportamos a las relaciones afectivas nuestras creencias, nuestras interpretaciones y razonamientos generales sobre la vida y el mundo; sin embargo, aportamos también nuestras taras generacionales, nuestra ignorancia, y las tendencias utilitarias y conflictivas de nuestros egos, lo que obstaculiza la formación de nexos sanos y duraderos.


Probablemente, esos amores soñados solo sean quimeras y utopías inalcanzables.


Dos que tengan un cúmulo de sueños por obtener o conquistar de su alter ego en su drama de parejas no logran establecer una asociación armoniosa y feliz -las expectativas desplegadas en este encuentro desbordan la disponibilidad de satisfacción que cada actor puede dar y no hay una justa reciprocidad; la historia grandiosa no resulta y la desilusión abruma a los debutantes que volverán a estar separados como en el preludio -a veces permaneciendo alojados bajo el mismo techo y acogidos a sus porfiados egos.


Así como cada personaje elabora un retrato de lo exterior, para conocerse y definirse también debe hacerse un retrato de sí mismo, tan veraz como sea posible y no elaborado por su ego parasitario y fantasioso que le hace considerarse  gigante y poderoso, lo que muchas veces solo es un papel ficticio e inestable.


Los sueños son solo sueños y las fantasías no tienen cabida en el mundo real.

 

Hugo Betancur (Colombia) 

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“[4. Todas las preguntas que se hacen en este mundo no son realmente preguntas, sino tan sólo una manera de ver las cosas. Ninguna pregunta que se haga con odio puede ser contestada porque de por sí ya es una respuesta. Una pregunta que se compone de dos partes, pregunta y responde simultáneamente, y ambas cosas dan testimonio de lo mismo aunque en forma diferente. El mundo tan sólo hace una pregunta y es ésta: "De todas estas ilusiones, ¿cuál es verdad?, ¿cuáles inspiran paz y ofrecen dicha?, ¿y cuáles pueden ayudarte a escapar de todo el dolor del que este mundo se compone?"]1 

 

-[“Lo que se considera la "realidad" es simplemente lo que la mente prefiere. La mente proyecta su propia jerarquía de valores al exterior, y luego envía a los ojos del cuerpo a que la encuentren. Éstos jamás podrían ver excepto a base de contrastes. Mas la percepción no se basa en los mensajes que los ojos traen. La mente es la única que evalúa sus mensajes, y, por lo tanto, sólo ella es responsable de lo que vemos. Sólo la mente decide si lo que vemos es real o ilusorio, deseable o indeseable, placentero o doloroso].2

 

-[“El mundo que vemos refleja simplemente nuestro marco de referencia interno: las ideas predominantes, los deseos y las emociones que albergan nuestras mentes. "La proyección da lugar a la percepción" (Texto, pág. 497). Primero miramos en nuestro interior y decidimos qué clase de mundo queremos ver; luego proyectamos ese mundo afuera y hacemos que sea real para nosotros tal como lo vemos. Hacemos que sea real mediante las interpretaciones que hacemos de lo que estamos viendo. Si nos valemos de la percepción para justificar nuestros propios errores, nuestra ira, nuestros impulsos agresivos, nuestra falta de amor en cualquier forma que se manifieste, veremos un mundo lleno de maldad, destrucción, malicia, envidia y desesperación”].3

 

-[“1. La percepción se deriva de los juicios. Habiendo juzgado, vemos, por lo tanto, lo que queremos contemplar. Pues el único propósito de la vista es ofrecernos lo que queremos ver. Es imposible pasar por alto lo que queremos ver o no ver lo que hemos decidido contemplar”].4

-[1. Sentir empatía no significa que debas unirte al sufrimiento, pues el sufrimiento es precisamente lo que debes negarte a comprender. Unirse al sufrimiento de otro es la interpretación que el ego hace de la empatía, de la cual siempre se vale para entablar relaciones especiales en las que el sufrimiento se comparte].5

 -[“De ordinario estaba enamorada de alguien y, como su pasión nunca era correspondida, había conservado todas sus ilusiones”.]6

 

-[“En un rapidísimo proceso de pocos días hay un derrumbe de ilusiones. A la luz de París su amada no es lo que parecía antes, y tampoco Lucien es el mismo a los ojos de ella, ambos se decepcionan recíprocamente”.7

 

-[“¡…cuán presto se va el placer,

cómo después de acordado

da dolor,

cómo a nuestro parecer

cualquiera tiempo pasado

fue mejor!”].8

 

Hugo Betancur (Colombia)

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REFERENCIAS: 

1. IV. La callada respuesta. UN CURSO DE MILAGROS.

2. 8. ¿Cómo puede evitarse la percepción de grados de dificultad? UN CURSO DE MILAGROS.

3. ¿Qué postula Un Curso de Milagros?

4. Lección 312. Veo todas las cosas como quiero que sean. UN CURSO DE MILAGROS.

5. 16. EL PERDÓN DE LAS ILUSIONES. I. La verdadera empatía. UN CURSO DE MILAGROS.

6. Cita de “El retrato de Dorian Gray”, novela por Oscar Wilde.

7. Prologo. “Las ilusiones perdidas”. Honoré de Balzac

8. “Coplas por la muerte de su padre!”. Jorge Manrique. Composición del género poético de la elegía funeral medieval o planto.

[Leído: "Creer en la realización de los sueños hace que permanezcamos dormidos y que nos comportemos como ilusos"].

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Sólo sueños


SOLO SUEÑOS

Hugo Betancur

 

Nuestros sueños son imágenes que forjamos en nuestras mentes. Son ideas fantasiosas acerca de algo: metas por alcanzar, relaciones que pretendemos establecer, cosas que queremos conseguir. No tenemos aquello que soñamos y proyectamos apropiárnoslo en el tiempo por venir y en nuestras mentes: esperamos que suceda como lo hemos concebido y en muchas ocasiones emprendemos acciones encauzadas a realizarlo.

Habitualmente, los seres humanos elaboramos un libreto sobre nuestras historias particulares. Lo iniciamos en la infancia y lo vamos llenando de datos, de normas de comportamiento, de requisitos, de decepciones, de recuerdos contrastantes, agradables o ingratos, de juicios y de justificaciones.

En ese libreto que se va volviendo voluminoso, pesado y complejo, caracterizamos nuestro personaje: lo hacemos impetuoso o aplacado, sutil o rudo, sincero o engañoso, acogedor o retraído, generoso o avaro.

Elegimos nuestros papeles: podemos representar personajes fanáticos y presumidos, o personajes ecuánimes y solidarios. Podemos volvernos celebrantes jubilosos del prodigio de la vida con su alternancia de ventura e infortunio; o podemos volvernos hacedores de monumentos y altares a lo que nos causó desdicha y sufrimiento.

Nuestros más preciados sueños tienen a otros seres humanos como protagonistas en unas relaciones que rotulamos como especiales: deberán darnos acompañamiento, cuidados, diversión, distracción, fidelidad, amor, exclusiva entrega. En el plano de la realidad no sucede así.

Excepcionalmente, alguno de esos sueños de rutilante felicidad parece cobrar vida por momentos y nos sorprende; sin embargo, su duración es limitada: a medida que pasan los días, el encantamiento se deshace como un papel quemado azotado por la lluvia, porque no era un amoroso sueño compartido sino un amorío banal con argumento de pesadilla (la interacción resulta desastrosa y Cupido* emprende su vuelo espantado).

Otros sueños cumplidos son apenas fragmentos de los sueños originales, y sus endebles realizadores debutan apagados, monótonos, desprovistos de optimismo, desesperanzados, languidecen tratando infructuosamente de completarlos -tan desatinados como quien trata de introducir una pieza cuadrada en una mortaja circular pretendiendo que sus lados encajen en la cavidad redondeada.

Solo los soñadores que han alcanzado algo de paz en sus mentes y en sus corazones pueden crear sueños con desenlaces felices que alegren sus vidas y les permitan trascender los límites de la rutina y de la soledad. Quizá dispongan de un estado de armonía no egoísta que posibilite la conformación de una relación mutua donde dos se hacen uno en sus propósitos y en su trato afectuoso sin ceder su libertad a cambio.

             Hugo Betancur (Colombia).

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*Según la mitología romana, Cupido era el dios del deseo amoroso, hijo de Venus, la diosa del amor, de la fertilidad y de la belleza), y de Marte, dios de la guerra. Ha sido representado figurativamente como un niño alado desnudo, que lleva una aljaba con flechas en la espalda y un pequeño arco en las manos. Él elige si dispara flechas que al dar en su blanco produzcan enamoramiento o flechas que produzcan rechazo. Es un dios que asigna alguno de esos sentimientos opuestos a quien elige, de atracción o de repulsión.

Cupido, del latin “cupidus”, adjetivo: deseoso, ávido.

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jueves, 25 de diciembre de 2025

Juzgar: nuestra tara y nuestra limitación reactiva más conflictiva.


                                                                                           Feather Texture- Foto por Juan Castillo


Juzgar negativamente, discriminar, sopesar: 

¿es necesario, es justo, es útil?, ¿nos hace mejores que otros?

 

Hugo Betancur

 

Nuestros juicios son complementos triviales ante las acciones de otras personas, son nuestra interpretación particular. Todas nuestras percepciones son subjetivas y corresponden al estado transicional de nuestras mentes. Y nuestras mentes expresan nuestras creencias y nuestro entendimiento de la vida.

 

Cuando hablamos de la “realidad objetiva” o de “hechos objetivos” solo nos referimos a lo que nuestra subjetividad califica como “real” y “objetivo”. Cada observador describe lo que percibe.

 

Para juzgar lo que otros hacen, lo que es una calificación o apreciación particular, debemos considerar el estado o condición del ser humano que obra y sobre quien enfocamos nuestra atención.

 

Si no sentimos afecto por aquellos a quienes juzgamos, nuestra opinión tendrá características de censura moralista y de crítica fustigante.

 

No es necesario juzgar a aquellas personas a quienes amamos, porque todo aquello que amamos nos revela sus secretos. Si las amamos, podemos mostrarnos respetuosos y no egoístas con ellas -esas son las consideraciones óptimas del amor.

 

Sin los juicios negativos, que nos impiden ver cómo son esas personas porque superponemos una imagen de rechazo, podemos comprenderlas y aceptarlas sin esfuerzo.

 

¿Cómo podemos juzgar con justicia a aquellos a quienes no amamos? ¿Cómo podemos juzgarlos cuando el desamor nos aísla contra ellos? Al juzgar nos ponemos en una posición de separación y de exclusión –y quizá de prepotencia, de aparente superioridad-; los otros se convierten en objetivos de ataque de nuestras mentes cuando elegimos fragmentos negativos o conflictivos de sus vidas para evaluarlos como si representaran una totalidad mientras desdeñamos sus valores y los episodios gratos que han compartido.


La balanza de la justicia tiene dos platillos que debemos utilizar simultáneamente, sin cargarnos hacia un solo lado, evitando desechar aquello que puede establecer el equilibrio y permitirnos una amplia perspectiva. Si nos atrevemos a evaluar los defectos, los errores y las limitaciones de los demás, debemos también acoger sus cualidades positivas, sus aciertos y sus fortalezas. 

 

Cada uno de nosotros puede identificar sus propias limitaciones, sus errores, su confusión y distorsiones: todas estas condiciones producen infelicidad, insatisfacción, conflictos, sufrimiento, culpas, lo que nos indica que estamos actuando bajo los requisitos de nuestros egos.

 

En cambio, nuestras fortalezas, nuestras cualidades positivas, nuestros aciertos, nos producen satisfacción, estados de paz y armonía, lo que nos indica que obramos desde la sabiduría del corazón. Cuando cometemos un error y no logramos aceptarlo ni descubrirlo, añadimos otro error al primero; si nos damos a la tarea de justificarnos para defendernos y mantener nuestra posición, agregamos un error más.

 

Si tenemos la prudencia y la sabiduría de reparar nuestros errores y nuestros comportamientos disociadores, nuestras relaciones se acercan a la normalidad; mientras no hagamos la corrección que nos corresponde quedamos en deuda con aquellas personas a quienes afectamos con nuestras acciones. Y lo mismo sucede cuando otras personas nos afectan negativamente, por ignorancia, egoísmo o simplemente por menosprecio -tal vez porque no satisfacemos sus intereses o sus sistemas de creencias-: si no reparan estos comportamientos quedan en deuda con nosotros en sus mentes.

 

Probablemente la mayoría de los seres humanos hemos juzgado negativamente a otros muchas veces. ¿Eso nos ha hecho mejores? ¿Nos ha traído bienestar? ¿Hicimos nuestros juicios porque nos habían afectado a nosotros con sus acciones o fue una inútil y arbitraria intromisión que hicimos en sus procesos de interacción particulares? 

 

Las acciones y comportamientos de todo ser humano parecen inevitables en cada situación: las condiciones de cada personalidad y las condiciones del momento nos llevan a hacer lo que hacemos impulsivamente, aunque haya otras opciones ideales -que solo un observador no involucrado logra enumerar, pues “quien hace” está sometido ya a su elección particular-, (esas opciones ideales quizá nos evitarían el malestar y las culpas que después nos acosan).

 

La vida y los seres vivos estamos esencialmente fusionados. Todo es una relación, una relativización, y lo que ocurre siempre tiene dos polaridades que debemos sopesar para que la balanza de la justicia funcione en equilibrio.

 

La separación que establecen nuestras mentes no logra deshacer ese nexo profundo de las relaciones humanas que ya está creado en la dimensión del Espíritu, donde todos somos uno, y donde siempre afectamos a otros o somos afectados por sus acciones. Si lo entendemos en el ahora, el fugaz instante presente, podemos cambiar nuestros enfoques y relacionarnos en esa unidad. Si no logramos hacerlo porque nuestros sistemas de creencias no lo contemplan así, esa comprensión queda relegada al paso del tiempo porque no podemos evitarla: no hay atajos en nuestra evolución para evadir nuestras relaciones y tareas de vida.

 

El viajero que recorre la tierra buscando su razón de ser siempre regresa a lo que él es. La meta de nuestras vidas es siempre el retorno a sí mismo, el autoconocimiento que nos trae a la paz. Una vez que el actor abandona el escenario puede recordar su actuación y el papel o los papeles que representó y evaluar sus vivencias.

 

Desde esa paz que asumimos vemos el mundo en equilibrio. Estar en paz significa sanar la mente y acogernos a los ritmos de la vida.



No es posible esconderse de sí mismo; no hay lugares, ni métodos, ni opciones para hacerlo.

 

Todo conflicto y enfermedad que progresan nos dicen que hemos perdido el rumbo. A través de la meditación –en reposo o en movimiento- y de la oración interior (no de la que repite mecánicamente palabras de rezos rituales memorizados) podemos de nuevo asumir la autonomía. Otras personas no pueden hacer esa tarea por nosotros porque no es posible anular nuestro libre albedrío y responsabilidades ni los de los demás y cada uno debe representar su propia vida.

 

Todo juicio es una ilusión, una trampa que colocamos en el sendero por donde hemos de pasar de nuevo en la oscuridad.

 

Todo rechazo a juzgar negativamente es una protección que nos concedemos a nosotros mismos: nada que lamentar, ninguna deuda por saldar, ninguna corrección posterior que hacer.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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