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jueves, 25 de diciembre de 2025

El amor soñado.

 


EL AMOR SOÑADO

Hugo Betancur

 

El amor soñado es un objetivo por alcanzar imaginado en nuestras mentes. Otro ser humano de afuera deberá hacer real la imagen y las funciones que le hemos asignado para que podamos acogerlo como nuestro excelso prodigador de felicidad y de emparejamiento -su aspecto físico, su voz, sus palabras, sus acciones tendrán que corresponder al modelo que ideamos; su presencia desvanecerá nuestra soledad y desvalidez de antes y llenará nuestros espacios de alegría y calidez.


Ese otro u otra soñado deberá ajustarse a nuestros requisitos: si los cumple, deberá hacerlos evidentes en la convivencia y asemejarlos al modelo que concebimos -que se hagan tan reales como la cosecha que recoge al cabo del tiempo el agricultor,  que procedió del terreno abonado, y de la siembra y cuidado de las semillas y las plantas.


En el itinerario de la avenida de su destino que cada uno de nosotros va recorriendo y deshaciendo, aparecen hechos y relaciones posibles que nos parecen gratos, y hechos y relaciones experimentadas o no posibles que consideramos desafortunados.


Lo que llamamos el plano de la realidad desvirtúa nuestros anhelos de complacencia y placidez porque nosotros y los demás carecemos  de personalidad y de capacidades de actuación que nos permita representarlos. Sin darnos cuenta en muchas ocasiones, perseguimos espejismos que solo están en nuestras mentes -como el viajero sediento perdido en el candente desierto, divisamos un oasis inexistente con su fuente de agua y su vegetación evanescentes.


Debemos madurar a seres humanos que se descubren a sí mismos en las relaciones y aprendizajes crecientes. Debemos establecer hábitos de pesquisa exterior e interior para lograr el progreso de nuestras mentes y la manifestación de nuestros dones y talentos en los escenarios compartidos.


Aportamos a nuestras relaciones afectivas nuestras creencias, nuestras interpretaciones y razonamientos generales sobre la vida y el mundo; sin embargo, aportamos también nuestras taras generacionales, nuestra ignorancia, las tendencias utilitarias y conflictivas de nuestros egos.


Probablemente, eso amores soñados solo sean quimeras y utopías inalcanzables.


Dos que tengan un cumulo de sueños por obtener o conquistar de la otra parte del drama no logran establecer una asociación armoniosa y feliz -las expectativas desplegadas en este encuentro desbordan la disponibilidad de satisfacción que cada actor puede dar y no hay una justa reciprocidad de la pareja; la historia grandiosa no resulta y la desilusión abruma a los debutantes que volverán a estar separados como en el preludio.


Así como cada personaje elabora un retrato de lo exterior, también debe hacerse un retrato de si mismo, tan veraz como sea posible y no elaborado por su ego parasitario y fantasioso que le hace considerarse  gigante y poderoso, lo que muchas veces solo es un papel.


Los sueños son solo sueños y las fantasías no tiene cabida en el mundo real.

 

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“[4. Todas las preguntas que se hacen en este mundo no son realmente preguntas, sino tan sólo una manera de ver las cosas. Ninguna pregunta que se haga con odio puede ser contestada porque de por sí ya es una respuesta. Una pregunta que se compone de dos partes, pregunta y responde simultáneamente, y ambas cosas dan testimonio de lo mismo aunque en forma diferente. El mundo tan sólo hace una pregunta y es ésta: "De todas estas ilusiones, ¿cuál es verdad? ¿Cuáles inspiran paz y ofrecen dicha? ¿y cuáles pueden ayudarte a escapar de todo el dolor del que este mundo se compone?"]1

 

-[“Lo que se considera la "realidad" es simplemente lo que la mente prefiere. La mente proyecta su propia jerarquía de valores al exterior, y luego envía a los ojos del cuerpo a que la encuentren. Éstos jamás podrían ver excepto a base de contrastes. Mas la percepción no se basa en los mensajes que los ojos traen. La mente es la única que evalúa sus mensajes, y, por lo tanto, sólo ella es responsable de lo que vemos. Sólo la mente decide si lo que vemos es real o ilusorio, deseable o indeseable, placentero o doloroso].2

 

-[“El mundo que vemos refleja simplemente nuestro marco de referencia interno: las ideas predominantes, los deseos y las emociones que albergan nuestras mentes. "La proyección da lugar a la percepción" (Texto, pág. 497). Primero miramos en nuestro interior y decidimos qué clase de mundo queremos ver; luego proyectamos ese mundo afuera y hacemos que sea real para nosotros tal como lo vemos. Hacemos que sea real mediante las interpretaciones que hacemos de lo que estamos viendo. Si nos valemos de la percepción para justificar nuestros propios errores, nuestra ira, nuestros impulsos agresivos, nuestra falta de amor en cualquier forma que se manifieste, veremos un mundo lleno de maldad, destrucción, malicia, envidia y desesperación”].3

 

-[“1. La percepción se deriva de los juicios. Habiendo juzgado, vemos, por lo tanto, lo que queremos contemplar. Pues el único propósito de la vista es ofrecernos lo que queremos ver. Es imposible pasar por alto lo que queremos ver o no ver lo que hemos decidido contemplar”].4

 

 -[“De ordinario estaba enamorada de alguien y, como su pasión nunca era correspondida, había conservado todas sus ilusiones”.]5

 

-[“En un rapidísimo proceso de pocos días hay un derrumbe de ilusiones. A la luz de París su amada no es lo que parecía antes, y tampoco Lucien es el mismo a los ojos de ella, ambos se decepcionan recíprocamente”.6

 

-[“¡…cuán presto se va el placer,

cómo después de acordado

da dolor,

cómo a nuestro parecer

cualquiera tiempo pasado

fue mejor!”].7

 

Hugo Betancur (Colombia)

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REFERENCIAS 

1. IV. La callada respuesta. UN CURSO DE MILAGROS.

2. 8. ¿Cómo puede evitarse la percepción de grados de dificultad? UN CURSO DE MILAGROS.

3. ¿Qué postula Un Curso de Milagros?

4. Lección 312. Veo todas las cosas como quiero que sean. UN CURSO DE MILAGROS.

5. Cita de “El retrato de Dorian Gray”, novela por Oscar Wilde.

6. Prologo. “Las ilusiones perdidas”. Honoré de Balzac

7. “Coplas por la muerte de su padre”. Jorge Manrique. Composición del género poético de la elegía funeral medieval o planto.


Juzgar: nuestra tara y nuestra limitación reactiva más conflictiva.


                                                                                           Feather Texture- Foto por Juan Castillo


Juzgar negativamente, discriminar, sopesar: 

¿es necesario, es justo, es útil?, ¿nos hace mejores que otros?

 

Hugo Betancur

 

Nuestros juicios son complementos triviales ante las acciones de otras personas, son nuestra interpretación particular. Todas nuestras percepciones son subjetivas y corresponden al estado transicional de nuestras mentes. Y nuestras mentes expresan nuestras creencias y nuestro entendimiento de la vida.

 

Cuando hablamos de la “realidad objetiva” o de “hechos objetivos” solo nos referimos a lo que nuestra subjetividad califica como “real” y “objetivo”. Cada observador describe lo que percibe.

 

Para juzgar lo que otros hacen, lo que es una calificación o apreciación particular, debemos considerar el estado o condición del ser humano que obra y sobre quien enfocamos nuestra atención.

 

Si no sentimos afecto por aquellos a quienes juzgamos, nuestra opinión tendrá características de censura moralista y de crítica fustigante.

 

No es necesario juzgar a aquellas personas a quienes amamos, porque todo aquello que amamos nos revela sus secretos. Si las amamos, podemos mostrarnos respetuosos y no egoístas con ellas -esas son las consideraciones óptimas del amor.

 

Sin los juicios negativos, que nos impiden ver cómo son esas personas porque superponemos una imagen de rechazo, podemos comprenderlas y aceptarlas sin esfuerzo.

 

¿Cómo podemos juzgar con justicia a aquellos a quienes no amamos? ¿Cómo podemos juzgarlos cuando el desamor nos aísla contra ellos? Al juzgar nos ponemos en una posición de separación y de exclusión –y quizá de prepotencia, de aparente superioridad-; los otros se convierten en objetivos de ataque de nuestras mentes cuando elegimos fragmentos negativos o conflictivos de sus vidas para evaluarlos como si representaran una totalidad mientras desdeñamos sus valores y los episodios gratos que han compartido.


La balanza de la justicia tiene dos platillos que debemos utilizar simultáneamente, sin cargarnos hacia un solo lado, evitando desechar aquello que puede establecer el equilibrio y permitirnos una amplia perspectiva. Si nos atrevemos a evaluar los defectos, los errores y las limitaciones de los demás, debemos también acoger sus cualidades positivas, sus aciertos y sus fortalezas. 

 

Cada uno de nosotros puede identificar sus propias limitaciones, sus errores, su confusión y distorsiones: todas estas condiciones producen infelicidad, insatisfacción, conflictos, sufrimiento, culpas, lo que nos indica que estamos actuando bajo los requisitos de nuestros egos.

 

En cambio, nuestras fortalezas, nuestras cualidades positivas, nuestros aciertos, nos producen satisfacción, estados de paz y armonía, lo que nos indica que obramos desde la sabiduría del corazón. Cuando cometemos un error y no logramos aceptarlo ni descubrirlo, añadimos otro error al primero; si nos damos a la tarea de justificarnos para defendernos y mantener nuestra posición, agregamos un error más.

 

Si tenemos la prudencia y la sabiduría de reparar nuestros errores y nuestros comportamientos disociadores, nuestras relaciones se acercan a la normalidad; mientras no hagamos la corrección que nos corresponde quedamos en deuda con aquellas personas a quienes afectamos con nuestras acciones. Y lo mismo sucede cuando otras personas nos afectan negativamente, por ignorancia, egoísmo o simplemente por menosprecio -tal vez porque no satisfacemos sus intereses o sus sistemas de creencias-: si no reparan estos comportamientos quedan en deuda con nosotros en sus mentes.

 

Probablemente la mayoría de los seres humanos hemos juzgado negativamente a otros muchas veces. ¿Eso nos ha hecho mejores? ¿Nos ha traído bienestar? ¿Hicimos nuestros juicios porque nos habían afectado a nosotros con sus acciones o fue una inútil y arbitraria intromisión que hicimos en sus procesos de interacción particulares? 

 

Las acciones y comportamientos de todo ser humano parecen inevitables en cada situación: las condiciones de cada personalidad y las condiciones del momento nos llevan a hacer lo que hacemos impulsivamente, aunque haya otras opciones ideales -que solo un observador no involucrado logra enumerar, pues “quien hace” está sometido ya a su elección particular-, (esas opciones ideales quizá nos evitarían el malestar y las culpas que después nos acosan).

 

La vida y los seres vivos estamos esencialmente fusionados. Todo es una relación, una relativización, y lo que ocurre siempre tiene dos polaridades que debemos sopesar para que la balanza de la justicia funcione en equilibrio.

 

La separación que establecen nuestras mentes no logra deshacer ese nexo profundo de las relaciones humanas que ya está creado en la dimensión del Espíritu, donde todos somos uno, y donde siempre afectamos a otros o somos afectados por sus acciones. Si lo entendemos en el ahora, el fugaz instante presente, podemos cambiar nuestros enfoques y relacionarnos en esa unidad. Si no logramos hacerlo porque nuestros sistemas de creencias no lo contemplan así, esa comprensión queda relegada al paso del tiempo porque no podemos evitarla: no hay atajos en nuestra evolución para evadir nuestras relaciones y tareas de vida.

 

El viajero que recorre la tierra buscando su razón de ser siempre regresa a lo que él es. La meta de nuestras vidas es siempre el retorno a sí mismo, el autoconocimiento que nos trae a la paz. Una vez que el actor abandona el escenario puede recordar su actuación y el papel o los papeles que representó y evaluar sus vivencias.

 

Desde esa paz que asumimos vemos el mundo en equilibrio. Estar en paz significa sanar la mente y acogernos a los ritmos de la vida.



No es posible esconderse de sí mismo; no hay lugares, ni métodos, ni opciones para hacerlo.

 

Todo conflicto y enfermedad que progresan nos dicen que hemos perdido el rumbo. A través de la meditación –en reposo o en movimiento- y de la oración interior (no de la que repite mecánicamente palabras de rezos rituales memorizados) podemos de nuevo asumir la autonomía. Otras personas no pueden hacer esa tarea por nosotros porque no es posible anular nuestro libre albedrío y responsabilidades ni los de los demás y cada uno debe representar su propia vida.

 

Todo juicio es una ilusión, una trampa que colocamos en el sendero por donde hemos de pasar de nuevo en la oscuridad.

 

Todo rechazo a juzgar negativamente es una protección que nos concedemos a nosotros mismos: nada que lamentar, ninguna deuda por saldar, ninguna corrección posterior que hacer.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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martes, 23 de diciembre de 2025

Hasta separarnos.

                                                                                                                                         Fotografìa de Juan Castillo. 

¡HASTA QUE LA VIDA NOS SEPARE!


Hugo Betancur

 

Los patrones culturales de nuestros padres y ancestros, y de la sociedad en que hemos crecido, tienen influencia en nuestras mentes desde que estamos en el vientre materno hasta que llegamos a la culminación de nuestras biografías particulares. Somos influidos paulatinamente por los mayores en nuestros aprendizajes o imitaciones de esos comportamientos y nos los vamos apropiando. Llegamos a ser adultos, y al relacionarnos con otros seres humanos, esa programación y esa memoria van guiando nuestros comportamientos en las relaciones que entablamos.

 

Las tradiciones de nuestros grupos familiares parecen procedimientos de obligatorio cumplimiento para nosotros: repetimos los hábitos de nuestros padres y parientes más cercanos y nos basamos en sus creencias –que provienen de las creencias de sus padres, que provienen de las creencias de los abuelos, que provienen de las creencias antiguas. El pasado muerto revive a través de nosotros cuando ejecutamos nuestros rituales psicológicos cotidianos.

 

Cuando enfocamos nuestra atención y nuestra disposición de aprender y cambiar en relaciones con seres humanos que provienen de otras culturas y que tienen conocimientos trascendentes y compatibles con el flujo cambiante de la vida, o también en relaciones locales que nos llevan a dudar de la utilidad y validez de nuestras creencias heredadas, podemos modificar esa memoria de conductas reiteradas que muchas veces son disociadoras, estresantes y propiciadoras de rivalidades y contiendas.

 

Toda esa historia generacional de confrontaciones ha conformado la matriz ideológica de lucha y competencia y los razonamientos de dominio  y de despojo violento que predominan en las crónicas humanas.

 

Y todo ese caudal de información reverberante repercute en las relaciones tempranas de padres e hijos y en las imposiciones y dogmas con que hemos crecido: “Eso no se hace”, “Eso no se dice”, “Esto es lo que tienes que hacer”.

 

En las relaciones de pareja, el modelo de comportamiento impuesto por las tradiciones sociales y familiares establece también unos modos de acción que mantienen generacionalmente las divergencias y la separación tras una fachada artificiosa de conformidad mutua.

 

Nos sermonearon desde la cuna sobre el entendimiento de la vida como una lucha, donde las conquistas son adecuadas y necesarias y donde unos seres humanos deben dominar y otros deben ser dominados. Nos enseñaron las estrategias para destacar sobre otros y para establecer alianzas convenientes que nos permitieran escalar posiciones

 

Esa pobre filosofía es lo que pretendimos aplicar en nuestros nexos sentimentales o de pareja representados en el significado pleno de los verbos “conquistar”, “dominar”, “poseer”, “vencer”, “obtener” –y si fuera necesario, “engañar”- para lograr nuestros objetivos de éxito y control donde nuestro liderazgo y autoridad fueran incuestionables, aun a costa del bienestar y la independencia de otros seres humanos.

 

No es raro que muchas de esas relaciones sólo fueran intentos fútiles de materialización de aquellos supuestos que nos trasmitieron. Esas relaciones en su inicio tal vez parecieron motivadoras o inspiradoras y luego se volvieron insostenibles cuando alguno de los participantes, ateniéndose a su culto al pasado, se replegó hacia su “zona de confort” donde el otro no encajaba.

 

Bajo esa programación ajena, la instauración de nuestros vínculos de pareja no podía ser sólida, y la pretensión de que fueran duraderos por toda nuestra existencia sólo fue una ambición desmesurada: allí solo podíamos manifestar nuestros papeles de amos o de sirvientes en una relación desigual donde tratamos infructuosamente de alcanzar una felicidad basada en ficciones. Nadie puede mostrarse sinceramente tierno siendo esclavo ni tampoco considerándose superior a otro. Y donde alguien se traza el objetivo de constituirse en una autoridad y otros se someten secundándolo, los conflictos cíclicos están asegurados entre los cortos períodos de calma y conciliación y está confirmada como una traba de comunicación permanente la disparidad –condición de desigualdad y de jerarquías implícitas.

 

Normalmente, los encuentros iniciales no son de seres humanos libres que nos relacionamos en el presente de nuestras vidas sino de personalidades que traemos nuestro archivo mental de situaciones dolorosas o abrumadoras del pasado no resueltas ni entendidas -y, por lo tanto, no aceptadas ni liberadas.

 

Tras la apariencia agradable que nos atrae recíprocamente, están los atributos negativos que guardamos solapados o temerosos –en ocasiones, encubrimos nuestra mentalidad de sufrientes y nuestros  padecimientos con actuaciones complacientes.

 

A medida que avanzamos como viajeros que compartimos trechos de la jornada, todos esos desastres psicológicos van apareciendo con toda su apabullante desarmonía y divergencia. Inevitablemente, las imágenes de bondad y simpatía son desplazadas por las de hostilidad y desasosiego porque no es posible una relación ecuánime entre seres humanos que contemplan la vida con una visión opuesta –el contraste entre quienes fluyen y quienes se mantienen represados tras una barrera que impide la asociación amable y los acuerdos venturosos.

 

Surgen las preguntas no resueltas: ¿Podemos liberar las devastaciones y experiencias amargas que atravesamos? ¿Podemos relacionarnos con libertad, afirmando nuestra confianza en la abundancia y provisionalidad de la vida y no en las carencias y percepciones tristes del pasado que otros deberán redimir y no cada uno de nosotros?

 

¿Cómo queremos ser recordados?

 

Hugo Betancur (Colombia)

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