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sábado, 5 de abril de 2025

Los caminos recorridos y por recorrer

                              AGAPE. Escultura de Carlos Andrés Betancur.

CAMINOS Y ENCRUCIJADAS

 

Hugo Betancur

 

"Un camino no es más que un camino.

Que lo abandones

cuando tu corazón así te lo indique

no significa ningún desaire

a ti mismo ni a los demás.

Pero tu decisión de seguir esa senda

o apartarte de ella

no debe ser producto del temor ni la ambición".

“Te advierto:

examina cada camino atentamente...

Luego hazte esta pregunta:

¿Tiene corazón este camino?

...

Si ese camino tiene corazón,

entonces es bueno.

De lo contrario, no te servirá de nada..."

 

"Las enseñanzas de Don Juan”

Carlos Castaneda.

 

La vida es una progresión de formas físicas, eventos y manifestaciones que conforman lo que llamamos realidad; sucede en procesos de expansión y contracción en los que participamos con acciones y relaciones que nos involucran en situaciones de dualidad. En un extremo, nos vemos inmersos en crisis, conflictos, dificultades; en otro extremo, disfrutamos períodos de recompensa donde están presentes la alegría y la risa desbordante   junto con alguna sensación de paz y espontáneo optimismo.

 

Hemos oído decir que la vida no es un camino sino una jornada. Sin embargo, en nuestro atributo de viajeros que nos desplazamos por la geografía del planeta y por los escenarios humanos, nos imaginamos recorriendo caminos eventuales.

 

Esos caminos pueden ser escabrosos y monótonos si nos habituamos a lo conocido con su carga de dificultad, disociación y competitividad –lo rutinario, lo que no parece tener cambios significativos o notables y donde nos conformamos con las relaciones y los resultados tal como han sido establecidos por los personajes que representamos.


Si el desempeño y los comportamientos de cada uno de nosotros procede de sistemas de creencias fijados en el pasado, nuestras actuaciones y reacciones se tornan previsibles y reiteradas -tan fáciles de describir como el movimiento circular de los engranajes de una maquina con sus ruedas dentadas que giran encajando sus piñones e impulsadas por fuerzas externas.


 O esos caminos pueden ser luminosos y variables, con su energía plena llenando nuestra mente y nuestro corazón pasajeramente y mostrándonos exultantes y afables, impulsados por nuestras propias fuerzas y motivaciones. 


Sin embargo, lo habitual es que los caminantes hagamos ambiguos esos caminos -agradables o accidentados según nuestras motivaciones y  nuestro ánimo en cada trayecto y condicionados a los guiones de nuestras mentes. 


En ocasiones, atendemos las señales de alerta que la vida pone a nuestro paso, y podemos advertir la dinámica de los conflictos por resolver: nos anuncian que es adecuado e impostergable realizar cambios.   Para cada uno de nosotros se presenta entonces una bifurcación de caminos: uno sigue siendo el que hemos transitado y otro el camino que podemos emprender como opción de esos cambios posibles. No podemos seguir a la vez por los dos caminos porque son distintos y debemos hacer una elección oportuna.


Si nos decidimos por el camino positivo, emprendemos una ruta de bienestar, liberados de culpas, reproches y temores. Podemos experimentar alegría mientras lo recorremos y  podemos sentir una brisa cálida y afable acariciándonos la piel. 


El otro camino podemos llamarlo negativo: nos sentimos mal recorriéndolo, como transeúntes sobrecargados, lentos y fatigados, y además desesperanzados, con la cabeza baja y negándonos a ver los colores y sonidos del paisaje.


¿Cuál camino escogemos?

 

Todo lo que elegimos nos corresponde con sus cualidades.

 

La vida es cambio siempre.  Lo que no cambia podemos llamarlo estancamiento, apego, limitación: un campo desolado donde sólo quedan vestigios de vida –el vuelo de algún ave solitaria, el ruido del viento sobre los troncos y tallos desprovistos de vegetación, la ausencia de voces y de pasos, el humo gris elevándose de las cenizas de leños consumidos por el fuego, la luz apagada del invierno llenándonos de pesimismo y de aflicción.

 

Mientras tanto, la jornada va agotándose y nos queda imposible reconstruir los momentos de la vida que ya cumplimos: se han ido los actores y la utilería ha sido removida de los escenarios que ocupamos antes. Ahora han sido redecorados los ambientes para que otros actores reciten sus líneas y den representación a sus personajes -y solo podemos asistir allí como espectadores que contemplamos dramas parecidos a los que ya experimentamos.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 30 de marzo de 2025

Ponernos a paz y salvo con nuestro pasado


                                        Ilustracion de Elízabeth Betancur Y.


     PONERNOS A PAZ Y SALVO, SALDAR NUESTRAS CUENTAS.


Hugo Betancur


En nuestro presente, muchas situaciones y eventos de nuestras vidas distraen nuestra atención de las circunstancias del momento. Involuntariamente llegan a nuestras mentes las imágenes que formamos de esos sucesos pasados: las hacemos actuales y las enfocamos en nuestra memoria tal como las percibimos y las asumimos antes. Algunas de esas situaciones nos importunan, representan para nosotros sufrimiento, resentimiento, negatividad.

 

¿Es útil y conveniente para nosotros hacer este ejercicio repetido de recordar y retraer nuestras interpretaciones sombrías?

 

Nos canta Charles Aznavour** en los registros magnéticos su tema evocador “Lo que fue ya pasó”*:

“Lo que fue,

¡ya pasó!,

sin un porqué nació y terminó...”

“…más luego al olvidar,

del tiempo yo aprendí,

que el gozo y el pesar,

el viento se lo lleva...”.

 

Reiteradamente escuchamos o expresamos los dichos “saldar cuentas” o “ponernos a paz y salvo”, que significan: resolver algún asunto o deuda pendientes y armonizar con hechos o seres humanos relacionados con nuestras historias.

 

Si logramos poner en práctica las acciones propuestas en esas frases, podemos concluir nuestros duelos y liberarnos de nuestras interpretaciones tormentosas y de nuestra condición de “heridos” o “lastimados” -así dejamos ir lo que ha reverberado insidiosamente en nuestras mentes y nos desprendemos de todas las obsesiones enfermizas que nos confinaban.


Hugo Betancur (Colombia) 

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*"Lo que fue, ya pasó". Charles Aznavour:

https://youtu.be/FzlsKqc7D_0?list=RDFzlsKqc7D_0

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**Charles Aznavour (París, 22 de mayo de 1924-Mouriès, 1 de octubre de 2018), fallecido a los 94 años. Su nombre de nacimiento: Shahnourh Varinag Aznavourián Baghdasarian (Շահնուր Վաղինակ Ազնավուրյան Բաղդասարյան). Hijo de los emigrantes armenios Michael Aznavourian, barítono, y Knar Baghdasarian, actriz. Su padre cantaba por los restaurantes antes de abrir Le Caucase su propio restaurante. Aznavour fue  cantante, compositor, actor, director, diplomático y poeta.

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Proyectos de mentes

                                 La Bachué chibcha. Escultura del maestro José Horacio Betancur en Medellín.

LAS  BUSQUEDAS MENTALES: 
los objetivos perseguidos.
 

Hugo Betancur

 

En algunos momentos de nuestras existencias establecemos objetivos que ansiamos alcanzar -o que consideramos convenientes o adecuados. Deberán darnos satisfacción, notoriedad y un convencimiento personal de superación; nos permitirán acceder a una posición representativa en que seamos reconocidos socialmente como exitosos o triunfadores. De alguna manera deberán darnos felicidad o algo equivalente.

Sin embargo, todos nuestros objetivos son proyecciones subjetivas: nos retratan a nosotros mismos y revelan rasgos de nuestras personalidades en evolución.

Esas búsquedas son variadas. Las referimos a cosas materiales, a personas con ciertos atributos físicos y psicológicos, a profesiones y experiencias mundanas. Fijamos nuestras mentes en esos objetivos de búsqueda y los hacemos prioritarios. Tal vez lleguemos a comportarnos como obsesivos rastreadores de la senda y las estrategias que nos propicien encontrar nuestro Reino Dorado exclusivo donde logremos realizar esas fantasías y sueños.

¿Es posible eso? ¿Qué requisitos debemos cumplir para acceder a esas conquistas?  ¿Podemos encontrar los servidores que favorezcan oportunamente nuestros propósitos y nos allanen el trayecto hacia nuestras metas?

Las ilusiones son ilusiones. Pertenecen al Mundo de Utopía donde todo parece suceder sin que debamos aportar una retribución a cambio del trofeo perseguido: allí cada soñador parece vivir su sueño particular sin ser afectado ni obstaculizado por otros –no requiere acciones ni esfuerzos para conseguir sus quimeras y parece volar ilimitado en las alas de su imaginación. Si alguien consigue despertar en algún momento, se dará cuenta que no puede compartir esos sueños porque no son tangibles y no dejan ningún vestigio -son sólo imágenes tenues en un espacio oscuro y desolado.

En el Mundo de Realidades Relativas en que representamos nuestras historias y personajes, también las ilusiones son ilusiones y su característica mayor es que no son posibles. Aquí no somos magos con túnicas esplendorosas y leves varitas que conforman prodigios al ser ondeadas en el aire. Sólo somos seres humanos interactuando y tratando de consolidar las realidades posibles según nuestras condiciones y nuestra visión –estrictamente subjetivas y limitadas. Tenemos acceso a lo que nos corresponde y no a aquello que nos sobrepasa; obtenemos lo que merecemos, nada más, y cosechamos solo lo que hemos sembrado en nuestras acciones pasadas, no lo que pretendemos.

Las búsquedas son proyectos mentales establecidos de antemano. Están contaminadas por la codicia o los deseos de cada buscador que dirige su mirada hacia objetivos restringidos y parece ignorar otras perspectivas posibles, lo que lo vuelve algo fanático y obsesionado.

Lo buscado puede adquirir preminencia a medida que transcurre el tiempo, lo que se convierte en un yugo mental para el buscador; o puede perder trascendencia y diluirse, lo que tal vez signifique una liberación. Nos imaginamos en consecuencia que el sistema mental es cerrado o que es abierto según los comportamientos expresados.

Una mente cerrada se torna autorreferente y avasallante, rutinaria, reactiva y conflictiva. Está ocupada en búsquedas obstinadas y rígidas.

Una mente abierta se torna receptiva, cooperadora, cambiante. Esta dispuesta a descubrir –hacer evidente lo que estaba velado- y también dispuesta a transformar la existencia a partir de los hallazgos logrados.

Nuestra satisfacción y el estado de felicidad que podamos alcanzar nos revelan que tan acertadas han sido las acciones realizadas y que tan ecuánimes han sido las relaciones que experimentamos en nuestra jornada.  

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 23 de marzo de 2025

Como liberamos nuestros conflictos

                                                                  Colibrí metálico. Nantes. Foto de Diana Valderrama

TRANSIGIR, ATRAVESAR, PASAR…

Hugo Betancur

 

Todo lo que sucede o lo que presenciamos causa una impresión en nuestras mentes.

Somos afectados por los hechos y somos afectados por nuestra interpretación de los hechos. Muchos eventos suceden como esperamos o ansiamos que ocurran; otros tantos eventos no se ajustan a nuestros deseos y expectativas.

Transigir es una acción de la mente y significa movimiento a través de una situación, dejando ir y aceptando algo que pasó –algo que ya no está y solo la mente que lo ha mantenido estancado puede liberarlo.

Lo contrario es la intransigencia, la resistencia a dejar ir y a resolver. La mente intransigente padece su propio martirio y sufrimiento por causa de sus juicios que la agobian y la dejan pasmada: persiste en su pugna contra la realidad y languidece en su inercia.

Imaginemos que estamos afuera, en un ancho espacio de nuestro mundo, y que se desata una espesa tormenta con estruendosos truenos y rayos. Nos damos cuenta que es demasiado riesgoso permanecer allí y corremos a un refugio que nos proteja de la inclemencia de la naturaleza.

Propongo una metáfora para nuestros estados mentales de crisis: cuando entramos en conflicto en las relaciones con otros, reunirnos con ellos en ese intervalo de tiempo en que ruge la tormenta, es algo parecido a confrontarnos como adversarios afuera, en el espacio común. Como contendientes, no tenemos una actitud de resolución en ese momento en que sobran las acusaciones, las atribuciones de culpas y los reclamos -y a veces también los lamentos. Si nos replegamos prudentemente al interior de nuestras mentes, podemos observar ese caos transitorio de nuestras emociones y juicios motivados en nuestras acciones y las de los demás. Mientras hacemos esa auto observación paciente y atenta, permitimos que lo sucedido fluya y aplacamos progresivamente nuestros ímpetus: nuestras reflexiones alejan nuestra ofuscación.

No nos es posible aplicar en nuestras relaciones la mentalidad militarista que impone, controla y somete según el poder disponible, porque la esencia de las interacciones afectivas es la libertad y no el dominio sobre otros.

Estas mentes intransigentes deben  agotar sus fuerzas y su frustración para lograr activar una restauración de su equilibrio y su calma una vez que se dan cuenta de la esterilidad de su conflicto.

 

Hugo Betancur (Colombia) 

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[La palabra transigir ha sido definida gramaticalmente como un verbo transitivo. Deriva de la palabra latina transigĕre (atravesar, finalizar algo, concluir lo que hacíamos o experimentábamos)].

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Los ideales sobre otros

                                                                                                                      Foto por Diana Valderrama B.

LOS IDEALES SOBRE OTROS


[La felicidad que otros podrían traernos]


Hugo Betancur

 

Considero que los ideales sobre las acciones y atributos de otros seres humanos excepcionalmente se cumplen en el tiempo común de nuestras vidas. Posiblemente esas expectativas sobre cómo deberían comportarse los demás respecto a nosotros provenga de la mentalidad infantil ávida de requisitos de satisfacción y de cuidados especiales gratificantes aprovisionados por quienes nos rodean.


Nuestros ideales sobre otros seres humanos son un plan que trazamos: ellos deberán tener ciertas características psicológicas y físicas, y deberán estar dispuestos a darnos ese trato particular que esperamos; deberán prodigarnos atenciones que nos produzcan agrado; deberán ceñirse a nuestras formalidades.


Si otros no realizan nuestros estrictos ideales, entramos en conflicto, igual que los niños en sus tempranas vidas. Reaccionamos con hostilidad, violencia, animadversión. Los otros deberán doblegarse y reparar con acciones nuestra frustración –lo que significa que deberán negar su voluntad para seguir las órdenes que les damos.


No es posible que nuestros ideales sobre otras personas puedan ser realizados en una relación duradera: tal vez lo sean como procedimientos temporales de condescendencia para aplacarnos; sin embargo, persiste la trascendencia del libre albedrío de cada uno que finalmente prevalecerá, aunque se produzcan las rupturas, aunque la contraparte o la pareja sufra desilusiones o decepciones.


Los ideales son guiones elaborados por cada uno. Parecen adecuados como proyecto acordado si los relacionados se acogen a ellos y los representan alternadamente o los satisfacen mutuamente.


Sin embargo, la vida va cambiando y también los actores que a veces se aburren con sus roles. Sus interacciones aparentemente fluidas se pueden tornar rutinarias y empezar a languidecer como una planta que deja de recibir el agua y los nutrientes que le permiten crecer.


El titiritero mueve los hilos de sus muñecos para presentar sus funciones mientras sus ayudantes, ocultos, recitan las líneas escritas para entretener a los espectadores.


Podrá ser repetido el espectáculo cada vez que sea posible reunir un auditorio interesado. Cada función será parecida a las otras y los títeres o marionetas se moverán según lo decida su manejador: son sólo muñecos que no tienen vida propia, ni sentimientos, ni una memoria llena de datos.


Con los seres humanos no ocurre lo mismo porque nuestras personalidades son reactivas y porque nuestros sistemas de creencias y nuestras vivencias nos llevan a establecer condiciones y límites subjetivos.


Los controles que podemos ejercer sobre otros son inciertos e inestables y la sumisión eventual es también una restricción humana que podemos deshacer a medida que la vida transcurre.


    Podemos utilizar esta metáfora: debemos ocupar nuestro lado de la vía mientras avanzamos en nuestro recorrido para no invadir el espacio por donde otros cumplen su itinerario.


Los ideales rigurosos de todos los seres humanos se convierten en un motivo de confrontación y de pugna que nos lleva a disolver las relaciones y a sentirnos afectados y víctimas de quien no se ajustó a nuestras demandas –si respondemos con la mentalidad infantil egocéntrica e intransigente-, o que nos lleva a desarticular nuestros modelos mentales que asignan a los demás las tareas y los procedimientos que subjetivamente consideramos prioritarios para nuestra felicidad y éxito –si respondemos con la mentalidad adulta confluente y recíproca de recibir y retribuir y de responsabilizarnos de todas nuestras acciones y relaciones.


La vida tiene sus propias leyes, su juego de causas y efectos que propicia opciones o que las hace imposibles –si volvemos atrás en la historia humana, podemos darnos cuenta que los personajes más encumbrados y vanidosos no lograron superar esos límites impuestos por la vida en algún momento de sus desenfrenadas biografías y que fueron arrasados por el ímpetu de los acontecimientos, a pesar de su poder y a pesar de sus aparatos intimidatorios.


Cuando decidimos acogernos a los propósitos de paz y armonía con otros, necesariamente dejamos de juzgar y de exigir. Nos disponemos más bien a comprender su idiosincrasia y a realizar convenios con ellos. Dejamos de comportarnos como niños caprichosos e irascibles y nos relacionamos como adultos cooperadores y tolerantes.


Es posible que los ideales sobre las cosas materiales y sobre nuestros papeles sociales sí podamos realizarlos en alguna medida: allí aplicamos nuestra energía de vida y nuestra capacidad de aprender y de superar los escollos y quizá obtengamos la ayuda de otros para alcanzar esos objetivos.


Respecto a los ideales sobre otros, cada uno llega a  un momento en que recupera su autonomía y su libertad -si las había cedido para conveniencia de alguien. La esclavitud o la subordinación no son eventos eternos; como personajes particulares, como pueblos o culturas, llegamos  a un período de nuestras existencias en que decidimos liberarnos de nuestros yugos para experimentar con nuestro libre albedrío y propiciar los cambios pertinentes.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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