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domingo, 26 de enero de 2014

Sanando nuestras mentes y liberando nuestros yugos.

             Lo que ve el observador. Fotografía por Elízabeth Betancur

LA  REPARACIÓN  DE  LO VIVIDO:

sanando nuestras mentes


Hugo Betancur

 

En nuestras mentes, la vida es una sucesión de acontecimientos. Para efectos descriptivos podemos representarla en una línea de tiempo: colocamos allí en una secuencia cronológica diversos hechos -lo que ya ocurrió-, y los ubicamos en un trayecto que va desde el pasado hasta el presente.

Imaginamos pasajes puntuales para elaborar una historia  de lo sucedido y los relatamos según  el estado de nuestras mentes. Cada uno de nosotros ve un mundo distinto según su enfoque particular, según las experiencias que haya tenido, según la comprensión o entendimiento que haya alcanzado y según la información o creencias que utilice para interactuar con los demás.

El mundo que vemos es el panorama posible para cada uno de nosotros; allí establecemos unas opciones y elegimos las que consideramos adecuadas para conformar nuestra realidad.

Nuestras mentes son un archivo de vivencias, interpretaciones y deducciones. Decimos que tenemos una visión propia de la vida y suponemos que eso es nuestra “individualidad”, o nuestra personalidad, o nuestro carácter. ¿Es eso lo que somos o son papeles que representamos según el momento de la actuación y según las circunstancias? 

Cuando nos relacionamos con otros, nos relacionamos con seres vivos que traen una historia a cuestas. Cada biografía puede sugerirnos un pasado feliz o infeliz, afortunado o adverso, colmado de triunfos o plagado de derrotas. 

Nos relacionamos, entonces, con personajes que llevan sus cargas provenientes de experiencias que les siguen causando aflicción o sufrimiento, que están ancladas a su pasado y que nos involucran en sus conflictos no resueltos –nos hacemos parte de su pasado, de sus tareas pendientes por hacer, de sus temores y de sus rechazos, de sus escapes y de sus aversiones. O nos relacionamos con personajes que se han puesto en paz con las situaciones atravesadas en que participaron, que de alguna manera se han liberado de sus efectos –nos hacemos parte de su actualidad y podemos compartir las circunstancias comunes en el ahora. 

Nuestro inconsciente guarda los episodios vividos con toda la fuerza emocional y sentimental con que los experimentamos y los interpretamos en su momento. Considero que una representación conveniente para entender cómo registramos o guardamos nuestras vivencias es la imagen de un repollo: cada capa es un evento; vamos apilando uno sobre otro y superponiendo los sucesos en forma de espiral hasta formar una estructura cerrada donde lo más antiguo queda oculto y sólo podemos acceder a lo más reciente. Si percibimos lo vivido como una herida, una ofensa o un daño que otros nos infligieron, la capa de repollo correspondiente a esa etapa de existencia guarda como evento en el inconsciente una distorsión, una crisis no superada, algo así como una deuda por retribuir. 

Si posteriormente elaboramos un duelo adecuado o una comprensión inteligente sobre lo sucedido, sus consecuencias se atenúan en nuestras mentes y es probable que dejen de perturbarnos y que se diluyan en la memoria como escenas de una crónica que ha perdido trascendencia. 

Si no procesamos adecuadamente nuestros retazos de historias, invaden continuamente nuestro presente y nos causan malestar y tensiones: se constituyen en una barrera o un escollo para comunicarnos equitativamente con otros porque forjamos un guion mental de víctimas o de seres humanos que no hemos podido sanar nuestras heridas y que tememos ser afectados de nuevo, por lo que nos encerramos tras un cerco de defensas, de prejuicios o de evasiones falseadas.

Cada ser vivo hace lo que puede desde las condiciones propias de su mente. Podemos darnos cuenta que todas nuestras acciones afectan a otros positiva o negativamente, constructiva o destructivamente. Si logramos un estado de consciencia adecuado podremos entender que todo lo sucedido es una consecuencia, una intrincada o clara relación de causas previas y efectos posteriores: podemos asumir una actitud de comprensión-compasión para subsanar* lo que ya hemos vivenciado, si tenemos esa disposición sincera de mente y corazón.

Para sanar nuestras mentes podemos liberar todas las culpas y los juicios que lanzamos contra otros mientras nos eximíamos de responsabilidad y evitábamos los cambios requeridos; podemos dejar de acumular pretextos y evasiones, podemos aceptar que vivimos en planos de manifestación donde todo puede ser transformado por nuestras acciones y procesos de aprendizaje. 

Cuando decidimos asumir nuestros procesos de existencia o de experiencia como propios, emprendemos una pesquisa mental para descubrir las distorsiones de nuestras creencias antagónicas y disociadoras que inevitablemente nos causan malestar y desequilibrio psicológico y orgánico.

¿Cuáles son nuestras posesiones más valiosas, aquellas a las que dedicamos nuestra mayor energía de cada día? ¿Son posesiones funestas que nos ponen en riesgo de sufrir daños, enfermedades y apegos obsesivos?  ¿Son posesiones venturosas que nos atraen satisfacción, bienestar y libertad? 

Según las manifestaciones de nuestras relaciones con todo lo que nos rodea, de alguna manera somos responsables de lo que sucede en nuestras vidas –y también en la vida de otros.
     Muchas veces la rutina establece su reino y sume a sus súbditos en un letargo profundo donde experimentan sus sueños que son solo sueños porque falta la autonomía y la conciencia del soñador. Los días transcurren planos y fatigosos. Podemos saber que hemos entrado al reino de la rutina cuando no incorporamos aprendizajes y cambios significativos en nuestras vidas.

Tal vez la mayor riqueza de nuestras relaciones consista en que propicien esos cambios y aprendizajes constantes que nos impulsen anímicamente y nos motiven a valorarnos y a valorar a quienes nos acompañan. 

¿Qué podremos elaborar con nuestros lamentos y quejas sobre el pasado que no sea desolación, dolor y pesimismo? 

 

Hugo Betancur (Colombia)

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*Subsanar: reparar y resolver un error o resarcir un daño.

 

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