Fotografia por Diana Valderrama.
LOS IDEALES SOBRE OTROS
(La felicidad que otros podrían traernos)
Hugo Betancur
Considero que los ideales sobre las
acciones y atributos de otros seres humanos excepcionalmente se cumplen en el
tiempo común de nuestras vidas. Posiblemente esas expectativas sobre cómo
deberían comportarse los demás respecto a nosotros provenga de la mentalidad
infantil ávida de requisitos de satisfacción y de cuidados especiales
gratificantes aprovisionados por quienes nos rodean.
Nuestros ideales sobre otros seres
humanos son un plan que trazamos: ellos deberán tener ciertas características
psicológicas y físicas, y deberán estar dispuestos a darnos ese trato
particular que esperamos; deberán prodigarnos atenciones que nos produzcan
agrado; deberán ceñirse a nuestras formalidades.
Si otros no realizan nuestros
estrictos ideales, entramos en conflicto, igual que los niños en sus tempranas
vidas. Reaccionamos con hostilidad, violencias, animadversión. Los otros
deberán doblegarse y reparar con acciones nuestra frustración –lo que significa
que deberán negar su voluntad para seguir las órdenes que les damos.
No es posible que nuestros ideales
sobre otras personas puedan ser realizados en una relación duradera: tal vez lo
sean como procedimientos temporales de condescendencia para aplacarnos; sin
embargo, persiste la trascendencia del libre albedrío de cada uno que
finalmente prevalecerá, aunque se produzcan las rupturas, aunque la contraparte
o la pareja sufra desilusiones o decepciones.
Los ideales son guiones elaborados
por cada uno. Parecen adecuados como proyecto acordado si los relacionados se
acogen a ellos y los representan alternadamente o los satisfacen mutuamente.
Sin embargo, la vida va cambiando y
también los actores que a veces se aburren con sus roles. Sus interacciones
aparentemente fluidas se pueden tornar rutinarias y empezar a languidecer como
una planta que deja de recibir el agua y los nutrientes que le permiten crecer.
El titiritero mueve los hilos de sus
muñecos para presentar sus funciones mientras sus ayudantes, ocultos, recitan
las líneas escritas para entretener a los espectadores.
Podrá ser repetido el espectáculo
cada vez que sea posible reunir un auditorio interesado. Cada función será
parecida a las otras y los títeres o marionetas se moverán según lo decida su
manejador: son sólo muñecos que no tienen vida propia, ni sentimientos, ni una
memoria llena de datos.
Con los seres humanos no ocurre lo
mismo porque nuestras personalidades son reactivas y porque nuestros sistemas
de creencias y nuestras vivencias nos llevan a establecer condiciones y límites
subjetivos.
Los controles que podemos ejercer
sobre otros son inciertos e inestables y la sumisión eventual es también una
restricción humana que podemos deshacer a medida que la vida transcurre.
Podemos utilizar
esta metáfora: debemos ocupar nuestro lado de la vía mientras avanzamos en
nuestro recorrido para no invadir el espacio por donde otros cumplen su
itinerario.
Los ideales rigurosos de todos los
seres humanos se convierten en un motivo de confrontación y de pugna que nos
lleva a disolver las relaciones y a sentirnos afectados y víctimas de quien no
se ajustó a nuestras demandas –si respondemos con la mentalidad infantil
egocéntrica e intransigente-, o que nos lleva a desarticular nuestros modelos mentales
que asignan a los demás las tareas y los procedimientos que subjetivamente
consideramos prioritarios para nuestra felicidad y éxito –si respondemos con la
mentalidad adulta confluente y recíproca de recibir y retribuir y de
responsabilizarnos de todas nuestras acciones y relaciones.
La vida tiene sus propias leyes, su
juego de causas y efectos que propicia opciones o que las hace imposibles –si
volvemos atrás en la historia humana, podemos darnos cuenta que los personajes
más encumbrados y vanidosos no lograron superar esos límites impuestos por la
vida en algún momento de sus desenfrenadas biografías y que fueron arrasados
por el ímpetu de los acontecimientos, a pesar de su poder y a pesar de sus
aparatos intimidatorios.
Cuando decidimos acogernos a los
propósitos de paz y armonía con otros, necesariamente dejamos de juzgar y de
exigir. Nos disponemos más bien a comprender su idiosincrasia y a realizar
convenios con ellos. Dejamos de comportarnos como niños caprichosos e
irascibles y nos relacionamos como adultos cooperadores y tolerantes.
Es posible que los ideales sobre las
cosas materiales y sobre nuestros papeles sociales sí podamos realizarlos en
alguna medida: allí aplicamos nuestra energía de vida y nuestra capacidad de
aprender y de superar los escollos y quizá obtengamos la ayuda de otros para
alcanzar esos objetivos.
Respecto a los ideales sobre otros,
cada uno llega a un momento en que recupera su autonomía y su libertad
-si las había cedido para conveniencia de alguien. La esclavitud o la
subordinación no son eventos eternos; como personajes particulares, como
pueblos o culturas, llegamos a un período de nuestras existencias en que
decidimos liberarnos de nuestros yugos para experimentar con nuestro libre
albedrío y propiciar los cambios pertinentes.
Hugo Betancur (Colombia)
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1 comentario:
Buenas tardes Dr. Hugo le agradezco tanto este articulo en este preciso momento de la vida. He tenido una serie de conflictos en la escuela y he estado muy decaida, pero sé que debo luchar y armarme de fuerzas.
Todo eso uno lo sabe en teoría pero a la hora de la experiencia lo olvida y es doloroso. vivimos en una gran obra de teatro. Bueno, hasta pronto. Mary Ortiz, Puerto Valdivia paciente suya
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