DISTORSIONES DE NUESTROS
EGOS:
“Nosotros, que nos queremos tanto...”
Hugo Betancur
Existen numerosos relatos literarios sobre idilios. En “etimologiasdechile” definen el idilio como una “breve e intensa relación amorosa" y la Real Academia Española lo define como una “relación sentimental muy feliz” y “estado emocional de felicidad creado por una relación amorosa” -"breve", "sentimental", "emocional".
Cuando proyectamos nuestros ideales o planes por realizar en lo que llamamos futuro, establecemos propósitos -lo que queremos que suceda-, tanto en los asuntos de la vida como en nuestras relaciones. Si hacemos esos encargos concertando nuestro libre albedrio con el de los otros y aplacando los ímpetus y ambiciones de nuestros egos, es posible que nos ajustemos flexiblemente a las opciones de nuestros destinos.
Podemos conjeturar qué afinidad ha cimentado la pareja según sus manifestaciones de afecto y según sus cuidados mutuos, su comprensión y comunicación; también según sus estados de ánimo, optimistas y alegres, o malhumorados y tristes -todos esos aspectos nos permiten elaborar un retrato de los participantes y presagiar su progreso o sentenciar su separación.
Es posible que la mayoría de las relaciones de pareja hayan tenido un inicio promisorio de tierno y motivador romance con visos de felicidad. Cuando la convivencia se acrecienta, los cónyuges tal vez cambien sus sentimientos y perspectivas mutuas, a medida que revelan sus negatividades, sus caprichos e imposiciones, sus temores y vulnerabilidades. El significado que damos a los actos de otros -y el que ellos le dan a los nuestros- también cambia nuestras relaciones.
A la otra parte en estos dúos planeados le asignamos nuestros ideales de complacencia: la provisión de vivencias gratas y de bienestar, el acompañamiento constante que espante nuestra soledad y atenúe nuestros temores, la tolerancia y la sumisión a nuestras decisiones. Tal vez ella o él hayan elaborado un guion parecido que deberemos hacer realidad.
Ideamos un
libreto atiborrado de imágenes placenteras para el personaje que nos asistirá
en nuestra historia conyugal con la esperanza de que cumpla nuestras ilusiones
-igual que lo hacen los directores de cine a sus actores durante el rodaje de
las películas, a nuestra pareja le exigimos que se ajuste a nuestro argumento
para asegurar nuestro éxito.
Si esas relaciones de
pareja tuvieron su inicio desde la libertad de cada uno y desde su percepción
de sentirse completos, es posible que fluyan en equilibrio, sin condiciones de
dependencia ni de necesidad, y probablemente impregnadas de sinceridad y afecto
reciproco -y quizás también con una disposición amorosa mutua creciente que
preserve su armonía.
Si esas relaciones de
pareja tuvieron su inicio desde una percepción de uno de los dos de
minusvalía o de necesidad, su pretensión será obtener la validación
y la resolución de su carencia por el otro; si había un objetivo
unilateral de conquista, uno deberá obtener su botín y la obediencia del otro;
si el objetivo fue la adquisición del conyugue complementario o del
aprovisionador, tramada por alguno de los dos participantes , o por los dos, la
disparidad será la característica que rija ese nexo y que ocasionará su ruptura
-estos requisitos exigidos se constituyen en una corriente forzante que
pretende maquinar y subordinar y que impide que cada uno actué espontánea y
autónomamente.
Esas relaciones inestables
y conflictivas, en que los sueños de felicidad se han convertido en pesadillas,
y que la pareja experimenta en un escenario de malestar y sufrimiento deben ser
disueltas. El remedio para esa tortura es la separación -cada uno debe
despertar a la realidad que le permita descubrir el drama de maltrato y
sometimiento que ha padecido.
(La separación también
puede ser precipitada cuando los cónyuges, después de una relación corta o
larga, hacen sus inventarios de frustraciones, decepciones y desventajas, y
concluyen que sus anhelos y expectativas fueron fallidos y que el desengaño
ebulle en sus mentes).
Muchas de esas historias
agobiantes quizá terminen dramáticamente y enigmáticamente como en el bolero
“Nosotros” del compositor Pedro Junco junior, de Pinar del Río:
“…
“Nosotros,
que del amor hicimos
un sol maravilloso,
romance tan divino".
“Nosotros,
que nos queremos tanto
debemos separarnos,
no me preguntes más".
“No es falta de cariño,
te quiero con el alma,
te juro que te adoro
y en nombre de este amor
y por tu bien te digo adiós”.
El amor no consiste en
anclarse a un cónyuge, a un hogar, a una rutina de convivencia, lo que podemos
interpretar como un espacio y vinculo de aparente confort que nos brinda
protección y deleite. El amor que podamos declarar verbalmente no está
fundamentado en las atenciones y asistencia que otros nos dan y que tal vez nos
prodigan afectuosa y sinceramente -eso podríamos llamarlo nuestra querencia por
gratitud de esos cuidados y privilegios que nos dispensan.
La separación de las
parejas empieza en el inicio de sus relaciones cuando el otro es escogido como
un objetivo de ganancia y utilización, y va consolidándose a medida que los
intereses, las demandas y las expectativas confrontan a los cónyuges en una
competición de coacción y control. (La intención amorosa esencial en el inicio
de nuestras relaciones quizá sea "Quiero darle felicidad y bienestar
a este otro ser humano, sin convertirme en su sirviente y sin ceder mi
libertad").
El amor es la conjunción de
fortaleza, confianza, integridad y armonía en nuestras mentes que nos relaciona
generosa y responsablemente con el entorno de la vida y con los demás seres
vivos. El amor es la brújula que nos guía a través de las dificultades, de la
confusión, de los temores, de la soledad que es tormentosa y de nuestros
destinos que son inevitables.
Hugo Betancur (Colombia)
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