SUICIDIO:
“Mata al que sufre”.
Hugo
Betancur
Las acciones y tentativas suicidas tienen unas circunstancias comunes: inestabilidad emocional, minusvalía de sí, sufrimiento que precipita a la desesperación, el brote incontenible de una percepción derrotista, la desconexión afectiva con el entorno. Asociamos el suicidio con trastornos mentales padecidos por quienes lo contemplan como una solución a sus males.
Tal vez el propósito del suicida sea quitar la vida a un yo atormentado y desesperanzado -ese “yo” es una identidad que muchos seres humanos podemos asumir como quien somos o el que somos, y está fusionada habitualmente con el nombre con que nos bautizaron (nos requieren “¡identifíquese!, y respondemos “yo me llamo…”). Ese "yo" que nosotros y otros personificamos es un agregado de creencias, tradiciones, suposiciones, que exteriorizamos en actuaciones, gestos y palabras -un personaje social. El yo real tenemos que descubrirlo en la mente que se va revelando a sí misma trascendiendo los papeles y las apariencias y haciéndose consciente de sus dones y limitaciones y de la integración con los demás seres vivos.
Las declaraciones de los suicidas tienen una connotación amenazante de fuga del mundo y de atentado contra el cuerpo que lo habita con la frase “voy a matarme”. La consumación del suicidio consiste
en ejercer la acción deliberada e intencional de matar a la persona que está en
conflicto con la vida. Con la muerte del cuerpo muere el personaje que lo
habitaba; sin embargo, la mente no muere porque su existencia está ligada al
alma que la vivifica -según mi entendimiento, la mente no es el cerebro sino un
halo de energía sutil que se integra al cuerpo físico desde el momento de la concepción.
De acuerdo con esta idea, la mente neuronal y el cuerpo son instrumentos orgánicos de expresión
del ser.
Me han enseñado que cada personaje en los escenarios en que actúa tiene dos facetas de su mente que coexisten y que alternan sus roles, el personaje y su ego -podemos compararlos con el sistema operativo de un computador y un "software" o programa accesorio que ejecuta tareas especificas, metafóricamente. Según los enfoques que alguna de estas dos partes apliquen, y dependiendo de cual de las dos predomina, cada vida tendrá bienestar o malestar, beneficios o perjuicios.
Habitualmente, cuando el
ego domina la actuación, las relaciones se tornan discordantes, hostiles,
desapacibles, abrumadas por el ataque o la defensa. Y en esas situaciones
extremas en que la adversidad o la incertidumbre agobian al personaje, el ego
elabora su mandato destructivo con que acosa a la mente: “Mata al que sufre”, lo que provoca
la ejecución del suicidio como un escape al sufrimiento elaborado -la muerte del personaje es simultáneamente la muerte del ego que lo fustiga. (También
cuando los personajes padecen situaciones de fracaso o frustración que
atribuyen a las acciones de otros, el ego acosa la mente de quienes se
sienten oprimidos: “Mata al que te hace sufrir”, lo que sería la práctica de una venganza si el homicidio es llevado a
cabo).
Esas “soluciones” drásticas dictadas por el ego no son amables: carecen
de justicia y sensatez y desencadenan duelos y distorsiones de la comunicación
y las relaciones.
La mayoría de las religiones reconocen dos principios de vida:
el alma, inorgánica e inmortal, inasible y sublime -que ha sido y es antes, durante
y después del nacimiento y existencia de los cuerpos físicos, y el cuerpo,
perecedero, temporal, vulnerable. Las almas son la creación eterna de Dios, la
expansión de su plenitud y autonomía.
El mundo de conflicto, miedo, culpa y falta de compleción es el
ámbito del ego, que nos incita a luchar y competir contra otros, a juzgar según
creencias e intereses. El ego que impone sus dictados nos induce a creer en la
importancia personal y en el éxito -deberemos alcanzar todo lo que ambicionamos
o proyectamos-, y nos sentencia al fracaso y a la depresión si no logramos
realizar nuestros planes.
El ego nos torna rígidos y demandantes, empeñados en convencer a
otros de nuestras razones y valores existenciales.
Cuando sentimos frustración y conflictos, el ego nos persuade
que otros debieron proveer nuestra satisfacción y que son culpables cuando no
lo hacen: la vida deberá someterse a sus requisitos y la función que asigna a
los demás es brindarnos obediencia y propiciar nuestra felicidad -el ego nos
lleva a concluir que la indulgencia es debilidad y que podemos aplazar los cambios y aprendizajes
imperativos en espera de que las acciones de esos otros con quienes nos
relacionamos los hagan innecesarios.
Desde la visión del ego, la felicidad vendrá de afuera y debemos
“buscarla” en los escenarios exteriores a nuestras mentes.
Sometidos al ego, interpretamos papeles -usamos la vestimenta de
las ovejas y aparentamos su mansedumbre para seducir, o usamos la vestimenta
del lobo para intimidar, someter o manipular. Si esas representaciones son
disociadoras y nos alejan de nuestra paz, eso significa que el ego ha tomado el
mando y que la personalidad en evolución que vinimos a asumir ha sido
desplazada -nos desempeñamos entonces en los dramas de las imágenes y de las máscaras
sociales y nos distanciamos de nuestro ser real.
Esto de la suplantación que el ego hace de la personalidad que nos compete desplegar,
es parecido a permitir que el mayordomo decida por el amo, o que lo haga el
copiloto por el piloto, o que el huésped de la
casa acalle al dueño. Significa que el ego que se manifiesta desde los
primeros meses de vida impere sobre la mente del personaje que ha nacido para
evolucionar su destino -los caprichos y las pretensiones del ego le impedirán al
ego y a la mente que lo acoge madurar y
congraciarse cooperadoramente con otros y
llevaran a los dos al desastre y a la separación.
Los problemas surgidos de la mente, precipitados por un ego
desbordado deben ser resueltos en la mente. Cada planta debe crecer, verdecer,
florecer -y dar sus frutos si posee esa utilidad-, y la mente y el ego deben
cumplir esos procesos también.
El ego, ese huésped que la mente aloja desde la niñez de ambos,
debe contribuir a la armonía de su anfitrión y no a causarle desajustes ni
tristeza.
El egocentrismo es una tiranía y los tiranos son depredadores,
no amigos y dispensadores de bienestar. Los tiranos tienen mentes de
titiriteros, obsesionados en manejar a los demás como súbditos de sus tramas.
Hugo
Betancur (Colombia)
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La palabra Suicidio proviene de dos términos del latín: suicidium, formado de Sui (de sí, a sí) y Cidium (acto de matar, del verbo caedere = cortar y matar), 1*.Diccionario de la lengua española.
Suicidarse. Quitarse
voluntariamente la vida. Sinónimo: inmolarse. 2**
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