Monstruos mecánicos en Nantes. Foto de Diana Valderrama
LO REAL Y
LO IMPOSIBLE
Hugo
Betancur
Asumimos como real lo que es cierto para nosotros. Muchos fenómenos
espaciales o naturales externos nos parecen comunes e indudables (y quienes nos
escuchen podrán constatarlo): “hace frío”, “hace calor; “llueve”, “está lejos”,
“está cerca”, “se mueve”, “está quieto”…
Otros eventos o procesos ocurren exclusivamente en nuestras mentes y
nosotros los interpretamos como reales: nuestras creencias, nuestras ideas,
nuestros juicios. Constituyen el retrato o la definición que hacemos de lo que
percibimos, o de lo que vivenciamos, o de lo que nos han contado. ¿Qué tan
reales son? ¿Son aplicables y evidentes para otros; y tienen para ellos el
mismo significado que les damos?
Como observadores exponemos nuestras versiones o interpretaciones sobre
la existencia y sobre los actos y comportamientos de otros seres humanos según
el contenido de nuestras mentes: cada uno de nosotros examina lo exterior a su
modo.
Imaginamos un yo para nosotros mismos y lo imponemos a otros como
fidedigno. Mostramos nuestro retrato diciéndoles: "este soy yo, esta es mi
manera de ser". Sin embargo, ese yo en ocasiones aparece camaleónico y
ambiguo según las circunstancias -muy distinto al personaje que exaltamos.
Recitamos nuestros axiomas masivos esperanzadores -"hay que saber
en quien confiar"-, o nuestras sentencias disociadoras -hay que ser
desconfiados"-.
No nos es posible estandarizar las mentalidades y tendencias de los
demás -tal vez podamos equipararlas como un grupo o colectividad con un rotulo
que les ponemos a nuestro antojo según sus aseveraciones o acciones –o que
alguien más les pone; sin embargo, no podemos robotizarlos porque todos somos
diferentes.
Lo que elijamos como nuestra realidad puede llevarnos a resultados
distintos: puede confundir nuestras mentes estancándolas y atrayéndonos
dificultades y contraposiciones en nuestras relaciones cuando gigantizamos
artificiosamente nuestra inteligencia y nuestra importancia, o puede, como contraste,
avivar nuestras mentes y disponerlas a los cambios y a las conciliaciones en
nuestras relaciones cuando mantenemos actitudes ecuánimes y consideradas.
Si es una realidad egocéntrica y personalista, nos lleva a distanciarnos
de otros y a desintegrarnos construyendo nuestro reducto amurallado en donde
nos aislamos creyendo encontrar protección -solo encontramos soledad e
incertidumbre y una confusión creciente que espanta la alegría y el optimismo.
Si es una realidad empática y prudente nos lleva a asociarnos con otros
y a integrarnos con nuestras fortalezas y vulnerabilidades en relaciones
constructivas y cooperadoras.
Cuando afirmamos que no estamos de acuerdo con los intereses, creencias
y actitudes de otros, manifestamos nuestro rechazo y nuestros juicios
discriminatorios.
Muchas de las realidades de nuestras mentes son solo suposiciones o
ficciones que hemos armado con fragmentos de la aparente realidad en que
estamos inmersos. También muchas de las realidades que imaginamos son solo
ideales o modelos de una realidad que inventamos y que esperamos que otros o la
vida misma nos configure con sus poderes e instrumentos –algo así como los
espectáculos de los ilusionistas en sus escenarios improvisando sus actos en
que hacen surgir criaturas o cosas del ambiente de luces y sombras en que se
mueven y que el público ávido de prodigios las reconoce como reales (aunque
vayan desapareciendo a medida que la función avanza).
Logramos acallar nuestros juicios cuando alcanzamos la comprensión que
los desestima como innecesarios y caprichosos. Cada mente que entra en un
estado de comprensión se transforma en una mente apacible y autosuficiente.
Hugo
Betancur (Colombia)
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