Distorsiones de nuestros egos:
LAS RELACIONES ESPECIALES
Hugo Betancur
Podemos imaginar dos modos de relacionarnos en
un vínculo de pareja o vínculo conyugal.
Escojamos una de esas dos alternativas: podemos
idear una trama mental conformando un modelo de pareja que se ajuste a unos
atributos psicológicos y físicos que fijamos como imprescindibles para poder
aceptarla como el ansiado complemento de nuestras vidas.
Según ese modelo personalizado, establecemos
nuestra relación de pareja como una relación especial y asumimos que deberá imitar
-si fue ejemplar- o trascender -si fue desdichada o insuficiente- la relación
de nuestros padres.
Asignamos a la pareja elegible la tarea de
proveernos amor y cuidados como lo hacen nuestros padres con nosotros o como
debieran hacerlo.
Sin embargo, esa relación que emprendemos no es
cotejable con la de nuestros padres ni es una continuidad posible con la
suya: ellos nos han dado su amor y sus cuidados de manera espontánea
porque nos consideran una expansión de sus vidas, una parte de sí mismos, y su
nexo afloró de circunstancias distintas.
Los requisitos o condiciones que pretendamos
aplicar a nuestra pareja para conformar esa relación especial que ambicionamos
son una imposición forzante que desvirtúa su libertad y la nuestra.
Tal vez la contraparte trate de acomodarse
inicialmente a nuestro libreto de confabulación romántica; sin embargo, ese
papel de proveedor de atenciones puede volverse agotador o tedioso a medida que
vaya avanzando la trama que hayamos planeado como nuestra relación especial.
Podemos metaforizar estas relaciones especiales con
una torre de trozos rectangulares de madera que armamos cuidadosamente entrecruzando
las 3 piezas de cada nivel con las de arriba y abajo y apilándolas. Terminada
esta faena, procedemos a quitar los trozos de cada nicho uno a uno y los
colocamos paulatinamente sobre la parte superior alargando la altura y armando
una nueva estructura. A medida que avanza nuestro juego, la torre adquiere otra
forma. Llegamos a un momento en que los soportes inferiores la hacen inestable
y acaba derrumbándose. Algo similar sucede con esas relaciones especiales que
maquinamos acumulando requisitos según progresan en el tiempo y que van
menguando hasta desmoronarse porque sus cimientos son poco firmes y los participantes
se tornan conflictivos y hostiles.
Todos los ideales son una invención de nuestras mentes y su aplicabilidad está
supeditada a las posibilidades de realización. Las ilusiones son solo
ilusiones, espejismos para el viajero alucinado que persigue saciar su sed
hurgando en la arena del desierto donde ha imaginado una fuente de agua
inexistente.
Las relaciones especiales que aparecen como relaciones promisorias en las
mentes de quienes las planeamos son desvirtuadas y desechas en el escenario
donde las parejas confrontamos nuestros personajes con sus caracteres, con los sentimientos, emociones
y creencias correspondientes.
Esas relaciones especiales tienen su aire enfermizo y sombrío y no conducen
a la paz, ni a la comprensión, ni a una menuda o exuberante felicidad sino a la
incertidumbre y a la frustración.
La otra alternativa es la
relación que establecemos con quien podrá desempeñarse como nuestra pareja
asumiendo ese rol desde su libertad y no coaccionada por nuestras imposiciones
y nuestras “necesidades” materiales y psicológicas.
La vida, que siempre
entraña sus riesgos, es más benigna cuando la enfocamos con afabilidad y respeto
hacia nosotros mismos y hacia otros. Expresamos sabiduría y sensatez cuando entendemos
que cada uno es diferente en su complejidad y en sus proyecciones y que todo
sucede según los rasgos de los personajes y según las circunstancias que los
congreguen.
Hugo Betancur (Colombia)
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