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domingo, 31 de agosto de 2025

Víctimas psicológicas: las mentes "heridas".

 
                                                                                                                                                          Foto por Juan Castillo

LAS  VÍCTIMAS  PSICOLÓGICAS 

Hugo Betancur


Las personas que se comportan como víctimas habituales adoptan un papel o un rol que parece un montaje de actuación dirigido a un fin: mostrarse desvalidas, atropelladas por otros, abandonadas a su cruel destino. A cambio esperan recibir atenciones, compasión y solidaridad en los juicios que han establecido contra aquellos a quienes acusan. Ellas deben ganar en este juego y otros deben perder y ser culpados. 

Estas víctimas sicológicas tuercen la realidad hacia un extremo de la vida donde tienden a apropiarse de las situaciones experimentadas parcialmente en sus relaciones o adaptadas a su propósito de indefensión aumentándolas exageradamente o interpretándolas como dirigidas contra ellas por otros. 

Es fenómeno común en la convivencia humana que cometamos equivocaciones o que afectemos negativamente a otros en nuestras interrelaciones –por nuestra ignorancia, nuestras limitaciones y quizá por nuestro egoísmo inconsciente o nuestra irreflexividad frente a los requerimientos del momento o a las expectativas de quienes están cerca de nosotros-. Todos cometemos errores, algunos imperceptibles y otros enormes; a veces aprendemos las lecciones de inmediato y en otras ocasiones tardíamente, lo que nos confronta con opciones de cambio y nos permite enriquecer las existencias de otros una vez los trascendemos. 

He descubierto como una constante en mi trabajo con mis pacientes en su entorno, que la mayoría de los comportamientos o acciones que ellos perciben como dirigidos a causarles daño no tenían ese propósito de parte de quien acusan como victimario o como culpable.

He logrado dialogar con las dos partes involucradas y he encontrado que sus actos correspondieron a manifestaciones inevitables establecidas por las condiciones de sus personalidades y por las condiciones del momento –el ser humano y sus circunstancias temporales.  

Llueve y escampa en el tiempo propicio. La vida pocas veces se acomoda estrictamente a nuestros ideales, esperanzas o exigencias respecto las acciones y comportamientos de otros -si acaso, solo nos aproximamos a las expectativas imaginadas. 

Atribuir a otras culpas por lo que nos pasa en nuestras relaciones afectivas o repetir que somos víctimas de un azar desventurado parece un poco arbitrario y selectivo.

Somos parte de esa interacción que posibilita la asignación de roles distintos –víctima y victimario-, según las interpretaciones eventuales: quien afecta y quien es afectado, quien es el sujeto activo y quien el sujeto pasivo. 

Probablemente las personas que las víctimas identifican y rotulan como victimarios tienen también extraordinarias cualidades y logros positivos, no solo respecto a ellas sino también como atributos consistentes en su historia; quizá esos seres humanos estigmatizados como victimarios se hayan sentido también víctimas de otros en sus vidas. 

Las víctimas prefieren enfocarse en los rasgos negativos o en los defectos de sus relacionados, o destacan cómo fueron lastimadas y heridas para conformar ante sus allegados una imagen propia de martirizadas y ultrajadas mientras cargan a los inculpados la imagen de insensibles e injustos. 

Lo incómodo de este drama es que va adquiriendo dimensiones desproporcionadas.  Las personas que lo ejecutan escogen el lado oscuro de su emotividad y de su personalidad –y también de la de otros-, y se refugian en un sentimentalismo tendencioso y exagerado. Parecen decir a quienes las desaíran "ya que no haces lo que exijo de ti, me vengaré haciéndote quedar mal con todo el que quiera oírme". Ese supuesto sentimentalismo que expresan no es más que sensiblería o sentimentalismo retorcido, una distorsión de los eventos atravesados para utilizarlos a su amaño y sin contemplar los perjuicios que causan, algo tan desatinado como que alguien tire una colilla de cigarrillo prendida en un depósito de algodón, y que para colmo se quede allí esperando a ver qué pasará. 

Todos podemos ocasionalmente sentirnos víctimas de algo o de alguien, como un hecho aislado, no acumulativo, lo que siempre es una reacción normal en que nos desbordamos emocionalmente. Todos lo hemos experimentado en nuestras relaciones afectivas interrumpidas Lo normal es que superemos esa dolorosa percepción y que sigamos viendo la bondad de la existencia. 

Las personas que se enrolan como víctimas suelen ser rápidas y poco prudentes en sus juicios contra otros a quienes rechazan. Por lo común, no corrigen sus desaciertos ni reparan las injusticias que cometen con sus comentarios desmedidos; no parecen conscientes del poder esclavizante de sus palabras –ninguna expresión verbal deja de tener consecuencias-, por lo que no fluyen con el movimiento dinámico, creativo y acogedor de sus sentimientos y quedan en deuda.

Algunas personas pueden representar un "montón de imperfecciones y fallas" –así suelen describirlas quienes se proclaman como sus víctimas-, y la relación con ellas puede ser altamente caótica y violenta para quienes las estigmatizan o definen con esos adjetivos, lo que hace imposible que las partes involucradas interactúen en armonía. 

Si efectivamente predomina la expresión negativa, destructiva, opresora, ejercida por uno de los implicados y no por el otro –lo que nos lleva a considerarlo como antisocial-, las relaciones deben ser modificadas y las personas atropelladas pueden pedir intervención legal para resolver las situaciones con cambios, no evadiéndolas al refugiarse en sus lamentos y en las intrigas que buscan la compasión y la complicidad encubridora de quienes les rodean. 

Si no logran estos cambios, la relación se tornará cada vez más tormentosa y deberá ser disuelta. 

Las víctimas habitualmente rompen sus relaciones afectivas sin establecer las modificaciones necesarias y sin comprender que sus propias acciones fueron también conformadoras del conflicto y de la crisis: ellas hacen un juicio oportunista que las exime de responsabilidad y las hace aparecer como inocentes a los ojos de quienes han atendido ingenuamente sus relatos y sus quejas. 

Si inician nuevas relaciones, sus rasgos seguirán presentes y volverán a armar la misma trama; se involucrarán en un drama igualmente desolador, y muy fructífero para producir confusión –es algo así como que se convierten en un imán que atrae tanto dificultades como personalidades inmaduras con las que fácilmente recrean sus tragedias.

 

CÓMO IDENTIFICAR A LAS VÍCTIMAS:

 

De una manera constante, no son felices. Algo delata la acongojada posición que han elegido.

Son adictas a las quejas. Son disociadoras y llevan su malestar a los ambientes en que se desenvuelven. Algunas personas se refieren a ellas como "chismosos o chismosas" o "mártires" una vez que identifican sus modelos de manipulación y evasión. 

Han escogido algunos personajes allegados como representativos y se ensañan contra ellos. Les achacan fracasos de sus historias, y a veces las más destacadas o absurdas contrariedades para encubrir el contenido real de sus frustraciones. Una de mis pacientes le atribuía su preeclampsia y su cesárea muy  temprana a la forma de ser de su marido –como médico he dialogado con mujeres con el mismo diagnóstico que recibían de sus cónyuges un trato excelente y demostraciones amorosas privilegiadas, lo que no impidió una evolución clínica bastante agobiante-; otra paciente aseguraba que gracias a su esposo desconocía lo que era un orgasmo en sus casi veinte años de matrimonio; un hombre de la tercera edad se lamentaba de que por haberse casado con su monótona esposa actual había perdido el rastro de la mujer de sus sueños. Otros seres humanos, hombres o mujeres, acusan  o culpan a sus cónyuges de haberlos obligado -por abandono o insatisfacción- a programar astuta y ocultamente encuentros "románticos" que culminaron en actos de sexo consentidos y decepcionantes, y aseguran que con estos buscaban "definirse a sí mismos /o a sí mismas", con la evasión complaciente a través de la infidelidad o el adulterio (la mayoría sólo se echaron encima una carga más al no lograr, en los espejismos de la pasión, que su  confidente del momento les correspondiera o les ofreciera un compromiso de relación especial -los amantes o las amante que escogieron solo buscaban aventuras y placer, pues no querían  relaciones duraderas y sólidas con personas casadas -habitualmente son temidas por el riesgo de las reacciones violentas de sus consortes-). Cuando las parejas envejecen, acusan a sus cónyuges por la extinción de su virilidad, o de su feminidad, o por su desinterés sexual (para defender su ineficiencia o insuficiencia, el acusado o la acusada argumentan que la contraparte “seca un papayo a cantaleta" y que eso ha apagado su sensualidad). 

Las víctimas agregan ocasionalmente nuevos aportes a su retrato de una vida llena de pesares y amarguras, que parecen exhibir como su más preciado trofeo. Por contraste, pueden tener actividades que les permiten revestirse de algún aliciente o motivación compensadora, pero tan extremado en notoriedad positiva como el sacrificio amargo que ellas protagonizan ante el mundo: alcanzan éxito en sus profesiones y actividades mientras fingen una derrota tortuosa en sus nexos particulares.

 

TAMBIÉN EL LENGUAJE LAS DELATA

 

Las victimas utilizan un lenguaje demoledor contra sus imaginarios o probados torturadores: él/ella siempre…; él/ella nunca; se lo he reclamado cincuenta mil veces (y fue solo una decena); hace años que le vengo diciendo lo mismo ( y lo que aluden es reciente); yo contigo/con él/con ella no cuento para nada (y le han ocupado una buena parte de su vida)yo para ti soy un cero a la izquierda; en mi casa nadie me tiene en cuenta; esta casa se está cayendo del desorden ( o de la suciedad, o del mal olor, o de…); tú nunca me has querido (y los álbumes familiares muestran con abundancia de detalles los momentos compartidos con sincera satisfacción –al menos sus rostros lo recuerdan en las fotografías-); sólo me buscas el lado cuando quieres… (sexo, o comida, o dinero, o…); te he soportado toda la vida… (posiblemente quieren decir desde que se encontraron por primera vez, ¡qué sufrimiento!); a ti sólo te interesa… (cualquier cosa en particular y no todo lo que la otra persona realiza); el/ella no hace nada o no sirve para nada (comentarios fatales que retratan muy pobremente a quienes los lanzan)…

Y necesariamente las víctimas deben recurrir a médicos o a diversos terapeutas para pedir asistencia. Sus consultores preferidos son aquellos que les refuerzan sus condiciones de maltratadas, les advierten que están bajo un gran  estrés, les diagnostican trastornos depresivos (mayores, o menores, o no especificados) y les prescriben tratamientos o píldoras "mágicas" para mantenerlas en actividad, todas dirigidas al cuerpo que presumen que se enfermó solo, sin exigirles cambios en sus conductas y comportamientos –muchas veces estos profesionales ignoran sistemáticamente  el modo de vida de sus pacientes y los rasgos de sus personalidades (en ocasiones parecen no creer  que las relaciones hayan llegado a un grado de deterioro enfermizo que el paciente no logra superar debido a sus propias rutinas devastadoras y a su insistencia en sentirse infeliz). 

Los cambios son necesarios cuando la depresión nos acosa, lo que vemos en nuestros trastornos de apetito y de sueño, en la fatiga reiterada, en los altibajos de nuestro ánimo, en lo cargados que nos sentimos. A veces asoman la tristeza, el temor y la incertidumbre a nuestros rostros y decimos que no sabemos porque estamos decaídos. Observando nuestras relaciones y comportamientos podemos descubrir las causas. Provienen de nosotros mismos, de cómo asimilamos la interacción con los demás, y también de los patrones familiares recreadores de infelicidad que no hemos superado. 

Como víctimas, agotamos la energía de la vida en los conflictos, en la distorsión de nuestras relaciones, en la evasión. Y esa energía desperdiciada nos hace falta para afirmar nuestro equilibrio, nuestra satisfacción, nuestro bienestar. 

Algo que persiste debe ser removido para que decidamos perdonar las culpas que impusimos contra otros porque no pudieron actuar con sabiduría y generosidad en algunos momentos infortunados de su pasado. Libres de todas esas cadenas por voluntad propia, la naturaleza y los seres vivos nos recompensan una vez más con su exuberancia, su espontánea sensualidad y la alegría de su prodigioso, incontenible y sabio movimiento.

 

      Hugo Betancur (Colombia)

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lunes, 18 de agosto de 2025

El servicio a otros, la empatía.

 


    SERVIR, CUIDAR, RESPONSABILIZARNOS.

 

Hugo Betancur 

 

Cuando enfocamos nuestra existencia en servir y cuidar el bienestar y el progreso de otros, nos caracterizamos como seres humanos más sanos, ecuánimes y benévolos, y logramos liberarnos de la servidumbre a nuestros egos y a su fantasiosa entronización de la importancia personal. El servicio y la asistencia a otros nos trae satisfacción y alegría y nos aviva el sentimiento de serles útiles y de solidarizarnos con sus dificultades y sus carencias.

Que pueda asumir su destino con los eventos, relaciones, tareas, cambios y aprendizajes que le corresponden es el reto esencial en la historia de cada uno de nosotros.

Como personajes “destinados” a cumplir nuestros roles representamos una personalidad que expresara un ego modesto y conciliador o un ego explosivo y beligerante.

Si nos apropiamos conscientemente  de nuestro destino, despejamos el primer obstáculo de nuestra mente que es el rechazo al personaje que vamos a interpretar.

 Simbólicamente, cada uno de nosotros tiene ante si el sendero de su destino que deberá recorrer y que alguna vez se cruzará o convergerá con los destinos de otros.

No recorreremos una avenida lineal y plana sino un itinerario tortuoso, con altibajos, con trayectos escabrosos y tristes alternados con tramos de bienestar y alegría.

Sin embargo, nuestros destinos tienen solo un guión inacabado de lo que puede suceder -podemos alterar los libretos mientras avanzamos en nuestras vivencias y vamos descubriendo en nuestro campo de acción las opciones elegibles según nos apropiamos de nuestras circunstancias y según afirmamos nuestros propósitos. Si nos quedamos pasmados, la vida nos va llevando a su antojo -tal como el viento deshoja los árboles secos en el campo o como la tempestad va tumbando los arboles que no tienen raíces sólidas o como una ladera de montaña se derrumba por efecto de las aguas subterráneas que socavan el suelo.

 Solo cuando asumimos nuestros roles conscientemente y nos ajustamos a los cambios y aprendizajes por realizar, nuestros destinos dejan de ser una compleja maquinaria de reloj que funciona previsiblemente según giran los engranajes y las ruedas dentadas sobre sus ejes como los ingenieros las diseñaron: decidimos entonces por nosotros mismos los movimientos y relaciones compatibles con nuestras mentes y con las tareas por hacer que darán sentido y trascendencia a nuestras fugaces historias.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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"Tú significas todo para mí..."




LAS  PAREJAS  IDEALIZADAS

 

Hugo Betancur

 

Las relaciones especiales que planeamos con otros son nuestro proyecto personalizado de satisfacción y éxito.

 

Nos enfocamos inicialmente en las cualidades supuestas que deben tener según nuestros requerimientos -o según lo que llamamos nuestras necesidades- y les asignamos unos comportamientos ideales que deberán seguir para acceder a nuestra aceptación.

 

Les imponemos unas condiciones y tendemos un cerco alrededor de ellos: para halagarnos, es preciso que se ajusten a las pautas que hemos definido como propicias, y que representen  los papeles que les hemos dispuesto, su libertad, y las características de su personalidad deberán ceñirse a nuestras expectativas.

 

Cuando consideramos que pueden saciar nuestras demandas, les damos nuestro beneplácito y les retribuimos algunas compensaciones por su obediencia.

 

Aunque todo lo planeado parezca suceder tal como lo concebimos o proyectamos, la felicidad no llega.

 

La presa atrapada, se aburrirá en su  jaula y el cazador se cansará de mantener la guardia para ejercer su control.

 

Las relaciones especiales son solo programas del ego, ávido de posesiones y conquistas.

 

No es posible que pueda desempeñarse como nuestra pareja armoniosa alguien a quien hemos pretendido subyugar imponiéndole desde un principio una relación desigual.

 

De esas tramas armadas por el ego solo resultan a la larga conflictos interminables, frustración, desesperación y desesperanza, apegos dañinos y sufrimiento.

 

Si queremos compartir con otros como iguales, la consideración esencial es que nos relacionemos con lo que son y no con las imágenes ideales que les hemos configurado.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 17 de agosto de 2025

Disociados: dispuestos al ataque o a la defensa.


                                                                  Auschwitz-Birkenau. Galería de la infamia. In memoriam a inmolados por psicópatas.

LA DISPOSICIÓN A ENOJARNOS

Y A MOSTRARNOS RESENTIDOS

 

Hugo Betancur 

 

Cuando asumimos una posición defensiva, consideramos que otra u otras personas han desplegado un comportamiento ofensivo contra nosotros.

 

Nuestra posición defensiva es una reacción ante palabras y acciones de otros, que subjetivamente interpretamos como injuriosas en nuestras relaciones cotidianas. En ocasiones, esas manifestaciones de enojo pueden ser reacciones respecto a personajes que no tratamos y que están ubicados en espacios no confluentes con los nuestros -tal vez ni siquiera hayamos interactuado con ellos; probablemente su acto no tenía una connotación denigrante. Sin embargo, lo que han hecho o han dicho -los cercanos y los lejanos- llega a nosotros como una ofensa o como un ataque.

 

La relación con los sucesos y los personajes implicados tiene características adversas en ese momento para nosotros. A veces nos sentimos tan conmocionados o “heridos” que replicamos iracundos y desafiantes o dolidos y autocompasivos.

 

Entonces aplicamos esas palabras y acciones de otros como enfiladas contra nosotros; las atrapamos al vuelo y las utilizamos tendenciosamente para sacar a relucir nuestros conflictos no resueltos. Esas manifestaciones verbales o conceptuales y esos hechos tocan hilos ocultos de nuestra historia y de nuestra personalidad, por lo que arremetemos con movimientos psicológicos de oposición desde nuestras mentes: con reacciones airadas explosivas y sentidas o con replegamientos resentidos y silenciosos que acumulan un potencial de respuesta violenta que vendrá después.

 

¿QUÉ O QUIÉN SE SIENTE HERIDO O RESENTIDO?

 

Nuestra representación mental para la situación es desmesurada y no tiene coherencia con lo acaecido. Como dice ahora la gente joven, nos metemos en una película que nosotros mismos hemos creado. Y obviamente, es preciso arrancar las raíces profundas que nos han dejado plantados en ese terreno árido y seco de las vivencias turbias. Mientras persistan, volveremos una y otra vez a experimentar crisis parecidas, en un circuito reverberante, tan patéticos como los perros que dan vueltas –también una y otra vez- tratando sin éxito de morder su propia cola.

 

Decimos a veces refiriéndonos a una situación particular que “tocó las fibras más profundas de mi ser” para sugerir que algo fue muy conmovedor o muy emocionante. La locución “tocar hilos” es más amplia; puede ser un simbolismo para aludir a que la circunstancia llegó como una impresión a la memoria neuronal en el cerebro –las células nerviosas- donde guardamos lo vivido y el significado que le dimos (grato o ingrato, dañino o benéfico, útil o perjudicial). Inicialmente percibimos algo; luego conformamos una impresión de ese evento, que proviene de nuestra propia base de datos; después elaboramos una respuesta.

 

Quizá la locución mover los hilos sea un símil de la representación con marionetas en un retablo: el titiritero permanece oculto en la penumbra o tras bambalinas mientras mueve los hilos de sus muñecos que cobran vida por la acción de sus manos y de su voz falseada con tonos agudos o graves. Cuando él manipula la tablilla de comando, su movimiento es trasmitido a partes del muñeco a través de los hilos para correr la pantomima (a veces su artesanía es tan sofisticada que puede modificar las expresiones de los rostros).

[Podemos ver como símiles en youtube los siguientes videoclips de marionetas]:

 

Marionette Show - Decadence

https://www.youtube.com/watch?v=Tn5pc5Ucgqc


Marioneta

https://www.youtube.com/watch?v=74y8qfdXH54

 

En muchas circunstancias de la vida nos sentimos afectados por otros. Podemos adaptarnos a la condición de víctimas según las características de la relación experimentada porque las acciones de otros nos causan daños físicos o psicológicos y eso es evidente. Hay una causa y un efecto.

 

Una vez que pasó el suceso lo clasificamos o identificamos como una experiencia negativa que tendemos a evitar o a rechazar. Es un comportamiento humano normal.

 

Sin embargo, podemos realizar un aprendizaje basado en un entendimiento y comprensión de esas situaciones vividas que representan una carga de conflicto y sufrimiento para nosotros. Si no lo hacemos, seguimos atados al pasado y las escenas quedan fijadas, estancadas, en nuestra memoria.

 

La expresión “ponerse en los zapatos de otro” es una metáfora conveniente para disponernos a comprender lo que impulsó a otros a actuar como lo hicieron produciendo el resultado de afectarnos y causarnos daño. El momentum de su personalidad y el momentum de la relación con nosotros los impulsaron a obrar así. Podemos concluir, utilizando la frase lapidaria de los historiadores, que “todas las condiciones estaban dadas” y que lo sucedido era inevitable para ellos y nosotros.

 

Claro, me refiero al enfoque sobre lo que ya pasó.

 

Si somos serios y queremos establecer nuestra paz, podemos reparar la situación experimentada con una generosa comprensión liberadora. Si lo que queremos es mostrar al mundo nuestra desolación, podemos conservar la situación tan destructiva como lo fue para nosotros (y quizá más dramática). Lo primero nos permite fluir. Lo segundo nos limita y nos restringe a seguir representando el papel de víctimas -lo que antes fue una interpretación adecuada para la experiencia atravesada pero que ahora se nos vuelve una función subyugante y engorrosa.

 

Día a día podemos trascender esas circunstancias onerosas para poder integrarnos al curso de la vida con una mentalidad optimista. La sanación de nuestras heridas psicológicas responde a nuestros propósitos de superación y de cambio. Si no lo hacemos, la relación cumplida donde experimentamos ese amargo papel de víctimas se extiende en el tiempo y nos sigue causando desasosiego, y quienes nos confronten con las imágenes que mantenemos se verán abocados a nuestra furia o a nuestra reacción defensiva impetuosa e inapropiada.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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