LOS SERES VIVOS QUE MUEREN
Hugo Betancur
La muerte física es una transición -el organismo vivo cambia de
un estado de manifestación a otro distinto. En ese momento, la estructura
material se desorganiza y pierde su autonomía.
La muerte física significa la disgregación del hálito vital o
alma de su vehículo o instrumento biológico de expresión y relación con el
entorno y consigo mismo -el alma imperecedera anima la forma o conformación
física sólo hasta el momento de la muerte.
Con la muerte, el cuerpo inerte se desintegra -lo que fue un ser
humano o animal, con sus rasgos de personalidad y sus comportamientos, o lo que
fue una fértil planta, se descomponen hasta secarse.
La existencia de cada ser humano es temporal, riesgosa y vulnerable
ante los eventos y relaciones en que deba participar.
El poeta colombiano Jorge Artel nos decía “no es la muerte, es
el morir lo que nos causa angustia y sufrimiento, es el proceso de contemplar
como perdemos la vida sin que podamos hacer nada para evitarlo y sin aceptar la
forma como sucede”.
A mi parecer, cada uno de nosotros muere según corresponda a su
destino: estamos expuestos a las consecuencias de nuestros actos y de los de
otros y experimentamos nuestras vivencias y relaciones limitados por la
dualidad posible e imposible que se nos presenta en cada circunstancia -como en
las partidas de ajedrez, las jugadas sucesivas tienen unas previsiones y pautas
establecidas que restringen o habilitan los movimientos que cada participante
puede hacer.
Estamos sometidos a los riesgos y beneficios de las elecciones que asumimos. Según mi entendimiento, nuestras existencias lo mismo que las de la vida general están regidas por dos axiomas básicos: la impermanencia (los cambios inevitables, la transitoriedad) y la incertidumbre (las leyes de la física aplicables a la materia sólo contemplan acciones y reacciones previsibles y establecidas; en un enfoque diferente, los comportamientos y manifestaciones de los seres vivos están limitados a las posibilidades de cada uno según sus circunstancias y relaciones).
La muerte* de nuestros allegados nos aparta de ellos por lo que consideramos que los hemos perdido o que nos han sido arrebatados.
La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross (1926 –2004) identificó cinco etapas psicológicas que podemos atravesar para hacer un duelo sano por la muerte de los seres queridos:
1) Negación y aislamiento: es más o menos una resistencia forzante a aceptar los sucesos –“no acepto esto”, “es injusto que me pase esto” (En los días próximos al acontecimiento, todas las explicaciones que otros puedan dar son insuficientes y poco convincentes).
2) Ira. A la negación le siguen el enojo y el resentimiento; afloran en la mente los “¿por qué?”: - “¿Por qué la vida me arrebató a esta persona tan especial para mí?, ¿por qué tiene que pasarme a mí? (La percepción de victimización surge y no es posible soltarla de momento).
3) Negociación o conciliación. La dificultad de afrontar la
realidad está fundamentada en la carga de crisis que trae la situación. El
conflicto debe ser resuelto liberando todas las culpas y los juicios de valor
que cada uno hace según sus creencias.
4) Depresión. Los sobrevivientes entienden que son infructuosas
la negación, las culpas, los lamentos, las protestas, las evasiones -no traen
bienestar y paz. Aparece la tristeza como un sentimiento abrumador y penoso que
debe ser vivenciado y que debe arder -es algo parecido a esperar y observar
como la leña de una fogata se consume cumpliendo la función de calentar o
preparar algo sobre las brasas en un recipiente.
El sufrimiento experimentado y la impotencia son el umbral de la
última fase o etapa de transición:
5) Aceptación: Nos damos cuenta que no es posible deshacer los
eventos y nos disponemos a hacer las paces con la vida tal como se manifiesta.
Nuestros apoyos fundamentales son la esperanza, la comprensión, la disipación
de las culpas y los juicios.
El viajero cansado reconoce los obstáculos y las penurias del
sendero recorrido y se acoge a las tareas del presente.
Quizá sea útil vislumbrar la muerte de los otros con la misma
visión de celebración y satisfacción con que contemplamos a los niños que
nacen: unos cumplieron ya la compleja construcción de sus historias y deben
cerrar sus ciclos de existencia y los otros apenas empiezan a explorar y
tantear el mundo tropezando, cayendo, flaqueando, acoplándose a los obstáculos
y entrenamientos que les permitan crecer y ubicarse en el nicho disponible para
ellos.
Las certezas y los imprevistos nos acosan a medida que avanzamos
en nuestros senderos.
Hugo Betancur
(Colombia)
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*Son muchos los ejecutores de la muerte: las enfermedades
crónicas que van menguando la vitalidad y que obligan a quien las padece a
revisar lenta y pormenorizadamente su pasado; las enfermedades graves que
llegan y cortan el hilo de la vida súbitamente, sin dar tiempo a reflexiones ni
a cuidados que preserven la salud; el desgaste progresivo del cuerpo que agota
la funcionalidad y la supervivencia; los desastres de la naturaleza que dañan
las estructuras físicas; los fenómenos de violencia humana -el suicidio, los
homicidios realizados por nuestros semejantes por motivaciones de ira, odio,
fanatismo, venganza, discriminación, despojo de pertenencias, celos, defensa,
guerras anunciadas como justas por sus promotores e instigadores (los que deben
proteger sus vidas, sus propiedades y sus sistemas políticos de los ataques de
otros; y los demás, los depredadores en el poder y los militares o los grupos
que imponen sus intereses y razones con sus armas y acciones, todos convencidos
vanamente de que la violencia que ejercen no se volverá contra ellos como un
boomerang lanzado).
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