PASARELAS
Hugo
Betancur
Quienes pasean por las pasarelas disponen de marcas en la extensa línea de tiempo de la película humana donde sus nombres son registrados para la posteridad. Son ingresados allí según sus méritos, sus logros, sus éxitos o la importancia que otros les otorgan.
Sus nombres se superponen con los de
otros de áreas distintas de desempeño o actuación -los tontos dictadores* que
fungen como inteligentes y astutos, ejecutores de daños y rapiñas, aparecen en la
misma marca de fechas de los lideres bondadosos y constructores de bienestar; también los artistas, los científicos, los hacedores de obras y los
transformadores de las sociedades son anotados en cortes de la línea que
coinciden con los demás que fueron denominados como famosos, bellos y bellas espectaculares, feos carismáticos y talentosos, personajes ilustres, destacados, magníficos,
icónicos -y también villanos y delincuentes, perpetradores de destrucción y
depredación…
Los escenarios o pasarelas son
perdurables, aunque son renovados mientras va transcurriendo la historia
humana. Los actores o debutantes de esos espacios van siendo desplazados o
reemplazados por otros personajes -todos pasan junto con sus épocas y la película de la
especie homo sapiens (“humano sabio”) sigue avanzando.
Las figuras memorables resplandecen
fugazmente y luego pasan a la reserva, a la penumbra, a medida que sus talentos
y sus actuaciones decrecen -su originalidad y su inventiva no pueden ser
atizadas porque han sido consumidas en sus debuts al paso por los
escenarios (tal como la sólida madera se convierte en ceniza al arder): son
recordadas por sus obras o funciones puntuales que quedan como vestigio y que
resurgen periódicamente porque trascendieron lo común, lo rutinario, lo
monótono.
Los déspotas y sus generales que promovieron las guerras y la inmolación de sus tropas y de aquellos a quienes señalaron como sus enemigos tienen un nicho inamovible en esa linea de tiempo -sus biografías deberían tener una linea distinta que podríamos llamar linea de tiempo de la infamia para que las celebridades del arte, de la creatividad, de la industria, de la cultura, de la filosofía, de la ciencia, ocupen sus podios en la crónica de la civilización, apartados de esas hordas siniestras.
La edad**, la medida del tiempo que
los seres humanos vamos descontando de la duración de nuestras vidas, va
acumulando años y nuestros cuerpos van perdiendo su vigor, su ágil
movimiento, sus procesos de percepción y memoria.
¿Qué gestos quedaron en los rostros
de quienes fueron aclamados por multitudes y en los de quienes solo tuvieron un escaso
auditorio enfrente: ¿alegría y satisfacción?, ¿tedio y preocupación? Aquellos
que fueron sus admiradores y espectadores, ¿qué recuerdos conservan o atesoran
de unos y otros? La fama ruidosa que cosecharon esos ídolos de masas contrasta
con el modesto reconocimiento de quienes desempeñaron roles humildes en sus
abnegadas existencias.
¿Qué aportaron esos personajes
encumbrados al bienestar y al progreso de sus semejantes?
Hugo Betancur (Colombia)
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* Mi adlátere Hugo Cuervo afirma que "los dictadores imponen a las sociedades su tiranía porque son tontos: carecen de conciencia moral, se consideran a sí mismos grandiosos sin serlo, y solo acceden a esa posición utilizando el crimen y el matoneo, lo que los califica como personajes cobardes y miserables de la categoría de subhombres".
**La palabra edad procede
del latín “aetas”, “aetatis”, una contracción de “aevitas” (cualidad de
tiempo), formada con “aevum” (tiempo, edad, época) y el sufijo -tat (-dad) que
expresa cualidad. La edad es el tiempo transcurrido desde el nacimiento para cada uno.
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