TRISTEZA,
DEPRESION, AISLAMIENTO
Hugo
Betancur
La tristeza es una emoción que manifestamos
ante situaciones complejas de nuestras vidas que nos desconciertan y que
alteran lo que consideramos normal.
La tristeza es un estado de ánimo, en
ocasiones considerada también como un sentimiento. Es un estado de la mente que
aflora incontenible y espontáneamente cuando nuestras expectativas no son
satisfechas, cuando nuestras relaciones se agotan, cuando perdemos algo que
considerábamos nuestro pero ha sido recuperado por sus dueños, cuando los seres
queridos se van a otros lugares o al hogar de sus almas...
La tristeza es una reacción pasajera,
temporal, que debemos liberar una vez identificamos qué la causó y cuál fue la
interpretación que hicimos para asumirla.
La tristeza debe fluir como una emoción
efímera y debe desvanecerse en nuestra perspectiva de observadores y en nuestro
tiempo psicológico tal como desaparecen de nuestra vista los coloridos paisajes del mundo que miramos al viajar.
Si persistimos en mantener la tristeza y le
agregamos otros comportamientos como aislamiento, malestar, ideación de
inutilidad o de culpa excesivas; pensamientos recurrentes de enojo, hostilidad
y frustración, rumiación de pensamientos negativos, adopción de monólogos
pesimistas silenciosos y revisión reiterativa de los eventos negativos que
afrontamos -esa cascada de acciones nos puede llevar a conformar trastornos de
ansiedad y depresión que requieren manejo médico.
La risa es una reacción de aceptación y de
alegría, o simplemente de celebración por eventos graciosos o por relatos
divertidos. La felicidad en cambio, no es una percepción fluctuante
ni esporádica sino un estado de nuestro ser en que la mente y el corazón
perciben al unísono la vida y la asumen con actitudes gratas y plenitud optimista.
La felicidad no proviene de lo exterior
–los seres vivos, las cosas, los eventos que ocurren y pasan- sino de la visión
afable con que vemos los espectáculos del mundo como dramas desbordados,
jocosos a veces y en ocasiones demasiado solemnes y sobreactuados y que los
protagonistas representamos obligadamente siguiendo nuestros guiones, nuestros
deseos, nuestras obsesiones, nuestras infantiles búsquedas de complementación y
de halagos.
No perdemos aquello que no está destinado a
permanecer con nosotros, simplemente coincidimos con los seres humanos o las
cosas durante un lapso de tiempo, en relaciones cortas o largas que después
quedarán desperdigadas en el pasado, y que volverán a nuestra memoria solo como
imágenes imprecisas y evanescentes.
La vida siempre está a cargo, siempre
estuvo a cargo, siempre estará a cargo, a pesar de nuestros apegos y nuestras
infructuosas obsesiones de control.
La vida, intangible y perpetuamente
presente, dispone los escenarios y las tramas, que en ocasiones empalman con
las nuestras para nuestra complacencia. Sin embargo, las historias reales son
esquivas a la felicidad -la tristeza y la incertidumbre aparecen en muchos
capítulos, también la soledad y el desasosiego- y los sucesos van pasando,
imprevisibles y puntuales, con nuestra aceptación o con nuestra resistencia.
Como transeúntes debemos acoplarnos a nuestros destinos que son nuestras brújulas y debemos avanzar, prudentes, perseverantes y esperanzados.
De las circunstancias, de las relaciones y
de nuestras acciones surgirán nuestras percepciones y las emociones de nuestros
personajes.
Solo debemos volver nuestra atención hacia
el pasado para rememorar y agradecer nuestros aprendizajes, los momentos de
alegría y de celebraciones familiares y amistosas, las vivencias de bienestar
físico y mental: todo eso traerá motivaciones optimistas y fortaleza a nuestras
vidas y nos servirá como amuleto contra la tristeza y la desesperanza.
Hugo Betancur (Colombia)
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