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lunes, 6 de noviembre de 2023

Lo que llamamos amor

                                                                                                                          Fotografía por Elízabeth Betancur

El amor, la pasión, las percepciones

Hugo Betancur

La pasión es una emoción que experimentamos proyectada hacia otros seres vivos o hacia las situaciones o manifestaciones que elegimos de la vida.

La pasión es exaltación, ímpetu, desbordamiento. Algo, por el momento, se torna imperativo para nosotros y lo asumimos como objeto de búsqueda o de complementación: eso que imaginamos o vemos afuera nos atrae irresistiblemente y podemos alcanzar estados de gran agitación o desenfreno en nuestro empeño por poseerlo o por volverlo realidad.

¿Alguna cosa o algún ser vivo pueden ser poseídos siendo la vida, esencialmente, una relación?

El amor, ¿es una meta por alcanzar o es un estado de unidad y armonía ante lo que podemos recrear afuera?

El amor, ¿es un complemento externo? ¿o es más bien una disposición de nuestro ser que nos permite ver y acoger lo que otros son sin juzgarlos, sin ponerles rótulos de jerarquía contradictorios -mejor/peor, bueno/malo, amable/odioso, bonito/feo, sin que pretendamos apropiarnos de ellos -ni controlarlos, ni gobernarlos, ni trazarles rutas o comportamientos/acciones que nos resulten placenteros, útiles a nuestros propósitos y ventajosos?

Si nos sometemos a los requisitos de otros, posiblemente esa no sea una disposición amorosa sino una dependencia, o una concesión, o un período de transición en nuestras vidas en que cedemos nuestra autonomía y nuestra voluntad para que los propósitos ajenos predominen.

El amor es un sentimiento de aceptación a lo que somos y a lo que es. Nos permite relacionarnos en equilibrio, sin considerarnos más importantes, sin pedir, sin condicionar, sin exigir. Podemos ser uno con lo que aseguramos amar aceptando su autonomía y reconociendo la nuestra.

Si nos acogemos a los requisitos básicos del amor -ser objetivo y ser no egoísta-, necesariamente nos mostramos alegres, pacíficos, confiados, cuando amamos.

Si falta el amor en nuestras acciones somos tan pobres como un arbol sin hojas y sin frutos que exhibe sus ramas desnudas en el paisaje del campo. Viviendo esa realidad, el amor que decimos sentir y el no amor que nuestros actos reflejan son distorsiones que padecemos bajo la tiranía de nuestro ego -presumimos que poseemos algo que nos falta, como el borracho tambaleante que asegura tener todo bajo control mientras tropieza, cae y se levanta torpemente para fingir un movimiento rítmico que su cuerpo no puede adoptar.

 

En algún momento, la pasión parece confundirse con el placer, con el deseo, con la satisfacción que llega a través de los sentidos, insaciable y efímera.

 

Nuestros volátiles estados de pasión requieren demasiada energía, ¿podemos vivirlos sin entrar en el conflicto, sin apegarnos, sin privar a otros de su libertad y de su bienestar?

Muchas veces la vida es tempestuosa y nuestras mentes no pueden comprenderla: somos sacudidos por la fuerza desatada de los elementos que nos confunde mientras avanzamos a ciegas. La calma llega después y de lejos tendemos a ver con claridad lo que pasó: a veces la pasión fue también obsesión que creció hasta volverse incontenible y borrascosa; a veces fue un espejismo en el desierto de nuestras búsquedas llenas de avidez y de sed; quizá fue una ilusión que parecía colmar nuestros sueños y aplacar nuestras expectativas.

 

Siempre la pasión ha sido una expresión de los seres humanos que también aprendemos cuando trascendemos los limites habituales de la rutina, cuando nuestras emociones y nuestra imaginación se desbordan exuberantes sobre la vida.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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