LA RELIGION DEL EGO
Hugo
Betancur
La
religión más extendida en el mundo es la del ego. Sus adeptos no se reúnen
multitudinariamente en inmensos y suntuosos edificios llamados iglesias o
templos, ni siguen voluminosas biblias y libros antiguos con las doctrinas y
mensajes de su ídolo. Ellos ejercen sus ritos en sus recintos privados, en sus
relaciones afectivas, sociales y de trabajo o empresa. Personifican ese ego y
lo exaltan ante otros especialmente en los eventos públicos donde destacan y
magnifican su exigua importancia personal y su agigantado narcisismo.
La
doctrina de esta religión del ego está fundamentada en los pilares imperiosos
de la culpa, el castigo, la dualidad éxito y fracaso, y la separación -bajo los
dogmas que aplica el ego, la integración no es posible y la afinidad entre
seres humanos es una utopía que derriba el paso del tiempo.
Los
ególatras pregonan la existencia de dos categorías de seres humanos:
los que dominan, escalan y lideran, voceando que se han hecho triunfadores por
sí mismos, gracias a su inteligencia, a su esfuerzo y a su mentalidad positiva
-aunque otros les hayan aportado sus recursos y su energía para catapultarlos
hacia sus cimas- y los demás, los elementales que superviven sin mentores, con
una educación precaria que limita su acceso a trabajos y posiciones
privilegiadas y rentables, minimizados por quienes los emplean como sus
trabajadores aunque los tratan como sus sirvientes.
Los
instrumentos de los devotos de esta doctrina del ego, son la supremacía, las
imposiciones, los chantajes y los condicionamientos; el ambicionado dominio
sobre otros ha de ser alcanzado llevándolos a la sumisión y al sacrifico.
Los
súbditos del ego se acogen a sus preceptos básicos: alguien debe prevalecer y
alguien tiene que asumir el papel de víctima, alguien debe mandar o ser
mandado, alguien debe pagar una penalización por su acciones -lo que equivale
al pecado y castigo establecido por otras religiones-, muchos deben ser
obedientes a la voluntad de quien remonta alturas para hacerse ver y admirar,
alguien debe maquinar y alguien debe permitirlo.
Como
los demonios clásicos llevan a sus infiernos al final de sus vidas a quienes
han obrado mal en su nombre, el ego recompensa a sus adoradores con malestar y
frustraciones -siempre resultan insuficientes las conquistas de cada uno y no
es posible realizar las ilusiones que las mentes persiguen obsesivamente pues
cada quien manifiesta y elabora con desmesurada avidez sus objetivos, lo que en
muchas ocasiones crea pugnas y adversarios que frustran los planes
particulares.
Sin
embargo, las ambiciones de estos ególatras practicantes presentan demasiados
obstáculos en este mundo salvaje: es demasiado difícil atesorar sin la
provisión de otros y las ganancias no llegan por la aplicación de pensamientos
positivos e ideales de visualización sino porque tengamos méritos para
recibirlas o porque en función del destino de cada uno sea posible lograrlas.
No
hay felicidad en las relaciones interesadas y aventureras de los egos, porque
los planes de progreso están asentados sobre el despojo a otros, o
sobre la lucha para superarlos, o sobre lo que llamamos necesidades
-algunas las nombramos necesidades básicas humanas, lo orgánico y lo material,
y otras constituyen lo psicológico, que nos aprovisionarán otros: "te
necesito", necesito que me des", "sólo tú puedes darme lo que me
falta" (aprovisionamiento, compañía, cuidados, protección, asistencia,
seguridad).
La
felicidad que el ego persigue aparece fugazmente y luego se esfuma como la
llama de una cerilla. Es sustituida por formas mentales agobiantes: el
sufrimiento, el autosaboteo, la infelicidad, la incertidumbre.
El
sufrimiento es la recompensa paradójica que el ego ofrece a sus masas de
fervientes seguidores.
La
religión del ego no se parece en nada a las religiones inspiradas desde el
Cielo, basadas en el amor y la unidad.
La
del ego es la religión de la tierra, fundada sobre el ataque, la separación, el
culto a la personalidad, la negatividad, la destructividad, la depredación.
La
del ego es una religión de amos y sirvientes, de ganadores y perdedores, de
sombrías y fanáticas jerarquías que imperan en sus territorios de poder con sus
instituciones y recursos de control -algunas se tornan vitalicias y las demás
son removidas por otras que las superan en astucia y en pactos de mutuo
favorecimiento.
Todas
las demás religiones instauradas aportan sus líderes y sus masas crédulas y
doblegadas a la religión del ego que las supera y las subyuga.
La
espiritualidad de cada uno, con nuestro libre albedrío y nuestra evolución a
través de las existencias, trasciende todas las ilusiones de los personajes que
representamos, de los escenarios donde nos consumimos sacudidos por nuestros
egos y de los tiempos con que medimos nuestras historias.
Hugo
Betancur
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