BANKSY. Moco Museum. Barcelona. Fotografía por Diana Valderrama.
Hay días en que estamos
optimistas y satisfechos;
hay días en que estamos
pesimistas e inconformes.
Hugo Betancur
La vida y nuestras
relaciones nos parecen muchas veces extrañas, incomprensibles o injustas.
Hay
días que son grises para nosotros porque experimentamos la soledad, alguna
tristeza persistente y parasita, alguna sensación de frustración y de
fracaso. Nos sentimos marginados y todo lo que nos rodea parece atentar
contra nuestro equilibrio, aunque afuera, en el vasto paisaje, la naturaleza
muestre un hermoso día de sol.
Otros
días son luminosos, cálidos, exuberantes. Nos sentimos llenos de
optimismo y de vitalidad, satisfechos con nosotros mismos y muy tolerantes y
pacientes con los demás.
Nuestras funciones parecen transcurrir en armonía con la actividad de nuestras
mentes. Consideramos amistosos y joviales los gestos de las personas que se
cruzan con nosotros. Nos sentimos integrados al presente, aunque en el
exterior el ambiente aparezca lluvioso, frío y desolado.
Todo
parece distinto y cambiante cada día que vivimos.
A
veces aprendemos de quienes comparten con nosotros eventos y situaciones de
características similares. En algunas personas parecen predominar las
actitudes de autocompasión, de reproches a sí mismas y a otros, de constantes
conflictos con quienes las rodean, de culpabilidad propia o ajena porque
interpretan que algún comportamiento de sus allegados o de ellas mismas no se
ajustó a las expectativas trazadas previamente, de remordimientos o
resentimientos por acciones del pasado que fueron inevitables para cada
personalidad -que debió ejecutarlas según sus condiciones y posibilidades y no
según lo que se esperaba de ella-.
En
otras personas parecen predominar las actitudes de autoaceptación, de
comprensión hacia sí mismas y hacia los demás, de disposición al diálogo
pacífico y al entendimiento con quienes las rodean, de tolerancia ante los
comportamientos de sus allegados y de confianza en sus propias decisiones y
vivencias, de reconciliación con su pasado porque consideran que sus acciones
fueron adecuadas para cada situación atravesada.
Probablemente
nuestras actitudes ante la vida sean la causa de nuestros sentimientos de éxito
o de fracaso, de integración o de aislamiento, de optimismo o pesimismo, de paz
o de conflicto en nuestras relaciones.
Siempre
podemos cambiar para encontrar el resultado positivo, satisfactorio,
compensador en nuestra convivencia con los demás seres humanos y con el
entorno.
Cambiar
es aprender. Aprender es fluir en armonía con lo que somos y con lo que
son los demás. Cada uno de nosotros es lo que es, no lo que
debería ser.
Según
nuestra decisión de acción, así será el resultado. Nuestras acciones
afectan a los demás y nos afectan a nosotros mismos. Cada vida particular
afecta la vida humana en su conjunto. La parte afecta a la
totalidad. No podemos dar a otros lo que no tenemos y no podemos recibir
de otros lo que ellos no tienen o no están dispuestos a retribuir.
En
nuestra interrelación con quienes nos rodean, en ocasiones creemos perder lo
que creíamos poseer, especialmente respecto a las personas con quienes
establecimos algún nexo.
Todas
las relaciones tienen un propósito y transcurren en una medida de tiempo.
Una vez cumplido ese propósito, las relaciones pueden ser modificadas por
decisión de alguna de las partes o de ambas.
Nuestra
interpretación posterior puede permitirnos que los días sean gratos y
luminosos, o que sean desolados y grises.
Podemos
elegir en nuestra mente que paisaje nos gusta y adaptarlo a nuestra
visión.
Hugo Betancur
(Colombia)
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