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domingo, 18 de mayo de 2014

LOS IDEALES SOBRE OTROS.

                                                                                                                    Fotografia por Diana Valderrama.    

LOS IDEALES SOBRE OTROS

(La felicidad que otros podrían traernos)

Hugo Betancur

Considero que los ideales sobre las acciones y atributos de otros seres humanos excepcionalmente se cumplen en el tiempo común de nuestras vidas. Posiblemente esas expectativas sobre cómo deberían comportarse los demás respecto a nosotros provenga de la mentalidad infantil ávida de requisitos de satisfacción y de cuidados especiales gratificantes aprovisionados por quienes nos rodean.

Nuestros ideales sobre otros seres humanos son un plan que trazamos: ellos deberán tener ciertas características psicológicas y físicas, y deberán estar dispuestos a darnos ese trato particular que esperamos; deberán prodigarnos atenciones que nos produzcan agrado; deberán ceñirse a nuestras formalidades.

Si otros no realizan nuestros estrictos ideales, entramos en conflicto, igual que los niños en sus tempranas vidas. Reaccionamos con hostilidad, violencias, animadversión. Los otros deberán doblegarse y reparar con acciones nuestra frustración –lo que significa que deberán negar su voluntad para seguir las órdenes que les damos.

No es posible que nuestros ideales sobre otras personas puedan ser realizados en una relación duradera: tal vez lo sean como procedimientos temporales de condescendencia para aplacarnos; sin embargo, persiste la trascendencia del libre albedrío de cada uno que finalmente prevalecerá, aunque se produzcan las rupturas, aunque la contraparte o la pareja sufra desilusiones o decepciones.

Los ideales son guiones elaborados por cada uno. Parecen adecuados como proyecto acordado si los relacionados se acogen a ellos y los representan alternadamente o los satisfacen mutuamente.

Sin embargo, la vida va cambiando y también los actores que a veces se aburren con sus roles. Sus interacciones aparentemente fluidas se pueden tornar rutinarias y empezar a languidecer como una planta que deja de recibir el agua y los nutrientes que le permiten crecer.

El titiritero mueve los hilos de sus muñecos para presentar sus funciones mientras sus ayudantes, ocultos, recitan las líneas escritas para entretener a los espectadores.

Podrá ser repetido el espectáculo cada vez que sea posible reunir un auditorio interesado. Cada función será parecida a las otras y los títeres o marionetas se moverán según lo decida su manejador: son sólo muñecos que no tienen vida propia, ni sentimientos, ni una memoria llena de datos.

Con los seres humanos no ocurre lo mismo porque nuestras personalidades son reactivas y porque nuestros sistemas de creencias y nuestras vivencias nos llevan a establecer condiciones y límites subjetivos.

Los controles que podemos ejercer sobre otros son inciertos e inestables y la sumisión eventual es también una restricción humana que podemos deshacer a medida que la vida transcurre.

    Podemos utilizar esta metáfora: debemos ocupar nuestro lado de la vía mientras avanzamos en nuestro recorrido para no invadir el espacio por donde otros cumplen su itinerario.

Los ideales rigurosos de todos los seres humanos se convierten en un motivo de confrontación y de pugna que nos lleva a disolver las relaciones y a sentirnos afectados y víctimas de quien no se ajustó a nuestras demandas –si respondemos con la mentalidad infantil egocéntrica e intransigente-, o que nos lleva a desarticular nuestros modelos mentales que asignan a los demás las tareas y los procedimientos que subjetivamente consideramos prioritarios para nuestra felicidad y éxito –si respondemos con la mentalidad adulta confluente y recíproca de recibir y retribuir y de responsabilizarnos de todas nuestras acciones y relaciones.

La vida tiene sus propias leyes, su juego de causas y efectos que propicia opciones o que las hace imposibles –si volvemos atrás en la historia humana, podemos darnos cuenta que los personajes más encumbrados y vanidosos no lograron superar esos límites impuestos por la vida en algún momento de sus desenfrenadas biografías y que fueron arrasados por el ímpetu de los acontecimientos, a pesar de su poder y a pesar de sus aparatos intimidatorios.

Cuando decidimos acogernos a los propósitos de paz y armonía con otros, necesariamente dejamos de juzgar y de exigir. Nos disponemos más bien a comprender su idiosincrasia y a realizar convenios con ellos. Dejamos de comportarnos como niños caprichosos e irascibles y nos relacionamos como adultos cooperadores y tolerantes.

Es posible que los ideales sobre las cosas materiales y sobre nuestros papeles sociales sí podamos realizarlos en alguna medida: allí aplicamos nuestra energía de vida y nuestra capacidad de aprender y de superar los escollos y quizá obtengamos la ayuda de otros para alcanzar esos objetivos.

Respecto a los ideales sobre otros, cada uno llega a  un momento en que recupera su autonomía y su libertad -si las había cedido para conveniencia de alguien. La esclavitud o la subordinación no son eventos eternos; como personajes particulares, como pueblos o culturas, llegamos  a un período de nuestras existencias en que decidimos liberarnos de nuestros yugos para experimentar con nuestro libre albedrío y propiciar los cambios pertinentes.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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