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domingo, 29 de septiembre de 2013

Los yugos mentales. 2. Los reinos de utopía y sus personajes.


LOS REINOS DE UTOPÍA
Y SUS PERSONAJES

Por Hugo Betancur

Imaginemos la existencia de un “Mundo  de realidades relativas y variables”. Todo lo que sucede en su espacio depende de los estados de  conciencia, de las  intenciones, de las acciones y de la comprensión. Imaginemos en ese Mundo unos “Reinos de Utopía”, que parecen funcionar con sus propias leyes y que desdeñan o desconocen las consecuencias de los actos y comportamientos humanos. Son reinos habitados y hechos posibles por personajes diversos que viven sus existencias con sus planes y fantasías particulares y con creencias colectivas que consideran factibles –alcanzar fortuna, cultura y posiciones de autoridad que les permitan imponerse sobre los demás (someterlos, subyugarlos, hacerlos sus instrumentos de placer y sus sirvientes)-.
 
Sin embargo, esos Reinos de Utopía han sido precariamente establecidos en el “Mundo de las realidades relativas” que tiene condiciones restrictivas y condiciones permisivas: solo podemos alcanzar lo que nos corresponda según la aprendizajes y méritos que hayamos alcanzado, según los propósitos que nos animen, según las características de nuestra personalidad y según las opciones plausibles en la interacción con los demás seres vivos y con la naturaleza que nos rodea.

Los instrumentos de los “Reinos de Utopía” son muy variados, en algunas ocasiones muy efectivos en su transitoriedad y en otras de dudosa utilidad. En todo momento –en el Mundo de las realidades y en los Reinos de Utopía- estamos bajo la influencia de los fenómenos ocurridos previamente –todos los sucesos anteriores tienen sus consecuencias: lo acontecido ha evolucionado y se manifiesta en los ahora fugaces que conforman el pasado y el porvenir.

Los habitantes de Utopía avizoran el mundo según las condiciones de sus mentes y según sus creencias. Lo juzgan o lo interpretan desde sus perspectivas particulares. Cada observador pinta un cuadro con apreciaciones de su mente y le pone las imágenes y los colores que puede plasmar. Cada uno puede evaluar el mundo que percibe, o evaluar a los demás, o evaluarse a sí mismos según sus consideraciones subjetivas sobre si han sido exitosos o no, si han sido triunfadores o vencidos,  si han sido ganadores o perdedores, si han alcanzado lo que ellos llaman felicidad o si son infelices.

Pueden también, si quieren hacer esa pesquisa, preguntarse si han servido como soportes o colaboradores para que otros triunfen o sean vencidos, para que otros ganen o pierdan respecto a lo que se hayan propuesto como objetivo, para que otros hayan sido exitosos o fracasados, para que otros hayan obtenido la esquiva felicidad o la turbulenta infelicidad.

En los Reinos de Utopía, los resultados ocasionales dependen de los ideales trazados y de la coincidencia entre lo previsto y lo alcanzado -qué fue conseguido o consumado; qué no pudo ser alcanzado o adquirido. El triunfador solo lo es mientras dura su éxito: cuando deja de cumplir los requisitos exigidos para esa distinción queda relegado y  otros ocupan su solio.

Los territorios del ego no son dominios porque sus ejecutores no logran que sus jerarquías y sus prebendas perduren: son solo campos de lucha para obtener trofeos o derrotas, prestigio o degradación, y están subordinados a las coordenadas temporales. Sus glorias son breves y sus períodos de abatimiento muy extensos y reincidentes.

En los territorios del ego, los estados de ánimo según esos guiones, o argumentos, o proyectos precedentes, estarán determinados por los beneficios o apreciaciones de cada uno sobre sus pretensiones cumplidas o no y sobre sus inventarios particulares en cada instante, no teniendo en cuenta la energía gastada -propia o ajena-, ni las compensaciones con que deberemos restituir lo recibido.

Allí, lo que llamamos victoria o éxito es simplemente aquello que nos da satisfacción o lo que asumimos como algo conquistado. Y llamamos fracaso o pérdida a aquello que no fue posible lograr o poseer y que nos causa insatisfacción, tristeza, pesimismo, malhumor, incertidumbre.

Aunque podamos no aceptarlo o entenderlo, en la dimensión que llamamos “la realidad” todo sucede como parte de un todo mayor,  como una serie de secuencias de un proceso dinámico de contracciones y expansiones, de relaciones y efectos, de integración o desintegración, de intercambios equilibrados y parejos o desequilibrados y tortuosos. En esta dimensión realística, lo que acaece es una retribución o una secuela de eventos precursores.

Lo que llamamos realidad va teniendo conformaciones cambiables a medida que transcurre la historia común. Y posiblemente nosotros cambiamos también –o cambia nuestra manera de percibir el mundo porque quizá madura o evoluciona nuestra personalidad-,  o nos resistimos a cambiar y tal vez nos quedamos estancados y confusos mientras la vida cambia y los seres vivos cambian (o terminan sus ciclos de existencia y dejan de estar bajo la forma y la apariencia que los hacía tangibles y capaces de interactuar).

En los Reinos de Utopía existen los soberanos alternos –ocupando distintos niveles en la jerarquía mundana- y los soberanos alternativos –lo que ocupan los tronos o posiciones dejados por otros que ya no prevalecen. Un programa parásito llamado ego cualifica a cada uno de esos soberbios personajes en categorías de celebridad o importancia. Ellos ocupan los sitiales de poder y se jactan de su superioridad –que tiene siempre un rango limitado (habitualmente hay alguien más arriba). Compiten por conservar sus privilegios y exclusividades, lo que representa una gran tensión psicológica que los vuelve vulnerables a trastornos  afectivos severos y que los lleva hacia el ámbito de la enfermedad. Muchos de estos aclamados talentos llegan a un estado de desgaste en que pasan de una desmedida exaltación a una incontenible depresión  -merman su rendimiento y su vigor y se ven obligados a abandonar sus azarosos tronos.

¿Qué poseemos al término de esta jornada llamada existencia? ¡Sólo aquello que no pueda sernos arrebatado!

¿Quiénes permanecen a nuestro lado cuando arrecia la tormenta, cuando las dificultades están presentes y nos hacen tambalear, cuando nuestros sentimientos y emociones nos conmueven y somos sacudidos por algo impredecible llamado soledad? La respuesta es simple: ¡Solo aquellos que nos tienden su mano amiga o que nos acompañan incondicionales y pacientes hasta que recuperamos nuestro equilibrio y nuestra paz!

En Los Reinos de Utopía, el caos es la condición predominante; los personajes pasan del extremo de la confrontación hostil al extremo de la paz aparente y las farsas de cordialidad mantenidas precariamente. Allí los monarcas y sus reinos atraviesan los contrastes desde la máxima opulencia hasta la más sórdida decadencia. Lo que llamamos realidad termina imponiendo sus ritmos y su fuerza y los episodios de grandiosidad y dominio pasan a ser sólo breves crónicas de mentes extraviadas e inestables.

Finalmente, las crisis aparecen en la naturaleza o en las sociedades humanas y conmocionan todos los cimientos de las estructuras montadas. Las crisis inducen al restablecimiento del equilibrio perdido y sacan a los personajes ególatras a la luz, con sus facetas disociadoras y utilitarias, sus trucos y sus estrategias de manipulación. Las revoluciones detonan intempestivas e imperativas y exhortan los cambios para que la vida sea más amable y los seres humanos podamos integrarnos respetuosa, creativa y solidariamente. Los Reinos de Utopía se van derrumbando para que la realidad prevalezca, a pesar de las fantasías, las resistencias, las sustituciones y los escapes de sus personajes y a pesar de la servidumbre de quienes mantenían la grandiosidad de otros.

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 15 de septiembre de 2013

Los yugos mentales: 1. Las relaciones infelices.

                             
                                                                         Fotografía por Elizabeth Betancur
                                                   

CONFLICTOS EN LAS RELACIONES

 

Hugo Betancur

 

Todos los conflictos provienen de condiciones de las relaciones. Somos afectados por las acciones de otros o afectamos a otros con nuestras acciones. Y lo que pasó antes en nuestra medida del tiempo va causando sus efectos en la posteridad: está presente un nexo de continuidad entre antecesores o predecesores y sucesores –el antes y el ahora acoplados certeramente y propiciando los fenómenos dinámicos de la vida.

Los conflictos son situaciones de desequilibrio, una pugna de fuerzas por eventos sucedidos o por expectativas no satisfechas: algo debe ser resuelto para disolver el conflicto y alguien debe ser resarcido.

Los conflictos provienen de sistemas de creencias: quien oprime, quien asume algún objetivo respecto a otros es guiado por ideas -despojarlos de algo, imponerles algo, dominarlos o controlarlos; o también, sentirse víctima de otros o sentirse atropellado o menospreciado.

De las creencias, de los patrones, o moldes, o premisas mentales, se derivan los sentimientos de cada uno.  Los sentimientos son extensiones de las creencias y de la personalidad, y son manifestaciones o impresiones particulares. También las emociones provienen de las creencias.

Cuando nos es posible cambiar la mentalidad, los sentimientos y las emociones que expresamos adquieren otras tonalidades. Psicológicamente podemos decir que muchos seres humanos conflictivos y con tendencias ofensivas están estancados porque repiten comportamientos y acciones que repercuten en su desasosiego o en su inestabilidad afectiva, y probablemente en la de otros allegados

De las mismas acciones y relaciones surgen situaciones y tramas parecidas a los que sucedieron previamente en la línea de tiempo. Un dicho popular contempla esta monotonía que ejecutan los actores cotidianos: “Ahí están los mismos con las mismas” –refiriéndose a personajes que no han cambiado significativamente con sus comportamientos previsibles y reiterados.

Las opciones de cambio son umbrales de conocimiento. Los vemos si hemos accedido al inconformismo en nuestros procesos de vida; los atravesamos si hemos decidido superar lo que nos parece conocido y si queremos trascenderlo con nuestra participación. Son un arco iris nítido en nuestras mentes que nos anuncia la primavera con su señal luminosa.

Los conflictos son situaciones de separación, de disociación. Cuando entramos al campo de batalla vamos al encuentro contra nuestros adversarios. Atacamos o somos atacados. ¿Quién tiene las armas más poderosas y las estrategias más aniquiladoras? ¿Quién muestra una mayor fortaleza para vencer a su ocasional enemigo? ¿Es el contrario aquel a quien atacamos? ¿O es la persona que decimos amar, o valorar, o apreciar el objetivo de nuestra ira, de nuestras ofensivas?

A veces lo que parecía un hermoso y poético jardín de flores vivas e iridiscentes pasa a ser un desolado espacio de confrontación donde los contendientes miden su fiereza y capacidad de causar daño.

Como seres humanos atravesamos las experiencias de las guerras y las campañas homicidas creyendo que fundaríamos imperios invencibles. Todos esos vanos reinos y dinastías fueron pasando; sus temibles ejércitos fueron aniquilados progresivamente; y sus generales, dictadores y emperadores fueron consumidos junto con sus huestes de adeptos, gregarios e idolatras medrosos.  Sin embargo, llegaron otros que no atendieron las viejas lecciones, las atroces campañas vencidas, a protagonizar nuevas historias de terror e intimidación, a  causar lutos, dolor y devastación –para sembrar otra vez las semillas de deudas generacionales y venganzas vigentes.

Posiblemente de esa necrología reciente o lejana provenga nuestra adicción o tendencias a los conflictos. Cuando nos encontramos con nuestros conocidos y les preguntamos cómo están, nos responden mecánicamente: “Ahí en la lucha”, como si percibieran que sus existencias fueran una confrontación habitual y perentoria.

Como en las vivencias de combates y luchadores, a veces nuestras vidas adquieren esa significación.

Si nos referimos a las relaciones llamadas “de pareja”, las “relaciones especiales” –donde la disparidad resalta frecuentemente-, vemos que la conflictividad persiste como un componente parásito y disociador.  Los implicados aparecen como dos que no logran aunarse. Dos extraños que compiten por la primacía en el debut, por el papel del actor principal que pretende que otro le secunde –uno de los dos debe atraer la atención, el primer plano, mientras el otro permanece en la sombra, en la penumbra del escenario.

Sin embargo, nos apegamos a las relaciones con un sentido de posesión o de sujeción –creyendo que algo o alguien nos pertenece o que le pertenecemos-.

Ese apego puede restringir nuestra libertad o puede limitar la de otros y podría significar más o menos: “Nuestras vidas están enlazadas; si te alejas o si me alejo habrá sufrimiento; prefiero el sufrimiento de tenerte con los conflictos que protagonizamos los dos a perderte y sufrir porque no estás a mi lado”.

Todo conflicto es una situación de violencia y divergencia psicológica. ¿Qué intereses o propósitos tienen quienes propician el conflicto o quienes reaccionan conflictivamente?  ¿Qué mentalidad o que objetivos animan a quienes persisten en el conflicto adoptando actitudes de hostilidad o sintiéndose oprimidos o amenazados por otros?

Podemos liberarnos de muchas circunstancias o personas conflictivas simplemente rehusándonos a interactuar con ellas. Esto es posible cuando habíamos establecido relaciones afectivas, de acercamiento y cordialidad que se fueron convirtiendo en relaciones de rivalidad y oposición. Luego del entusiasmo inicial, las imágenes de decepción y hastío reemplazan a las de optimismo y confianza. Cuando nuestro relacionado o relacionada esgrime comportamientos agresivos y mantiene su disposición a la discordia, reaccionamos con enojo o contrariedad. Nuestra respuesta puede ser exaltada y retadora o apagada y derrotista.

Es sólo el enfoque que tengamos al relacionarnos lo que nos atrae el panorama que nuestras mentes vayan a contemplar. Podemos elegir con qué nos quedamos de todas las opciones posibles que podamos encontrar: seguimos dando vueltas como las mariposas en torno a la bombilla encendida en la noche, deslumbrados y atrapados en una rutina, o emprendemos nuestro vuelo en la oscuridad como las luciérnagas con nuestra propia luz, realizando otras acciones que nos permitan descubrir nuestra autonomía y nuestra armonía.

Somos afectados por todos los eventos de la vida. Podemos decidir qué impresión dejar en nuestras mentes: la de la paz y la comprensión o la de la frustración y el resentimiento.

Y los demás seguirán inmersos en su propia película, siguiendo fielmente el argumento y actuando momento a momento según sus presentimientos y sus elecciones.

 

Hugo Betancur (Colombia)

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domingo, 8 de septiembre de 2013

Sobre sucesos y personajes que ya pasaron y sobre nuestras existencias que van pasando.

                                                                                                                                                                            Fotografia por Elizabeth Betancur

DIAS QUE PASAN Y ACOMPAÑANTES  QUE SE VAN

 

Hugo Betancur

         En un momento de uno de estos días que van pasando, me encontré con un médico amigo a quien hacía muchos años no veía. Me relató que inusitadamente se habían reunido algunos exalumnos de la universidad en un restaurante con el propósito de dialogar y compartir recuerdos. Revisé la escasa información disponible en mi mente: algunos de los asistentes habían alcanzado posiciones de renombre y otros cumplían roles anónimos y de bajo perfil; algunos habían acumulado jugosos recursos económicos y habían acrecentado su soberbia; otros subsistían modestamente y eso les excusaba de vanas presunciones y exhibiciones inapropiadas.

Me contó que habían repasado nombres y anécdotas, celebrando lo que tenía tintes humorísticos y también los eventos que para ellos tenían alguna relevancia. Habían hecho un recuento sobre los colegas médicos de nuestra promoción que habían muerto ya y de las causas de ello.

Reflexioné y pensé que efectivamente esos seres humanos ya habían cumplido su ciclo de vida. Se me ocurrió también que así como ellos se habían ido ya, posiblemente muchos de nosotros apenas estábamos viviendo, o sobreviviendo, quizá con las cargas de nuestros hábitos o de nuestras tradiciones y rutinas.

¿Qué podía faltar para que no fuera así?

Dentro de nuestras relaciones y actividades sociales o de trabajo, muchas veces nuestras acciones y representaciones siguen una secuencia monótona y previsible, una reiteración de circunstancias y rituales cumplidos en los mismos escenarios. Son la manifestación de nuestras historias particulares, de nuestros nexos laborales y familiares, a veces intrincados y a veces simples.

De todo este archivo de situaciones recordamos aquello que tuvo una gran intensidad en alguno de los extremos de la dualidad: lo que nos pareció muy triste o lo que nos pareció muy alegre; lo que nos pareció grato o ingrato, lo que nos sacudió felizmente o lo que nos conmovió con su sombrío significado –que simplemente dependió de nuestra percepción y de nuestras creencias subjetivas.

¿En cuáles momentos de ese viaje hicimos nuestro mejor acto, aquel por el que seremos recordados como personas excepcionales? ¿En cuáles momentos fuimos llevados por nuestros egos irascibles y conflictivos y dejamos una imagen deplorable y dolida en otros?

Todo lo que fue dejó sus huellas, las evidencias para otros que permiten reconstruir lo sucedido de una manera precaria y siempre subjetiva –según sea la mentalidad y según sean los enfoques de quien se dedique a rearmar o narrar ese pasado inamovible-.

¿Que recuerdo queremos dejar en otros? ¿Cuál es el mejor relato que podemos obtener de nuestro paso por este mundo controversial y avasallante? ¿Nos sentimos unidos a otros y a sus procesos vivenciales en esa aventura compartida, en su afán de trascender y de aprender? ¿O solo fuimos hambrientos comensales de paso por sus mesas servidas generosamente, por sus espacios dispuestos amablemente, buscando calmar nuestros apetitos fugazmente para luego partir con un apagado agradecimiento verbal, sin dejar a cambio nada más que nuestra prisa y nuestra ambición.  

Como viajeros en movimiento, quizá seamos recordados por alguna acción que haya impresionado las mentes y los corazones de otros. Esa acción, ¿tuvo rasgos de humanidad y bondad?, ¿tuvo rasgos de egoísmo y jactancia? ¿Nos creímos mejores que otros o superiores a ellos? ¿O nos sentimos sus semejantes y solidarios en las tareas comunes?

Cuando la vida apaga sus ímpetus en la ancianidad, el viejo rey ya no puede mantener erguido el cuello para retar o someter a quienes le sirvieron en sus roles de cortesanos a él y a su decadente reino: se ha consumido su otrora vigoroso corazón y falla su memoria -ha olvidado muchas de las cosas que hizo contra otros mientras quienes le rodean recuerdan minuciosamente cada detalle de su ominosa biografía-; ya no le es posible cambiar los acontecimientos y faltan la alegría y la satisfacción en su rostro. Habrá de despedirse cansado y enfermo y será recordado sin nostalgia.

¿Tenemos paz en nuestras mentes a medida que descontamos los días de nuestra fugaz existencia como seres humanos? ¿Han sido óptimas las semillas que sembramos; ha sido exuberante la cosecha después de tanto esfuerzo y de tantas dificultades afrontadas?

A medida que reconocemos los tramos recorridos y resumimos las características de nuestros acompañantes y de las interacciones realizadas podemos saber qué importancia tuvo lo vivido, si actuamos espontánea y fluidamente o si fuimos arrastrados azarosamente por lo que consideramos un cruel destino. Podemos des-cubrir la trama de los acontecimientos y evaluar nuestros comportamientos. Tal vez fungimos como víctimas pesarosas y auto limitadas; quizá debutamos como pequeños y temibles villanos causando desgracia a otros -lo que al cabo del tiempo se convertiría en nuestra propia desgracia, una vez que la invisible rueda de la justicia diera la vuelta para equilibrar todo el drama humano en que estábamos involucrados.

Podemos darnos cuentas sobre como tratamos a otros y cómo nos tratamos en esos episodios en que la vida nos congregó. Podemos definir si actuamos desde la posición demandante y absorbente de nuestros egos desbordados o desde la considerada y ecuánime sabiduría de nuestro ser.


Hugo Betancur (Colombia)

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