Hugo Betancur
En un momento de uno de estos días que van pasando, me encontré con un médico amigo a quien hacía muchos años no veía. Me relató que inusitadamente se habían reunido algunos exalumnos de la universidad en un restaurante con el propósito de dialogar y compartir recuerdos. Revisé la escasa información disponible en mi mente: algunos de los asistentes habían alcanzado posiciones de renombre y otros cumplían roles anónimos y de bajo perfil; algunos habían acumulado jugosos recursos económicos y habían acrecentado su soberbia; otros subsistían modestamente y eso les excusaba de vanas presunciones y exhibiciones inapropiadas.
Me contó que habían repasado nombres y anécdotas, celebrando lo que tenía tintes humorísticos y también los eventos que para ellos tenían alguna relevancia. Habían hecho un recuento sobre los colegas médicos de nuestra promoción que habían muerto ya y de las causas de ello.
Reflexioné y pensé que efectivamente
esos seres humanos ya habían cumplido su ciclo de vida. Se me ocurrió también
que así como ellos se habían ido ya, posiblemente muchos de nosotros apenas
estábamos viviendo, o sobreviviendo, quizá con las cargas de nuestros hábitos o
de nuestras tradiciones y rutinas.
¿Qué podía faltar para que no fuera
así?
Dentro de nuestras relaciones y
actividades sociales o de trabajo, muchas veces nuestras acciones y
representaciones siguen una secuencia monótona y previsible, una reiteración de
circunstancias y rituales cumplidos en los mismos escenarios. Son la
manifestación de nuestras historias particulares, de nuestros nexos laborales y
familiares, a veces intrincados y a veces simples.
De todo este archivo de situaciones
recordamos aquello que tuvo una gran intensidad en alguno de los extremos de la
dualidad: lo que nos pareció muy triste o lo que nos pareció muy alegre; lo que
nos pareció grato o ingrato, lo que nos sacudió felizmente o lo que nos conmovió
con su sombrío significado –que simplemente dependió de nuestra percepción y de
nuestras creencias subjetivas.
¿En cuáles momentos de ese viaje
hicimos nuestro mejor acto, aquel por el que seremos recordados como personas
excepcionales? ¿En cuáles momentos fuimos llevados por nuestros egos irascibles
y conflictivos y dejamos una imagen deplorable y dolida en otros?
Todo lo que fue dejó sus huellas, las
evidencias para otros que permiten reconstruir lo sucedido de una manera
precaria y siempre subjetiva –según sea la mentalidad y según sean los enfoques
de quien se dedique a rearmar o narrar ese pasado inamovible-.
¿Que recuerdo queremos dejar en
otros? ¿Cuál es el mejor relato que podemos obtener de nuestro paso por este
mundo controversial y avasallante? ¿Nos sentimos unidos a otros y a sus
procesos vivenciales en esa aventura compartida, en su afán de trascender y de
aprender? ¿O solo fuimos hambrientos comensales de paso por sus mesas servidas
generosamente, por sus espacios dispuestos amablemente, buscando calmar
nuestros apetitos fugazmente para luego partir con un apagado agradecimiento
verbal, sin dejar a cambio nada más que nuestra prisa y nuestra
ambición.
Como viajeros en movimiento, quizá
seamos recordados por alguna acción que haya impresionado las mentes y los
corazones de otros. Esa acción, ¿tuvo rasgos de humanidad y bondad?, ¿tuvo
rasgos de egoísmo y jactancia? ¿Nos creímos mejores que otros o superiores a
ellos? ¿O nos sentimos sus semejantes y solidarios en las tareas comunes?
Cuando la vida apaga sus ímpetus en
la ancianidad, el viejo rey ya no puede mantener erguido el cuello para retar o
someter a quienes le sirvieron en sus roles de cortesanos a él y a su decadente
reino: se ha consumido su otrora vigoroso corazón y falla su memoria -ha
olvidado muchas de las cosas que hizo contra otros mientras quienes le rodean
recuerdan minuciosamente cada detalle de su ominosa biografía-; ya no le es
posible cambiar los acontecimientos y faltan la alegría y la satisfacción en su
rostro. Habrá de despedirse cansado y enfermo y será recordado sin nostalgia.
¿Tenemos paz en nuestras mentes a
medida que descontamos los días de nuestra fugaz existencia como seres humanos?
¿Han sido óptimas las semillas que sembramos; ha sido exuberante la cosecha después
de tanto esfuerzo y de tantas dificultades afrontadas?
A medida que reconocemos los tramos
recorridos y resumimos las características de nuestros acompañantes y de las
interacciones realizadas podemos saber qué importancia tuvo lo vivido, si actuamos
espontánea y fluidamente o si fuimos arrastrados azarosamente por lo que
consideramos un cruel destino. Podemos des-cubrir la trama de los
acontecimientos y evaluar nuestros comportamientos. Tal vez fungimos como
víctimas pesarosas y auto limitadas; quizá debutamos como pequeños y temibles
villanos causando desgracia a otros -lo que al cabo del tiempo se convertiría
en nuestra propia desgracia, una vez que la invisible rueda de la justicia
diera la vuelta para equilibrar todo el drama humano en que estábamos
involucrados.
Podemos darnos cuentas sobre como
tratamos a otros y cómo nos tratamos en esos episodios en que la vida nos
congregó. Podemos definir si actuamos desde la posición demandante y absorbente
de nuestros egos desbordados o desde la considerada y ecuánime sabiduría de
nuestro ser.
Hugo Betancur (Colombia)
___________________________________
http://ideas-de-vida.blogspot.com/
http://pazenlasmentes.blogspot.com/
http://es.scribd.com/hugo_betancur_3
Este Blog:
No hay comentarios:
Publicar un comentario