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domingo, 28 de julio de 2013

Parejas en conflicto: ¿En qué nos equivocamos?

Parejas en conflicto:

¿En qué nos equivocamos?

Hugo Betancur


Si las relaciones afectivas entre dos personas son establecidas sobre los atractivos de belleza de una o de otra, o sobre los rasgos de personalidad, o sobre intereses, es posible que con el transcurso del tiempo se conviertan en nexos frágiles e insostenibles. 

Me refiero a las ‘relaciones especiales’ que habitualmente llamamos ‘de pareja’, o de ‘enamorados’ o de cónyuges, donde uno de los participantes –o ambos- han establecido su vínculo por  cualidades físicas o materiales, o por condiciones psicológicas que atribuyen al otro. Quizá la persistencia de esas características previstas mantenga el enlace conformado durante un lapso de tiempo, con el requisito de que se cumplan los planes trazados. 

Llega un momento en que esas relaciones están agotadas, han sido consumidas, ya no pueden seguir como antes. 

Como todos los eventos de la vida, son sólo relaciones pasajeras. Las diferencias que antes pasaron desapercibidas aparecen ahora como demasiado notorias y perturbadoras. Los miembros de la pareja han llegado a la tormentosa circunstancia de la crisis. Esas relaciones dispares  tienen un exaltado  período de inicio, un intervalo de esplendor aparente y un momento en que ya han cumplido su propósito -y cada uno de los participantes debe seguir su propio camino.

Ese momento de transición lo hemos llamado momento de ruptura o de separación. Quizá asumimos que algo que estaba entero ha sido roto, o que algo que parecía unido ha sido desunido.

Tendemos a sentirnos culpables o a culpar; aparecen los reproches, las quejas, las dolidas expresiones de impotencia y desdicha -el aspecto autocompasivo "pobre de mí, observen que tanta desdicha tengo que soportar"-, o las justificaciones para respaldar nuestra decisión de separarnos.  

Sin embargo, esas relaciones han atravesado el período de tiempo que les corresponde. Ya no son vigentes.

Podemos enfocar nuestra atención en lamentarnos y sentirnos víctimas de las circunstancias. O podemos abrirnos a un entendimiento de las vivencias que compartimos: valorar lo que hayamos  recibido, agradecer el acompañamiento en ese trayecto recorrido y quitar los amarres o levantar las anclas para poder seguir el viaje.

Porque ocurre frecuentemente que nos atamos a otros seres humanos en algunas relaciones o los atamos a ellos a nuestras vidas. Nuestras acciones representan de alguna manera una pérdida de autonomía y de libertad: recordemos que tanto el carcelero como el preso tienen que permanecer en la prisión. 

A veces, cercamos a las personas que se relacionan con nosotros, les marcamos horarios o pautas a las que deben someterse, les establecemos comportamientos ideales a los que deben acogerse. Parece que les diéramos un decreto de obligatorio cumplimiento: “Me gusta que seas así como espero que seas”. 

Lo que no es posible. ¿Cómo podemos ser lo que no somos? ¿Fingiéndolo, sacrificándonos, anulando nuestras personalidades para agradar a otros? Al cabo del tiempo nos sentimos violentos representando esa farsa y de alguna manera nos rebelamos contra quien pretende cambiar nuestras manifestaciones acomodándolas a los moldes particulares de sus preferencias. 

Bajo esas condiciones, no nos es posible manifestar un sentimiento que parezca amoroso sino todo lo contrario: reacciones conflictivas y hostiles. Muchas personas interpretan el control sobre su pareja como algo que les asegura su fidelidad y aseguramiento. ¿Podemos tener seguridad de que alguien no cambie en un mundo siempre cambiante? ¿Podemos tener la certeza de su perpetua compañía “hasta que la muerte nos separe”? 

Otras personas seguirán a nuestro lado durante un largo trecho del camino solo si se sienten a gusto junto a nosotros, cuando los sentimientos de unidad son sólidos y no hacen falta las palabras ni las exigencias de compromisos férreos; cuando fluimos como iguales o pares en una relación mutua de confianza, valoración e integración. 

Quienes nos aman sinceramente están cerca de nosotros aunque se encuentren a un continente de distancia. No hacen falta las promesas, ni los reclamos, ni los reportes regulares de nuestra ubicación o nuestras actividades. No hacen falta tampoco los celos –vigilancia estricta basada en temores de que nuestra pareja elija otra u otras personas con el propósito de establecer una relación afectiva que podría desplazarnos.

El amor, como una expresión de acercamiento y de armonía tiene varias cualidades básicas que lo definen plenamente: respeto a otro ser humano –o a otros- y a su autonomía y libertad, valoración positiva, comprensión y entendimiento, disposición de servicio desinteresado y apoyo incondicional.

En la elección de cónyuge, muchas personas se guían por las características negativas del padre o de la madre y escogen a alguien similar creyendo erróneamente que ellas si podrán cambiar y dominar a su pareja como sus padres no pudieron hacerlo. Claro, ellas son distintas y también es distinta la relación que emprenden; sin embargo, se han trazado el objetivo de demostrar que aquella forma de convivir de sus progenitores sí podía ser modificada. Obviamente, fracasan en esta transferencia o superposición del pasado hacia el momento que viven. Ninguno puede ser cambiado en su personalidad si él mismo no ha decidido hacerlo y si no ha encontrado como necesarias e imperativas otras actitudes y acciones. Cada uno cambia por sí mismo cuando despierta a la consciencia de su vida y puede aprender, cuando logra desprenderse de algo que ya no quiere y  se apropia de algo que considera adecuado. 

Dos aspectos nos revelan que tan acertadas son nuestras relaciones y acciones: la satisfacción o percepción de bienestar que sentimos al vivirlas y la apreciación posterior de que no nos han causado daño a nosotros ni a los demás.

En otras ocasiones, nuestra elección de pareja está condicionada por la forma como nuestros padres interactuaron. Nos sentimos marcados por nuestro pasado si alguno de ellos fue déspota, opresivo, desconsiderado; o si alguno asumió papeles dramáticos de “sobreprotector”, o de guía dominador o de controlador aferrado a las normas y a las tradiciones; o si alguno se sintió opacado por el otro y dedicó su vida a perfeccionar y representar el papel de víctima llenándose de autocompasión y amargura.   Por el contrario, podemos sentirnos confiados y optimistas si nuestros padres nos mostraban con el ejemplo una sociedad conyugal de respeto e igualdad que proyectaba   actitudes semejantes hacia su familia. 

Podemos disponernos a la comprensión de las limitaciones y errores de nuestros padres, parientes y allegados para lograr liberar las cargas que nos echamos encima a partir de situaciones conflictivas y violentas. 

Todos elegimos según la opción que consideramos más conveniente. Y podemos cometer errores.  O podemos acertar –lo que significa realizar la acción correcta, la que no nos cause daño a nosotros mismos ni a otros. 

Si cometemos errores, si afectamos negativamente o destructivamente a otros, nos exponemos a su resentimiento, a su malestar y rechazo, a sus intenciones o sentimientos de venganza y de odio en el peor de los casos.

Si alcanzamos alguna consciencia sobre esto, podemos reparar nuestros errores y los perjuicios causados a otros. Todo lo que reparamos puede ser útil de nuevo, o al menos puede recuperar un estado de normalidad gracias a nuestra intervención.

Si no alcanzamos esa conciencia, aquellas personas afectadas deberán solucionar por si mismas las impresiones que dejaron en sus mentes: de maltrato sintiéndose impotentes; de percibir engaño habiendo confiado; de menosprecio y discriminación habiendo esperado reconocimiento y valoración. 

Para dejar de juzgar y condenar a otros podemos entender que cada uno es lo que es y no lo que debería ser. Así como ellos, en cada situación que enfrentamos tenemos unas condiciones particulares de nuestra personalidad y unas condiciones externas. En cada vivencia, en cada momento actuamos siguiendo un impulso propio, a veces buscando satisfacer alguna expectativa o a veces siguiendo nuestros sistemas de creencias. Ocurre igual con todos los seres humanos.

Un aforismo antiguo enseña: "Debes haber recorrido los senderos de aquellos a quienes pretendes juzgar para que puedas comprender las acciones de sus vidas".

Crecemos considerando a nuestros padres bondadosos o considerándolos crueles; sintiéndonos estimulados y apoyados por ellos o sintiéndonos atropellados. Según los recuerdos y la apreciación que conservemos tendremos un lazo de amor con ellos o un lazo de adversidad –también viéndolos como adversarios más que como aliados o amigos.

Como resultado, las impresiones que hayamos grabado en nuestras mentes determinarán si esa presencia de nuestros padres –aunque ya se hayan ido- y sus actos, son una bendición para nosotros o si son una carga.

Nos es imposible modificar los actos del pasado. Ya transcurrieron. Y el propósito de aprendizaje que traían asociado ya se cumplió. Lo asumimos y resolvemos las contradicciones o nos resistimos a ello; lo aceptamos o nos evadimos.

Si alcanzamos el privilegio y la lucidez de comprender seguimos nuestro trayecto livianos, esperanzados, confiados. Si nos sentimos víctimas, nos cargamos de dolor y frustración, nos confundimos con nuestros propios juicios, ponemos raíces de infelicidad en nuestros corazones.

En todo momento tenemos la posibilidad de cambiar, de aceptar que otros tienen grandes limitaciones como las tenemos nosotros,  de absolverlos de culpas y perdonar sus errores como esperamos que los demás lo hagan con nosotros.

Podemos obrar así ahora, o dentro de unos días, o dentro de unos años. Mientras mayor sea la demora en hacerlo mayor será la carga de sufrimiento que tengamos que soportar. Tenemos la solución. Según nuestro propósito y voluntad podremos aplicarla, sino, la tarea no realizada queda pendiente.

 

Hugo Betancur* (Colombia)

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domingo, 14 de julio de 2013

Psiquiatras y sus pacientes: islas incomunicadas.


PSIQUIATRAS Y SUS PACIENTES:

ISLAS INCOMUNICADAS


Hugo Betancur*

 

Drogas “psiquiátricas”

 

Las denominadas “drogas psiquiátricas” no tienen efecto sobre la psiquis de los pacientes que las toman sino sobre su organismo físico y sobre su cerebro. Son sustancias toxicas para el sistema nervioso, que embotan tanto su percepción sensorial como su desempeño habitual, y que bloquean las áreas del cerebro relacionadas con las manifestaciones anormales de los pacientes -esto impide que ellos expresen sus comportamientos discordantes y desconcertantes. Sin embargo, esos fármacos no resuelven la condición clínica diagnosticada –los silencia o los pasma bioquímicamente mientras dura su acción, por lo que deben consumirlos regularmente para ahuyentar sus síntomas.

 

Trastornos del cuerpo versus trastornos de la mente

 

La experiencia médica y psicológica nos enseña que los trastornos de personalidad denominados "trastornos afectivos, trastornos de ansiedad, trastornos depresivos..." son distorsiones en las relaciones entre seres humanos y no enfermedades del cerebro ni del cuerpo.

Otras condiciones diagnosticadas como enfermedades psiquiátricas orgánicas, están en la dimensión de la mente (esquizofrenia, trastorno de personalidad múltiple, demencias...) y nos advierten que hay procesos de la vida de los pacientes que los afectan psíquicamente -tienen una historia asociada y unos antecedentes afectivos y de dificultades en sus relaciones que los hacen vulnerables a esa ruptura con la normalidad que padecen.

La terapia requerida en estos casos debe profundizar en las causas previas que conmocionaron a los pacientes: ¿qué personalidad o evento del pasado afecta sus mentes tan dramáticamente que sus comportamientos parecen desatinados o caóticos, incoherentes y confusos; ¿qué relación o influencia inusitada los lleva a expresarse fuera del contexto o entorno en que se desenvuelven, muchas veces con interpretaciones o ideas incomprensibles para quienes les rodean?; ¿qué fenómeno afecta su percepción o qué motiva sus alucinaciones y las distorsiones que relatan de lo que otros vemos como real?

Las drogas psiquiátricas no modifican ni cambian la mentalidad de las personas: solo tienen efectos bioquímicos aplacadores en el organismo sin cambiar las creencias que conformaron los comportamientos y manifestaciones psicológicas.

Los procesos de la mente solo cambian con acciones de comprensión y de aprendizaje de los pacientes sobre sus condiciones de vida, sus relaciones y la utilidad de aceptar y soltar la carga de sus amarguras y sus frustraciones. Estos pacientes deben ser asistidos porque se sienten marginados y enfermos. Y la medicina óptima es aquella que los retorne a la normalidad, no la que los adormece y los postra. Es imprescindible remover o resolver las causas para que los efectos cesen. El mayor requerimiento de estos seres humanos agobiados y perturbados es la liberación de sus mentes que les permita realizar un cambio en su entendimiento de la vida y de sus relaciones.

Hemos comprobado que a través de algunos de estos pacientes diagnosticados como dementes o “psiquiátricos” se manifiestan o comunican otros seres diferentes a ellos -sus gestos, ademanes y actuaciones parecen corresponder a otras personalidades: ¿cómo otra u otras mentes han invadido la suya?, ¿podemos explicar esto físicamente y atribuírselo a un irregular funcionamiento de su sistema nervioso?, ¿O podemos intuir que las mentes de muchos humanos pueden ser permeables a las de otros que se manifiestan y hacen presencia a través de sus semejantes? 

Obviamente, nuestra medicina occidental monótonamente orgánica no ha podido encontrar un proceso bioquímico o neuronal que explique por qué o cómo estos pacientes conforman una personalidad distinta, con una información ajena a su experiencia particular y a su cultura y con un discurso que no parece adecuado para su formación y vivencias.

(Curiosamente, cuando logramos interactuar con algunos de estos pacientes por medio de la hipnosis clínica, ellos entran en un estado alterado de conciencia donde revelan situaciones y caracteres que interpretamos como pertenecientes a existencias o identidades extrañas para la historia actual de cada uno y que ellos asumen como propias, con sus dificultades, sentimientos y emociones inherentes; tendemos a interpretar estos acontecimientos como algo que pareciera estar sucediendo en dimensiones paralelas a las que sus mentes pueden acceder representando o asumiendo parcialmente vivencias e impresiones de otras personalidades.)

La mayoría de los psiquiatras tienen un precario entrenamiento psicológico o una empatía insuficiente con sus pacientes, lo que los limita para comprender los procesos emocionales, familiares y culturales que hacen vulnerables a muchos seres humanos al conflicto, las crisis de interacción de su personalidad con el entorno y con los demás y la percepción de sentirse fuera de contexto. En muchas ocasiones percibo que los tratan como seres humanos disociados e incongruentes y que su labor es silenciarlos para que la sociedad o quienes les rodean en sus ambientes no sean afectados por lo que ellos hacen o expresan bajo este yugo de las anormalidades mentales.

Los fármacos llamados “drogas psiquiátricas” intoxican el organismo y producen graves trastornos funcionales en el sistema nervioso central -a medida que pasa el tiempo, con un consumo regular de esas sustancias, los pacientes van perdiendo su habilidad para las actividades habituales de sus vidas: se tornan torpes, lentos, pasmados, planos en las expresiones de sus emociones, apagados y fatigados.

Estos químicos tornan a los pacientes dóciles, obedientes y robóticos -como dice eufemísticamente un amigo terapeuta: "los sacan de la circulación".

Mientras tanto, los trastornos de su mentalidad no resueltos, siguen presentes, aunque hayan sido velados por el embotamiento producido por las sustancias químicas que les han sido recetadas y que siguen consumiendo.

Sólo unos pocos trastornos mentales tienen causas orgánicas, por lo que podemos considerarlos como enfermedades físicas que al afectar el cerebro son reflejadas en los comportamientos de los pacientes; sin embargo, el diagnóstico de estas es posible por medio de exámenes paraclínicos -si responden al tratamiento médico, los síntomas desaparecen y las personas pueden retornar a sus vidas normales.

Con indicaciones clínicas y prácticas pertinentes, en los servicios de urgencias usamos algunos de estos fármacos con acción sobre el sistema nervioso central cuando nuestros pacientes ingresan en estados anormales de agitación psico-motora, por lo que es adecuado sedarlos, disminuir su ansiedad y llevarlos a un estado de relajación muscular con el propósito de aliviarlos y asistirlos.  Sin embargo, la causa de sus trastornos es lo que debemos tratar y resolver con todos los pacientes, pues los efectos son solo la advertencia de que su equilibrio ha sido afectado por algo o por alguien -todo efecto tiene sus antecedentes y ninguna acción previa carece de consecuencias. Las sustancias químicas no pueden transformar sus mentes: sólo ellos pueden hacerlo, con acciones de cambio sobre sus hábitos y sobre las percepciones e informaciones conflictivas que los sacuden. Y es preciso ayudarles a liberarse de aquello que han “incorporado” a sus mentes y que propicia todas esas perturbaciones que les han quitado la autonomía de sus vidas. 

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Encontrado en Internet un libro relacionado con este tema “La invención de trastornos mentales” escrito por un biólogo y un psicólogo reconocidos. 

Disponible para descargar en formato .pdf


Está en:

http://www.asmi.es/arc/doc/La_invencion_de_enfermedades_mentales.pdf



Para ver listado de diagnósticos de “Tarstornos mentales y del comportamiento” del CIE 10 (Clasificación Internacional de Enfermedades) publicado por la Organización Mundial de la Salud, ir a:

https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/42326/8479034920_spa.pdf;jsessionid=536672628AC7629D5CF4606A8AB0AA57?sequence=1


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domingo, 7 de julio de 2013

IDIOTAS ENCUMBRADOS, DESTRUCTIVOS, FAMOSOS.


IDIOTAS ENCUMBRADOS, DESTRUCTIVOS, FAMOSOS. 

Hugo Betancur

 

Asumimos posiciones frente a la vida a medida que pasa el tiempo de nuestras fugaces existencias humanas.

Interactuamos con los demás en relaciones funcionales, según las condiciones que hemos elegido cuando tenemos libertad para hacerlo, o según las condiciones que nos han sido programadas e impuestas cuando estamos subordinados a lo que otros deciden que hagamos.

Representamos los papeles correspondientes a nuestras personalidades en evolución.

En algunos momentos de este drama mundano, parecemos autónomos y dominantes; en otros momentos actuamos como dependientes y súbditos de las determinaciones de otros.

En estos escenarios de la Tierra, algunos personajes han transgredido el equilibrio en las relaciones y se han dado a la tarea conflictiva y escabrosa de someter a los demás y de imponerse sobre sus vidas.

Han presumido que ellos debían ser servidos y acatados y han maquinado desde sus posiciones de poder para trazar acciones destructivas y tácticas de control contra sus contemporáneos.

Estos personajes tuvieron un rasgo común: desempeñaron roles de idiotas. La palabra idiota es un adjetivo que proviene del griego διώτης, idiōtēs, de διος, idios -significaba “lo privado, lo particular, lo personal”-. Con la misma raíz διος encontramos otros sustantivos como idiosincrasia1 y también “idioma”2.

En latín, la palabra idiota (una persona normal y corriente) precedió al término del latín tardío que significa «persona sin educación» o «ignorante». Según la acepción antigua, idiota era quien se preocupaba solo de sí mismo, de sus intereses privados y particulares, desdeñando o no dándose cuenta sobre cómo afectaban sus acciones su entorno social y qué consecuencias le acarrearían sus comportamientos –qué retribución tendría que experimentar por sus actos.

Estos idiotas fungieron como actores encumbrados con la disposición y los recursos apropiados para ejercer intimidación, violencia, y destrucción contra individuos o colectividades. Se desempeñaron como conductores de ejércitos o de hordas conquistadoras, o como emperadores o reyes, o como villanos o dictadores, o como líderes de gobiernos e instituciones, o como criminales aislados. La mayoría de estos sujetos oscuros fueron aniquilados después como retaliación por sus actos disociadores y crueles -otros realizaron actos suicidas, un modo tan trágico como sus desaforadas biografías, para abandonar los escenarios; otros fueron consumidos por graves enfermedades derivadas de sus insanos hábitos mentales.

Probablemente estos personajes representaron sus roles tempranos como niños caprichosos y demandantes empeñados en obtener la obediencia de sus padres y allegados con sus rabietas, sus llantos ruidosos y su hostilidad condicionadora –tiranos precoces manipulando las emociones y sentimientos de sus progenitores para su exclusivo provecho y placer-. Posiblemente refinaron ese infantil ejercicio de la maquinación hasta llegar a ser adultos ególatras y fanáticos que veían a los demás como sus sirvientes o como lacayos utilizables y dóciles.

Desde la antigüedad, ejercieron sus tácticas de terror contra seres humanos en situación de indefensión,  desventaja o vulnerabilidad. Avasallaron y constriñeron a personas aisladas o grandes grupos de población y se sintieron omnipotentes desde sus posiciones de poder.

Se desempeñaron como potestades locales o como cabecillas de huestes invasoras que doblegaron a sus víctimas inermes con sevicia. Fueron causantes de genocidios, de muertes físicas y devastación, de torturas, intimidación y desplazamiento o exilio forzado.

Fueron temidos y recibieron el culto que les rindieron sus sirvientes y oprimidos a sus personalidades perturbadas y a sus reinos efímeros.

Como niños torpes que no pueden prever el daño que puede causarles el filo del cuchillo con que juegan, esos personajes abyectos creyeron que su mando y su prominencia serían eternos e invencibles.

El ímpetu arrollador de la existencia y la reacción equilibradora de los seres vivos que decidieron cambiar el curso de los acontecimientos los fueron abatiendo progresivamente.

Quedaron sus historias, magnificadas o insuficientes, para describir su trivial grandeza y sus fechorías.

(Alguno de estos especímenes acudió al fanatismo nacionalista y a la supuesta superioridad de un grupo racial para instigar una imaginaria e imposible conquista del mundo. Su eslogan hostigaba a sus conciudadanos a creer que su nación era “la más grande”, lo que fue sólo una frase más de todas sus arengas para arrastrar a sus paisanos hacia la más terrible campaña homicida mundial y luego hacia la  derrota más aleccionadora en el expediente de las guerras).

Sin embargo, parece que estos brutales personajes hubieran tenido la tarea de promover grandes transformaciones humanas sacudiendo las mentes y obligando a las colectividades a integrarse bajo ideales promotores de respeto, mutualismo y convivencia pacífica, pagando por ello con el costo de millones de vidas inmoladas.

Una vez pasada la furia de la tormenta, los sobrevivientes reconstruyen sus moradas y modifican sus acciones, sus relaciones y su comprensión de los fenómenos experimentados.

La vida promueve sus revoluciones y sus cambios imperativos a pesar de los caprichos de las mentes individualistas y superando siempre los obstáculos de los violentos y de los idiotas*.  La “justicia poética”3 termina por imponerse a medida que la historia avanza y los personajes siniestros con sus crónicas, verosímiles o expandidas por la posteridad, quedan retratados inevitablemente como villanos en la galería del pasado.


Hugo Betancur (Colombia)

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*Idiota es un adjetivo que proviene del griego διώτης, idiōtēs, de διος, idios -significaba “lo privado, lo particular, lo personal”-.

1 DRAE: “Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad”.

2 DRAE: “Del lat. idiōma, y este del gr. δίωμα, propiedad privada. Lengua de un pueblo o nación, o común a varios).

3Thomas Rymer ideó la expresión “poetic justice” en su ensayo “The tragedies of the last age considered” (1678), para sugerir cómo una obra literaria debería inspirar el comportamiento ético ejemplarizando el triunfo del bien sobre el mal. 

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